
De todas estas cuestiones, y más, trata la obra que traemos
aquí hoy: Infàmia, escrita por un
joven autor, Pere Riera ( Canet de
Mar, Barcelona, 1974) cuyo currículum le describe como uno de los dramaturgos
más técnicamente preparados del actual panorama escénico, ejerciendo en la
actualidad de autor, docente y, en esta ocasión, director.
Una obra interesante, que tiene en el metalenguaje su razón de ser (el teatro habla del teatro) como en una imagen reflejada hasta el
infinito, al estilo de las escenas de espejos de Orson Welles (Ciudadano Kane, 1941, o La Dama de Shanghai, 1947); un homenaje
al teatro como motor vital, que daña, que cura, que se nutre del talento de los
actores, que integra a los espectadores como parte del rito y que, inicialmente
representada en catalán, ojalá tenga una adaptación al castellano, para que sea
disfrutada por muchos más amantes de esta bella rama de las artes escénicas.
Y… ¿de qué va
Infàmia?

En el transcurso de la obra vamos asistiendo al proceso de
creación interpretativa, a las diferentes aproximaciones en la búsqueda de la
perfección a la hora de transmitir la hondura de los personajes que los actores
(en la obra y en la vida real) deben proponer tanto al público como a los
productores, e incluso a sí mismos, descubriendo las razones de cada uno a la
hora de haberse decidido por su profesión, su vivencia y los efectos que su
dualidad persona/personaje ejercen en su devenir vital.

Se levanta el telón.

Se incorpora Toni, que llega a uno de los ensayos, y que es
recibido con escepticismo y reproches por Eva (se conocen por haber trabajado
juntos, y no se veían desde que Eva desapareció de escena), y con admiración
por Sara y Aleix.
Toni, socarrón, taimado, práctico, directo, pretende de
distintas formas que Eva, de quien vamos descubriendo que, aparentemente,
abandonó su consagrada carrera por el dolor de una pérdida familiar, vuelva a
la interpretación a su lado, en una nueva e interesante producción que solo
está dispuesto a llevar adelante si es con ella como coprotagonista.
Para ello, acude a los ensayos, propone diferentes técnicas
a los jóvenes actores, algunas realmente cómicas, con el fin (en un primer
nivel) de ayudarles a mejorar su interpretación, pero con la intención profunda
de tentar a Eva para que vuelva a actuar, participando activamente en los
ensayos. Y no lo disimula. De hecho, Eva se lo reprocha y él lo reconoce
abiertamente.
Los ensayos avanzan, los actores jóvenes hacen progresos en
sus interpretaciones y Sara es quien percibe los intentos de Toni para
devolver a Eva, a quien todos admiran, a escena; pero Eva no está dispuesta a ceder.
En un momento dado, Toni se enfrenta con Eva para que
explique y reconozca la herida que le provocó dejar las tablas. Un momento duro
emocionalmente para Eva, quien reconoce que no fue la muerte de su pareja, sino
un vacío interior, fruto de haberse dado por completo en escena. Es el momento
en que se incorpora un elemento nuevo a la ecuación que deben manejar los
actores: por si fuera poco, no es solo buscar continuamente en su interior para
lograr el punto adecuado, sin ceder al desánimo, hay que tener en cuenta al
público:
-Calla, escucha… ¿no lo oyes?
-¿Qué debería oír?
-Su respiración (…) Están ahí.

Para ello le piden la escena de su audición, el momento del
suicidio de Ofelia; Sara lo interpreta, de una manera conmovedora, y se dirige
a Eva para que le dé la réplica en la dolorosa declamación por la muerte de
Ofelia como la reina Gertrudis.
Eva, frágil emocionalmente por la confesión de su íntimo
dolor, sus miedos, e impresionada con la interpretación de Sara, de repente es
consciente de que esa sentida encarnación, es solo eso, una muy buena
interpretación, y su determinación a no actuar se quiebra; declama, con una
belleza y dominio magistrales, el monólogo de Gertrudis.
La actriz ha curado a la persona.
Los apoyos técnicos.
El montaje de Infàmia se beneficia de las características de
la sala donde se interpreta. La Villaroel tiene una disposición de doble
anfiteatro en el que el escenario ocupa el espacio central. Es una sala media,
en el que el número de butacas hacen que en cada representación el público y
los actores estén realmente cerca.
Esto, siempre ventajoso en cualquier representación, ya que
se aprecia mucho mejor el trabajo físico de los actores, ayuda mucho en este
montaje, en el que destaca la austeridad en la escenografía: apenas dos tarimas
móviles que son el escenario de los ensayos, un piano, una mesa, una silla,
unos percheros con vestuario; la sensación de clandestinidad explicitada en el
texto que declaman los actores (“no hay ventanas, el aire está viciado”) se
logra en todo momento.
Los actores apenas se caracterizan: Eva y Toni van vestidos
de calle, y solo Sara y Aleix llevan vestuario referente a la obra que ensayan, pero solo al principio, puesto que su trabajo debe ser interior; no es la
apariencia lo que cuenta, lo que valorará el público, sino la “verdad” que
consigan transmitir. De hecho, Toni se burla de las mallas de Aleix.
La iluminación, sutil, elegante y acertada, alcanza su
máximo protagonismo en dos momentos: cuando se integra al público en la obra,
iluminando levemente las butacas, y en la escena final del suicidio de Ofelia,
que es resuelto con un espejo que los mismos actores deciden colocar sobre la
tarima, a modo de lago, sobre el que Sara se abandona y en el que se refleja
una muy potente luz azul.
La escena final tiene mucha fuerza visual: los actores
masculinos despliegan dos telones rojos dejando en el centro el lago que han
creado, y se sitúan de pie a ambos lados, como haciendo guardia en la escena;
Sara caracteriza a Eva como Gertrudis ofreciéndole un batín rojo.
El rojo es la metáfora de la pasión, la que comparten los
cuatro actores por su profesión, igualados en ese sentir, con el que se
reencuentra finalmente Eva.
Valoración.
Cada uno, por nuestra biografía personal, vibra de modo
diferente y con cosas distintas. Uno de los temas de la obra habla de una
pasión profunda que configura una vida y que, por intensa, ha dañado y ha provocado
una huída, pero que late y que, mediante un apoyo exterior, un estímulo que
llega de la mano de alguien con el mismo sentir, consigue una reconexión
íntima, dando sentido de nuevo a esa parte que configura el alma. Todos, en
algún momento, hemos sentido esa escisión y, muchas veces, la curación, la
reconciliación, llega gracias a la ayuda de otros, que nos conocen, comprenden y saben pulsar nuestro ánimo adecuadamente empujándonos a superarlo.

Estupendo también el trabajo de Moliner y Ferrer,
evolucionando su “aprendizaje” hasta alcanzar una sutileza emocional digna de
ser elogiada.
Una obra, una dirección y un montaje que llega, que
emociona, que involucra y que entusiasma. Un acierto completo que hace que se
salga comprendiendo que quien ha sido inoculado del virus del teatro, sea como
actor o como espectador, está condenado a amar esa bella mentira hasta el final
de sus días.
FICHA
Autor y director: Pere Riera
Producción: La Villaroel, Barcelona
Intérpretes: Emma Vilarasau, Jordi Boixaderas, Anna Moliner,
Francesc Ferrer
Escenografía: Sebastià Brossa
Iluminación: Albert Faura
Duración: 1 hora y 35 minutos.
Idioma: Catalán
@MenudaReina
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