lunes, 26 de mayo de 2014

Crítica: EL MINISTERIO DEL MIEDO (1944)

FRITZ LANG













Perteneciente a la tetralogía antinazi que rodó Fritz Lang estamos ante uno de los títulos más flojos de su filmografía, lastrado por un guión defectuoso, mal definido y con múltiples lagunas. Con todo, “El ministerio del miedo” resulta muy entretenida y deja escenas excelentes con una soberbia dirección, muy en la onda languiana/hitchcockiana del serial y el folletín con falso culpable de protagonista.








La mediocridad del guión no sólo es una evidencia que resalto yo, el propio Fritz Lang lo consideraba un horror. El problema estuvo en que al director le interesaba mucho la novela de Graham Green, pero la Paramount se le adelantó en la compra de sus derechos, cuando le ofrecieron dirigir la adaptación no lo dudó… hasta que leyó el guión que había escrito Seton I. Miller. Aunque intentó rescindir su contrato cumplió como el rígido y disciplinado profesional que era, y lo hizo con creces ya que su dirección es un portento, a pesar de que no subsane lo insubsanable. Al fin y al cabo era un material que le interesaba, aunque el guión fuera malo.

El hombre atrapado” (1941), “Los verdugos también mueren” (1943), “Clandestino y caballero” (1946), son las otras tres cintas en la que Lang se sumergió en el thriller de temática antinazi.

El comienzo es una maravilla, una primera escena donde Lang da muestras de todo su poderío. Una escena que juega magistralmente con las sombras y los símbolos, como ocurrirá en muchas escenas a lo largo de la cinta. El péndulo de un reloj, pocos minutos para las 6 y un travelling de retroceso hasta encuadrar a nuestro protagonista, Stephen Neale (Ray Milland), de espaldas... un inicio que recuerda al de “Los sobornados” (1953). Una habitación oscura y una puerta que se abre, el médico, estamos en un sanatorio mental, y Neale que se levanta al marcar el reloj las 6 en punto, el momento de su liberación. Así presenta Lang a un personaje típico suyo, alejados de la sociedad, del mundo, salen a él repentinamente y lo encuentran infernal, amenazante… Un hombre que valoraba cada segundo y que se verá sumido en una vertiginosa espiral para salvar su vida. Así lo marca el director con un picado muy acentuado a la salida del sanatorio, avanzando de esta forma la amenaza que se cierne sobre ese hombre desde ese mismo instante.





En la siguiente escena se comienza a plantear la trama y el fascinante y absorbente tour de force del protagonista, aunque también los absurdos, los elementos forzados, los trucos y lagunas de guión. Sombras premonitorias acompañarán en su paseo hasta la estación a nuestro protagonista, desde allí verá una celebración. Una feria celebrada por las madres de las Naciones Libres, unas adorables maduras que en realidad son todas espías nazis, donde Neale se verá involucrado sin comerlo ni beberlo en una intriga internacional. Buenos planos con travellings y panorámicas que retratan a la perfección el entorno, la feria, repleta de misteriosas señoras de extraño comportamiento. La adivina se lleva la palma. El enredo con la tarta, la confusión, resulta bastante absurdo, en la historia del espionaje no ha habido peor contraseña, que alguien pida que le adivinen el futuro a una adivina… “No se preocupe por el pasado, dígame el futuro”. En esta escena ya se va insinuando un pasado perturbador en nuestro protagonista, por eso rehuirá de él pidiendo que le digan el futuro. El hecho es que Neale ganará el premio, una tarta, por decir de forma inconsciente una contraseña para tal propósito. Una tarta que parece esconder algo importante y que Neale no cederá a pesar de la insistencia de las señoras una vez son conscientes del error cometido. Este pastel será un macguffin, bueno, lo que contiene.






La siguiente secuencia es verdaderamente notable y rubrica un inicio fascinante y trepidante, adictivo. Lang apostando por su adorado serial sin remilgos, con decisión. El ciego que en realidad es un espía es un recurso muy languiano, lo podemos apreciar en “Spione” (1928), incluso se frustró un proyecto, “Men wihtout a country”, que trataba de espías que perseguían un rayo que privaba de la vista. La escena con la tarta, el ciego, nuestro protagonista y el vagón del tren está modulada a la perfección, rodada con una maestría absoluta, un suspense ejemplar. Lang y los trenes, algo que también nos podría volver a llevar a “Spione”. Esta escena concluirá con el tren bombardeado, el ciego golpeando y robando el pastel a nuestro protagonista y una persecución donde el falso invidente saltará por los aires. Un comienzo demencial, trepidante y alocado que pega al espectador al asiento. Así Neale se convierte en una especie de detective que busca respuestas.






Neale encontrará la asociación de las madres de las Naciones Libres y recibirá toda la información que precise sin mucha dificultad y sin muchas explicaciones, puntos débiles de la narración, entre otras cosas porque es Neale el que guía al detective que contrata hasta allí, y no al revés. En esta asociación se nos presentarán a otros dos de los personajes importantes de la trama, los hermanos Hilfe, Willi (Carl Esmond) y Carla (Marjorie Reynolds), que serán todo amabilidad y complacencia. Cuando Neale cuente la historia del intento de asesinato que ha sufrido, Lang situará su cámara en picado, como a la salida del sanatorio mental, resaltando la tensión del diálogo relacionado con la muerte.



Falsas identidades, mentiras, apariencias.

El ministerio del miedo” se vertebra en las mentiras, los trucos, las falsas identidades y las falsas apariencias, casi nadie es quien dice ser con lo que así Lang logra crear, junto a su puesta en escena repleta de claroscuros, luces y sombras y tono casi fantasmagórico, una atmósfera viciada, amenazante, desconfiada, traidora, donde cualquiera puede querer matarte o ser un espía. Es por ello que la adivina del inicio no será quien dice ser, el ciego no es ciego si no un espía, las viudas, madres y veteranas de las Naciones Libres son todas espías nazis, el señor Willi Hilfe, el hermano de Carla, también será un nazi encubierto, el detective Prentice (Percy Wram), que parece un matón en busca de Neale y así lo cree él, el asesor del ministerio de defensa británico, el dueño de la librería que esconde a los protagonistas, Travers, el personaje que interpreta Dan Duryea y que finge su muerte…



Esta atmósfera de desconfianza, esa idea de mentiras y falsas identidades, es habitual en el cine de Lang, en especial en el antinazi de esta época. Aquí aparece algo más matizado ya que el protagonista contará con algunos aliados y colaboradores que terminarán ayudándole (Carla, el inspector…).

Personas en apariencia normales, viudas inocentes, un ciego, un modisto… que en realidad ocultan una cara oscura detrás de esa fachada.

De igual manera habrá escenarios que serán meras fachadas o donde se hará una representación con intención de engañar, el lugar donde la falsa adivina hace su trabajo, la propia feria del inicio, el piso donde explota la bomba, la sesión de espiritismo...



La reunión con los hermanos Hilfe nos lleva a una sesión de espiritismo, a investigar a la extraña adivina que vimos al inicio, la señora Bellane, pero que ahora aparece con otro rostro, más joven y bello (Hillary Brooke). Dos rubias para Milland, la adivina y Carla. Volvemos a ver a Ray Milland en una sesión de espiritismo, como ocurriera en “Los intrusos" (Lewis Allen, 1944). La puesta en escena y la tensión están magistralmente creadas, el sonido de un reloj, susurros delatores y acusadores que señalan a Milland, una emboscada bien planeada. En esta escena volvemos a ver al que debía ser receptor del pastel que cayó en manos de Neale (Ray Milland), Dan Duryea, un habitual de Fritz Lang (“La mujer del cuadro”, “Perversidad”) en un brevísimo papel, ya que morirá en esta escena tras un repentino disparo del que se acusará a Neale.






Falso culpable.

Nuestro protagonista pasa a ser un falso culpable, uno de los temas predilectos de Lang y por el que también era famoso Hitchcock, pero la curiosidad está en que Neale es falso culpable por partida doble. A nuestro protagonista se le acusó de asesinar a su mujer cuando en realidad no lo hizo, sólo compró el veneno pero lo guardó al verse incapaz de hacerlo, fue su propia mujer la que lo descubrió y tomó, como explicará a su única amiga Carla en la escena del metro donde se protegen de un bombardeo, y ahora se le acusa del asesinato de Duryea, que evidentemente no ha cometido tampoco. El metro, lugar de refugio y confidencias, perfectamente retratado también con una grúa y escenario de otro momento de gran suspense con la aparición del extraño hombre que sigue a Neale. La mención al reloj cuando velaba a su mujer nos lleva a comprender en plenitud el primer plano de la película, cada segundo un tormento, actuando casi como en “El cuervo” de Edgar Allan Poe.



El serial a todo tren, un auténtico placer. De verse con varios aliados a solo y perseguido.

Expresionismo fantasmagórico.

La atmósfera del film remite a un maravilloso tono pesadillesco, gracias a la fotografía de radicales contrastes lumínicos y los elementos de la puesta en escena con que juega Lang.

-El decorado de la sesión espiritista es magnífico, mostrado en plano general para que veamos el círculo que se forma. La tensión será creciente y muy bien modulada de nuevo, con un magistral manejo de los silencios, las sombras y las luces, puro expresionismo fantasmagórico que ayuda a crear esa atmósfera tan excelente que tiene el film. Ya vimos estos juegos expresionistas en la escena inicial o en la secuencia del ciego y el vagón.

La huida de Neale del lugar con la complicidad de Hilfe es un reconocimiento implícito de culpabilidad, justo lo que se pretendía con ese plan.

-De igual manera que se juega con los drásticos contrastes lumínicos, Lang jugará con las divisiones de encuadres para crear suspense, un clásico perfectamente manejado por el maestro, así lo vemos a su regreso a la saqueada oficina del detective que contrató, Rennit (Erskine Sanford), y que pinta poco en la película. Por supuesto esta escena nocturna estará bañada en sombras y luces en un exquisito juego lumínico generador de esa absorbente y apasionante atmósfera del film. Neale seguido por otro extraño personaje que tampoco será quien parece ser.







-En la escena del metro el clímax del suspense será decorado con las intermitentes luces de los vagones que pasan, justo cuando el hombre que sigue a Neale aparece. Una idea visual que incrementa la tensión y sensación de amenaza. El amanecer en Londres que vemos a continuación es magnífico.



-La muerte de Willi Hilfe por un disparo de su hermana es una virguería visual, la oscuridad rota por el pequeño agujero que hace la bala. Al otro lado veremos como la sombra del villano cae. Un gran plano desde lo visual, aunque tiene truco, ya que Hilfe no estaba en el lugar donde impacta el disparo, su sombra vuelve después para caer… quizá se hizo un disparo real y por precaución…

-En la última secuencia de acción, en la azotea, los elementos visuales vuelven a destacar sobre manera, la luz que ilumina la entrada de la azotea desde donde disparan los villanos, el momento donde apagan esa bombilla y lo único que rompe la oscuridad de la noche y de esa puerta son los disparos, la irrupción salvadora de la policía haciéndose la luz de nuevo… Una maravilla visual realmente gozosa.


Un nuevo escenario nos acoge, una librería de primeras ediciones, donde nuestra pareja de protagonistas descubre que uno de los libros que allí se venden es de uno de los integrantes de la sesión de espiritismo a la que asistieron Neale y Willi Hilfe, un asesor del ministerio de defensa británico que en realidad está vinculado al nazismo.


Muy artística resulta la decoración del apartamento de la adivina Bellane (Hillary Brooke). Los encuadres que usa Lang para esta escena son de nuevo otra demostración del talento del genial director, por ejemplo mientras Milland comprueba si la adivina guarda algún arma en el bolso. En esta escena se pretenden explicar algunos de los extraños acontecimientos que vimos anteriormente, por ejemplo los susurros delatores y menciones al pasado de Neale en la sesión espiritista, explicaciones vagas y cogidas con alfileres, pero que al menos son un intento de aclaración. En cualquier caso otro de esos aspectos forzados del guión.




Es de elogiar el atrevimiento de Stephen Neale al volver al piso donde se cometió el asesinato.


Cuando Carla haga saber sus descubrimientos a su hermano veremos a éste de espaldas, un recurso de puesta en escena muy significativo de Lang, muy expresivo, que nos da una pista sobre la verdadera esencia de ese personaje, al mostrarlo de espaldas lo convierte en sospechoso, advierte al espectador atento que ese personaje no es lo que parece, que tiene una cara oculta. Por otro lado la relación amorosa entre Neale y Carla no está bien trata del todo, va demasiado rápido y le falta algo de consistencia, es evidente que puede achacarse a un flechazo y también lo es que hay muchas otras películas donde el desarrollo y el enamoramiento de los personajes es aún más rápido y está peor elaborado, pero no es uno de los puntos fuertes del film.

Nuestros dos protagonistas caerán en otra trampa preparada por el dueño de la librería de primeras ediciones, otro que no es lo que parece. El funcional juego con la escalera en la librería es muy bueno, así como los datos que el malvado librero da en voz alta para que se enteren nuestros protagonistas. La escena de la bomba en el piso amañado, otro lugar falseado, es formidable, gran suspense y resolución, efectos especiales incluidos, puro folletín. La sucesión de acontecimientos y aventuras es incesante.


El extraño personaje que seguía a Neale es presentado con una sombra velando al inconsciente protagonista, allí descubrirá su verdadera identidad, inspector de policía. Su conversación, con un plano y contraplano a distintas alturas, nos llevará al cráter que dejó la bomba que le explotó al ciego para intentar encontrar lo que escondía el pastel y que Lang retratará en un excelente plano general. Resulta ingenioso el procedimiento para cavar y que no se escape nada. Allí descubrirán finalmente el microchip, donde menos lo esperan. Un recurso muy clásico y usado por Lang en muchas ocasiones en su cine es el de los planos que se abren, por ejemplo cuando vemos el mapa que escondía el microchip y que tras un travelling de retroceso deja ver toda la estancia.







La lluvia adornará todo el clímax final, la resurrección del personaje interpretado por Duryea y toda la trepidante acción que se desencadena tras esto. Son muchos los elementos de suspense o con los que juega Lang en esta fase final, el teléfono usado por Duryea que nos hace sospechar de Carla, creyéndola una más del entramado nazi, el encuentro de Neale con los dos hermanos en el piso y el clímax en la azotea.



El clímax es bueno, sobre todo desde lo visual, pero las explicaciones convencen poco, especialmente cuando el protagonista está a merced de todos los villanos o cuando se justifica que no lo maten con un “me caíste simpático”. También resulta absurdo que nuestro protagonista vaya solo a enfrentarse contra todos los villanos, por muy inconsciente o bravucón que este sea, que no lo es. Tampoco es muy lógico que en la escena de la azotea nuestro avispado protagonista se dedique a gastar balas desde su posición y sin tan siquiera ver a sus objetivos…




Las escaleras serán protagonistas en la parte final, llevan a los personajes a la azotea y acentúan la sensación de amenaza y tensión. Lluvia, picados, contrapicados, escaleras, azoteas, luces, sombras, disparos, una atmósfera excelsa para el clímax. La resolución será con Deus ex machina sin explicación con la policía llegando al lugar del tiroteo y acabando con los villanos que acosan a nuestros protagonistas, una resolución bastante escapista. La broma de la escena final tampoco es muy inspirada y parece un pegote.





Como resultado final tenemos la obra de encargo de un maestro, de un profesional que sacaba petróleo de las deficiencias, pero que lamentablemente está lejos de lo que podría haber sido. Una obra mal escrita, muy bien dirigida, con muchas lagunas, muy entretenida, irregular, absorbente… una película muy aceptable y apreciable pero muy por debajo de las grandes obras del maestro Fritz Lang




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