jueves, 22 de febrero de 2018

Crítica EL INSTANTE MÁS OSCURO (2017) -Parte 1/2-

JOE WRIGHT 











Cuando les da por algo no paran. Ha tocado este año el tema Churchill y Dunkerque. Así, desde distintos puntos de vista, o los mismos con sus matices, han venido “Dunkerque” (2017) de Christopher Nolan, “Su mejor historia” (Lone Scherfig, 2017), “Churchill” (Jonathan Teplitzky, 2017) y esta que nos ocupa. Ahí tienen, para elegir…

El instante más oscuro” es la otra cara de la moneda con respecto a “Dunkerque”. Si la película de Nolan se centraba en el conflicto y la batalla y retrataba el suceso en la playa, la acción, aquí Wright pone su mira en la trastienda, la táctica, en los movimientos políticos que luego tendrían sus consecuencias en la batalla que narra Nolan, las decisiones y los tejemanejes políticos en interiores.


Hay que aclarar que esto no es un biopic de Churchill, sino que nos cuenta la historia de lo ocurrido en aquellas semanas en las que el Reino Unido estuvo a punto de perder a su ejército en la playa francesa de Dunkerque.

Comenzamos el 9 de mayo, con Hitler en Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega, sometiendo a Francia poco a poco… El siguiente paso era el Reino Unido… Pesimismo, miedo, falta de confianza en un líder débil, Chamberlain...




Lo que todos veían con cierta simpatía, indiferencia o comprensión, Churchill lo vio como un peligro mortal, una catástrofe apocalíptica que se acercaba. Su lúcida visión retrató a todos, especialmente a esos que intentaron torpedearle incluso en los instantes más oscuros.

Es loable que se pretendan hacer paralelismos entre las cintas históricas y la actualidad, y aquí la intención parece evidente referida al tema de moda, el señor Trump. La intención de Wright parece clara, marcar las radicales diferencias entre un estadista como Churchill y un loco fanático como Trump, que se identificaría más con lo que Churchill combatía. El caso es que al director le sale regular ensalzando de la forma en que lo hace al genio de Churchill, que no daña, precisamente, al presidente estadounidense, que de hecho ha manifestado lo mucho que se identifica con el Premio Nobel inglés. Es decir, en sus propósitos, la película tiene más de apoyo que de condena a la figura de Trump. Y es que cuando se quieren forzar esas comparativas de una manera arbitraria, sin análisis, te puede ocurrir esto, que se terminen mostrando tus propias contradicciones y costuras.

De historia y estética.

Joe Wright es un buen director, pero su trabajo aquí me ha desconcertado por esteticista e inseguro. La película tiene una gran factura estética, un estilo visual cuidado, aunque algo excesivo y efectista en un relato que no lo necesitaba, es decir, esteticista.



Estuve buena parte del metraje esperando confirmar el sentido a sus múltiples planos cenitales, picados extremos que son un rasgo de estilo que aparece constantemente durante la película. Pensé que tendrían alguna justificación, pero al final tuve que rendirme porque no encontré ninguna, eran pura ampulosidad estilística para dar espectacularidad visual, amenizar un relato en el que Wright parece no confiar demasiado.









Cenitales para la confrontación en la Cámara de los Comunes, cenital para el desayuno y el periódico planchado que le preparan a Churchill, picado para un brindis familiar, picado en unas escaleras de caracol, picado aéreo en la zona de combate y la desesperada huida de la población, picado sobre los bombardeos nocturnos, cenital sobre Churchill (Gary Oldman) con su periódico en el baño, cenital para el sacrificio de Calais, cenital sobre Churchill en una azotea sentado con su paraguas… Encontrar coherencia a todo esto, en planos cotidianos o de la vida personal, mezclados con otros épicos o significativos en relación a la historia… está complicado.




Y lo cierto es que la historia termina por ser insustancial y superficial, más allá del componente histórico. Todo queda reducido al típico retrato de un personaje, histórico o no, firme en sus principios y convicciones, que se sobrepone a las dudas, las circunstancias, las presiones y los opositores para terminar victorioso. No hay más arco, y todo con un fondo que nunca llega a ser impactante, épico o capital.

Se describen bien los entornos, desde los domicilios de Churchill hasta el búnker con el Gabinete de Guerra donde todo está vetado para las mujeres… Y se iluminan también muy bien.












Sí es destacable la fotografía (es una de las nominaciones que tiene la película, que suma un total de seis, película, actor principal, fotografía, diseño de producción, maquillaje, vestuario). Y destaca porque además de dotar de una brillante estética al film, aporta sentido a los momentos, profundidad, conceptos, resultando encuadres simbólicos, que exponen más ideas de las evidentes. Un buen ejemplo lo tenemos en la excelente presentación de Churchill, con esa cerilla que ilumina su rostro y desvela su presencia ante la secretaria. Una presentación espectacular, no ya por la propia presentación de Gary Oldman y su naturalidad en la cama para el desayuno, sino en la preparación de la misma, con los criados amaneciendo y preparándolo todo, su humor y el avance sugerido por ellos de la apabullante personalidad de nuestro protagonista. Es su renacimiento, la chispa que resurge, un talento adormilado que pasará a primer plano.





Otro gran momento con la iluminación como protagonista lo tenemos en la solemne llegada de Churchill a palacio para ser nombrado Primer Ministro por el rey Jorge VI (el que encarnó Colin Firth tan brillantemente en “El discurso del rey”, la oscarizada película dirigida en 2010 por Tom Hooper), bien interpretado por Ben Mendelsohn. Llegará entre sombras, que se irán haciendo intermitentes hasta caer en la luz frente al monarca en su nombramiento. Es su definitiva salida a la luz.







Bajo una luz roja, Churchill decidirá mentir a la nación para conservar su moral y esperanza, un tono adecuado para esa alarma que se pretende evitar, pero que se avecina inexorable. Además, simbólicamente le veremos ascender de las “catacumbas”, del búnker donde está el Gabinete de Guerra, como si fuera un lugar infernal, destinado a la ocultación y lo moralmente cuestionable.


-Churchill: Durante los últimos diez años he sido el único que les dijo la verdad… Hasta esta noche.

-Clemmie (Kristin Scott Thomas): Hay tiempo suficiente para la verdad.




Con la iluminación, Wright irá creando la idea de figura mítica, de leyenda, en Churchill. Lo veremos convertido en silueta en su momento más bajo, con todas las dudas encima de la mesa y una vez caigan los hombres en Calais. Al final, volveremos a verlo convertido en una silueta, idealizada, con su éxito en el parlamento. Eso y los primeros planos de su rostro con sus características gafas.








¿Cuándo aprenderemos la lección?” “¿Cuántos dictadores más deben aparecer?” “¡No puedes ni debes negociar con un tigre cuando tu cabeza está en su boca!

También es interesante la iluminación que se dedica a Halifax (Stephen Dillane), con un punto tétrico, casi vampírico. Así es en el Gabinete de Guerra, apartado al fondo, con un entorno oscurecido mientras un foco resalta su rostro entre tinieblas. Esto se mantendrá en su confrontación con Churchill cuando amenaza con renunciar al Gabinete de Guerra y le recuerda Gallipoli. Iluminación adecuada al personaje, un tanto “tocahuevos”.




Europa está perdida”.

Además, Wright exhibe una buena gama de movimientos de cámara, panorámicas descriptivas y travellings que se mueven por interiores especialmente (por ejemplo ese largo plano por el interior del 10 de Downing Street con la llegada de Churchill y su familia). Algunos de estos últimos son significativos, concretamente tres de ellos. Son tres travellings similares en una concepción que plasma una evolución. El primero es un gran travelling sobre la tranquila vida cotidiana británica, ajena a la guerra, observada por Churchill desde el interior de su coche, a parte…




Los otros dos son como ecos de este primero. Un travelling aéreo en el que vemos la desesperada huida de los franceses buscando refugio ante la atenta mirada de Churchill de nuevo desde una ventana, en este caso de un avión, devuelta por un niño. En el contraste tenemos la realidad de la guerra, de la que el pueblo británico se muestra muy ajeno. La paz y la guerra que se avecina.







El tercero y último es idéntico al primero, con Churchill observando desde su coche a la gente de su país, pero con un elemento añadido, la lluvia, que es simbólica, obligando a resguardarse de ella, y unos niños con caretas de Hitler (recordemos que el anterior travelling concluía con otro niño que huía), en la perfecta escenificación de una amenaza abstracta, que no se siente como tal, una parodia… Será aquí cuando Churchill decida salir de su burbuja en forma de coche para codearse con el pueblo, palpar su sentir, en una secuencia que ha sido muy cuestionada.




Wright usa la fragmentación narrativa en el discurso de presentación que da Churchill en la Cámara de los Comunes, algo muy del gusto del director. El pasado, con la creación del discurso, y el presente, con su ejecución parlamentaria… Es divertido el juego con el pañuelo de Chamberlain (Ronald Pickup) y las mezquindades políticas con sus luchas de poder.







Lee aquí la Última Parte del análisis.


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