Discreto y esquemático melodrama protagonizado por los
imprescindibles Henry Fonda y Joan Bennett. Una cinta muy convencional dirigida
por Joshua Logan y Arthur Ripley donde personajes, desarrollo y trama son
básicos, sin elaboración, esquemáticos, simplistas.
Todo pivota entorno a dos personajes, Ives y Julie (Fonda y
Bennett), sobre sus motivaciones, caracteres y procederes, y con respecto a
ellos aparecerán otros personajes que tendrán importancia en la trama de forma tangencial.
1925. Una joven pareja se promete, pero la tardanza en
formalizar ese compromiso y el aparente desinterés del chico, más ocupado en sus
libros, desembocan en la fuga de ella con un conocido y alocado escritor.
A esta sencilla trama se le intentan añadir ciertos
elementos pero la insulsa e intrascendente dirección no da para más. Un vulgar
melodrama que incluso parece estirarse en algunos momentos sin demasiada
justificación… y eso que la falta de desarrollo en casi todos los aspectos es
patente.
La descripción de los dos personajes protagonistas es
básica. Julie es impulsiva, soñadora, pasional, decidida, romántica. Ives, es
teórico, calmado, estudioso, platónico, poeta, idealista, recto, romántico.
Estos aspectos se muestran vagamente desde el inicio, un
almibarado comienzo, dos personajes que se quieren, atraen, pero chocan por sus
diferencias. En base a estos conceptos de su personalidad entrarán en liza un
escritor famoso y una alumna atrevida. Dos años de compromiso mientras Ives
estudia y se intenta hacer un camino profesional olvidándose de su novia. Estamos
en la Navidad de 1927. Veremos las diferencias en la escena donde Ives se mantiene ajeno a una
fiesta donde chicos de su edad se divierten y él prefiere discutir con la tía Williams sobre filosofía. Un contraste de humor. Ives se mantiene fiel a su
forma de ser… Julie hará lo mismo.
El director jugará dos veces con los fenómenos
climatológicos en momentos muy concretos de la narración, en el primero de los
casos una gran nevada, de bella factura y muy bien ambientada, conducirá a
Julie a la casa del escritor, que allí mismo y en una noche la seducirá y
fugará con ella para casarse. Del mismo modo la atrevida y tentadora alumna que
se lanzará en brazos de Ives en la segunda parte de la película, le hará
descubrir un mundo de diversión al que se había negado el aplicado profesor.
Por tanto, estos dos personajes accesorios son clave para
la evolución de los dos personajes protagonistas, obligados a madurar y comprender al otro
para limar sus diferencias de carácter, las circunstancias y formas de ver las
cosas que los separan, un encuentro en el término medio, madurez. Una vez
logrado se impondrá y quedará el amor.
Estos dos personajes, el del escritor (Alan Marshal) y el de la alumna, tendrán aspectos cuestionables, no están a la altura de los protagonistas. Él es inmaduro, alcohólico, seductor, encantador, irresponsable, inconsciente… su breve descripción nos llevará a París, a descubrir el mundo del arte parisino, el “utilitarismo”, su excéntrico mundo de artistas sui géneris. En una de esas fiestas desfasadas encontrará la muerte de forma absurda, dejando a Julie y a su hija en difícil situación. La alumna es impulsiva, manipuladora, díscola, deshonesta, variable, de sentimientos débiles, jovial y vitalista… querrá una figura de poder, un capricho de niña rica, y ese será Ives, aunque anteriormente fueron otros, incluido un chófer.
Otros aspectos dificultarán la relación, la familia de Ives,
que se opone a esa relación por el comportamiento de Julie, algo comprensible.
Ives les hará poco caso. Por el contrario estará la tía de Julie, que incitará al
joven a recuperarla, a ella sí se lo hará. La tía representa el papel mediador, la
moderación y sentido común, la lucidez ante los verdaderos sentimientos de los
chicos. Otro personaje instrumental. Ives irá a recuperarla pero cederá a la
inactividad, algo coherente con su forma de ser, al verla feliz entrar en una
habitación de hotel con su marido.
La película se estructura en episodios, elipsis temporales
enmarcadas en anotaciones en diarios o cartas. Han pasado tres años, estamos en
1930.
Llegamos a 1937, la dura vida en París donde no se da
trabajo a los extranjeros debido a una crisis económica, aspecto de interés por
su actualidad. La situación de Julie y su hija Michel, nombre en honor a su
padre, aunque en realidad se llama Michelle, contrasta con los progresos
profesionales de Ives, que prospera, escribe artículos y da clases… pero está
igualmente falto de algo, de amor. Se siente decepcionado con su vida. Su
analogía en clase entre hormigas y adolescentes es una digresión simpática.
Volvemos a ver que a los dos personajes les falta algo para
sentirse completos, realizados. Aquí la tía William (Dame May Whitty), volverá a
ejercer su papel de mediadora y de Cupido, un cheque salvador que solucionará
los apuros económicos de Julie y posibilitará su regreso a Estados Unidos.
Julie tendrá un lógico sentimiento de culpa por cómo se
comportó con Ives y su tía al volver tras 10 años, si bien es cierto que en su
fuero interno tendrá la esperanza de volver con él, alimentada por su propia
tía.
La torpeza en la puesta en escena y en la dirección se
aprecia en muchos momentos, el artificioso regreso de la feliz pareja, tras
comprometerse, dando gritos desde la parte baja de la escalera a la tía Williams; la
escena donde se desarrolla la relación entre Ives y la alumna, estirada de
forma absurda en varias escenas cuando podría resolverse de una forma más
precisa. Que se detengan no se sabe bien por qué tras emprender camino en coche
hacia la casa de la chica resulta impostado y alargado sin motivo. Algunas de
estas cosas pueden deberse a la falta de presupuesto.
Todo esto y la convencional dirección provoca que tras el
giro de los acontecimientos que fue la huida de Julie todo resulte moroso,
previsible, anodino, como estirado, incluso siendo el esquematismo uno de los
principales defectos del film, incluso siendo una película muy corta. Se
alargan escenas intrascendentes y se dedica poco a otros aspectos que deberían
tener más desarrollo (personajes, justificación en las motivaciones, desarrollo
que justifique los cambios…). Muchos defectos, cambios de actuación poco
elaborados, mal desarrollo, confusas motivaciones, difusos sentimientos…
Ives se mantendrá siempre recto y firme, no cederá a la
tentación de esa ansiosa alumna, Brenda (Louise Platt).
La parte final también se centrará en el desarrollo de la
reconciliación entre Ives y Julie, una primera escena en un estanque,
simbólico, donde los peces y la hija de Julie serán protagonistas, es
interesante, se mantendrán a distancia, como corresponde a su situación. Un relación en pausa.
Esas distancias se irán acortando hasta el día del baile,
donde volverán a comprometerse con un fenómeno climatológico de fondo
nuevamente, que vuelve a ser la manifestación perfecta de las pasiones que se
desbordan en esta parte final, ejemplificando el tumulto emocional de los
personajes. Contrasta además con el estanque antes mencionado. Pasiones como el amor entre Ives y Julie que se quieren casar, la
frustración de la familia de Ives que se niega al enlace y hace hincapié en la
atadura que supone la hija de Julie, los celos de Brenda, la oposición de la propia
hija de Julie… La escena en la tormenta con una nueva huida de Julie terminará
con un beso reconciliador.
“Sagrado”.
Hay cierta crítica social a los prejuicios y habladurías en
el pueblo, pero todo muy vago y difuso también.
El final feliz tras una vertiginosa carrera catártica que
desvela los verdaderos sentimientos de las dos mujeres supuestamente enamoradas
de Ives, Julie y Brenda, y el convencimiento de la tía Williams a Michael, la
hija de Julie, para que acepte a Ives, son nuevos ejemplos de ese esquematismo
y falta de elaboración en las situaciones y sentimientos. La carrera en coche
al menos funciona mejor.
Hay aspectos interesantes, algunos ya mencionados, el buen
manejo de los fenómenos climatológicos vinculados a los sentimientos de los
personajes, la escena donde Julie es seducida mientras un potente fuego, símbolo
de la pasión sin freno que unirá a esa pareja, preside la misma. La escena del
estanque con un simbolismo acertado también y, sobre todo, las interpretaciones
de unos jóvenes Henry Fonda y Joan Bennett, muy acertados, especialmente él,
con ese tono tan habitual suyo, melancólico, apesadumbrado, taciturno,
afligido…
Una floja cinta melodramática.
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