jueves, 25 de octubre de 2012

Crítica: MEDIANOCHE (1939)

MITCHELL LEISEN










De entre todas las películas que escribió Billy Wilder, pero no dirigió, “Midnight” es la mejor y la que él mismo tiene en más estima. Una obra maestra de la comedia romántica.

Desde la reflexión y el retrato social a la puesta en escena, desde los diálogos a las actuaciones… Todo es extraordinario. Ironía y romanticismo. Puro Wilder.








Puro Wilder en absolutamente todo, en forma y fondo y con muchas de las constantes de su obra, de hecho Wilder estaba contento con esta película porque, según él, es en la que se habían hecho las cosas sin cambiar nada de su guión. Entre los elementos más característicos tenemos una de sus contantes más destacadas y evidentes, algo que no sólo era un recurso narrativo, aunque Wilder defendiera más o menos esa idea, algo que siempre tenía una carga de profundidad y reflexión. Las máscaras.

En las películas de Wilder siempre suele haber uno o varios personajes que ocultan su verdadera personalidad, que no dicen quienes son en realidad ocultándose tras una identidad falsa o una máscara física. Son muchos los ejemplos en sus películas, “Con faldas y a lo loco” 1959, “Irma la dulce” 1963, “Ariane” 1957, “Testigo de cargo” 1957, “El mayor y la menor” 1942… En casi todas está este elemento en una medida u otra y ésta que nos ocupa no podía ser menos.




La mentira y el engaño, como esencia de esta sociedad, es reflejada por Wilder desde todos los puntos de vista, una sociedad que usa la máscara, la apariencia, la mentira y el engaño de forma permanente y por todos los motivos posibles. Wilder unas veces se mostrará comprensivo, otras justificador y otras más crítico, dependiendo de la intención y circunstancias de esas falsedades.

La protagonista mantiene una identidad falsa durante casi toda la película pero no será ella sólo quien recurra a esto.


Podríamos poner un listado de frases y diálogos brillantísimos, como en todas las películas de Wilder, pero sería frustrante por la cantidad y por la penosa posibilidad de olvidar alguno, baste decir que tanto los diálogos como las situaciones cómicas son una gozada, de una inteligencia e ingenio desbordantes.

Una chica americana llega a París con lo puesto, sin dinero y dispuesta a buscarse la vida, es desenvuelta y guapa pero está sola. Conoce a un taxista que la ayuda y del que acaba “huyendo” para acabar en una fiesta de la alta sociedad donde se hará pasar por una rica baronesa.


Hay una evidente mirada social en ese contraste del mundo de los taxistas y el de la alta sociedad pero no es crítica sino irónica con ambos mundos.

A nivel interpretativo podemos decir sin temor que se roza lo sublime, Don Ameche está muy correcto en un papel como los suyos de toda la vida, pero lo de Claudette Colbert y John Barrymore es espectacular.

La dirección de Mitchell Leisen es magnífica, un director que hizo películas en varios géneros pero que en la alta comedia daba el do de pecho, se encontraba muy cómodo y aquí su puesta en escena, sus gags visuales y su buen hacer para sacar el máximo partido a cada momento y secuencia son de la máxima calidad, haciendo de “Medianoche” su mejor película y una de las grandes comedias de la historia.

La llegada en tren de Eve Peabody, el tren siempre ha sido un elemento importante en muchas de las películas de Wilder como símbolo del trayecto de la vida, del viaje vital, y que es utilizado para momentos clave o giros en la vida de los protagonistas, donde todo cambiará de forma definitiva (”Con faldas y a lo loco”, “Ariane”, “Perdición”…), una llegada maravillosa de una chica que viene en traje de noche y… nada más. Con lo puesto. Una situación extraordinaria y totalmente delirante que, evidentemente, dará mucho juego. Eve (Colbert) es desenvuelta, descarada, atrevida. A pesar de las circunstancias, de  llegar a una ciudad desconocida, lloviendo a mares y sin conocer a nadie, ella no se muestra afectada, parece de vuelta de todo y no le impresiona París en lo más mínimo. Ella se muestra capaz de buscarse la vida tarde más o tarde menos.



Son evidentes las referencias a “La cenicienta” en la película, una cenicienta americana y muy atrevida. En la película la protagonista hace referencia al título de la misma y a la historia de “La cenicienta”, cuando dice que “a toda cenicienta le llega su medianoche”. Tendrá, de la noche a la mañana, como por arte de magia, ropa nueva y cara, un lugar lujoso donde vivir, un príncipe azul que babea por ella, una carroza con chófer y todo…

La relación, con magistrales diálogos, entre el taxista y la “cenicienta” se va desarrollando, tal es la atracción que siente, como luego explicará ella, que prefiere huir por el temor a meterse en líos, ya que no es muy dada a elegir bien sus conquistas.

  


Fascinante retrato de un París que desborda vida y alegría.

La escena en el bar donde los taxistas se reúnen y donde la chica debe ser compartida por todos es muy divertida, aunque lo primero es lo primero y si hay un cliente... tiene prioridad.

Como en todas las grandes películas la sutileza es un grado, esa mirada mientras cenan en el bar de los taxistas, antes de cambiar de plano, que le lanza ella a él cuando está sirviendo el vino, lo dice todo. Una mirada que provocará su huída.


Tibor Czerny (Ameche) es un taxista, idealista, visceral, obstinado, poco sutil, de buen corazón aunque algo fanatizado en contra de los de una clase social superior. 

La huída de Eve ante lo que cree que es una mala idea, llevar la relación con el taxista más allá, desemboca en una fiesta de la alta sociedad, una de las grandes secuencias de la película. Aquí se nos presenta al otro gran protagonista de la cinta, un inconmensurable John Barrymore. Una escena larga donde los gags son sumamente elaborados y en los que se van sumando elementos, todos elegantes y sutiles. Un perro, un asiento, unos zapatos, unas miradas, un concierto, una intrusa a la que se busca para echarla de la fiesta…





Todo lo que se diga de Claudette Colbert en esta película es poco, si bien la frescura y naturalidad de todas las interpretaciones es asombrosa por su modernidad, una modernidad intemporal que lo era en su momento lo es ahora y lo será dentro de muchos años, la de Colbert  es simplemente genial. Sin exagerar lo más mínimo y con una excelsa expresividad en los gestos y las miradas es capaz de transmitir su carácter vitalista, su tensión, su miedo, su atrevimiento… El juego que consigue sacar del asiento al lado del también maravilloso Barrymore es un absoluto deleite. Allí procura descansar de las tensiones de la noche y mientras la fiesta, que le resulta aburrida, avanza con toda su solemnidad, ella da el contraste con gestos increíbles como descalzarse sin el más mínimo reparo, con la forma de recostarse o la de mirar de reojo. Un gag divertidísimo que se sublima con las miradas sorprendidas de Barrymore ante estos hechos. Una vez más se contrapone la naturalidad de la clase media con la rigidez y solemnidad de la clase alta. El juego de miradas de ambos actores está entre los más grandes momentos de la película e iguala esa supuesta crítica a un ambiente, el de la clase alta, alejándose del maniqueísmo, sobre todo en el tratamiento que dará al personaje de Barrymore. Una escena casi sin palabras, donde los breves diálogos son tronchantes, pero a la que se saca más partido desde el suspense, la puesta en escena y lo visual. Una secuencia para analizar detenidamente casi en cada fotograma, como esos momentos absolutamente geniales en la interpretación de Colbert cuando preguntan en la fiesta por Eve Peabody y ella disimula mirando sonriente a los lados. Como tantas veces en Wilder, y en todos los grandes, se le saca el máximo partido a los elementos, en apariencia, más insignificantes, objetos sin aparente importancia, en este caso tenemos la papeleta de empeño, que vertebrará en muchos aspectos la cinta e impulsará la narración.


Luego y sin que el ritmo descienda, más bien parece imparable, tenemos la partida de brigde, en ella la historia dará un giro radical. Se presentarán al resto de personajes y sus relaciones, que irán motivando los posteriores sucesos de la película, una mujer infiel, un gigoló amante de ésta, su marido (Barrymore), que estuvo sentado con nuestra protagonista en la escena anterior, y un milagro cuando todo parecía perdido y la identidad falsa que se crea Eve iba a ser descubierta.



Recordar, porque es obligado, que “Medianoche” es una película de 1939, nada más y nada menos. Año, que como muchos sabrán, es considerado, también por otros muchos, como el mejor de la historia del cine. 

A partir de aquí Eve se convierte, con ayuda de Barrymore, en Cenicienta por fin, y rodeada de lujo por todos lados intentará ayudar a su hada padrina particular para que la mujer de éste abandone al gigoló del que está enamorada, seduciéndole ella misma. Una relación (la de Colbert y Barrymore), de gran complicidad se desarrolla entre ambos y sirve como ejemplo de esa falta de maniqueísmo en la mirada hacia las distintas clases sociales.





Una vez acaba la partida de bridge y el personaje interpretado por Barrymore presta el dinero a Eve para salir del apuro, se sucede una de mis escenas favoritas, un momento de actriz excepcional y de los que más gracia me hizo, cuando George Flammarion (Barrymore) pregunta por la intrusa que se había colado en la fiesta a la anfitriona, ésta explica que sí, que la habían echado y que se hacía pasar por la archiduquesa de Mendola, en ese momento al saberse a salvo Eve suelta una carcajada de disimulo que, sin duda, es un momento antológico de la historia de la comedia, perfectamente montada además.


Nuestro amigo taxista procede a una búsqueda obsesiva de su misteriosa amiga, por la que quedó fascinado, para ello recurrirá a todo el gremio de taxistas en una broma referencial a un hecho acontecido en la 1ª Guerra Mundial.

El retrato de la alta sociedad es irónico, como el de las clases más modestas, aunque en general todo gira en torno a la primera, no en balde es una alta comedia, sus costumbres y forma de vida, donde se introduce un ligero contraste por la condición social de la protagonista y el taxista, aunque no de forma especialmente crítica. Son superficiales, pero también profundos en sus sentimientos, ligeros, snobs, caprichosos, hedonistas, aislados, simpáticos y divertidos, vanidosos, insatisfechos, individualistas... Algunas de estas cosas contrastan con el taxista especialmente, honesto y de firmes principios, satisfecho con su vida, además del ejemplo de solidaridad que supone la escena de los taxistas antes mencionada.



La parte final tiene un ritmo espectacular, los giros de guión y la brillantez para ir reinventando la trama con situaciones cada vez más imprevisibles y surrealistas no deja de sorprender. Y en todas ellas surge siempre la imponente presencia de Colbert, una interpretación para los anales de la comedia.



La aparición de Tibor haciéndose pasar por el marido barón de Eve da un vuelco total a la cinta de consecuencias inesperadas. Momento sublime y que es el arranque de la memorable parte final de la cinta, donde cada escena es mejor que la anterior. La expresividad de ojos de Barrymore es maravillosa. Tibor pone contra las cuerdas a Eve en un juego del ratón y el gato, en una lucha de intereses encontrados, la obliga a seguir su juego en su intención por conquistarla pero ella no dejará las cosas así. Ella, con un evidente conflicto interior entre su amor por Tibor y su miedo a comprometerse con algo que cree fracasará, se las ingeniará para poner la situación a su favor. Su táctica será inventarse una locura en su falso marido que la ha llevado a la desesperación y a huir de su lado, una locura que se manifiesta creándose identidades falsas, generalmente de clase trabajadora. Esta brillante reacción de Eve es la contestación al jaque al que la somete Tibor al hablar de una hija de ambos y su enfermedad, algo que cuando parecía no tener solución y acabar con toda la historia es solucionado por el bueno de Barrymore, en una de las escenas más tronchantes de la película, haciéndose pasar por la hija en la conversación telefónica que Eve tiene con ella, la cual supuestamente está en Budapest.




    Las clases más modestas, ejemplificadas en el taxista, además de lo mencionado son mostradas como obstinadas, algo obsesivas, acomplejadas… Acaba predominando un análisis de las personas por encima de su clase.

Todo desemboca en el divorcio, surrealista, de la pareja, un divorcio de una pareja no casada.


La última escena, donde vamos viendo salir a todos los personajes del juicio y su reacción tras los hechos allí acontecidos, es magistral nuevamente. Un gran final feliz.





La película, que siempre suele ser destacada por el maravilloso guión de Wilder y Brackett, es elogiable en todos sus aspectos, porque su dirección, que parece quedar eclipsada por el nombre de los guionistas, no desmerece en absoluto, al contrario, es totalmente magistral. De las interpretaciones ya hemos hablado, de primer nivel (tenemos que mencionar también a una magnífica Mary Astor) y la fotografía y demás aspectos técnicos son brillantes. Es decir, aunque se recuerde por su guión y guionistas, justamente, la dirección, interpretaciones y demás aspectos no están ni una décima por debajo.




Una maravilla absoluta del séptimo arte que entra de lleno en la antología de la comedia y del cine en general.



 

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