Uno de los más grandes directores de todos los tiempos, de
lleno en el Top 5 a poner en el sitio que cada uno crea conveniente, pero no
todo lo valorado que debiera, nos trae esta estupenda obra englobada en el
género “antinazi”, que tantos títulos nos dejó en los 40, perteneciente a la
tetralogía que sobre este tema rodó el genio vienés.
Dentro de la magistral etapa americana del maestro (siempre
existirá el estúpido, y en ocasiones patético, debate sobre qué etapa es mejor,
si la alemana o la americana, como si no fueran magistrales ambas…), Fritz Lang
rodó o frecuentó distintos tipos de películas reagrupables en cuando a su
temática o género, aunque toda su filmografía, sean las películas alemanas o
americanas y sean del género que sean, cine negro, western, thrillers,
suspenses psicológicos… mantendrá sus constantes de autor en todo momento
perfectamente destacadas y discernibles.
La cinta que nos ocupa es la segunda de temática antinazi,
tras “El hombre atrapado” (1941) y justo anterior a “El ministerio del miedo”
(1944). Esta magnífica tetralogía de película antinazis se cerraría con
“Clandestino y caballero” (1946).
Para el guión de esta obra extraordinaria contaría con la
colaboración de Bertolt Brecht, a quien el director admiraba mucho y con el que
siempre quiso trabajar, es más, manifestó que en alguna película había seguido
las fórmulas didácticas de Brecht, en concreto en la película “You and me”
(1938), una presencia que sin duda se nota en la cinta, ya que algunos
planteamientos difieren de los clásicos de Lang, por ejemplo del protagonismo
del individuo, aquí, como no podía ser de otra forma tratándose de Brecht,
sustituido por la comunidad que aúna voluntades y esfuerzos comunes para lograr
un propósito.
El estilo geométrico de Lang se hace presente desde los
primeros planos en la reunión nazi. Una geometría muy germánica, un pasillo
perfectamente ordenado para que pase Heydrich, los planos donde se resalta el
cuadro de Hitler, la presencia que todo lo sobrevuela…
Los detalles visuales del cine de Lang no tienen fin, desde
sus mismos inicios sorprendía por su inventiva y originalidad, como muestra el
encadenado del coche de Heydrich al coche que espera a nuestro protagonista.
Magnífica la escena por las calles de Praga, los
travellings, las panorámicas… que crean un suspense excelente, magníficamente
rodado, sacando un juego extremadamente brillante a los puntos de vista (cuando
Brian Donlevy se esconde en un portal oscuro que divide la pantalla y vemos
fuera, en la calle, a la policía que lo busca…), y además que sirve de retrato
de las carencias y la miseria social en la ciudad.
Otro detalle visual, así de inicio y en la misma escena para
que vayamos abriendo el apetito cinéfilo, el reflejo de la chica en un charco
de la calle que mira él, Karel Vanek, nuestro protagonista, que tendrá doble
personalidad (Dr. Franticek Svoboda / Karel Vanek). Una mirada a través de un chaco, no directa que anticipa su
relación de ocultaciones y engaños con la chica para lograr un objetivo común.
El juego de luces y sombras, como no podía ser de otra
manera en alguien que estuvo inmerso de lleno en los nacimientos del
expresionismo alemán, es puro virtuosismo.
En el cine donde se oculta Vanek nos enteraremos y
comprenderemos el porqué de su sospechosa actitud, Heydrich ha sido asesinado.
En la casa de la chica, Nasha Novtny, interpretada por Anna Lee, veremos cómo su madre teje una M, posible auto homenaje a su excepcional
película de 1931. Veremos además la vida cotidiana de esa familia, al sensato
padre interpretado por un siempre excelente Walter Brennan, un hombre que lucha
por la libertad pero que ahora, por su familia, prefiere mostrarse precavido.
El ritmo y el sentido narrativo de Lang es excelso, todas
las escenas tiene una tensión extrema, todas las escenas e incluso cada plano, al
límite, al borde de estallar, una crispación, miedo y desconfianza que
transmite perfectamente lo que era la vida en esa sometida ciudad, como en
tantas otras. La psicosis, el valor, el sacrificio, la delación, la rebeldía…
en esa sociedad checa.
El cruce en la escalera entre el novio de Nasha, Jan,
interpretado por Dennis O’Keefe, y Vanek (Brian Donlevy), es otra muestra de
esa planificación geométrica, esa división, uno sube, otro baja, uno busca, el
otro se esconde.
Lang nos continúa mostrando un mundo donde la mentira es
casi un seguro de vida, algo de lo que se intentará sacudir la sociedad checa
con un clímax de mentiras excepcional. También nos retrata la vida cotidiana,
los cotilleos, la vida en familia…
Como en su etapa alemana, “Los verdugos también mueren” se
acaba diversificando narrativamente de forma espectacular, amplificándose hasta
límites insospechados, personajes que no paran de entrar incluso bien avanzada
la película, tramas que se suceden unas a otras sin solución de continuidad,
tramas además que se van creando en todo momento, pudiendo nacer en cualquier
instante de la narración, un universo en expansión.
El talento de Lang se muestra en cada plano, en cada
detalle, otro ejemplo lo tenemos en la escena de tortura para que la vendedora
de verduras delate a Nasha. En esa
escena Lang usará un respaldo de una silla de madera en mal estado, que se cae
con facilidad, como elemento de tensión, luego añadirá un uso maestro de la
elipsis para sugerir que la delación y la tortura se han producido, el manejo
de la crueldad mediante la elipsis… detalles de maestro excepcional. El plano
siguiente, mediante la elipsis, nos confirma que la delación se produjo.
Lang siempre ha sido uno de los directores más exigentes y
detallistas de la historia del cine, no en balde muchos de su colaboradores,
supongo que los menos profesionales, aborrecían de su dedicación y excesiva
presión y exigencia, un exceso de esmero. Esto lo notamos en el cuidado por los
detalles, como los comentarios del policía alemán para que el padre de Nasha no
se lleve la navaja de afeitar entre sus cosas o el que hace referencia a no
mover la cabeza para contestar, donde se insinúa que el posible sufrimiento que
padecerá podrá tentarle para suicidarse en el primer caso y una muestra de
autoridad en el segundo…
El que no la haya visto, ya está buscándola.
ResponderEliminarUn ejemplo de cómo las cosas se pueden contar con mucha más eficacia sin mostrarlo. En este caso, una tortura. El arte de la elipsis. Estúdiese.
Dejo para mañana otro comentario que enlaza con el artículo de TDK del otro día.
Pura maestría.
ResponderEliminarMañana pasaré lista.