Esta es una de las obras del dramaturgo
griego Eurípides, y es parte de una tetralogía (junto a dos obras trágicas más
y un drama satírico) escrita en el 415 a.C. El montaje al que Cinemelodic
asistió (su estreno tuvo lugar en el Festival Internacional de Teatro Clásico
de Mérida) fue representada en el bellísimo espacio del Teatre Grec, en una
apacible noche veraniega de julio, y se podrá ver en el Teatro Español de
Madrid este invierno.
Antes de pasar a los pormenores de la
obra, comentar que este espacio escénico, el Teatre Grec, adecuadísimo para una
obra de estas características, está situado en una antigua cantera de la
montaña de Montjuïc. No es una construcción clásica griega, sino una recreación inspirada
en el teatro de Epidauro (en el Peloponeso) y construida en 1929 con motivo de
la Exposición Internacional de la ciudad condal. Diseñado por los arquitectos
Ramón Reventós y Nicolau Rubió y Tudurí, cuenta con un aforo de 1.900 espectadores.
Troya,
nuestro sustrato cultural más hondo, y Las Troyanas
El nudo temático de la obra es la dureza
de las consecuencias de la contienda entre los aqueos de Grecia y los troyanos
de Ilión, la crueldad de los vencedores, despiadados con las mujeres (y los
niños) tras la conquista de Troya.
Esta ciudad (en Asia Menor, más o menos
en el norte de la actual Turquía), a pesar de las contradicciones en los
vestigios urbanos hallados en la zona por los arqueólogos, siempre se ha
considerado un mito griego, así como la larga campaña militar con el asedio y
su final conquista que queda recogida en innumerables obras (Homero en La
Odisea y el poema La Ilíada, Virgilio en La Eneida…) pasando a nuestra memoria
cultural colectiva: son bien conocidos los pasajes que hablan del inicio de la
guerra (debida al rapto de la bella Helena de Esparta por parte del troyano
Paris, hijo de Príamo, el rey de Troya), o la astucia de los griegos para
conseguir penetrar en el infranqueable bastión amurallado, gracias al regalo
envenenado del “caballo de Troya” (en cuyo interior se escondieron los soldados
aqueos que sorprendieron desprevenidos a los habitantes y defensores troyanos
por la noche, provocando la caída de la ciudad). Troya está grabada en el
imaginario cultural europeo íntimamente asociada a la guerra (quién no conoce
la expresión “se armó Troya”), o a un
conflicto de especial dureza.
Eurípides quiso recoger en "Las Troyanas" la brutalidad de los ganadores, tras el fin del conflicto, ebrios de su
victoria y sin los filtros de la humanidad más elemental ni del respeto a los
Dioses, reflejando zonas muy oscuras de la condición humana (venganza,
crueldad, desmesura, ausencia de compasión o de la mínima piedad, un
planteamiento algo distinto del resto de obras de la época), y el dramático
destino de los perdedores: las damas nobles de la ciudad.
Troyanas,
reivindicación de la mujer
En esta adaptación sigue el foco en las
mujeres de la realeza troyana tras la derrota de la ciudad. Como todas las
mujeres de todas las guerras de la humanidad son parte del botín; son seres de
segunda clase, obligadas a sufrir humillaciones, sufrimientos crueles y a
emprender trágicos caminos dejando atrás sus hogares, como símbolo del poder implacable
de los vencedores sobre los vencidos.
Pero, a diferencia del planteamiento del
texto original y más cercano a las sucesivas lecturas del clásico, más
filosóficas, en esta adaptación se amplía el interés en la actitud y desafío planteados
por el personaje principal, la reina Hécuba (Sánchez-Gijón), esposa del rey
Príamo de Troya: liderará a las troyanas en la resistencia ante su desolación en
lugar de optar por el silencio, las instará a manifestar sus pensamientos, sus
lamentos, para mantener la memoria de lo sucedido. Para que quienes en
un conflicto y por su condición de mujer son secuestradas, violadas, torturadas,
repudiadas... vejadas, en suma, luchen para no caer en la resignación y luego el
olvido, manteniéndose vivas para que sobreviva así su cultura. Esa postura
resulta, a la vez, honrosa y efectiva en el planteamiento de Portaceli, puesto
que al pasar de los años, todas las mujeres son rescatadas del olvido por
Taltibio (Alterio). Éste las recuerda apenado y desde la empatía, refiriendo a
la vez su propio dolor, el de quien debe obedecer órdenes crueles, puesto que
fue él y no sus jefes el que tuvo que anunciarles sus desdichados destinos.
La adaptación pone el acento también en
la necesidad de no desviar la mirada a otro lado ante un conflicto bélico, de
tomar conciencia del desgarro que produce una guerra, especialmente entre los
vencidos (y mucho más especialmente entre las mujeres), los niños o los refugiados
que huyen del espanto, a quienes espera un futuro incierto.
Troyanas, que venía al Festival Grec 2017
con unas buenas críticas tras su estreno en Mérida, y con un reparto lleno de
nombres conocidos, hacía que las expectativas fueran altas y que la noche de la
representación el Teatre estuviera lleno hasta la bandera.
Argumento
Troya ha caído. La flota aquea está a
punto de zarpar a Grecia tras su victoria. Taltibio es el heraldo encargado de
comunicar a las troyanas Hécuba, Casandra, Andrómaca, Briseida y a la griega
Helena los trágicos destinos que sus jefes han dispuesto para ellas. Todas son
repartidas entre los líderes del ejército griego: Briseida, troyana que fue
raptada por Aquiles, tras la muerte de éste se siente despreciada por griegos y
troyanos; Andrómaca ha sido asignada al hijo de Aquiles; Hécuba es entregada a
Odiseo; Casandra, hija de Hécuba, es entregada a Agamenón. Astianacte, el hijo
de Andrómaca y el héroe troyano Héctor, hijo de Hécuba, debe ser arrojado desde
la muralla de Troya; Políxena, también hija de Hécuba, ha sido sacrificada ante
la tumba de Aquiles. Helena, por su parte, debe ser conducida de nuevo a
Esparta, donde se la ejecutará.
Tras conocer tan trágicos destinos a las
que son condenadas y llorar su suerte, gritar su rabia, enterrar a sus muertos,
las mujeres partirán en las naves a una tierra extraña, en la que deberán
iniciar una nueva y desarraigada vida, pero habiendo fijado la memoria de lo
que fue su hogar.
Valoración
Lo primero que destaca es la escenografía, que nos encantó: una gigantesca T caída, que incorpora la palabra Troya en su interior con una iluminación de dominante rojo, se halla en el escenario, repleto de cuerpos yacientes, preparados para el entierro, y es el referente clarísimo del contexto en el que nuestros personajes se moverán. Taltibio (un Alterio ligeramente sobreinterpretado), en su recuerdo, hace que las seis actrices aparezcan en escena para explicarnos su historia. Todos los personajes visten ropas de estilo actual pero de una época indefinida (y es que el núcleo de lo que se va a explicar se repite cíclicamente a lo largo de la historia de la humanidad); son, eso sí, muy grises, muy amplias. A excepción de los de Políxena (una acertada Alba Flores, en una interpretación llena de delicadeza), que (comprenderemos después la razón de ello al conocer su destino) viste con una túnica blanca, vaporosa, remedando, en un segundo término, los gestos de sus compañeras de escena. Deambula, en ocasiones casi con pasos de baile, por el escenario, repite palabras como un eco de las mujeres, se expresa con gestos lentos y amplios, poéticos: está en otro plano existencial, y su voz (muy dulce, por cierto, en unos segundos en los que canta apenas un par de versos, lo que nos hizo pensar que “de casta le viene al galgo” a este miembro de la tercera generación de la saga Flores), siempre se escucha con una muy bien lograda reverberación, técnica de sonido para enfatizar su situación en el más allá. Blanca será también la ropa del personaje infantil, Astianacte, que también es condenado a una trágica muerte.
Ya que hablamos de voces, decir que la
intensidad y hondura, el dramatismo del texto, son enfatizados por unas voces
que gritan: la directora pretende plantear el desgarro, la rabia de los
personajes y también la rebeldía (en términos psicológicos sería “resiliencia”)
de la protagonista y su liderazgo ante el resto de mujeres; pero
si bien suele ser definido como un gran “esfuerzo interpretativo” (cosa que no
dudamos, por lo de esfuerzo), a veces nos pareció demasiado forzado, preguntándonos
si un planteamiento igual de intenso y dramático, pero más medido, más hondo,
aprovechando la bella voz que le conocemos a Sánchez-Gijón, por ejemplo,
hubiera sido mejor.
Pero volvamos a la escenografía. Hemos
expuesto ya que el tema que plantea la obra (las consecuencias devastadoras de
la guerra, la olvidada suerte de los perdedores), la vemos en todas las guerras
del mundo. Esto se refleja en escena con la proyección de imágenes en blanco y
negro de ciudades sirias arrasadas por la contienda; el espectador recupera en
su memoria nombres como Alepo, recuerda la triste suerte de los refugiados que
cruzaron, en un trayecto de miles de kilómetros, nuestro continente o la
desgarradora imagen del bebé Aylan Kurdi ahogado en las playas turcas… Esas
estampas, y el recitado del monólogo final de Sánchez-Gijón, momento en el que
se proyectan unas imágenes del fuego que arrasa definitivamente Troya, tienen un
cariz muy “refugees welcome”, muy orientada a tocar las sensibilidades de
espectadores más “progres” (como las autoridades del consistorio barcelonés que
asistieron a la representación en el Grec, encabezados por la alcaldesa Ada
Colau, junto con actores con una trayectoria cercana a esa sensibilidad
política más “de la Gente”, entre otras personalidades de la vida pública y
cultural de Barcelona, a quienes los actores saludaron específicamente, como si
no los hubieran saludado ya con los demás).
No sólo vemos imágenes del conflicto
sirio: otro de los planteamientos de la obra es la mujer del bando de los
perdedores vejada por los vencedores. Así, aparecen proyectadas tomas de
distintas mujeres en los conflictos armados de distintas épocas (las
“colaboracionistas“ francesas rapadas, por ejemplo), además de las miradas
hondas de los niños, otros grandes perjudicados de toda guerra. Sinceramente,
quizá no hacía falta tanto “subrayado” al contenido. El público es capaz de
hacerse con las tesis sin tanto “guiño, guiño, codazo, codazo”, aunque en su
descargo, hay que reconocer que es eficaz, queda estéticamente bien resuelto,
con buen gusto.
En cualquier caso, y recogiendo las
palabras que la directora Carmen Portaceli nos ofrece en el programa que se
entrega antes del inicio del espectáculo: “Es
evidente que los mitos griegos siguen haciendo oír su voz en la sociedad: en la
pintura, en las representaciones teatrales, en la literatura… las figuras
míticas, con el transcurso de los siglos, adquieren rasgos nuevos que les
otorgan los autores al situarlas en la sociedad en la que vivimos.”
Estamos de acuerdo. Y Troyanas es un
clásico adaptado, con ecos actuales que resuenan cercanos, haciendo
reflexionar, recordar, tomar partido, mientras asistimos a un, con todo, muy
interesante trabajo de todo el equipo de intérpretes.
No se lo pierdan este invierno. Ya nos
contarán.
FICHA
TÉCNICA
Autor:
Eurípides
Versión
y traducción: Alberto Conejero
Dirección: Carmen Portaceli
Género: Tragedia
Intérpretes: Ernesto Alterio (Taltibio), Maggie Civantos (Helena de Troya),
Alba Flores (Políxena), Gabriela Flores (Andrómaca), Míriam Iscla (Casandra),
Pepa López (Briseida) y Aitana Sánchez-Gijón (Hécuba).
Fechas:
30 de julio y, próximamente, del 11 de noviembre
al 17 de diciembre en la sala principal del Teatro Español de Madrid.
Escenografía: Paco Azorín
Iluminación: Pedro Yagüe (diseño), Alberto Fernández (responsable técnico)
Sonido: Jordi Collet
(música original y espacio sonoro), Pablo de la Huerga
Sala: Teatre Grec
Producción: Festival internacional de Teatro Clásico de Mérida 2017, Rovima
Producciones y Teatro Español.
Por @MENUDAREINA
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