En 1959, Douglas Sirk rodó una de sus obras maestras,
“Imitación a la vida”, un título sublime (como película y como título en sí),
que encajaría a la perfección con lo que relata esta joya de Todd Haynes y
alguna de sus metáforas.
La compra de la maqueta sella el vínculo. Un vínculo entre
ambas que, por supuesto, se produce a través de miradas en esa misma escena.
Ahí, en ese momento, quedan definidas las excelencias de la cinta: sutileza,
sensibilidad y simbolismo.
Un susurro al oído, sugerido, intuido pero
secreto, incomprensible e inaudible para los demás, real, auténtico e íntimo… definía el amor
para Sofia Coppola en “Lost in Translation” (2003). Eso es lo que compone el amor, la irrompible invisibilidad,
se trate del amor que se trate, siempre que sea sincero y se cuide a diario,
siempre que el egoísmo quede a un lado. Invisible, etéreo, vaporoso, firme como
el faro en la tempestad, que diría Shakespeare, ese tejido que forma hilos
inaccesibles e irrompibles, constantes aunque la otra persona no esté cerca, cuando
no la ves ni la oyes, cuando no puedes tocarla, pero aún así la sientes. El
amor alejado de grandilocuentes manifestaciones, que bulle hondamente, como una
hoguera recién parida en nuestro interior, incluso cuando la otra persona no lo
sabe o los entornos nos oprimen, censuran u observan con displicencia. El amor
que existe y vive con más fuerza ajeno a todo eso, ajeno incluso a cualquier
necesidad.
De ese tejido formaban sus melodramas los clásicos, que
tenían todo esto claro en su exposición de los sentimientos más profundos, ya
fuera el elegante Max Ophüls o el profundo Douglas Sirk, a los que Todd Haynes
sigue fielmente en esta obra maestra, que sin ser tan desgarradora como las de
sus referentes en su esteticismo suave y sutil, es igualmente conmovedora. Todd
Haynes nos regala una dirección sutil y de enorme calidad con una narrativa que
fluye como una densa brisa otoñal, meciéndonos y abrigándonos en esa sincera
relación del gélido entorno de los convencionalismos.
Una estética más new age, más vaporosa, que simula esa idea
amorosa casi clandestina, sugerida, secreta e íntima que retrata el film, donde
no hay nada gratuito y todo tiene sentido, siguiendo la senda esteticista de
sus referentes pero con un estilo personal y propio, poniendo esa estética al
servicio de la narración.
El guión de Phyllis Nagy adapta el libro de la gran dama de
la novela negra Patricia Highsmith, que tiene mucho de ella, ya que la
extraordinaria escritora era también homosexual, un tema siempre latente en sus
narraciones.
Therese y Carol viven en burbujas de cristal, esos planos
tras cristales o ventanas, mirando con anhelo al exterior, deseando salir y
poder pregonar su amor, pero conscientes de lo que ello acarrearía, ansiosas de
libertad desde su obligada reclusión. Vemos a Carol escapando en su coche, como
en una road movie, para liberarse, aunque sea momentáneamente, de su prisión de
convenciones, de responsabilidades, aterrada por no poder contener sus gestos,
maravillosamente retratados por Haynes con planos cortos de manos, caricias
tímidas y confidenciales, de miradas que son testamentos amorosos.
Carol y Therese juntas viven como en una ensoñación, algo
que Haynes recalca con recursos estilísticos, esos planos escindidos, esos
desenfocados, esos “planos burbuja” tras cristales, esos efectos de sonido que
dejan casi sordas las palabras embriagadas del placer de su compañía… Haynes
logra atmósferas que nos remiten al cine de David Lynch. Oníricas,
embriagadoras, como el recuerdo de un perfume.
Fino estilista.
Su estilo, sus decisiones de puesta en escena y sutilezas,
van destinados siempre a dar profundidad a la historia, a crear esa historia
con imágenes y matizarla, a transmitirla y hacerla sentir. Logra una intensidad
dramática desde la discreción y la distancia, desde la sutileza, francamente
encomiable.
El coche, burbuja máxima utilizada en la película, es
también el vehículo liberador, que las alejará de las convenciones y protegerá
de los prejuicios. Se le encuadra en primer plano marcadamente antes de
emprender el viaje.
-El principal rasgo de la puesta en escena lo tenemos en los
planos tras los cristales de los personajes protagonistas. El primero será el
de Therese a la salida del restaurante, un rostro difuso tras un cristal
empañado que remite al pasado, al flashback que vertebrará la película.
Son muchas las ocasiones donde vemos a Therese mirando al
exterior tras un cristal desde interiores. Otro ejemplo: en la primera cita en
el restaurante, mientras contempla la llegada de Carol. También en la casa de
Carol, la tienda de discos, los coches… Carol escribirá su carta a Therese para
intentar la reconciliación en un restaurante, y los cristales empañados también
serán protagonistas. Esperas, dudas, incertidumbres… La recepción de la carta
por parte de Therese en la redacción también será con planos distantes y
rodeada de cristales.
El amigo periodista, que es un tanto aprovechado, besará a
Therese tras cristales en la redacción donde trabaja, en una escena rodada en
su mayor parte desde lejanos planos generales.
Carol saliendo de su entrevista con el abogado, en la que se trata la “clausula de moralidad”, también es encuadrara tras un cristal inicialmente.
“Te libero”.
-Los pequeños gestos, las miradas, los silencios, las
caricias furtivas o distraídas…. Esas escenas en la cafetería en la que Therese
hace una foto a Carol y le toca la mano, gesto respondido con una significativa
mirada de Blanchett... Esos gestos en la intimidad donde Therese huele el suéter
de Carol... Esos pequeños apretones en los hombros o las manos (la importancia de
las manos en la película) para consolar o apoyar que ante la cámara de Haynes
adquieren otro nivel…
En la previa a la escena de sexo tendremos a nuestras
protagonistas reflejadas en espejos, siendo ellas mismas por fin.
En la escena final, un espejo intentará tranquilizar las
emociones de Therese en su reencuentro con Carol. Un momento antes de volver al
paseo en coche del principio.
-Las conversaciones son en estricto estilo clásico en los
planos y contraplanos, que se hacen más cortos conforme aumenta la complicidad,
pero con alguna particularidad, como el exceso de aire a un lado del encuadre,
que redunda en la idea de ese entorno que las empequeñece y atosiga. También es
interesante su uso con un personaje tapando buena parte del encuadre en los
contraplanos.
Así es en la escena de la cafetería al poco de emprender
viaje, planos con mucho aire a los lados y sutiles miradas que cuentan
historias eternas al breve contacto.
“Pregúntame cosas, por favor”.
En la distancia asistimos a la llamada de Carol sobre la que
mentirá a Therese. La confidencialidad también mostrada a distancia. La cabina,
otra burbuja.
En el desolador momento en el que Carol abandona por carta a
Therese, tendremos un plano lejano de ésta última dando rienda suelta al llanto
y a sus emociones al aire libre.
“Te extraño”.
-Los efectos de sonido, como ensordecidos, retratan la
nebulosa amorosa de la pareja cuando están juntas, como ajenas al tiempo, la
sociedad, los problemas…
-Haynes utiliza mucho los planos detalle, planos cortos
sobre objetos, planos difusos poco definidos, como miradas tímidas a gestos que
temen ser descubiertas. Miradas a una mano, a algo que entra y sale de plano,
con desenfocados. Un ejemplo perfecto lo tenemos en la escena donde Therese
toca el piano en casa de Carol, esos planos cortos sobre las manos para el
cariñoso contacto que precede a la autoinvitación de Blanchett a casa de Mara.
En Navidad.
Un juego de intimidades, gestos escondidos, miradas
furtivas, burbujas, soledades en compañía, compañías en intimidad, intimidades
invadidas…











Cuánto me gustan tus intros cuando hablas de sentimientos…
ResponderEliminarGran párrafo sobre el amor.
Cate Blanchett. Es elegante. Bonita, pero con esa belleza distinguida.
Estupendo análisis. Esperando la segunda parte.
Gracias Sambo!
Bss
Gracias Reina, me he puesto lírico jajaja.
EliminarBesos.