Pedro Almodóvar es el director español más personal y prestigioso en la actualidad y despierta pasiones radicalmente enfrentadas, filias obsesivas, que se frustran al ver que el mundo y el interiorismo no tiene la estética kitsch con la que el bueno de Almodóvar adorna sus películas, y odios viscerales, que consideran como una ofensa personal oír el nombre del director manchego.
Lo cierto es que Pedro Almodóvar ha dejado un buen número de obras notables y que han dado prestigio a una cinematografía, la actual española, bajo mínimos de calidad.
Muchos de sus críticos suelen exasperarse con el estilo chillón y los elementos pintorescos que Almodóvar usa, creo ya a regañadientes y a su pesar, como marca personal, los cambios de sexo, los colores chillones… Elementos característicos del estilo del manchego que aparecen cada vez menos, mucho más depurado y de forma descarada sólo en escenas sueltas de sus últimas películas, es por ello por lo que comento que parece usarlas casi a su pesar.
Una depuración y madurez en el estilo lógica y coherente que, centrándonos en la cinta que nos ocupa, queda cohesionada de forma verdaderamente magistral.
Puede llamar la atención que Almodóvar se saque un marido transexual de la manga sin venir a cuento como marca personal, pero aquí todas esas obsesiones forman parte de una trama tan brillante como inteligente.
“La piel que habito” es notable como thriller, a pesar de ciertos tópicos moralistas con el tema de la ciencia ficción, en exceso explícitos además. Una historia absorbente de personales muy almodovarianos perfectamente construida y diseñada. Pero resulta sobresaliente si se entiende como metáfora o alegoría.
Almodóvar logra que sus habituales tics y elementos pintorescos, chillones, queden integrados con perfecta lógica dentro de la historia y sus temas habituales, sus obsesiones.
En “La piel que habito” tenemos personajes al borde de la locura o inmersos en ella, trastornados, abatidos, desequilibrados, personajes en procesos de cambio, incluso extremadamente explícitos o forzados, con pulsiones latentes ocultas que amenazan por salir de forma impredecible. Está el sexo, el universo femenino, las madres…
Nos centraremos de inicio en la trama y luego comentaremos su reflexión metacinematográfica.
Estamos en Toledo, el sonido de las cigarras y el letrero de una finca que se llama “El cigarral”, como es lógico, nos sitúan donde acontecerá la mayor parte de la película. Una película que se va abriendo poco a poco, con paso firme y tempo cuidadísimo, descubriendo todas las claves de la historia con sabiduría. De planos generales a cada vez más cortos, de planos de situación que engloban más espacio a menos. Toledo, la finca “El cigarral”, una casa desde fuera y el interior de una habitación donde vemos una chica que se funde con su entorno y hace yoga.
Un cuerpo abstracto, sin matices ni formas que oculta el verdadero. Ella se nos presenta activa e irónica, gastando bromas, adaptada de lleno a ese micro mundo.
Se nos presenta a una mujer joven atrapada en una habitación, no sabemos muy bien porqué, vestida con un forro semejante a la piel desnuda. Es irónica y viste figuritas con trozos de tela. Estas figuras, como muchas de las creaciones artísticas que vemos en la cinta, están inspiradas en Louise Bourgeois.
Todos estos aspectos extraños irán cobrando sentido en una estructura también significativa de su fondo. Una estructura que se muestra a trozos, como los que usa la protagonista para vestir las figuras o como usará el personaje de Banderas para revestir la piel de Elena Anaya. En todos estos casos está el tema de la creación, de la construcción o reconstrucción de algo nuevo desde piezas de distinta procedencia, lo que dará lugar a las interpretaciones más metafóricas posteriores.
“El rostro nos identifica”.
Con esa frase se abre la escena donde Robert Ledgard imparte una conferencia. En este rol la interpretación de Antonio Banderas se resiente, resulta menos convincente que cuando lo vemos en su entorno de microscopios, probetas, pipetas, investigaciones varias… y locura.
Son multitud las pantallas de televisión que vemos en la película y que redundan en la idea del metacine. Pantallas que observa a la chica y que a su vez ella suele intuir siempre cuando está siendo observada, en otro detalle significativo que trataré más adelante.
En una pantalla contemplará Banderas, fascinado, a la chica que tiene encerrada en su habitación tumbada como la maja desnuda de Goya, o como, para ser exactos, la Venus de Urbino de Tiziano, que es el cuadro que está al lado de la puerta de la habitación de la chica. No es la única Venus que vemos en pinturas por la casa. De hecho Vera es una Venus más para el doctor Ledgard. Posteriormente, Banderas se sentará en sentido contrario a como está tumbada ella. El creador contemplando su obra. Enamorado de ella. Paralelismos, por tanto, entre el mundo del arte y la vida misma, en este complejo juego de realidades y reflexiones artísticas.
Uno de los rasgos estilísticos más queridos por Almodóvar son los planos picados extremos, aquí los vemos sobre el plasma, el cuerpo desnudo de la chica… que resaltan la importancia del objeto mostrado o indican un estado de tensión y crispación en ese uso de las verticales.
La historia, en ese proceso de ir descubriéndonos poco a poco sus claves, empieza a plantear preguntas al espectador que ve como Vera ha intentado suicidarse. ¿Está perturbada y la encierran para su protección? ¿Tiene algo que ver el trabajo de cirujano de Banderas con que ella esté encerrada?...
En el quirófano Banderas cura a Vera de las heridas que se auto infligió en su intento de suicidio. La escena se inicia con un picado sobre el cuerpo desnudo de ella. Son muchos los planos de quirófano y labor de laboratorio. Veremos también insectos pero sobre todo veremos secciones de piel.
En esta misma escena veremos un corte desde el montaje, mientras Banderas trabaja con su material de laboratorio, casi invisible, ahorrándonos toda la labor y creando dos planos similares seguidos pero distintos. Un sutil detalle que refuerza la idea de división por partes mencionada.
En esta constante idea de la división, el despiece en distintas secciones de algo para crear un todo distinto, tendremos uno de los planos indispensables de la cinta, el del cuerpo de Vera dividido en porciones, porciones sobre las que se irá colocando las secciones de piel que el personaje de Banderas está creando, una piel mejor y más dura.
Banderas siente una atracción por su creación que intenta disimular y a la que intenta resistirse. Un Dios que ama y desea poseer a su criatura, a la que odiaba de inicio, en su perturbada creencia de que la transformación exterior cambiará también el interior. Algo cambia desde luego en el interior de Vera, pero no en el sentido que le gustaría a Banderas. Relaciones viciadas y turbias, el dios y su creación, el padre y su hija.
En la escena donde Banderas presenta a la comunidad médica sus avances en la investigación sobre la piel es donde la película presenta sus mayores debilidades. Entra de lleno en la típica moraleja de ciencia ficción expresada de forma explícita en la conversación con otro médico, las cuestiones morales o legales sobre el aprovechamiento de la ciencia, la idea de querer ser Dios… Estamos en el terreno de la ciencia ficción y el terror.
Aquí está Mary Shelley y su Frankenstein, referentes evidentes. Almodóvar los usará a su conveniencia de forma inteligente.
Goya, “La maja desnuda”, “las Venus”… alusiones artísticas presentes en la cinta, la sublimación perversa de la belleza representada en estos referentes. En la escena donde Banderas contempla tumbado en la posición inversa a como está tumbada Vera, tenemos a la maja desnuda contemplada por el majo vestido y perturbado.
Ledgard (Banderas) se acerca de forma tímida a su paciente pero ella, en una explosión de atributos femeninos, se da cuenta de que puede controlar a su vigilante. Entiende que lo atrae y que puede usarlo. Banderas empieza a no tener el control total de la situación con respecto a ella y sus propios sentimientos. Mantiene el dominio físico y científico pero ya no el psicológico.
En la mencionada escena donde Ledgard observa a Vera ésta se percatará de que es observada por la cámara. Planos que recuerdan a “El show de Truman” (Peter Weir, 1998).
La consciencia de quien ha sido creada para ser contemplada. Es su razón de ser, como lo es de una película.
Televisiones, monitores… siempre presentes.
“La piel que habito” sigue desvelando sus claves y vemos que Vera está hecha a imagen y semejanza de su difunta mujer, el trabajo de Banderas es producto de su dolor y un pasado escabroso y Vera se nos empieza a mostrar como una posible víctima de sus experimentos.
El episodio típicamente almodovariano de “el tigre”, el personaje interpretado por Roberto Álamo, ha provocado cierto desconcierto, como un recurso de guión gratuito para desencadenar los acontecimientos de la historia. El hecho es que esta historia está metida con inteligencia, con avisos en el programa que ven Banderas y Paredes en una televisión, otra más, para luego emerger de lleno en la historia. Una vez más hay un vínculo entre las imágenes de televisión, lo representado, y la historia principal.
Esta presencia de la televisión nos puede recordar a “Qué he hecho yo para merecer esto” (1984).
Zeca, “el tigre”, apodado así simplemente porque va disfrazado de este animal en el carnaval que le ha servido de camuflaje, tiene su razón de ser como escisión de Banderas. Son hermanos, como nos explicarán después, y si Banderas representa la intelectualidad, lo cerebral, la frialdad, Zeca es justo lo contrario, el instinto, el impulso, lo visceral y carnal. Un personaje en apariencia sin sentido porque no lo tiene como tal, lo tiene como complemento del principal. El esperpento almodovariano alegórico una vez más.
“El tigre” es, por tanto, interpretable como una manifestación de los instintos reprimidos de Banderas, no en balde cuando este personaje someta a Vera, Banderas ya no contendrá sus impulsos sexuales hacia ella.
Dedicada a Cisco, al que no le gustó, y a su chica a la que sí lo hizo.
Magnifique, aunque diría que lo monumental se desenvuelve a medida que la película se cierra. El gran talento de Almodóvar, para mí, es sublimar, emocionar de verdad, a partir de propuestas absolutamente inverosímiles o disparatadas. y un privilegio para España tener a un artista con eso que distingue: el toque personal, adjetivable. Cuyas facciones más populistas está consiguiendo recortar, por cierto, sin terminar nunca de renunciar a ellas (siempre asoma algo de narcisismo en una de Almodóvar).
ResponderEliminarCiertamente, además lo comento en la segunda parte, la película se redondea donde más dificultades presentaba, en el final. Creo que la segunda parte te gustará mas aún. Espero. Graciaaas.
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