Un mito
visto por un gran dramaturgo, que convirtió ese mito (el seductor, el vividor,
el libertino) en un hombre que defiende la libertad de pensamiento (que nos
puede parecer bueno o nefasto, pero que hay que entender como una búsqueda
valiente de la propia esencia) hasta las últimas consecuencias.
Una
versión actualizada que indaga en esa búsqueda, en las consecuencias de ese
camino personal e intransferible que se traza y es seguido, a pesar de los
miedos y las contradicciones, a pesar de todo y de todos, aún a costa de sí
mismo.
Dom Juan ou le Festin de pierre es el nombre de la obra escrita
por Molière en el S.XVII; basada en El
burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630, atribuida a Tirso de Molina,
en el que el protagonista es Don Juan Tenorio). En la obra, la clave es la
libertad del amor en contra de los matrimonios de conveniencia.
Esta versión,
estrenada en el TNC en marzo de 2016 y que llegó al Teatro Goya entre el 25 de
octubre y el 26 de noviembre de este año, parte de esa libertad, pero con una
vuelta de tuerca que convierte al protagonista en alguien que está mucho más allá de la seducción con fines hedonistas, más bien estamos ante un personaje
de talante existencialista, que elige el desafío de ser fiel al Yo más puro,
enfrentándose a cualquier imposición social, viajando al límite de todo, sin
posibilidad de retorno, más allá de los propios miedos, aunque suponga
enfrentarse a un destino fatal.
El propio director, David Selvas, reflexiona sobre esta adaptación en el programa entregado al inicio de la obra diciendo: “Don Juan es, para todos, la imagen del seductor. Y desde el momento en que una cosa se convierte en la imagen de otra, en el espejo que nos devuelve la imagen, este espejo se convierte también en su prisión. Se convierte en el espacio donde los comportamientos individuales –más o menos subyacentes- se dejan reconocer a ojos de todos. El consuelo. La fuerza de “la manada” para que nada ni nadie se aparte demasiado de los demás. El miedo. Siempre el miedo. Don Juan tiene miedo. De la responsabilidad, de las mujeres, de Dios, de la muerte, de la vejez, de él mismo… y por eso huye, se esconde, lucha, seduce, fornica… pero, por encima de todo, Don Juan quiere ser libre, y para conseguirlo provoca y desafía toda forma de autoridad. Los mitos son el destilado de la esencia de quiénes somos y de cómo nos comportamos. Por mucho que nos esforcemos en ser originales, siempre hay algo que nos pone en relación a los demás. El mito. Aquello que compartimos. Y el teatro ha revisado esos patrones una y otra vez, para que podamos, sin dejar de ser prisioneros y según la época que nos ha tocado vivir, sentirnos reflejados en ellos. Queremos que nuestro Don Juan esté hecho de todas estas contradicciones. Nos gustaría conseguir que de su espejo saliera un reflejo contemporáneo y cegador, un golpe de luz que acabe seduciendo a quien lo mire.”
De la
adaptación del mito que la versión ofrece, ha dicho Julio Manrique, actor que
lo interpreta, que Don Juan es un hombre “que se
resiste a crecer, pese a ser encantador y cruel, y que, de ser real, asistiría
a las fiestas de las ‘celebrities’ y se convertiría en carne del periodismo ‘del
corazón’, si bien se rebela contra la trascendencia y denuncia la
hipocresía, haciendo que los espectadores rebusquen en las inconsistencias
propias.”
Un Don Juan tan actual como un protagonista del “cuore”
Don
Juan se esconde de Doña Elvira, con quien se ha casado tras seducirla, y por
quien ya ha perdido todo interés, en el salón de un hotel donde se sirve el
desayuno, conversando con su ayudante Sganarelle sobre el amor, la belleza, la
moral y Dios, que es temido por el siervo y despreciado, incluso desafiado, por
el amo. Aparece Doña Elvira, que le reprocha su actitud, siendo ninguneada por
su marido. Desolada, le ofrece la redención deponiendo ese talante egocéntrico
y narcisista para evitar un castigo mayor, cosa que Don Juan rechaza de plano.
Mientras asistimos a confesiones de anteriores “aventuras” (en las que para
seducir a una mujer ha matado a su pareja), vemos cómo “liga” con todo lo que
lleve faldas entre el personal del hotel: Maturina, la directora del
establecimiento (quien es seducida cuando se le acerca para exigirle el abono
de los cargos del hotel); Carlota, la camarera (quien ante su propia pareja, Pedro,
un joven botones también trabajador del hotel, sucumbe a los encantos de Don
Juan)... El padre de Don Juan también acude para hablarnos de la infancia de
éste, de su carácter manipulador. Llegan los hermanos de Doña Elvira, capitaneados por Don Carlos, con intención de vengar el trato a su hermana. A
partir de ese momento, todo adquiere un tono cada vez más siniestro: espectros
que se enfrentan a Don Juan como una amenaza que, por muy terrorífica que le
parezca a Sganarelle, es despreciada por Don Juan, quien, fiel a sí mismo,
emprende una huida hacia adelante que le lleva a la muerte.
La obra
empieza como suelen hacerlo de un tiempo a esta parte los montajes escénicos
(lo vimos también en E.V.A., ya comentada en esta casa, y Calígula, que estará
lista para ser leída en breve), es decir, a telón levantado. El salón de
desayunos de un hotel (en el que vemos un piano donde son interpretadas distintas
canciones, de las melodías más neutras a las más vibrantes, en determinados
momentos), los empleados van disponiendo el bufete en unas mesas a las que son
invitados a subir algunos espectadores, privilegiados “clientes” que llegan de
la platea. Un espacio convencional, claro, ordenado, en el que vemos deambular
a los personajes. Don Juan aparece con toda su desfachatez y a lo largo del
devenir de la obra va manifestando su criterio vital, con chulería, seguro de
sí mismo, manipulador sin escrúpulos cuando le conviene. Un espléndido
Manrique, que dota a su personaje de una entidad y una seguridad en sus
diálogos que provoca hasta cierta simpatía (un sólo “pero” ante este recital
interpretativo, que lo fue: se nos superponía sin querer la “voz y maneras” del
propio Selvas, a quien hemos visto en repetidas ocasiones).
La
actitud abiertamente desafiante de este Don Juan, que defiende sus postulados
sin temer a nada ni a nadie, hace nacer los temores de Sganarelle (fantástico
Sans en su réplica cómplice a Don Juan), más que por la problemática moral que
podría suponer, con la que es hasta condescendiente, por el desprecio constante
a la autoridad divina, a las manifestaciones espectrales que van presentándose.
Los
personajes secundarios acompañan perfectamente la huida hacia adelante del
personaje principal y nos proporcionan momentos muy divertidos y tremendamente
veraces: las dos mujeres seducidas, y que se creen “especiales” a ojos la una
de la otra, se dan cuenta de que han sido utilizadas y son sólo un nombre más
en el listado de Don Juan. Una Doña Elvira, la única que le ofrece a Don Juan
una salida “piadosa” a sus actos sin ira, con una tristeza resignada. Un Don
Carlos fiero, agresivo, pero nada sobreactuado…
Además de la interesante lectura de este Don Juan en este montaje, con esa defensa
de su libertad hasta las últimas consecuencias, la puesta en escena es
espléndida y acompaña a la historia de manera realmente brillante. En esta obra
asistimos a un estudio de la luz y el espacio que, partiendo de una
cotidianeidad en colores y sonidos, se irá oscureciendo, desordenando hasta
llegar al caos, creándose un progresivo ambiente de fatalidad, con unos
planteamientos espectaculares de iluminación (los focos de un azul frío, los
fogonazos blancos, como latigazos de luz) y sonido (estruendos efectistas muy
bien colocados), muy cinematográficos, cercanos a los “thrillers de terror”,
cuando el Don Juan más altanero se rebela ante la máxima autoridad (un Dios
implacable que hace caer su castigo sobre el protagonista) pero que lejos de asustarle
para hacerle deponer su actitud la refuerza, le mantiene el pulso, escenificado
en ese espléndido final terrible con un Don Juan que sucumbe, pero trasmutado
en el mismísimo Elvis, el dios del Rock.
FICHA TÉCNICA
Don
Joan de Molière (Traducción: Cristina Genebat, Adaptación: Sergi Pompermanyer,
Cristina Genebat, Sandra Monclús y David Selvas)
Dirección: David Selvas
Intérpretes: Julio Manrique (Don Joan), Manel Sans
(Sganarelle), Lluís Marco (Don Lluís), Sandra Monclús (Donya Elvira), Anna
Azcona (maturina), Javi Beltrán (Pedro), Nausicaa Bonnín (Carlota), Jordi
Collet (Don Carlos)
Escenografía: Max Glaenzel
Iluminación: Mingo Albir
Vestuario: Maria Armengol
Audiovisuales/Espacio sonoro: Mar Orfila
Sala: Tearte Goya
Producción: Teatre Nacional de Catalunya, La Brutal y
Focus
Por @MenudaReina
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