A
todo amante de la ciencia ficción suelen entusiasmarle los relatos de viajes en
el tiempo, es más, incluso a los que no son fans del género también suelen
resultarles atractivos siempre que no se excedan en complejidades ni paradojas
temporales. En unos casos es lógico por el propio interés de la propuesta, la
propia idea de poder viajar en el tiempo, pero en otros, sin que sea
excluyente, quizá tenga que ver con la propia dramaturgia.
El
cine y toda la dramaturgia permiten el viaje en el tiempo, es una de sus
libertades, uno de sus elementos, de sus opciones; permiten visitar y
recrear tiempos pasados, tiempos que ninguno vivimos, permiten que nos
sumerjamos en la época de los dinosaurios, en la prehistoria, en la antigua
Roma, en la Edad Media, en la época victoriana... que vivamos sus costumbres, que
apreciemos sus construcciones, sus vestuarios, que todo se visualice ante
nuestros ojos mientras se nos cuenta una historia… Las tramas de viajes en el
tiempo entroncarían con esa fascinación que logra el cine, la dramaturgia: crear y visitar mundos pasados, incluso futuros, posibles…
Los
viajes en el tiempo han dado numerosos títulos, aunque el gran referente, el
mayor éxito cinematográfico es, sin duda, “Regreso al futuro” (Robert Zemeckis,
1985). En la actualidad sorprende la proliferación de películas que incluyen en
sus tramas viajes en el tiempo, algo que con los avances en los efectos
especiales se hace cada vez más fácil.
Se
están tratando los viajes en el tiempo de todas las formas posibles, y esta “El
final de la cuenta atrás” entroncaría con las más simples y efectivas, que no
evitan el juego con las paradojas temporales pero donde su exposición es clara y
sencilla. Anda más cerca de “Regreso al futuro” que de, por ejemplo, “Donnie Darko” (Richard Kelly, 2001) o “Looper” (Rian Johnson, 2012). En cualquier
caso, me ahorraré una lista de películas de viajes en el tiempo, algo que sí
incluiré en el análisis de “Regreso al futuro”, por aquello de ser un
referente.
“El
final de la cuenta atrás” se anticipó a la cinta de Zemeckis. Hubo otros muchos
títulos anteriores que ya trataban los viajes temporales, pero no tuvieron, ni mucho
menos, el éxito de aquella, entre otras cosas porque ninguna sacaba el mismo partido a
tan sugerente propuesta. En cualquier caso, la que nos ocupa resulta estimulante.
Una
extraña tormenta/agujero de gusano afecta a un importante portaaviones de la
marina estadounidense. Una vez esta pasa el desconcierto se apodera de la
tripulación, ya que no saben dónde se encuentran. La sorpresa llega cuando descubren
que lo que ha cambiado no es el lugar, sino la época. Están en 1941, el día del
ataque japonés a Pearl Harbor, el 7 de diciembre. La controversia a dirimir es
si intervenir para intentar evitarlo o mantenerse al margen…
La
película, aparte de todo, rinde evidente homenaje a las fuerzas armadas,
especialmente a la marina y las fuerzas aéreas. Así lo apreciamos en las primeras escenas donde se nos muestra casi de forma documental el
funcionamiento militar en el portaaviones con despegues, aterrizajes, mecanismos
de navegación, helicópteros, aviones… También están aceptablemente expuestas
las rutinas en el barco, una buena descripción de las interioridades del
portaaviones. Muy bueno es el retrato de los distintos protocolos y
procedimientos en el barco, ya que la mayor parte de la película está rodada en
él. La escena del repostaje aéreo a mitad de película es otro ejemplo del
detallismo en los procedimientos, casi documental. Sensacionalmente retratado
todo.
Hay
otra escena donde se muestran los procedimientos de actuación, es el rescate en
helicóptero a los supervivientes de la pequeña embarcación Gatsby bombardeada
por los japoneses. Esta escena nos recuerda a películas como “Los puentes de Toko-Ri” (Mark Robson, 1954), una película también de evidente esencia
propagandística y reivindicadora de las fuerzas armadas.
Todo
este inicio se plantea como un cebo, porque lo cierto es que se hace algo
moroso y no sucede nada especialmente significativo hasta la llegada de la
tormenta. Una fase de planteamiento y presentación de situaciones y personajes
poco atractiva en general. Ciertos aspectos intrigantes e interesantes, como
esa misteriosa persona, ensombrecida, que llega en un coche para
comprobar/despedir que el personaje interpretado por Martin Sheen sube al
portaaviones, se mezclan con otros meramente expositivos que sólo sirven como cebos para
que los comprobemos alterados tras el salto temporal, como el monumento al Arizona,
un barco hundido por los japoneses en el ataque a Pearl Harbor, o el rastreador
ruso que desaparecerá repentinamente tras pasar por la tormenta/agujero de
gusano… La llegada de Sheen retrasó la misión dos días, algo completamente
buscado, como se descubrirá.
Los
conflictos entre Martin Sheen y Kirk Douglas, el capitán del barco, parece que
van a vertebrar el drama de la película, pero en realidad no será así. Douglas
interpreta al capitán Matthew Yalland, que será presentado de espaldas,
mientras de Sheen encarna a Warren Lasky, un analista de sistemas. Un militar
frente a un analista. El tercer personaje importante de la película será el
comandante Richard Owens, interpretado por James Farentino, al que se
presentará bajando de un avión que acaba de hacer aterrizar.
Los
conflictos serán más agudos entre Lasky y Owens, desde el mismo inicio, cuando
el analista cotillee en el solitario y contiguo camarote del comandante las muchas fotos y documentos que también serán usados de cebo. Owens se
percatará de las pequeñas diferencias por la intromisión del analista en su
camarote… Owens es un piloto y comandante con ínfulas de historiador…
Bien
modulado, en cambio, está el tema de la tempestad que se avecina y que será
clave en la trama, con continuas menciones que van de la aparente indiferencia
y la importancia tangencial a ser la causa del viaje en el tiempo. Aquí no hay
máquina ni tecnología sofisticada, será un fenómeno climatológico. Se dosifican
bien los datos, las extrañezas.
Las
extrañezas se suceden: un avión desaparece repentinamente para volver a
aparecer, no tienen rastro del barco ruso que tenían vigilado y están
incomunicados… Aquí la cosa empieza a ponerse interesante e inquietante.
El
estilo de la dirección de Don Taylor es sobrio y convencional, sin alardes. Se
aprecian ciertos defectos de continuidad, por ejemplo en los planos generales
donde no se aprecia la nubosidad presente que sí vemos en los planos
cortos y con efectos especiales que señalan la cercanía de la tormenta… Es
mejorable también la puesta en escena y la dirección en algunas secuencias con
extras, en escenas en grupo.
Claves
antiguas empiezan a captarse, pero es imposible devolver la comunicación sin
adaptar la moderna tecnología que se posee a esas ondas más modestas y bajas; un programa de radio antiguo que suena y que habla de hibernaciones, algo que
tiene su aquel con esto de los viajes en el tiempo… Más extrañezas. La radio
seguirá dejando detalles intrigantes, ya que son emisiones de los 40, desde un
combate de boxeo a anuncios antiguos, pasando por informaciones sobre los
avances alemanes en la 2ª Guerra Mundial. Por todo esto se enviará un avión de
reconocimiento a Pearl Harbor.
El aislamiento al que se ven sometidos los personajes es un aliciente dramático, ya que aumenta la tensión y además complica las cosas al dificultar que entiendan qué sucede, enterarse de su situación y de la realidad de su viaje al pasado… Esta unidad de espacio se rompe con el salto a la pequeña embarcación llama Gatsby, donde encontramos al senador Chapman (Charles Durning), un aspirante a la vicepresidencia, junto a su secretaria, la señorita Scott, interpretada por Katharine Ross. Los planos en el barco tendrán una ligera inclinación. Su look es antiguo, por lo que se extrañarán al ver los modernos aviones de los 80 pasar sobre ellos, enviados desde el portaaviones de nuestros protagonistas…
En
contraste, los modernos aviones americanos verán antiguos aviones japoneses,
Mitsubishi nuevos, en perfecto estado, de la 2ª Guerra Mundial, para su
extrañeza…
Lasky
(Martin Sheen) se convertirá en sospechoso conocedor de las extrañas
circunstancias que están viviendo en el portaaviones. Él será el que empiece a
dar claves y plantear reflexiones sobre lo que ocurre, el que termine hablando
de agujeros negros. Se da por fin como real la posibilidad de un viaje en el
tiempo, con menciones a Einstein… Algunas de las conversaciones sobre los
viajes en el tiempo y sus paradojas son simpáticas y entretenidas, aunque ya
muy vistas.
Al
cebo del barco ruso que desapareció se sumará el de la foto y el del monumento
al Arizona, el barco hundido en el ataque japonés a Pearl Harbor, cuando se
reciban las fotos del avión enviado a sobrevolar aquella zona. Será Lasky, de
nuevo, el que encuentre explicación, relacionando la foto recibida con la que
encontró en el camarote de Owens (James Farentino). Fotos del Arizona, el
Tennessee y el West Virgina en perfecto estado, del 6 de diciembre de 1941. La
deducción del día concreto pudiera resultar algo forzada en base a las fotos.
La
escena de acción con el ataque de los aviones japoneses a la pequeña
embarcación Gatsby, pretende aligerar la narración, pero resulta bastante
fallida. Aunque deja buenos planos para el lucimiento de las fuerzas aéreas, le
falta lógica y coherencia. ¿Dónde están los aviones americanos cuando se
produce el ataque? ¿Por qué no protegen a la embarcación que tienen localizada
y ven que puede ser atacada? No se entiende la actitud de los aviones
americanos, pero tampoco la de los japoneses, ya que parecen no ver a los
aviones americanos, los ignoran. Además, si atacan al barco para evitar un
posible aviso de su posición, ¿por qué no se enfrentan a los aviones
americanos, que podrán avisar más y mejor? Es un comportamiento tan absurdo
como inconsciente. A esto sumamos que si atacan al barco, toda sorpresa o duda
que su presencia pudiera suscitar quedaría anulada. La tardanza de los aviones
americanos viendo cómo han atacado a la embarcación tampoco se entiende. Como
táctica bélica y coherencia de acción resulta bastante lamentable.
Una
vez se decidan a actuar, los asustarán y acabarán con ellos sin mucho problema
debido a la evidente superioridad tecnológica. Tras el ataque se rescatará a
Samuel Chapman, la señorita Scott, su perro y uno de los japoneses que atacaron
y fueron derribados… El pobre japonés flipará con el portaaviones, como es
lógico. Él será la causa del conflicto que precipitará las cosas hacia su
final. Este japonés se hará momentáneamente con el control, lo que provocará
que el resto se percate de lo que ocurre, especialmente el senador, aunque
nadie le creerá.
La
aparición de la flota japonesa rumbo a Pearl Harbor da otro giro a la trama y
la hace realmente atractiva, aunque se desaproveche un poco todo esto.
La
película se descubre muy adelgazada en cuanto a su historia, se le saca poco
provecho a su atractiva propuesta. Hay demasiados despegues y aterrizajes,
escenas de maniobras y poco historia…
El
hecho es que salvar al senador Chapman supone un cambio en la historia, lo que
plantea ciertas dudas existenciales. ¿Hay que intervenir para evitar la guerra?
¿Hay que dejar que todo suceda como ocurrió? ¿Hay que respetar la historia
americana?
El
romance entre la señorita Scott y el comandante Owens resulta previsible desde
la primera mirada. Un amor interesante, ya que son dos personas de distinto
tiempo. Un amor atemporal o a través del tiempo.
La
parte final resulta algo artificiosa y forzada, demasiado dirigida a lo que se
pretende. Se planea el ataque y se decide alejar a los civiles, como es lógico.
Cambiar la historia del 7 de diciembre de 1941.
Es
absurdo que el mejor hombre y piloto del ejército, el comandante Owens, sea
elegido para acometer un intrascendente mandato, lo que además hace previsible
que algo va a ocurrir en ese viaje donde se va a poner a salvo al senador y su
secretaria… La destrucción del helicóptero que los lleva a esa isla resulta
forzadísima y exagerada, pero había que dejar a Owens con la señorita Scott
solos allí… Se podría haber hecho de una forma algo más creíble, quizá,
o menos torpe.
En
el pretendido ataque contra la flota japonesa, vuelven a sobrar planos de
despegues y aviones. Un ataque frustrado por el regreso de la tormenta. Inevitable. Una elipsis mantendrá el suspense sobre si los aviones lograron
regresar antes de que el portaaviones volviera a su época…
En
la resolución descubriremos que el misterioso personaje del coche que vimos al
inicio, el tal Tideman, es el comandante Owens, que quedó atrapado en el pasado.
Suponemos que le fue sencillo hacerse millonario. Además no estará solo, sino
con la bella señorita Scott, ambos envejecidos, como es normal. Nadie parece
echar en falta al pobre Owens, en un claro defecto dramático, salvo Lasky, que
era, precisamente, el que más conflictos tuvo con él y el que menos le conocía…
Kirk Douglas y Martin Sheen cumplen con profesionalidad, como el resto del reparto,
aunque sus roles no exigían demasiado.
“El
final de la cuenta atrás” no aporta nada a las cintas de viajes en el tiempo,
pero su propuesta es verdaderamente atractiva. El caso es que la trama tampoco
lleva a nada, más allá de darse un paseo y tomarse unas tensas vacaciones por
unas horas en el 7 de diciembre de 1941. Una película entretenida, pero muy
esquemática, demasiado dependiente de las evidentes servidumbres
propagandísticas. De hecho, la tripulación real del USS Nimitz participa en la
película, que se rodó en el propio portaaviones. Se nota también la escasez
presupuestaria.
Una
cinta de gran propuesta y planteamiento a la que se le saca muy poco partido. Se
plantean varias preguntas interesantes pero ni se profundiza en ellas ni se
responden… Para pasar un buen rato sin más.
Dedicada con cariño a mi amigo Jesús Bengoechea.
Gran película, tienes razón que el cap del portaaviones en lugar de dirigir el ataque, se monte en un helicóptero para dejar a los civiles. Tiene gracia cuando el senador pregunta al capitán como el barco se llama Nimitz que sólo es un almirante de tres al cuarto, luego sería el jefe de la fuerza del pacífico
ResponderEliminarGran película, tienes razón que el cap del portaaviones en lugar de dirigir el ataque, se monte en un helicóptero para dejar a los civiles. Tiene gracia cuando el senador pregunta al capitán como el barco se llama Nimitz que sólo es un almirante de tres al cuarto, luego sería el jefe de la fuerza del pacífico
ResponderEliminarCierto! Detalle estupendo que no he mencionado. Buen apunte. También me recomendaste tú esta peli!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSólo un par de detalles:
ResponderEliminar1) Como un piloto de la US Navy, te oiga decir que es de la fuerza aérea no vas a tener mundo suficiente para correr :)
2) "Michael Douglas y Martin Sheen cumplen con profesionalidad..." ¿Michael Douglas?
3) Un detalle curioso. Si no recuerdo mal, (han pasado más de 30 años) en el cartel que anunciaba la película en el cine mencionaba que el USS Nimitz desaparecía en el triángulo de las Bermudas (se ve que por entonces era un asunto muy de moda) y aparecía en Pearl Harbor (A pesar de que, como tú has mencionado, en la película todo ocurre en este último lugar)
Gracias por el aviso! Tras poner Kirk varias veces en el texto y etiquetas se me debió ir el santo al cielo jaja.
EliminarTomaré nota sobre lo que comentas de los US Navy!
Un saludo!