La mansión de tintes góticos de Gates será escenario de más
escenas de suspense, cuando el villano lleve allí a Ellen creyendo que colabora
con Raven. Insistirá en que es un hombre pacífico y el juego tenebroso de luces
y sombras, los rayos de la tormenta del exterior contrastados con el apagón del
interior, marcan la tensión creciente tanto de la escena como de la trama.
Amordazada por el chófer, una especie de Igor maquiavélico y sádico a las
órdenes de Gates, se planeará la muerte de la bella joven, una fusión perfecta
de forma, expresionista, y fondo, amenaza de muerte de la protagonista. Unas
escenas en esa mansión que podrían entroncar la película con otro “Cuervo”, el
de Edgar Allan Poe.
Una vez reunidos todos en la mansión, el novio de la chica,
Michael, y nuestro asesino protagonista, Raven, Tuttle jugará con acierto con
el suspense y los segundos planos, como cuando el esbirro de Gates lanza el
bolso de la chica por la ventana para que no sea descubierto. Una grandísima
atmósfera gestada en el buen uso del encuadre y la fotografía de marcados
contrastes lumínicos. Fotografía que es obra de John F. Seitz.
Una escalera como escenario de violencia, por la que Raven
lanzará al chófer de Gates, y planos generales excelentes mientras el
protagonista busca a Ellen entre decorados exuberantes y góticos.
“No la voy a hacer ningún daño, usted me trató bien”.
Otra escalera presidirá el primer encuentro cara a cara entre Raven y Michael, cuando el protagonista asesino acuda con Ellen al club
de Gates. Estupendo el detalle de atrancar la puerta con un paraguas, tras la
tormenta a la que asistimos en la mansión de Gates.
La noche, la ciudad y las calles húmedas se alzan con el
protagonismo, con un rastro de cartas de la prestidigitadora Ellen, en otro
buen detalle de guión haciendo útil su profesión. La fábrica de gas y sus
alcantarillas también serán escenario de ese paulatino descenso a los infiernos
de la pareja, hasta llegar a un apartadero de ferrocarril. Un acoso constante
que desembocará en una noche íntima en una cabaña abandonada del apartadero del
ferrocarril. Las luces acosadoras de los focos buscando a Raven vuelven a
marcar el contraste lumínico en una película que se va haciendo cada vez más
asfixiante, visualmente muy poderosa en esta segunda mitad de su metraje.
En dicha cabaña aparecerá un segundo gato, para deleite del
protagonista, que mostrará su lado más sensible de nuevo, a la vez que confiesa
sus averiguaciones a la chica. Ellen verá esa pequeña fisura en la dura coraza
del asesino. Relacionará la aparición del gato con la suerte, un animal símbolo
del destino y la muerte. Además Raven se identificará con el gato por
su libertad y por no necesitar a nadie, su soledad e independencia. Contra su
voluntad, Raven matará al gato para que no los delatase con sus maullidos, en lo
que resultará un gesto simbólico. Aceptable la evolución psicológica de los
personajes, especialmente de Raven.
“He matado mi suerte”.
La relación de los gatos y el criminal es digna de estudio,
ya sea aquí, de forma pionera, en “El Padrino” (Francis Ford Coppola, 1972) o
en la saga Bond…
Ellen (Veronica Lake) hablará de las intenciones de los villanos, vender una
fórmula química con veneno para ser lanzado en bombas sobre América, la amenaza
japonesa, que se confirmó pocos meses antes de la película, lo que supondría la
participación de los Estados Unidos en la 2ª Guerra Mundial debido a un
panorama internacional ante el que iba a ser imposible mantenerse al margen.
En el sueño que el asesino Raven relata a Ellen, se
desenmascara un pasado que pretende vincularse a su actual psicopatía o gusto
por el asesinato, malos tratos en la infancia, especialmente de su tía, la que
debía ser generadora de cariño y seguridad para el Raven niño. Ellen es una
hábil “psicoanalista”.
Una vez pasen la noche entre confesiones y acercamientos, la
mañana los recibirá con una espesa niebla, una estética excepcional para
nuestro deleite y de todo aquel con gusto por las atmósferas únicas del cine
clásico. La furtiva pareja pactará para llegar a Gates.
Bellísima Lake con su look varonil de camuflaje y entrañable
momento donde reconoce su amor por el policía que los persigue al Raven más
sonriente y empático. Uno de mis momentos favoritos de la película. El beso,
casto, rubrica una amistad entre hombre y mujer alejada de coartadas románticas
francamente conseguida y conmovedora.
Esta huida está algo más conseguida, con una fría muerte por
el camino que impedirá a Raven cumplir su promesa de no usar más su arma. Un
nuevo tren, y unas carreras por puentes, servirán para escapar a Raven. El tren
de nuevo como vehículo del destino hacia una redención.
Llegados a este punto preferimos que Ellen se quede con el
cruel asesino antes que con el soso policía, que tras rescatarla de sus garras no
tiene ni un solo gesto de cariño o comprensión con su novia, o al menos de
alivio por verla sana y salva.
En el clímax, en la empresa de Gates (Laird Cregar), habrá grandes planos,
como el ataque al esbirro de Gates, que se las lleva todas, tras una puerta en
off, o el uso de las máscaras anti gas para el ensayo que facilita la llegada
de Raven a Gates y, finalmente, a Brewster (Tully Marshall), el mandamás que me
recuerda a Gila.
El bueno de Raven (Alan Ladd), a punta de pistola, logrará la confesión
de todos, la venta del gas a los japoneses, redimiéndose con un acto generoso y
patriota. Las alturas serán protagonistas con los intentos policiales desde exterior para entrar en el despacho de Brewster. Gates tratará de mermar la
confianza de Raven en su amiga Ellen, pero el asesino redimido perdonará la
vida a su novio en otro bello gesto al final. La conclusión dará a Raven esa
ansiada redención al saber de la fidelidad de su amiga y de su labor bien
hecha, confirmada con el reconocimiento y la sonrisa de Ellen. Un gran final, impuesto por el código Hays.
Es tremendamente original la relación de los protagonistas,
Ladd y Lake, poseedores de una indudable química pero que no mantienen una
relación amorosa.
Claroscuros, el expresionismo y las sombras, la noche y la
ciudad, la violencia, el crimen, una mujer seductora que no llega a ser fatal,
el punto de vista del criminal convertido en antihéroe, elementos psicológicos,
los tipos duros de gabardina y sombrero, los solitarios individualistas, la
fatalidad… son algunas de las claves características del cine negro clásico que
podemos disfrutar en este notable título de referencia dentro del género.
Buen trabajo de los actores, en especial de la bella
Veronica Lake y el inexpresivo Alan Ladd, que realiza un trabajo eficaz. Algo
menos afortunado está Robert Preston como el enamorado agente de policía.
Estimable obra en la que nunca perdemos el interés, la mejor
de su director, habitual del cine negro, que tras la caza de brujas vio frenada
su carrera, caza de brujas en la que participó como delator buscando mantener
su estatus, algo que se volvió contra él. Junto a Ladd, al que hizo estrella y
que se convirtió en amigo suyo, formaría una productora. Esta película tuvo un
remake dirigido, nada más y nada menos, que por James Cagney, (Atajo al
infierno, 1957).
Influyente película de cine negro que dio a luz a una de las
más famosas parejas del género, Alan Ladd y Veronika Lake, que ya había
alcanzado el estrellato con “Los viajes de Sullivan” (Preston Sturges, 1941).
Una película en la que se aprecia el germen de la estética pesadillesca y
expresionista que sería seña de identidad del género, una de las primeras
películas que desarrollan esa idea, como haría “Perdición” (Billy Wilder, 1944)
o comenzó a hacer “El halcón maltés” (John Huston, 1941).
Creadora de la figura del asesino como protagonista que
tantos títulos posteriores imitaron, llegando a su cima con “El silencio de un
hombre” o a su vertiente más entrañable con “León, el profesional”, cintas que
rinden evidente homenaje a la que nos ocupa. El asesino frío, despiadado, sin
escrúpulos, solitario, que adquiere cierto código de valores o da salida al que
alberga en su interior inconscientemente, que pasa de disfrutar con su trabajo
a guiarlo en pos de una buena causa, un sistema de valores rudimentario y
básico pero positivo y guiado por un elemento externo, otro personaje, una
chica quizá.
Aquí se inicia una colaboración de la que sería una de las
parejas míticas del género negro, la formada por Alan Ladd y Veronica Lake,
aunque luego coincidieron en “Saigon” (Leslie Fenton, 1948), una película de
aventuras, y en la curiosidad “Variety girl” (George Marshall, 1947), una comedia
musical repleta de cameos. Veronica Lake se convirtió en mito durante la
primera parte de esta década haciendo de mujer fatal de buenos sentimientos.
Una pareja mítica de actores menudos que daba francamente
bien en pantalla, porque si bajita era ella, bajito era él. Aquí Ladd, que
casi se presentaba al público en su primer papel importante, es teñido de moreno,
ocultando su rubio natural y contrastando con el rubio platino de la bellísima,
sensual y talentosa Lake, uno de los grandes nombres femeninos dentro del
género negro, que era ya tremendamente popular.
Dentro del género que les hizo eternos, la pareja coincidió
en esta que nos ocupa, su primera cinta juntos, en “La llave de cristal”
(Stuart Heisler, 1942), adaptando a Dashiell Hammett, y en “La dalia azul”
(George Marshall, 1946). Ninguna de las tres son grandes obras maestras dentro
del Noir, pero la que nos ocupa es la mejor de todas, un notable título de
referencia que adapta la novela de Graham Greene “A gun for sale”.
Curiosamente, el director de esta cinta dirigió una primera
versión de “La llave de cristal” (1935) que interpretaría su amigo Alan Ladd
posteriormente, en lo que es una simpática coincidencia.
Raven, El Cuervo (Alan Ladd), es un despiadado y eficaz
asesino a sueldo que disfruta sobremanera con su trabajo. Tras cumplir
competentemente con un encargo descubrirá que se le ha tendido una trampa, por
lo que deberá huir para descubrir quién está detrás. Por el camino se
encontrará con la novia del policía encargado del caso, Ellen (Veronica Lake),
que tratará de sacar el lado humano de ese robot asesino.
La película, que no llega a los 80 minutos, es de un ritmo
trepidante, y en ese sentido tenemos una memorable secuencia inicial que nos
describe a la perfección a ese asesino a sueldo que luego tendrá una excelente
progresión psicológica. Un asesino solitario, que vive única y exclusivamente
para matar, esperando la hora de hacer su trabajo durmiendo vestido, imagen que
recogería años después Jean-Pierre Melville en “El silencio de un hombre”
(1967). Adora a los gatos, da de comer al suyo, un rasgo de humanidad, que
entroncaría con la planta que cuida el también asesino a sueldo solitario León en “León, el profesional” (Luc Besson, 1994). Del mismo modo que se muestra
sensible, un atisbo para la esperanza en ese ser despiadado, con su gato, se
mostrará frío y violento con la chica de la limpieza que la toma con el animal,
el gato, en la habitación creyendo que él no estaba.
Acto seguido llega el momento de verle en acción. Una niña
inválida en una escalera le molesta, por lo que se planteará matarla en su huida,
controlándose en última instancia. En la habitación de su futura víctima
comienzan a incluirse elementos de tensión: un plano general que incluye a las
tres personas de la estancia, la víctima, su secretaria y el propio Raven; el
sonido de la cafetera que provoca nervios, primeros planos, frías sonrisas y
muertes secas y sin concesiones. La muerte de la secretaria, con un disparo a
través de la puerta, es excelente, pura frialdad. Oiremos como cae tras dicha
puerta y cómo el asesino comprueba que así es abriéndola a duras penas por la
dificultad que pone el cuerpo abatido.
Raven es un cínico, desconfiado e individualista, un
solitario empedernido endurecido. En la entrevista con el hombre que le
contrató, Willard Gates (Laird Cregar), se hará hincapié en la soledad de Raven
cuando le pregunte por su novia. Una secuencia donde en los planos generales se
observa a un Raven ensombrecido, en un detalle virtuoso de fotografía, un ser
oscuro y siniestro, un cuervo asesino. Presumirá con una sutil sonrisa de lo
bien que se siente matando, para la perturbación del hipócrita Gates, que dice
abominar la violencia pero le contrata para que la cometa… Siempre satisface
que se cuide la caracterización de los personajes, por ejemplo con hechos como
que Gates sea un comedor compulsivo de caramelos de menta.
“¿Quién se fía de nadie?”
“Vives y trabajas solo ¿eh?”
Las sombras irán invadiendo la puesta en escena,
acribillando como cuchillos a los personajes desde casi todos los puntos, el
expresionismo imprescindible en el relato negro.
La presentación de Ellen es espectacular, una cantante y
prestidigitadora que hará trucos con bolas, con cartas, con pañuelos, con
cigarros que convierte en puros, haciendo aparecer pajaritos, desaparecer relojes,
convertir el agua en confeti y desaparecer ante nuestros ojos tras unas grandes
plumas, todo en menos de dos minutos. El hecho de que la protagonista sea una
prestidigitadora es una genialidad, una maga que acabará sacando a relucir la
humanidad de un despiadado asesino que parece sentir aberración por las
mujeres.
Lake tendrá otra actuación para su lucimiento personal con
la canción de temática prestidigitadora pesquera.
Aprovechando que la sublime actuación le proporcionó un
empleo a la bella rubia con el villano Gates, un senador (Roger Imhof) la
captará para que actúe de espía, ya que se le considera un traidor al país que
proporciona información a los enemigos, en este caso fórmulas químicas para
compuestos venenosos que serían usados contra la población, algo que ya vimos
en la primera escena con Raven en acción.
Raven se fijará en un vestido femenino, comportamiento que
no es corriente en él, y pagará con uno de los billetes de 10 marcados. Es una
escena curiosa porque muestra otro rasgo de humanidad, ya que ese vestido es
para la chica de la limpieza a la que le rasgó el suyo en la primera escena,
Annie (Pamela Blake). Esto le servirá, afortunadamente, para descubrir la trampa
que le han tendido y huir. La silueta de un agente tras la puerta, de nuevo las
sombras, y el interrogatorio a la chica le alertarán. Todo esto dejará una buena
escena de suspense con la llamada telefónica y Raven oculto. No es un psicópata
redomado y aunque amenazará a los dueños del motel donde se hospeda si le delatan, no los matará.
Siguiendo este rastro se presenta a Michael Crane (Robert
Preston), el policía novio de Ellen (Veronica Lake). El primer encuentro de la
pareja será en una feria, donde ella se verá obligada a cubrir su mascarada,
lúdico lugar donde prometerá una futura vida juntos en un bello diálogo.
-Crane: Cariño, ¿cómo puedo convencerte de que me zurzas los
calcetines, me prepares la camisa y la casa, y limites tu trabajo a un sitio y
a un solo cliente?
-Ellen: ¡Oh Michael! Me habría muerto si me hubieses dejado
marchar sin decirme nada. Quiero a mi novio, quiero un hogar y varios hijos.
El tren, habitual símbolo del destino o el transitar vital,
será el escenario del encuentro entre Raven y Ellen. Cabe destacar el elegante
vestuario de ella, obra de la imprescindible Edith Head, y el clásico look del él, ese asesino de sombrero y gabardina eternos. Aquí se encontrarán todos los personajes clave, ya que Gates también viaja en el mismo tren. La
noche y las sombras estarán presentes en la primera conversación entre Raven y
Ellen, antes de un cómplice sueño.
Siendo el tren el lugar perfecto para ligar la vida de dos
personas, Raven no dudará en coger como rehén a Ellen cuando se vea en apuros
una vez Gates le descubra allí y avise a la policía. Se inicia así una
persecución constante y el desarrollo de la relación de la pareja, que irán
mostrando sus habilidades y forma de ser, dejando al descubierto sus secretos
más ocultos.
Uno de los mayores defectos de la película radica en la
falta de elaboración desde el guión y la dirección de las evasiones del
protagonista, tanto en el motel, en el tren…. Hay un evidente escapismo y trucos
de guión que no convencen en absoluto. Incluso la pretensión de matar a Ellen,
para no dejar testigos, se impedirá por otra oportuna coincidencia.
Hay algo de inseguridad en esa sucesión de necesarias
huidas, siempre apuradas y por los pelos, como si no fuera suficiente con lo
que se cuenta, lo que denota cierta torpeza en el protagonista que acaba visto
por casi todo el mundo, y en los guionistas y el director que no saben sacar
mejor partido a estas situaciones para hacerlas verdaderamente brillantes. En
una película tan corta podían haber alargado más alguna o concentrado calidad
prescindiendo de tanta cantidad de estas escenas de suspense y evasión.
El villano para el que trabaja Gates, todos tienen un jefe,
tiene un aire al humorista español Gila.