Magistral comedia francesa, no muy conocida, del director
Jacques Feyder realizada en 1935, este último dato no deja de sorprender cada
vez que se disfruta de su visionado… Una obra maestra fresca divertida y sorprendente.
Una de las cosas más llamativas es lo bien tratados que
somos los españoles en esta cinta a pesar de ser francesa, si bien es cierto
que el director es belga. La Kermesse, que son los festejos típicos que se celebran
cada año en los Países Bajos, en este caso en el pueblo holandés de Boom
(ficticio), es el ambiente elegido para esta singular comedia. En medio de los
preparativos de la celebración 3 jinetes traen el mensaje de que un tercio
español pasará por el pueblo y se alojará en el mismo unos días. Flandes estaba
bajo domino español, es 1616 la fecha donde se sitúa la acción, bajo el reinado
de Felipe III. Si bien dicha dominación no era muy severa los recuerdos de la
guerra atemorizaban a los ciudadanos, como es lógico. Era una época de tregua
en las rebeliones flamencas, la famosa guerra de los 80 años (1568-1648).
La noticia de la llegada del tercio supone un caos en el
pueblo, que cree que pueden ser arrasados y devastados por el ejército
español. Así los hombres y grandes
autoridades del pueblo ingenian un plan donde el burgomaestre se haría pasar
por muerto. Ante la cobardía mostrada por los varones, serán las mujeres las
que se encarguen de gestionar la llegada del tercio español.
Con una fluidez narrativa como sólo el cine clásico logra,
en la fase de exposición se plantean todos los conflictos, tramas y personajes
de la historia de forma sublime, dando el tono divertido, ágil y fresco que
tendrá toda la película de principio a fin.
Con una estética que homenajea a los artistas flamencos y su
estilo y que invade todos los planos, Feyder retrata con ironía, cariño,
frescura, brillantez y sin ningún complejo a la comunidad de Boom.
Los aspectos técnicos son como mínimo tan brillantes como
los temáticos, una dirección soberbia con unos movimientos de cámara
espectaculares y sorprendentes para la época, una fluidez narrativa y en la
puesta en escena que deja anonadado;
cómo se mueven los actores por el decorado; cómo juega con el fuera de campo a
lo Lubitsch; con la frescura y desparpajo que toca temas arriesgadísimos y atrevidos
para la época y con unas interpretaciones donde todos están impecables. El guión es
magnífico y el ritmo trepidante sin un solo bache y lleno de hallazgos, como todos
los aspectos anteriores. Es un placer para el espectador. Una de las grandes
comedias de la historia.
En esa estética buscada basada en los pintores flamencos y
holandeses tenemos que mencionar algunos de ellos que pudieron servir de
inspiración. Así podríamos distinguir a Vermeer, Rubens, Van Ostade, Teniers,
Ruysdael, Rembrandt, Brueghel… en los exteriores y también los interiores, en
las escenas de fiestas y en las de rutina, vamos, en casi todas.
Desde el comienzo Feyder muestra el carácter positivo y
alegre de sus gentes de forma entrañable. Como ejemplo, a la llegada de los tres
jinetes que antecede al tercio español y crea toda clase de estropicios comportándose con una total falta de educación y respeto, haciendo que se entienda
mejor y se haga más comprensible el miedo que tienen los hombres a la llegada de los
soldados españoles, el pueblo en general no se lo toma a mal, sino que
incluso se oyen comentarios sobre la habilidad de los jinetes. Magnífico.
En esta primera parte, como digo, hace un retrato entrañable
del pueblo holandés así como se ríe de él sin ningún complejo. Vemos ese
ejército “amateur” que apenas sabe usar las armas y que es el primero en huir
cuando entran los 3 jinetes con las noticias de la llegada de los españoles, al
carnicero peripuesto para ser retratado y la vida rutinaria en el pueblo y con
los preparativos de La Kermesse.
Desde ese mismo comienzo vemos a unas mujeres
decididas y con personalidad y a unos hombres que ostentan el mando por
tradición pero que son débiles y cobardes, y a los que Feyder no duda en ridiculizar,
en lo que es un tema en el que hace especial hincapié, el de ridiculizar la autoridad o
la supuesta autoridad. Así el retrato que hará del burgomaestre (André Alerme) y sus
subordinados es tronchante y más con el contraste del lado femenino del pueblo
en general y de la mujer del burgomaestre en particular.
Mujeres trabajadoras,
pescaderas o amas de casa, vamos viendo escenas de una naturalidad y frescura
asombrosas. Que las mujeres sean más decididas y hagan gala de una mayor
personalidad y los hombres parezcan cobardes no está planteado de un modo
maniqueo, ya que hay retratos masculinos positivos y femeninos no tanto, si
bien es cierto que retratos negativos no hay ninguno realmente reseñable, todo está
bañado con un sentido del humor alegre y sano. Así son la mujer del
burgomaestre, Cornelia de Witte (Françoise Rosay), y su hija, Siska (Micheline Cheirel), en cambio el burgomaestre, Korbus de Witte (André Alerme) que se muestra autoritario
con sus subordinados no lo es tanto con su mujer, y el novio de la chica, Julien Breughel (Bernard Lancret),
también es indeciso a la hora de la verdad aunque se haga valer en su trabajo.
Hombres prácticos y mujeres más románticas es otra característica que
vemos en este inicio.
Los enredos amorosos a lo Lubitsch con salidas y entradas
en habitaciones y con gags físicos tronchantes son una de las grandes virtudes de la cinta.
Los diálogos son extraordinarios, frases como “cuando un marido es amable es porque
te está engañando” no tienen precio. Por supuesto es el mundo femenino el que
se preocupa por los sentimientos en líneas generales, ante la frialdad,
practicidad e intereses del masculino. Las dotes de seducción, manipulación y
la inteligencia femenina para manejar a los hombres están perfectamente
retratadas con sutileza y brillantez, reivindicando lo femenino.
Es que la película es muy grande, como esa escena donde la
mujer del burgomaestre le echa la bronca por su decisión de casar a su hija con
alguien al que ella no quiere en medio de la calle y todo el pueblo va
cotilleando a su paso. La vida misma. La entrada en la casa consistorial del
jinete, sin palabras, es soberbia, pero es que todas las escenas lo son. Una de
las más sorprendentes es la del imaginario asalto de los españoles al pueblo
una vez que llegan, de una rudeza, crueldad y explicitud que deja anonadado.
Espectacular.
El retrato ajustadísimo, divertidísimo y profundo de todos
los personajes y sus caracteres, estando a la vez integrados en la historia que
se cuenta, es perfecto, sobre todo en una película que no escatima en
personajes con diálogo.
Ante la inminente llegada de los españoles y el miedo atroz
que sienten en el pueblo, los mandamases planean algo absurdo y reivindican su
orgullo de macho ante las féminas diciendo que se trata de “intereses
superiores que no incumben a las mujeres”… Por supuesto quedarán en ridículo.
Es asombroso como se mezclan los gags, ya sean de diálogo o físicos (bromas
culturales incluidas), y la narración de la historia con el retrato de las
rutinas del pueblo, sus quehaceres y trabajos, con una naturalidad y precisión
perfectas.
La modernidad de sus planteamientos no dejará de sorprender
nunca, ese alegato en favor de la mujer, de su valía, y de ridiculizar la
autoridad y determinadas tradiciones patriarcales, del autoritarismo y el “mando
porque sí”, es maravilloso.
Como ya comenté, a los españoles se les deja en muy buen
lugar, algo supuestamente sorprendente tratándose de una película francesa, incluso a la iglesia,
representada en el cura dominico interpretado por Louis Jouvet, se la trata con amabilidad, sin que ello
signifique que no haya elementos de crítica en todas direcciones.
El enredo de la fingida muerte del burgomaestre y la
encomiable labor de su mujer tejiendo todas las tramas para lograr sus
propósitos es exquisito, con un humor moderno, ágil y regocijante. La fiesta
con los españoles es desbordante en lo técnico y lo artístico, con las
pueblerinas relacionándose y quedando fascinadas con los soldados españoles,
con escenas de sutil sexualidad, como esa patrona de la taberna que va entrando
en sucesivas habitaciones recibiendo los “favores” de los soldados que están en
ellas, en unas escenas muy lubitschianas, donde entra y sale de las
habitaciones pero no vemos lo que pasa en ellas, salvo como se corren las
cortinas del interior. También se muestra la buena disposición de los españoles,
que ante un robo a una mujer del pueblo castiga sin contemplaciones al ladrón.
El tratamiento del adulterio está retratado con tanta gracia y superficialidad
que es realmente divertido. La inteligencia de la protagonista, la mujer del
burgomaestre, Cornelia, está perfectamente desarrollada en todo momento, como por ejemplo
cuando se ve a ella misma aplaudiendo efusivamente un baile en la fiesta y se
corrige al ver la actitud más calmada del monseñor, interpretado por Jean Murat, el Duque de Olivares. Es muy graciosa también la
mujer que intenta flirtear y ligar con varios de los soldados sin suerte.
Más escenas comentables (casi todas) son la contemplación
del cuadro y su análisis crítico por parte de los españoles con disparidad de
opiniones o las sorprendentes escenas de homosexualidad latente de un soldado
español de modales exquisitos y muy amanerado, en el colmo de la libertad y
riesgo que es esta película, no me puedo cansar de mencionar que es de 1935,
primero rehusando las atenciones de esa mujer que busca una conquista, antes
mencionada, (no tenía suerte la pobre), y luego hablando de costura con un afable
holandés, marido de la anterior. Tronchante.
El Duque es la prueba o una de ellas de que todos los
personajes masculinos no son ni mucho menos negativos, ya que es honesto,
discreto y honorable.
Son muchísimos los temas, mercenarios que hablan de venderse
al mejor postor, la liberación de las mujeres, reivindicación de lo femenino,
retrato social, homosexualidad, la iglesia, la autoridad, el honor, la
cobardía... que se ven entremezclados en la exquisita trama de “La Kermesse Heroica”.
Lo peculiar se funde con lo cotidiano, esa escena de la cena
con el monseñor y la esposa del burgomaestre, con ese enano que creen un niño
pero que en realidad está lejos de serlo y los intentos por manejar tenedores y
cuchillos, son ejemplos de la absoluta brillantez que tiene la película.
Escenas de fiesta, vodevil de altura, y esa relación entre
la mujer del burgomaestre y el Duque, que no llega a nada por los principios
de una y otro, donde la honestidad y las buenas formas se imponen a lo demás,
se van sucediendo hasta una conclusión que deja un sabor de boca extraordinario
pero en el que se mezclan sentimientos de alegría y cierta nostalgia. Al fin y
al cabo triunfa el amor, especialmente el de la joven pareja que quiere
casarse, muy románticos ellos, que hablan de morir a cuchillo o con veneno si
su amor no es posible. Todo en ese tono descarado y atrevido que tiene esta
película impecable.
Con un derroche de medios extraordinario, donde se recreo la
aldea flamenca en su totalidad así como muchos interiores, todos los aspectos
técnicos son del más alto nivel. Un guión majestuoso, grandísima fotografía,
las interpretaciones inmejorables y una dirección perfecta que muestra todo
tipo de recursos, manejando grandes multitudes, un número elevadísimo de
extras, encuadres de todo tipo, una maestría con la cámara alucinante, con unas
panorámicas, unos travellings y unas grúas absolutamente espectaculares y
sorprendentes para la época... Todo de una modernidad y un nivel técnico que no
desmerece a nada ni a nadie en tiempo y forma. Las escenas con muchedumbres son
para revisar una y otra vez y los movimientos de cámara lo mismo.
Estamos, sin duda, ante una de las mejores comedias de la
historia del cine.
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