Especialmente cómodo se encontraba el gran Henry Hathaway en
el western, y casi todos los que hizo eran estupendos, bueno, como casi toda
su filmografía, que no tiene desperdicio y es absolutamente recomendada.
Curiosamente, muchos de los títulos maestros de Hathaway no se
sitúan en el western, que es en el género en el que más se prodigó, pero lo
cierto es que todos ellos, en general, satisfacen y entretienen enormemente,
con su estilo clásico y su narrativa concisa y poderosa.
Desde sus mismos inicios, Hathaway se sumergió en el
western. Sus primeros trabajos fueron todos en este género, títulos breves con
Randolph Scott como “La pradera salvaje” (1932), “To the last man” (1933) o “La
horda maldita” (1933)…
Posteriormente, aunque se zambulló en todo tipo de géneros,
nunca abandonaría el western, de hecho su penúltima película fue uno, “Circulo
de fuego” (971) con Gregory Peck, y uno de sus más exitosos trabajos al final de
su carrera fue otro, “Valor de ley” (1969), la película que le dio el Oscar a
John Wayne.
Aquí tenemos un estupendo western clásico que además tiene
mucho de cine de aventuras, género en el que también Hathaway dejó muchos y
buenos títulos. Un duelo entre dos grandes de la escena en una especie de
triángulo amoroso. Gary Cooper y Richard Widmark con Susan Hayward en medio. Un
western que está en la historia del cine por ser el primero realizado en
Cinemascope.
No es de los mejores de Hathaway, ni mucho menos, pero
resulta más que aceptable.
No fueron pocas las colaboraciones entre Henry Hathaway y
Gary Cooper desde los primeros años del director. “Ahora y siempre” (1934), “Tres
lanceros bengalíes” (1934), “Sueño de amor eterno” (1935), “Almas en el mar”
(1937), “La jungla en armas” (1939) y “You’re in the navy” (1951) se suman a la que nos ocupa en esta fructífera colaboración.
Uno de los aspectos más destacables de la película es su
colorido y fotografía, aspectos siempre muy reseñables en las cintas de
Hathaway. Un colorido profundamente intenso, con espectaculares planos generales
de situación, como esa llegada a México. Unos paisajes extraordinariamente
fotografiados con el memorable Cinemascope y el Technicolor. Fotografía de
Jorge Stahl Jr. y Milton R. Krasner. La música corre a cargo el mítico Bernard
Herrnann.
Tres buscadores de oro haciendo una pausa obligada por una
avería en el barco de vapor que les llevaba a California. Widmark es quejica y
dicharachero, Cooper observador, culto y silencioso. El último en discordia es
Cameron Mitchell. En la cantina aparece una cantante para deleitar a los
visitantes, interpretada por Rita Moreno.
-Hooker: ¿Y cómo hablan las feas?
-Fiske: Nunca las escucho.
Los parajes naturales, la película está rodada en exteriores, son muy bellos
y están magníficamente fotografiados. La épica clásica, incluso en películas
pequeñas, parece inalcanzable para el cine actual.
Hathaway plantea la película como un reto masculino, una
lucha a tres no sólo por el oro, sino también por la chica, en la que cada uno
aplicará sus armas y las características de su carácter más destacadas. Widmark
es taimado e inteligente; Mitchell visceral, pasional y directo; Cooper sosegado
y honrado… Oro y amor, objetivos de la ambición.
Al mismo tiempo se van desvelando secretos de los personajes,
su pasado, cosas que ocultan (con razón, ya que les rodean desconocidos): Así se
irá descubriendo lo peligroso de la expedición, que esa mujer y su marido
buscaban oro en la mina, que Mitchell era un cazarrecompensas, que Cooper fue
sheriff…
Para todos Cooper va adquiriendo una vitola de héroe y
persona competente, sobrado, lo que le granjeará las suspicacias e
inseguridades de los otros, aunque también la admiración, en especial de la
chica.
Se marca una jerarquía. Tanto el sheriff mexicano como Luke Dally
(Cameron Mitchell) son más asilvestrados, primarios, perderán los papeles a las
primeras de cambio y se mostrará muy inseguros. Uno intentará forzar a la
mujer, ambos se emborracharán y armarán escándalo por descubrir oro, dejarán
señales para poder volver… En un escalón superior estarían Fiske (Richard
Widmark) y Hooker (Gary Cooper), más cerebrales, mesurados, templados e
inteligentes, dos buenos hombres… En otro distinto estaría Leah Fuller (Susan
Hayward), que supone el equilibrio y a la vez una de las principales causas de
desestabilización en ese micromundo masculino y lleno de testosterona.
El marido de ella, John Fuller (Hugh Marlowe), representaría
la degradación humana provocada por la ambición, podrido en esa búsqueda de
dinero… Un camino que recorren a más velocidad Luke y el sheriff mejicano, pero
que amenaza a todos.
Y es que en una película tan varonil, lo más destacado es el
personaje de ella, que se aparece en muchas ocasiones como una irremediable
mujer fatal, que sin esforzarse logra que los hombres hagan lo que quiere, como
manifiestan varios de ellos en distintas ocasiones.
La segunda parte de la película será en la localización de
la mina, la primera fue durante el viaje. Esa primera parte, con el viaje hacia
la mina, quizá se alargue en demasía y haga titubear el ritmo. Allí será todo
más estático, incluso claustrofóbico en ocasiones con los intentos de rescate
al desafortunado marido de Susan Hayward, que interpreta Hugh Marlowe.
La caligrafía de Hathaway es estrictamente clásica, con
predominio del plano general y
sosteniendo mucho los encuadres, tanto en interiores como en exteriores,
donde está rodada buena parte de la película. Conversaciones con todos dentro
del mismo plano, ya sean dos, tres o más los intervinientes. Los primeros
planos escasean, pero los planos medios son habituales en las mencionadas
conversaciones. El salto de planos generales a planos medios o planos detalle
es funcional, clásica y ordenada.
“Si el mundo hubiese sido hecho de oro, los hombres se dejarían matar
por un puñado de tierra”.
La espectacular la caída de Luke desde lo alto de un pequeño acantilado
en plano general a manos de un indio o la muerte del marido de Leah, atado boca
abajo en una cruz, son momentos a resaltar. Uno a uno cayendo…
El mexicano, Vicente, de puro carácter latino, será el siguiente,
acribillado con flechas. Esto nos lleva a una situación extrema con el trío
protagonista acosado por los indios en un desfiladero. La persecución de los
indios a los protagonistas, con esos espectaculares y sostenidos planos
generales, es soberbia.
Tanto Fiske como Hooker son dos hombres íntegros y buenos, pero el
primero se mostró más pasivo, menos decidido a enfrentar las injusticias. En el final,
cuando todo se tenga que decidir en el desfiladero, Fiske se reivindicará y
sacrificará para que la pareja huya y pueda dar rienda suelta a su amor,
aunque, por supuesto, el personaje que interpreta Gary Cooper se ofrecerá a
quedarse e incluso volverá, que para eso es el héroe, pero tendrá que asumir la
decisión del personaje que interpreta el siempre magnífico Widmark. Lo cierto
es que resulta innecesario poner tanto hincapié en demostrar el heroísmo de
Cooper, como si el guionista y el personaje tuvieran cierto sentimiento de
culpa, remordimientos y la necesidad de demostrar más que el verdadero sacrificado.
Una película que comenzó a la orilla del mar, pero terminará en lo alto
de un desfiladero.
Todos los intérpretes están muy correctos, la dirección es, como
siempre en Hathaway, más que competente, y la fotografía excelente.
“El jardín del diablo” es una película tranquila, que puede
que a alguno le parezca falta de ritmo en ocasiones, pero los juegos
psicológicos y las relaciones de los personajes, con atracciones, amores
pervertidos por el egoísmo, la pasión y la ambición, hacen de ella un título
más que estimulante. Para pasar un rato agradable.
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