
“Las vírgenes suicidas” (1999), adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides que fue saludada como “El guardián entre el centeno” moderno, fue el bautismo de fuego de la cineasta, un retrato de la adolescencia y el lado oscuro de la aparente felicidad de la clase media americana de los años 70, sobre la intolerancia y la represión, sobre la inmadurez, de hipnótica estética new age. Una estética que Coppola no abandonará y será su sello propio. De alguna forma Sofia Coppola dota de profundidad y dignidad a todo ese universo new age. Las buenas críticas la pusieron en el disparadero hacia la fama que se vio confirmada con esa obra maestra que es “Lost in Translation” (2003).
Su posterior “Maria Antonieta” (2006) no alcanzó la repercusión de sus anteriores obras y ahora nos llega esta “Somewhere”, una cinta que va muy en la línea de “Lost in Translation” y que sin llegar ni de lejos a aquella tiene algunas de sus virtudes.

La primera escena casi resume el estado psicológico y de enclaustramiento mental y vital del personaje, una primera escena donde está la clave de la trama y que relacionada con la última cobra todo el sentido que la cineasta quería transmitir. Un famoso actor atrapado en sí mismo y en las redes que su propia vida le ha tejido. Un coche conducido a toda velocidad da vueltas y vueltas a un mismo recorrido, conducido por el protagonista.



Todo, incluso esta reflexión, resulta algo infantil, lo cual daría como un acierto más los elementos añadidos a la estética que usa Coppola.

Así veremos cómo Stephen Dorff, sentado tranquilamente en su sofá, mira su habitación, con calma, deleitándose, se acomoda, bebe un poco de su cerveza distraídamente, fuma aburrido un rato, se incorpora en el sofá, parece que va a hacer algo, pero no, sólo mira a su alrededor a una habitación que está harto de mirar y sigue fumando y mirando…
El riesgo es grande y es fácil que el espectador se pregunte si para retratar el aburrimiento hace falta aburrirlo a él.

Es una opción, si te aburre la cosa irá mal pero si entras en ella disfrutarás, y para entrar hay que ir dispuesto.
Quizá algún intelectualoide se invente tras el visionado de esta cinta, algún término para pasar a la posteridad del estilo “Generación XY” o alguna chuminada del estilo.
No debe entenderse “Somewhere” como una crítica o retrato de Hollywood ni ese tipo de cosas, estrictamente, más bien a esa sociedad del bienestar que nos tiene anestesiados. Aquí vuelve a tratarse de un famoso, lo que no puede pasar desapercibido, y vuelve a situar el punto de vista de la cineasta en el tema de la fama y sus “perjuicios” resultando esa idea un poco cargante, en plan “no somos tan felices, en realidad también sufrimos”. Es por ello por lo que prefiero verla desde un prisma más universal, algo que Coppola no desmiente al pasar muy de puntillas por el retrato de Hollywood, la fama y todos estos temas. Es más, algunas de las cosas que le hacen sentirse más orgulloso al personaje que interpreta Stephen Dorff son los premios que le dan ante su hija.
La dependencia del confort.

La idea es manida, son vidas vacías llenas de cosas, y que además se le da en ocasiones connotaciones morales, es decir, vidas vacías, precisamente, por estar llenas de cosas. Hay que condenar tener muchas cosas porque te lleva a la deshumanización, la podredumbre moral y el vacío vital. Un mensaje que colaba mejor en otros años y que redunda en esa sensación naïf, mencionada, que recorre la película.

Veremos fiestas privadas con bailarinas de strip tease en una barra americana rodadas con plano y contraplano estricto.
Stephen Dorff es un actor de aspecto desaliñado, guarro, grunge, que parece no haberse peinado en los últimos 20 o 30 años, ni lavado la cara jamás tras levantarse, y eso que en la película le vemos hacerlo, incluso ducharse. Pero no le cunde, cultiva ese look sucio, guarro, con pasión. También me llama la atención su protuberante vientre, y eso que parece un tío que hace deporte. Aquí realiza un trabajo sobresaliente durante todo el metraje.

El detalle, los detalles, con que hace el retrato del protagonista y su mundo, de fondo naif, simplista y bastante ingenuo, es lo que eleva la cinta hasta hacerla interesante. Si no fuera por el buen pulso, dirección y detalle, matices, la película sería enormemente discreta. No pasaría del documental con ínfulas. Aquí, más que nunca, la forma juega muy a favor del fondo, superándolo con creces.
El tono naïf, ingenuo, simplista, podría ser entendido como cierta ironía o mala leche encubierta si no fuera porque la mirada de Coppola a sus personajes es entrañable en esencia, es decir, se toma en serio su mensaje, lo cual es un pequeño lastre.
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