Otra joya indiscutible de Pixar, de la que he dejado de ver
sus películas acompañado porque no hay manera de no emocionarse, y uno tiene
que mantener la reputación de crítico duro…
Antes de centrarnos en sus innumerables virtudes, comentaré
el problema principal de esta nueva propuesta de Disney y Pixar, que quizá, sólo quizá, le
impida llegar al nivel de las grandes obras maestras de la productora, aunque
coquetee con ellas.
Se trata de que gran parte de los elementos que utiliza
tienen el aroma de “fórmula”. Y no me refiero en un nivel estructural que,
bueno, se puede pasar más, sino en los aspectos que entroncan con la emoción esencial
que pretende el film, y que se reiteran y calcan casi con descaro.
No son pocos los que han recordado a “Up”, esa otra joya
Pixar, y no es raro, ya que hay elementos en su trama muy reconocibles y usados
aquí casi de la misma manera. Desde la mítica introducción que no dejó a nadie
los ojos secos, al uso de las fotos en el final. Pero la parte emocional se
entronca con una película aún más reciente: “Del Revés”.
La escena más conmovedora de 2015 fue aquella de la muerte
de Bing Bong en “Del revés”, víctima del olvido. Es casi una evidencia que han
recogido el éxito de aquel momento para llevarlo a lo grande y lo humano, en
base a un tema esencial en buena parte de la filmografía Pixar: el recuerdo. Seguramente
“Coco” es una de las más brillantes y emotivas reflexiones sobre el recuerdo,
tema clave en un montón de películas Pixar, pero que aquí es de capital importancia. La cuestión es que los recursos utilizados son casi plagios de sus hermanas en
muchos momentos.
Lo genial es que usando la misma idea y desarrollo, se le da
la vuelta (no hay olvido al final), y conmueve igual.
Lo mismo ocurre con muchas escenas, como cuando los
protagonistas son lanzados a una especie de limbo, un abismo que parece no
tener salida (en “Del revés” caen, aquí son lanzados), donde los protagonistas
tendrán tiempo para la reflexión y aclararán definitivamente las ideas.
El caso es que todos estos aspectos recogidos y readaptados
a una nueva historia, que además comparte muchos conceptos temáticos, produce la
sensación de aplicación de una fórmula de éxito que restaría autenticidad al
conjunto.
Por lo demás, encontramos pocos defectos, más allá del único
que suelen tener todas estas películas, lo que sobra: esas flipadas varias de
acción para complacer a los más pequeños.
En cualquier caso, nada de esto desdeña el resultado final,
de una emotividad y profundidad tremenda y no alcanza por casi ninguna de las
películas nominadas al Oscar este año. De hecho, es superior a buena parte de
ellas.
Tres conceptos serán los pilares en la presentación del film.
La música, los zapatos y la familia. Y todo ello para construir una aguda y
sentida reflexión sobre el recuerdo.
Recuerdos Pixar.
Los recuerdos es uno de los temas clave en Pixar, quizá el
principal en algunas de sus películas más emotivas. El miedo a ser olvidados,
además de no utilizados, es uno de los principales temores de los juguetes en “Toy Story 3” (2010), la cinta más intensa y emotiva de la trilogía. En “Up” (2009), el recuerdo del ser querido vertebra todo el armazón sentimental del film.
Tanto en “Buscando a Nemo” (2003) como en su spin off “Buscando a Dory” (2016),
los recuerdos que no se logran retener definen a uno de sus principales
personajes, Dory. En “Cars” (2006), una olvidada leyenda de las carreras redimirá
al protagonista. El recuerdo del sabor de la infancia será crucial en el clímax
de “Ratatouille” (2007). En “Del revés” (2015) el olvido será la muerte…
La tesis principal aquí es que el recuerdo es vida, la
necesidad del recuerdo. Esa es la tesis principal, pero la cantidad de aspectos
y matices que se tocan respecto al tema son sensacionales. De hecho, la
película, más que una investigación es un viaje a la esencia de los recuerdos,
hacia esos matices, sutilezas, nimiedades que sólo recordamos nosotros en
ocasiones y que lo hacen absolutamente todo… a nosotros mismos. Y reflexiona
sobre ello hablando de la muerte de una forma perfectamente asumible por los
más pequeños, que puedan entenderla. Magistral.
Se habla de esos infinitos matices y hechos que se olvidan,
más allá de lo que pueda quedar recordado o manipulado, sea célebre, importante
o no (esa tía que en realidad adoraba la música, pero se sacrificó por la familia,
pero de la que sólo se recuerda el odio a las melodías), esas cosas que nos definen,
que nos forman, que nos hacen felices, que se crean en la intimidad con alguien
querido o la soledad… eternidades perdidas en el olvido.
La injusticia del recuerdo, que olvida lo importante, lo que
merece ser recordado, acordándose de lo insustancial, lo aparente… o lo falso y
la mentira (el gran artista aquí fue olvidado, mientras que pasa a la eternidad
el farsante).
Y es que en la película no se recuerda a nadie como se debería:
Imelda no es mala ni odió siempre la música; Héctor no era frívolo ni
despiadado, nunca dejó de querer a los suyos; Ernesto fue un criminal...
Nos empeñamos en olvidar gente que queremos, experiencias que
vivimos para evitar dolor, cuando todo ello forma parte de nosotros, de la
vida, de la nuestra. Recordarlo es la vida misma. Porque los recuerdos y los
olvidos son partes de nosotros que debemos mantener unidas, como esa foto con el
pedazo roto (lo que se recuerda y lo que se olvida), que se recompone para da
vida, rescatar al olvido.
De esta manera se une la música y la familia, que es donde
estaba el conflicto, el alma y el cerebro, con un momento absolutamente
conmovedor y ante el que es casi imposible mantenerse imperturbable, como es
ese canto a la bisabuela para que el recuerdo reconquiste una cabeza casi
invadida en su totalidad por el olvido. Y que lo haga con un tema que se llama “Recuérdame”, no puede ser más genial. Pausa compungida para un momento de llanto en este analista.
“Sólo se muere lo que se olvida”.
El juego con esa canción, “Recuérdame”, es sencillamente
antológico. Además de lo evidente, observen la diferencia del grandilocuente “Recuérdame”
cantado por Ernesto del la Cruz y el íntimo que canta Héctor a su hija, como
fue concebido en realidad. La autenticidad de un sentimiento y su
vulgarización.
Todas estas reflexiones e ideas sobre los recuerdos se
centran en un personaje. Mamá Coco. Es tremendamente poético que el título sea
dedicado a ella, esa entrañable abuela a la que dejan en cualquier habitación y
que no molesta, que apenas logra retener nada en el cerco de su cabeza, pero
que aún sigue recordando a su “papá”, que es la confidente perfecta de Miguel,
porque lo fue algunos años atrás, y que despertará al sencillo canto de una
palabra: Recuérdame.
Y es que cuando al final piensas en los cebos plantados en la
película, que luego tuvieron su eco, cuando recuerdas esas menciones a su “papá”,
que creíamos otro, y comprendemos finalmente todo lo que significa, quién es
ese “papá” y el sentido de esa canción… es imposible no conmoverse. Es la
fuerza del recuerdo, o sea, de la vida.
Por lo demás, dolorosísimo y desolador es ese rincón de los
olvidados al que Héctor lleva a Miguel para conseguir una guitarra. A los que
nadie recuerda ya, los que padecen la “muerte final”. Es preciosa la escena de
la “muerte final” del amigo de Héctor, Chicharrón, con una tonada (que
recuerda, una vez más, a la de Bing Bong). El olvido.
Mundo Pixar.
La estructura de la película es muy clásica, y muy utilizada
por Pixar. La búsqueda.
Un viaje con una misión, con un objetivo, una búsqueda, un
tránsito donde se adquirirá sabiduría, se madurará, superando pruebas, hasta
llegar a un destino concreto o hasta resolver la situación. En este caso,
Miguel viajará al mundo de los muertos y allí querrá llegar hasta la torre de
su admirado Ernesto de la Cruz.
Así ocurre en “Bichos, una aventura en miniatura” (1998), “Toy
Story”, “Wall-e”, “Del revés”, “Up”, “Buscando a Nemo”…
Uno de los elementos estructurales más utilizados por Pixar,
que aparece en un buen número de sus películas (en casi todas de una forma u
otra), es el desdoblamiento de universos, dos mundos distintos o antagónicos en
conflicto o diálogo, donde uno puede ser real y el otro fantástico o los dos
reales. Y siempre entroncados con la
infancia y su esencia, en perfecta coherencia. Los niños, creadores y
generadores de infinitos mundos.
El universo de los juguetes y el de los humanos, que no
pueden coincidir, en “Toy Story”. En “Up” viajaremos a una extraña isla. En “Wall-e”
al espacio. En “Del revés” nos adentraremos en el interior de los sentimientos.
En “Monstruos, S.A” un mundo fantástico tendrá acceso al mundo real e infantil
para asustar a los niños. En “Buscando a Nemo” los protagonistas abandonarán su
idílico hogar para lanzarse a una aventura por lugares recónditos del océano. En
“Los increíbles” (2004) los superhéroes conviven con el resto de mortales normales…
En “Coco” este diálogo entre mundos es evidente. El de los
vivos y el de los muertos, que, por supuesto, se filtran el uno en el otro.
De igual manera tenemos algunos de los personajes clásicos
de Pixar, y me refiero estructuralmente. El colaborador necesario, ayudante del
protagonista, que sirve de guía y ayuda, es uno de los más destacados y,
además, suele ser de los más recordados o importantes en la trama finalmente.
Héctor, que es vital en la trama, hace las veces de ese colaborador necesario
en la aventura de Miguel. Como Bing Bong en “Del revés”, que es un referente
clarísimo para este film, o Dory en “Buscando a Nemo”, por poner algunos de los
ejemplos más representativos.
De hecho, en “Coco” casi todo se desdobla: las ofrendas, los
altares (habrá uno para la familia y el “Día de Muertos” y otro infantil
dedicado a Ernesto de la Cruz en esa vida clandestina de sueños infantiles,
universales, que tiene Miguel; los animales, convertidos algunos en alebrijes,
los mundos, entre vivos y muertos…
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