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viernes, 13 de mayo de 2016

Crítica EL CUERVO (1942) -Última Parte-

FRANK TUTTLE









La mansión de tintes góticos de Gates será escenario de más escenas de suspense, cuando el villano lleve allí a Ellen creyendo que colabora con Raven. Insistirá en que es un hombre pacífico y el juego tenebroso de luces y sombras, los rayos de la tormenta del exterior contrastados con el apagón del interior, marcan la tensión creciente tanto de la escena como de la trama. Amordazada por el chófer, una especie de Igor maquiavélico y sádico a las órdenes de Gates, se planeará la muerte de la bella joven, una fusión perfecta de forma, expresionista, y fondo, amenaza de muerte de la protagonista. Unas escenas en esa mansión que podrían entroncar la película con otro “Cuervo”, el de Edgar Allan Poe.





Una vez reunidos todos en la mansión, el novio de la chica, Michael, y nuestro asesino protagonista, Raven, Tuttle jugará con acierto con el suspense y los segundos planos, como cuando el esbirro de Gates lanza el bolso de la chica por la ventana para que no sea descubierto. Una grandísima atmósfera gestada en el buen uso del encuadre y la fotografía de marcados contrastes lumínicos. Fotografía que es obra de John F. Seitz.


Una escalera como escenario de violencia, por la que Raven lanzará al chófer de Gates, y planos generales excelentes mientras el protagonista busca a Ellen entre decorados exuberantes y góticos.

No la voy a hacer ningún daño, usted me trató bien”.



Otra escalera presidirá el primer encuentro cara a cara entre Raven y Michael, cuando el protagonista asesino acuda con Ellen al club de Gates. Estupendo el detalle de atrancar la puerta con un paraguas, tras la tormenta a la que asistimos en la mansión de Gates.

La noche, la ciudad y las calles húmedas se alzan con el protagonismo, con un rastro de cartas de la prestidigitadora Ellen, en otro buen detalle de guión haciendo útil su profesión. La fábrica de gas y sus alcantarillas también serán escenario de ese paulatino descenso a los infiernos de la pareja, hasta llegar a un apartadero de ferrocarril. Un acoso constante que desembocará en una noche íntima en una cabaña abandonada del apartadero del ferrocarril. Las luces acosadoras de los focos buscando a Raven vuelven a marcar el contraste lumínico en una película que se va haciendo cada vez más asfixiante, visualmente muy poderosa en esta segunda mitad de su metraje.





En dicha cabaña aparecerá un segundo gato, para deleite del protagonista, que mostrará su lado más sensible de nuevo, a la vez que confiesa sus averiguaciones a la chica. Ellen verá esa pequeña fisura en la dura coraza del asesino. Relacionará la aparición del gato con la suerte, un animal símbolo del destino y la muerte. Además Raven se identificará con el gato por su libertad y por no necesitar a nadie, su soledad e independencia. Contra su voluntad, Raven matará al gato para que no los delatase con sus maullidos, en lo que resultará un gesto simbólico. Aceptable la evolución psicológica de los personajes, especialmente de Raven.

He matado mi suerte”.




La relación de los gatos y el criminal es digna de estudio, ya sea aquí, de forma pionera, en “El Padrino” (Francis Ford Coppola, 1972) o en la saga Bond

Ellen (Veronica Lake) hablará de las intenciones de los villanos, vender una fórmula química con veneno para ser lanzado en bombas sobre América, la amenaza japonesa, que se confirmó pocos meses antes de la película, lo que supondría la participación de los Estados Unidos en la 2ª Guerra Mundial debido a un panorama internacional ante el que iba a ser imposible mantenerse al margen.



En el sueño que el asesino Raven relata a Ellen, se desenmascara un pasado que pretende vincularse a su actual psicopatía o gusto por el asesinato, malos tratos en la infancia, especialmente de su tía, la que debía ser generadora de cariño y seguridad para el Raven niño. Ellen es una hábil “psicoanalista”.

Una vez pasen la noche entre confesiones y acercamientos, la mañana los recibirá con una espesa niebla, una estética excepcional para nuestro deleite y de todo aquel con gusto por las atmósferas únicas del cine clásico. La furtiva pareja pactará para llegar a Gates.





Bellísima Lake con su look varonil de camuflaje y entrañable momento donde reconoce su amor por el policía que los persigue al Raven más sonriente y empático. Uno de mis momentos favoritos de la película. El beso, casto, rubrica una amistad entre hombre y mujer alejada de coartadas románticas francamente conseguida y conmovedora.

Esta huida está algo más conseguida, con una fría muerte por el camino que impedirá a Raven cumplir su promesa de no usar más su arma. Un nuevo tren, y unas carreras por puentes, servirán para escapar a Raven. El tren de nuevo como vehículo del destino hacia una redención.






Llegados a este punto preferimos que Ellen se quede con el cruel asesino antes que con el soso policía, que tras rescatarla de sus garras no tiene ni un solo gesto de cariño o comprensión con su novia, o al menos de alivio por verla sana y salva.

En el clímax, en la empresa de Gates (Laird Cregar), habrá grandes planos, como el ataque al esbirro de Gates, que se las lleva todas, tras una puerta en off, o el uso de las máscaras anti gas para el ensayo que facilita la llegada de Raven a Gates y, finalmente, a Brewster (Tully Marshall), el mandamás que me recuerda a Gila.


El bueno de Raven (Alan Ladd), a punta de pistola, logrará la confesión de todos, la venta del gas a los japoneses, redimiéndose con un acto generoso y patriota. Las alturas serán protagonistas con los intentos policiales desde exterior para entrar en el despacho de Brewster. Gates tratará de mermar la confianza de Raven en su amiga Ellen, pero el asesino redimido perdonará la vida a su novio en otro bello gesto al final. La conclusión dará a Raven esa ansiada redención al saber de la fidelidad de su amiga y de su labor bien hecha, confirmada con el reconocimiento y la sonrisa de Ellen. Un gran final, impuesto por el código Hays.




Es tremendamente original la relación de los protagonistas, Ladd y Lake, poseedores de una indudable química pero que no mantienen una relación amorosa.


Claroscuros, el expresionismo y las sombras, la noche y la ciudad, la violencia, el crimen, una mujer seductora que no llega a ser fatal, el punto de vista del criminal convertido en antihéroe, elementos psicológicos, los tipos duros de gabardina y sombrero, los solitarios individualistas, la fatalidad… son algunas de las claves características del cine negro clásico que podemos disfrutar en este notable título de referencia dentro del género.



Buen trabajo de los actores, en especial de la bella Veronica Lake y el inexpresivo Alan Ladd, que realiza un trabajo eficaz. Algo menos afortunado está Robert Preston como el enamorado agente de policía.



Estimable obra en la que nunca perdemos el interés, la mejor de su director, habitual del cine negro, que tras la caza de brujas vio frenada su carrera, caza de brujas en la que participó como delator buscando mantener su estatus, algo que se volvió contra él. Junto a Ladd, al que hizo estrella y que se convirtió en amigo suyo, formaría una productora. Esta película tuvo un remake dirigido, nada más y nada menos, que por James Cagney, (Atajo al infierno, 1957).







jueves, 12 de mayo de 2016

Crítica EL CUERVO (1942) -Parte 1/2-

FRANK TUTTLE











Influyente película de cine negro que dio a luz a una de las más famosas parejas del género, Alan Ladd y Veronika Lake, que ya había alcanzado el estrellato con “Los viajes de Sullivan” (Preston Sturges, 1941). Una película en la que se aprecia el germen de la estética pesadillesca y expresionista que sería seña de identidad del género, una de las primeras películas que desarrollan esa idea, como haría “Perdición” (Billy Wilder, 1944) o comenzó a hacer “El halcón maltés” (John Huston, 1941).


Creadora de la figura del asesino como protagonista que tantos títulos posteriores imitaron, llegando a su cima con “El silencio de un hombre” o a su vertiente más entrañable con “León, el profesional”, cintas que rinden evidente homenaje a la que nos ocupa. El asesino frío, despiadado, sin escrúpulos, solitario, que adquiere cierto código de valores o da salida al que alberga en su interior inconscientemente, que pasa de disfrutar con su trabajo a guiarlo en pos de una buena causa, un sistema de valores rudimentario y básico pero positivo y guiado por un elemento externo, otro personaje, una chica quizá.




Aquí se inicia una colaboración de la que sería una de las parejas míticas del género negro, la formada por Alan Ladd y Veronica Lake, aunque luego coincidieron en “Saigon” (Leslie Fenton, 1948), una película de aventuras, y en la curiosidad “Variety girl” (George Marshall, 1947), una comedia musical repleta de cameos. Veronica Lake se convirtió en mito durante la primera parte de esta década haciendo de mujer fatal de buenos sentimientos.




Una pareja mítica de actores menudos que daba francamente bien en pantalla, porque si bajita era ella, bajito era él. Aquí Ladd, que casi se presentaba al público en su primer papel importante, es teñido de moreno, ocultando su rubio natural y contrastando con el rubio platino de la bellísima, sensual y talentosa Lake, uno de los grandes nombres femeninos dentro del género negro, que era ya tremendamente popular.



Dentro del género que les hizo eternos, la pareja coincidió en esta que nos ocupa, su primera cinta juntos, en “La llave de cristal” (Stuart Heisler, 1942), adaptando a Dashiell Hammett, y en “La dalia azul” (George Marshall, 1946). Ninguna de las tres son grandes obras maestras dentro del Noir, pero la que nos ocupa es la mejor de todas, un notable título de referencia que adapta la novela de Graham GreeneA gun for sale”.


Curiosamente, el director de esta cinta dirigió una primera versión de “La llave de cristal” (1935) que interpretaría su amigo Alan Ladd posteriormente, en lo que es una simpática coincidencia.

Raven, El Cuervo (Alan Ladd), es un despiadado y eficaz asesino a sueldo que disfruta sobremanera con su trabajo. Tras cumplir competentemente con un encargo descubrirá que se le ha tendido una trampa, por lo que deberá huir para descubrir quién está detrás. Por el camino se encontrará con la novia del policía encargado del caso, Ellen (Veronica Lake), que tratará de sacar el lado humano de ese robot asesino.




La película, que no llega a los 80 minutos, es de un ritmo trepidante, y en ese sentido tenemos una memorable secuencia inicial que nos describe a la perfección a ese asesino a sueldo que luego tendrá una excelente progresión psicológica. Un asesino solitario, que vive única y exclusivamente para matar, esperando la hora de hacer su trabajo durmiendo vestido, imagen que recogería años después Jean-Pierre Melville en “El silencio de un hombre” (1967). Adora a los gatos, da de comer al suyo, un rasgo de humanidad, que entroncaría con la planta que cuida el también asesino a sueldo solitario León en “León, el profesional” (Luc Besson, 1994). Del mismo modo que se muestra sensible, un atisbo para la esperanza en ese ser despiadado, con su gato, se mostrará frío y violento con la chica de la limpieza que la toma con el animal, el gato, en la habitación creyendo que él no estaba.




Acto seguido llega el momento de verle en acción. Una niña inválida en una escalera le molesta, por lo que se planteará matarla en su huida, controlándose en última instancia. En la habitación de su futura víctima comienzan a incluirse elementos de tensión: un plano general que incluye a las tres personas de la estancia, la víctima, su secretaria y el propio Raven; el sonido de la cafetera que provoca nervios, primeros planos, frías sonrisas y muertes secas y sin concesiones. La muerte de la secretaria, con un disparo a través de la puerta, es excelente, pura frialdad. Oiremos como cae tras dicha puerta y cómo el asesino comprueba que así es abriéndola a duras penas por la dificultad que pone el cuerpo abatido.






Raven es un cínico, desconfiado e individualista, un solitario empedernido endurecido. En la entrevista con el hombre que le contrató, Willard Gates (Laird Cregar), se hará hincapié en la soledad de Raven cuando le pregunte por su novia. Una secuencia donde en los planos generales se observa a un Raven ensombrecido, en un detalle virtuoso de fotografía, un ser oscuro y siniestro, un cuervo asesino. Presumirá con una sutil sonrisa de lo bien que se siente matando, para la perturbación del hipócrita Gates, que dice abominar la violencia pero le contrata para que la cometa… Siempre satisface que se cuide la caracterización de los personajes, por ejemplo con hechos como que Gates sea un comedor compulsivo de caramelos de menta.



¿Quién se fía de nadie?

Vives y trabajas solo ¿eh?





Las sombras irán invadiendo la puesta en escena, acribillando como cuchillos a los personajes desde casi todos los puntos, el expresionismo imprescindible en el relato negro.


La presentación de Ellen es espectacular, una cantante y prestidigitadora que hará trucos con bolas, con cartas, con pañuelos, con cigarros que convierte en puros, haciendo aparecer pajaritos, desaparecer relojes, convertir el agua en confeti y desaparecer ante nuestros ojos tras unas grandes plumas, todo en menos de dos minutos. El hecho de que la protagonista sea una prestidigitadora es una genialidad, una maga que acabará sacando a relucir la humanidad de un despiadado asesino que parece sentir aberración por las mujeres.


Lake tendrá otra actuación para su lucimiento personal con la canción de temática prestidigitadora pesquera.

Aprovechando que la sublime actuación le proporcionó un empleo a la bella rubia con el villano Gates, un senador (Roger Imhof) la captará para que actúe de espía, ya que se le considera un traidor al país que proporciona información a los enemigos, en este caso fórmulas químicas para compuestos venenosos que serían usados contra la población, algo que ya vimos en la primera escena con Raven en acción.




Raven se fijará en un vestido femenino, comportamiento que no es corriente en él, y pagará con uno de los billetes de 10 marcados. Es una escena curiosa porque muestra otro rasgo de humanidad, ya que ese vestido es para la chica de la limpieza a la que le rasgó el suyo en la primera escena, Annie (Pamela Blake). Esto le servirá, afortunadamente, para descubrir la trampa que le han tendido y huir. La silueta de un agente tras la puerta, de nuevo las sombras, y el interrogatorio a la chica le alertarán. Todo esto dejará una buena escena de suspense con la llamada telefónica y Raven oculto. No es un psicópata redomado y aunque amenazará a los dueños del motel donde se hospeda si le delatan, no los matará.


Siguiendo este rastro se presenta a Michael Crane (Robert Preston), el policía novio de Ellen (Veronica Lake). El primer encuentro de la pareja será en una feria, donde ella se verá obligada a cubrir su mascarada, lúdico lugar donde prometerá una futura vida juntos en un bello diálogo.


-Crane: Cariño, ¿cómo puedo convencerte de que me zurzas los calcetines, me prepares la camisa y la casa, y limites tu trabajo a un sitio y a un solo cliente?

-Ellen: ¡Oh Michael! Me habría muerto si me hubieses dejado marchar sin decirme nada. Quiero a mi novio, quiero un hogar y varios hijos.



El tren, habitual símbolo del destino o el transitar vital, será el escenario del encuentro entre Raven y Ellen. Cabe destacar el elegante vestuario de ella, obra de la imprescindible Edith Head, y el clásico look del él, ese asesino de sombrero y gabardina eternos. Aquí se encontrarán todos los personajes clave, ya que Gates también viaja en el mismo tren. La noche y las sombras estarán presentes en la primera conversación entre Raven y Ellen, antes de un cómplice sueño.



Siendo el tren el lugar perfecto para ligar la vida de dos personas, Raven no dudará en coger como rehén a Ellen cuando se vea en apuros una vez Gates le descubra allí y avise a la policía. Se inicia así una persecución constante y el desarrollo de la relación de la pareja, que irán mostrando sus habilidades y forma de ser, dejando al descubierto sus secretos más ocultos.

Uno de los mayores defectos de la película radica en la falta de elaboración desde el guión y la dirección de las evasiones del protagonista, tanto en el motel, en el tren…. Hay un evidente escapismo y trucos de guión que no convencen en absoluto. Incluso la pretensión de matar a Ellen, para no dejar testigos, se impedirá por otra oportuna coincidencia.












Hay algo de inseguridad en esa sucesión de necesarias huidas, siempre apuradas y por los pelos, como si no fuera suficiente con lo que se cuenta, lo que denota cierta torpeza en el protagonista que acaba visto por casi todo el mundo, y en los guionistas y el director que no saben sacar mejor partido a estas situaciones para hacerlas verdaderamente brillantes. En una película tan corta podían haber alargado más alguna o concentrado calidad prescindiendo de tanta cantidad de estas escenas de suspense y evasión.

El villano para el que trabaja Gates, todos tienen un jefe, tiene un aire al humorista español Gila.