El cine de David Fincher se sustenta en una clave conceptual, temática, básica. Dinamitar el estado del bienestar, de la
comodidad, dinamitar a la soceidad adocenada, la imperiosa necesidad de espolear la vida
moderna del confort y el aburguesamiento. La rebelión radical contra ello para
dar un impulso vital a una sociedad adormecida y autocomplaciente, de destruir
el convencionalismo y los patrones establecidos a todos los niveles, familiares
o sociales. Y lo hará siempre a través de un elemento de rebelión, radical, que
no admite prisioneros ni tiene escrúpulos, un elemento maquiavélico y
nietzscheano, donde el fin justifica los medios. Aquí Fincher dinamita la
institución del matrimonio.
Un elemento de rebelión aparentemente infernal, sin
concesiones, despiadado, que es capaz de adquirir las más diversas formas, un
asesino en serie, una mujer abnegada, un ladrón, un hermano, uno mismo… Este
elemento rebelde tiene como único objetivo destruir la vida tal y como la
conocíamos, como la conocía el protagonista, llevándole al límite para
demostrarle que en esta vida hay que estar siempre en tensión, activo, vivo.
Demostrarle que todo lo que creía seguro, que todo lo que creía suyo, puede
desaparecer, que todo tipo de anclaje, material o emocional, nos debilita. Un
elemento rebelde que no es un perturbador, es un destructor nietzscheano que
apela a uno mismo como superación del anterior hombre, no es la muerte de Dios,
es la del hombre moderno que debe renacer de uno mismo, donde la familia, las
comodidades, el trabajo, pueden desaparecer, no son nada. Uno no es todo eso,
uno sólo es uno mismo.
Ese destructor nietzscheano llevará a los protagonistas de
las cintas de Fincher al límite, a la impotencia, a un camino único sin retorno
y sin salida, donde sólo pueden recurrir al suicidio, al asesinato o a la
asimilación completa de la destrucción de toda su vida, todo lo que amaba, todo
anclaje afectivo o material.
Así lo hará el asesino en serie con Brad Pitt, quitándole lo
que más quería, su familia, obligándole a matarle en “Seven”; así lo hará Sean
Penn con su hermano en “The Game” (1997), quitándole lo que más quería, sus
posesiones; así pasará en “El club de la lucha” (1999), con Brad Pitt llevando
a un apocalipsis terrorista a Edward Norton; así le ocurrirá a Ben Affleck con
su mujer, robándole y haciéndole elegir entre la pena de muerte o una vida
impostada…
Todos los personajes protagonistas del cine de Fincher viven
en el confort, la comodidad adormecedora, perfectos integrantes del
insatisfactorio y hastiado estado del bienestar, y un elemento destructor
vendrá a acabar con ello. El asesino de “Seven” (1995), el juego en “The Game”,
el ladrón que invade la segura casa de Jodie Foster en “La habitación del
pánico” (2002), el Brad Pitt que espolea al adocenado Edward Norton…
Esta destrucción, como he indicado, no se limita a lo
material, es especialmente cruel con lo personal. Es curiosa la predilección
que tiene Fincher por la destrucción del núcleo familiar clásico. En la familia
del estado del bienestar los niños no tienen cabida para Fincher, hay que
extinguir esa “nueva raza”. A los solteros Michael Douglas o Edward Norton, se
suma la cruel muerte del futuro bebé de Gwyneth Paltrow en ”Seven”, la del
naciente alien en “Alien 3” (1992) o la negación constante de prole de la mujer
de Affleck en esta "Perdida". De hecho, Fincher va un paso más allá en esta, su
última película, y concluye la misma con un bebé en camino, pero un bebé que
no es producto del amor ni del convencionalismo, sino del odio, la
desconfianza, la apariencia, un hijo que sólo está ligado a la mujer, no a
Affleck, en lo que es una evolución, una mutación social.
El hijo que viene al final de “Perdida” es la perversión del bebé de “2001: Una odisea del espacio” (Stanley Kubrick, 1969), no es el superhombre que ha superado su dependencia al dios tecnológico, sino el hombre que ha superado al dios del estado del bienestar, hijo de una nietzscheana maquiavélica, una individualista radical que hará lo que sea necesario para mantener viva la chispa vital, la autenticidad de sus postulados, de su particular forma de ver la vida. Una destructora que se sirve de la convención de ese estado del bienestar, de sus prejuicios y su apología de la apariencia, para corromperlo desde dentro, una terrorista íntima, que pervierte todos y cada uno de los tópicos de esta vida moderna… Es el personaje más auténtico y puro, en su maldad, de la cinta. Es el único personaje que actúa, que tiene decisión.
Es por ello que en Fincher casi se intuye simpatía por estos
personajes o, como mínimo, admiración. Es el personaje que se rebela ante todo
eso, que lo entiende a la perfección y usa en su beneficio. El resto son
pasivos, ponen parches, sólo se mueven o movilizan cuando llegan los problemas.
Pasivos y, por tanto, sometidos.
Amy (Rosamund Pike) es la supermujer nietzscheana, hace lo que debe hacer
sin coartadas morales, hace lo que necesita, le conviene, le beneficia, sin
miramiento alguno. Así será su proceder durante toda la película, donde nada ni
nadie impedirá que acometa los propósitos que decide emprender o se siente
obligada a ello.
El suicidio es otro de los aspectos recurrentes del cine de
Fincher. Ese camino sin salida al que se ven abocados sus personajes suele
terminar así en muchas ocasiones, “Alien 3”, “The game”, “Seven”, aunque en
este caso es el elemento destructor el que se sacrifica, en coherencia con el
elemento religioso de sus andanzas, “El club de la lucha”, incluso en esta “Perdida”
la protagonista llega a planear su propio suicidio…
Fincher es, por tanto, el cineasta de la rebelión, pero
también de la impotencia, de la del hombre moderno actual, incapaz de zafarse
de las cadenas de estabilidad, confort y supuesto buenismo que se ha colocado
él mismo, avergonzado de sus pulsiones o apagándolas por completo. Esta
dinamitación, explosión, dilapidación del confort y el estado del bienestar
está en la mayoría de cintas de Fincher, unas veces mostrado de forma más
minimalista y otras de manera más global, pero siempre con la misma concepción
e intención.
Podría entenderse como que los protagonistas son víctimas de
esos monstruos que produce ese sistema y estado del bienestar, pero no sería
más que una justificación más para destruirlo. Casi nunca son seres intachables
los protagonistas de Fincher.
“Perdida” acaba constituida en una amalgama de los
conceptos, las ideas y muchas tramas de la filmografía de Fincher. En “Perdida”
tenemos la maquiavélica mente criminal y juguetona del psicópata de “Seven”;
una asfixiante casa segura y vigilada, la de Desi (Neil Patrick Harris), que
recuerda a “La habitación del pánico”; la concepción casi nihilista del mundo
así como el desarrollo de conceptos nietzscheanos que vimos en “El club de la lucha”;
giros inesperados como en “The game”; un retrato de la superficialidad y la
mentira como esencia y pegamento social, como en “La red social” (2010); el crimen
depurado y de clase social alta como en “Millenium” (2011); el gusto por la
investigación no concluyente de “Zodiac” (2007)…
“Perdida” se eleva por encima de otros thrillers porque, aunque tiene
defectos, alberga en su seno una gran profundidad conceptual y filosófica que
permite reflexionar sobre numerosos temas, muy vinculados al universo de
Fincher. Habría tres columnas vertebrales conceptuales a desarrollar.
1ª. Estamos ante un gran estudio sobre la impotencia,
recalcado con ese magnífico final que no es un impacto conclusivo, sino que se
extiende, demora y alarga para producir, precisamente, esa sensación de impotencia
en el espectador. Una impotencia que viene del conformismo social que se
relacionaría en la película con la crisis que nos asola, contexto en el que se
desarrolla la misma con influencia e incidencia en trama y personajes.
2ª. “Perdida” supone una radical y maquiavélica defensa del
compromiso, el compromiso como acción e involucración, ajeno a cambios y
perezas, llevado al límite, y las consecuencias de la traición a ese
compromiso. Una continua lucha. Una defensa de la lealtad a nivel integral y
que queda representada, aunque pueda parecer paradójico, por el personaje de
Amy.
3ª. La otra gran columna vertebral conceptual de la película
estriba en el estudio sobre la apariencia y la derrota de su sistema de control
vigilante y amarillista ante la acción, decisión, de alguien que es capaz de
engañarlo y usarlo a su favor y en contra del propio sistema, corromperlo desde
dentro ante su ignorancia e incluso indiferencia, regodeándose en ello, aunque
para lograrlo haga falta renunciar a la moralidad y los escrúpulos. Un sistema
viciado que sólo sentirá las
consecuencias, quizá, mucho tiempo después.
La mañana de su aniversario de boda, Nick Dunne (Ben Affleck) descubre que
su esposa ha desaparecido. Preocupado, decide llamar a la policía, pero pronto
pasa a ser el principal sospechoso de lo que parece el asesinato de su mujer,
Amy (Rosamund Pike).
La película tiene cierta estructura circular en el sentido
de que empieza y termina con la misma escena, de forma que este plano cobrará
pleno sentido al final del film. Una estampa cariñosa enmarcada en un texto
truculento donde la voz en off de Ben Affleck desea fracturar el cráneo de su
mujer. Acto seguido, en una serie de planos desiertos al amanecer, veremos uno
de una alcantarilla, la perfecta imagen de lo que Fincher va a mostrar y a
hacer con la concepción del matrimonio en el estilo de vida americana.
Comenzamos la historia el 5 de julio, el día después de la
conmemoración del día de la Independencia Americana, un día elegido a
conciencia.
Fincher hace gala desde el principio de su extraordinaria
depuración de estilo. Un estilo clásico, frío, gélido, preciso y elegante.
Planos largos, sobriedad en los encuadres, una fotografía muy cuidada con los
azules como color predominante, travellings suntuosos, sugerentes y un excepcional
dominio de la atmósfera y el suspense. Los planos y contraplanos en las escenas
de conversación serán seguros y estrictos, una dirección potente y convencida.
El juego de "la búsqueda del tesoro" que la pareja tiene como
tradición en los aniversarios es importante y también se explica en esta
primera escena de la conversación entre hermanos. Pistas que deben seguir con
un elemento vertebrador y temático, papel, flores, algodón… madera.
Siguiendo con esta excelente fase de exposición tendremos
del descubrimiento del secuestro. Una escena extraña, el secuestro más depurado
de la historia, alguna cosa rota, pero todo lo demás en aparente orden, como si
algo no encajase. Si tras ver a Affleck buscar a su mujer, sorprenderse y
preocuparse en soledad, luego hubiera resultado que es el responsable de todo
aquello, habría que dictaminar que “Perdida” es una cinta tramposa, porque esa
actuación de Affleck sólo estaría encaminada a engañarnos a nosotros, el
público, y ese recurso no es honesto y se sale de la coherencia de una
narración.
Gran primera parte.
ResponderEliminarMuy claras y bien expuestas concepciones estilísticas.
Ganas de leer las siguientes.
Gracias Dambo!!
Bss
Estoy muy contento con este análisis, Reina. Muchas gracias por tus palabras. Un besazo.
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