Walter Kyne hará acto de presencia, el hijo de Amos Kyne,
jefe del emporio, y poco valorado por su padre para mantener el negocio familia.
Walter Kyne, interpretado por el siempre excelente Vincent Price, es un "viva la
virgen", un hedonista que no piensa complicarse la vida, aunque por supuesto querrá
dejar claro quién manda, hacerse valer. Como no quiere molestias ni dedicarse a
ese negocio que nunca le interesó decide crear el puesto de director ejecutivo,
así se iniciará una pelea por tan ansiado puesto que sacará a relucir la peor
cara de los directores de la empresa, una competición donde la ambición lo es
todo. Price hace un papel que le va como anillo al dedo y en el que le hemos
visto en varias ocasiones.
La escena se iniciará y concluirá con el acomplejado hijo
mirando, retador, el gigantesco retrato de su padre que cuelga en el despacho,
empequeñecido, aunque con ínfulas, por la personalidad y labor de éste. Lo que
hace grande la escena es que no sabemos el sentido ni contenido de la primera
mirada, en cambio cuando la escena concluya y veamos la segunda sí que sabremos
su significado, habrá reto, duelo, frustración, rencor, venganza, envidia…
Por el despacho de Kyne irán pasando los directores, John
Day Griffith, editor del Sentinel y consejero de otros 9 periódicos más de la
empresa. Mark Loving, director de la agencia de noticias. Harry Kritzer
director gráfico. Edward Mobley, el conductor del programa televisivo y
principal candidato del padre de Walter a sucederle, algo que conoce su hijo. El descubrimiento del apodado
”asesino del pintalabios” será la prueba definitiva que decidirá quién ocupará
el ansiado cargo.
Uno de los rasgos y movimientos de cámara más habituales en
la cinta son los travellings con panorámica, de esta forma el director recalca
la importancia del nuevo encuadre, tras situar la acción, la composición del
cuadro tendrá una mayor significación, como iré comentando.
Seguiremos conociendo las relaciones entre los personajes,
por ejemplo la que hay entre Mobley y Nancy. También sabremos que Loving tiene
algo con Mildred, pero eso no le impedirá coquetear con la propia Nancy.
La competencia sin afectos y en toda su crudeza comienza,
las amistades que se manifestaban orgullosas, como la de Loving y Griffith,
reducidas a cenizas por el puesto en juego. Ya nadie confía en nadie… o casi.
Un tema muy de Lang, la desconfianza como un cáncer para un entorno.
El dibujo de los personajes es absolutamente perfecto, así como
el desarrollo de su psicología. El personaje interpretado por George Sanders
(Mark Loving), ya se mostró frio al respecto del caso, lo seguirá siendo, no le
interesan ni las víctimas ni los sucesos, sólo lo que supondría descubrir al
asesino para su beneficio. Esto es algo común a todos, pero al menos Griffith
tendrá unas aspiraciones y principios más elevados. No querrá el puesto por
poder o por fardar, sino por amor al periodismo.
Todo esto va en contra de lo propugnado por el jefe Kyne,
como vimos antes de su muerte.
Griffith, Thomas Mitchell, mantendrá la misma fiereza por el
puesto, pero desde una posición más honesta y no cediéndolo todo a la ambición,
aunque en ocasiones se le nuble el raciocinio. Mobley (Dana Andews) mantendrá
su postura poco ambiciosa, aunque esto es relativo, como ya comentaré. Más
elementos en el dibujo de los personajes. Lang se cuida mucho de idealizar a
nuestro protagonista, lo muestra débil con el sexo femenino, o al menos con
Lupino, por la que es tentado y se dejará tentar. Además veremos como el
tercero en discordia tiene menos méritos que nadie, pero una posición
privilegiada por ser el amante de la mujer de Kyne (la exuberante Rhonda Fleming),
lo que le permite explotar esa influencia. Él es Harry Kritzer (James Craig).
“Seguramente se casaron para averiguarlo”.
Edward Mobley, además de presentador del programa de
televisión del emporio Kyne, es premio Pulitzer, alma de escritor, poeta… quizá
de ahí venga su cierto idealismo y falta de ambición. En cualquier caso es un
personaje mucho más complejo de lo que aparenta, capaz de cualquier cosa también
para alcanzar su propósito, hasta de arriesgar la vida de su prometida sin
despeinarse. Muchas dobleces y aspectos relativos muy interesantes de examinar.
Al pobre se le caerá la baba con Lupino, incluso al lado de su novia, un
ejemplo lo tendremos en ese bar al que recurren a refugiarse tras el duro trabajo
periodístico y que será uno de los principales escenarios del film, donde se
exponen los sentimientos y confidencias más auténticos.
Un Andrews borracho intentará seducir a su intachable novia,
en su flirteo le veremos hacer exactamente el mismo gesto que el asesino en el
crimen que presenciamos, dejar abierto el seguro de la puerta de su víctima
para poder entrar posteriormente. Este momento es absolutamente magistral ya
que, efectivamente, Andrews, Mobley, entrará a continuación pero no con la
intención de sorprender a su novia para algo relativo a su relación, sino que
ya está pensando en cómo pudo hacerlo el asesino, una prueba que nos va
mostrando que su pareja está en un segundo plano con respecto al caso del que
decía no querer saber nada (lo disfrazará relativamente argumentando que
pretende protegerla, algo que seguramente también es cierto).
Además ese vínculo entre Mobley y el asesino, entre uno de
los personajes más positivos que pretenden descubrirlo y el criminal, no es
baladí, ya que al final de la cinta Lang logrará el propósito de que veamos tan
despreciables a unos como al otro.
Esta escena es brillante hasta su conclusión, con la
seducción y petición de matrimonio de Andrews a su novia, y la aceptación de
ella. Además hará avanzar la investigación. La escena está rodada con planos
generales que se van haciendo más cortos conforme la conversación se hace más
íntima. Mobley apuesta por el periodista de corazón, Griffith, así que decidirá
ayudarle, aunque Nancy deba mostrarse seductora para ello.
Howard Duff interpreta a Burt Kaufman, policía amigo de
Mobley que le ayuda en lo que puede. Se ayudarán mutuamente. En la escena donde
Mobley y Kaufman conversan en la comisaría por primera vez, Lang usará el
mencionado recurso del travelling con panorámica según entra Mobley en el
despacho. De esta manera la relajada cámara, que esperaba sentada pacientemente,
se activa para centrar a los dos personajes en su conversación, poniendo todo
su interés.
Allí el agente Kaufman explicará las dificultades que
encuentra ahora la policía para detener criminales por la cantidad de
información que éstos poseen, desde la televisión (elemento muy importante en
esta cinta y en posteriores del director como comentaré), a las novelas negras,
donde se dan todo tipo de detalles sobre procedimientos policiales y los
errores más comunes en los crímenes.
Nueva muerte. Nueva escena del crimen. Nueva pista. El
asesino no dejará un mensaje con pintalabios pero sí una revista llamada “El estrangulador”,
con una chica estrangulada en la portada. Un juego demente.
Como ya he comentado Lang se centrará de forma especial en
el funcionamiento y guerra interna en la agencia de información y los
periodistas, muy por encima de la trama del asesino. Así, en esta forma casi documental y de noticiario que pretende Lang veremos el cuidado y
esmero en el trabajo periodístico y el respeto a las reglas. Mark Loving saldrá
raudo para cancelar una información que creía le haría merecedor del puesto, al
filtrarse erróneamente que el asesino era el portero del edificio. Una
información que supondría una denuncia por difamación con casi toda seguridad.
Esta ética profesional en estos despiadados seres que nos va desnudando Lang no
deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta cómo está ese tema en la
actualidad, donde podrían recuperarse algunas de estas costumbres.
Ya destaqué una mirada sutil de Dana Andrews a George
Sanders en la escena donde Amos Kyne muere, ahora tendremos otra con los mismos
protagonistas al llegar el primero a la redacción (sonrisa incluida).
Como apunte debo decir que siento un placer especial con las
películas de periodistas y periódicos, sobre todo con el sonido de una
redacción y de las teclas de las máquinas de escribir de fondo. Ese olor y
sabor del cine clásico que lo hacen tan eterno.
Griffith nos demostrará que Mobley no se equivocaba con él,
es un periodista de vocación y gran dignidad, un hombre honesto que hará lo
correcto. Aunque dice que pisotearía a cualquiera por el puesto, sin que Mobley
medie palabra cederá la información que éste le da a Loving como muestra de
honestidad profesional.
Aunque Lang se centre en los tejemanejes de los periodistas
esto no significa que obvie la trama del psicópata. Lang salpicará la película
de interesantes y sugerentes aspectos, inquietantes en su mayoría, sobre el
asesino y sus asesinatos (esas pistas que va dejando), y también sobre su
psicología, como se muestra en la escena de éste con su tierna madre tras verse
retratado por Mobley en televisión. Este aspecto podría chirriar, incluir
elementos psicológicos y centrarse en aspectos freudianos o pseudofreudianos es algo que sobraría, pero Lang no hace hincapié en ello, lo
resolverá en una única escena donde dibuja escuetamente la perturbación y el
posible origen de ésta que tiene nuestro psicópata. Este personaje interpretado
por John Drew Barrymore, se mostrará satisfecho al ver como sus fechorías se
hacen famosas, ese ego complacido del que tiene complejo de inferioridad, pero
enseguida su rostro tornará crispado al verse retratado por el periodista.
La televisión.
Es momento de mencionar la importancia de la televisión en
la cinta. Aparecerán aparatos de televisión en muy distintos momentos, en la
muerte de Amos Kyne, en el despacho de Loving, en la habitación del asesino...
Nuestro protagonista es presentador de televisión y aparece en pantalla
también. Todo esto indica la consciencia de Lang sobre los nuevos tiempos,
sobre la importancia emergente de ese nuevo aparato y método de comunicación,
de ese gran rival que le estaba saliendo al cine de una dimensión que prometía
ser tremenda. En su siguiente película, “Más allá de la duda” (1956) o en “Los
crímenes del Dr. Mabuse” (1960), esto tendrá su eco y los aparatos de
televisión tendrán importancia en las tramas, aunque integradas en el estilo
Lang, por supuesto.
La televisión, como en muchos casos los espejos, tiene
además una función reveladora, en todos los sentidos, incluso para que los
delincuentes vean su verdadera cara, como en el caso que nos ocupa. También en
“Furia” (1936) mediante el uso de un documental.
Gracias por este repaso a los clásicos.
ResponderEliminarBonita escena de la sombra!!!
Qué guapas las actrices…
Un beso sensei!!!
Muy guapas, la verdad. Un beso Reina.
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