domingo, 21 de agosto de 2011

Crítica: ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA (1984) -Parte 1/2-

SERGIO LEONE





Sergio Leone rehuía toda comparación con "El Padrino" coppoliano, mantenía que “las películas de Coppola constituyen un espectáculo de la crónica, resumen un hecho histórico y lo transforman en espectáculo. En su lugar, yo parto de la fábula y a través del espectáculo intento alcanzar cierta verdad”. Si bien es cierto que es una obra inconmensurable, esta epopeya leoniana no alcanza las cotas épicas y de profundidad en los entramados que trata de la saga mafiosa. No llega a la altura de la que para muchos es una de las mayores obras cinematográficas de la historia pero sí tiene aspectos en los que no desmerece e incluso supera a su predecesora. Yo mismo caigo ahora en un error grave, compara ambas obras, porque las dos son incomparables, como bien decía Leone. “El Padrino” es una obra sobre la mafia, mientras que “Érase una vez en América” no lo es exactamente. La mirada de Leone no es sobre la mafia, no es sobre su funcionamiento, sus resortes, sus interioridades, sino sobre la amistad, el pasado, el hampa y esa América que le fascinó cuando llegó a ella, que le enamoró, una mirada ambivalente, crítica y mitificadora. No es mejor ni peor por tratar un tema u otro sino porque “Érase una vez en América”, provocado quizá porque su realización se alargó 10 años, no es tan cohesionada, segura y firme como la obra coppoliana, pero a pesar de ésas pequeñas imperfecciones la cinta de Leone no tiene parangón alguno en la historia del cine. No hay una sola película que se parezca a ella, salvo quizá alguna otra de su director (“Hasta que llegó su hora”, o quizá “A quemarropa” de John Boorman, con gansgters que ahora son ejecutivos, la ensoñación, la obsesión, los personajes femeninos, la estructura… son indiscutibles semejanzas a nivel temático).

Todas las obras de Leone están narrativa y temáticamente vertebradas por el tema del pasado, seguramente el tema transcendental de su filmografía. En todas sus películas, al menos las más personales, que vienen a ser todas menos su péplum “El coloso de Rodas”, contienen un flashback que se va desarrollando durante la trama para explicar y dar sentido global a personajes, obra e historia en general. En “Érase una vez en América” esto se lleva a su máximo esplendor en esa mirada fascinada de su director, siendo gran parte de la cinta un gran flashback encerrado en un sueño.
Érase una vez en América” iba a ser la tercera parte de una trilogía que llevaría los títulos en cada una de sus películas de “Once upon a time…” La primera sería “Hasta que llegó su hora” que en el original conservó el nombre, la segunda la indigna “¡Agáchate, maldito!”, que perdió el nombre por el camino (iba a llamarse “Érase una vez la revolución"), y la que nos ocupa en último lugar, una trilogía sobre América y su evolución. La frontera americana, la llegada del ferrocarril, los especuladores en la primera, el desencanto de la revolución en la segunda y el gángster que comprueba cómo ya no tiene cabida su “romántico” proceder al haber sido sustituido por políticos, como bien explica Leone, en ésta última.

La evolución de Sergio Leone, uno de los grandes sin duda, es absolutamente genuina, en ningún otro director se aprecia con más claridad la evolución y depuración de un estilo película a película, mejorando la una a la inmediatamente anterior, un estilo cada vez más preciso, sobre todo apreciable en su trilogía del dólar, donde el ritmo cada vez se pausa más, es más detallista, elaborado, donde el tempo hipnótico se hace imprescindible y sello personal de su director, una paulatina depuración que alcanzó cotas sublimes.
En “Érase…” se cuenta la historia de amistad entre David y Max en el Nueva York de principios de siglo, sus pequeños robos, sus primeros amores, su vida cotidiana en el hampa y su prosperidad en el mundo de la delincuencia.

Ambientada en tres épocas diferentes, 1922 con los primeros años de la Ley Seca, 1933, con la finalización de dicha ley y 1968 con la subida de Nixon al poder, “Érase una vez…” recrea a la perfección la evolución del gansterismo si bien no es tan reflexiva y profunda en su análisis como sí lo sería “El Padrino”, centrándose más en la psicología de los personajes, su evolución, los sentimientos, el tiempo y la nostalgia. De la idealizada América de la primera época que abarca “Érase una vez…”, con la vida en el gueto judío, vamos pasando a la decepción y la pérdida de valores (la amistad, el romanticismo, el amor), ejemplificado en los personajes de Max y Deborah, exitosos en lo profesional pero acabados en lo personal.
La belleza inabarcable de “Érase una vez…” no sólo se refiere a su estética, algo maravilloso, pocas veces hemos visto filmado el puente de Brooklyn como en la escena que precede a la muerte de uno de los chicos en una reyerta callejera (rodada a lo Peckinpah con cámara lenta incluída), sino también a su fondo.
El otro gran tema de la cinta es, la amistad, la relación entre dos hombres, su amor siempre es otro de los temas vertebrales en Leone, las mujeres en general son totalmente accesorias, no es gratuito por tanto, que Leone use géneros como el negro, muy misógino, y el western, muy machista, para recrear sus historias.

Un amor varonil entre hombres, de amistad sincera y sin ambigüedad homo-erótica. Una amistad que nunca cesará, por muchas perrerías que se hagan, por muchas traiciones que cometan,  incluso en la cinta que nos ocupa, la más desencantada del director italiano. Aquí a pesar de todo Noodles se niega a matar a Max precisamente por el recuerdo de esa amistad. Sublimación de la amistad varonil que es amenazada por la mujer, es por ello que las relaciones heteros son tratadas por Leone con cierto asco y distancia, siempre de forma negativa (violaciones, referencias necrófilas…), cierta fobia al sexo.

Los miembros de ese selecto club de amigos suelen ser dos, y con personalidades muy definidas y contrarias.
La manera de dirigir de Sergio Leone es una auténtica virguería. La forma en la que logra, alargando los tiempos, demorando cada escena, cada acción de cada escena, para crear una irresistible e hipnótica fascinación donde la gran mayoría provocaría el más absoluto de los aburrimientos, es simplemente mágica. Ese manejo del tiempo de forma absolutamente gratuita, que ayuda a crear un universo único y propio, lleva a alargar anécdotas en apariencia intrascendentes que apenas aportan nada a la narración, mientras que en otras ocasiones hace elipsis abruptas en temas de importancia narrativa. La mirada y el tiempo son rasgos temáticos de Leone, pero también forman parte de su estilo, como comenté (el famoso duelo de 3 minutos de “El bueno, el feo y el malo”, es buen ejemplo de ello), logrando no ya no aburrir sino acrecentar la tensión cada vez que se requiere. En su elegancia y sabiduría en el manejo del tempo cinematográfico de la narración y de cada plano está su genialidad. Fascina ver como se entretiene y ensimisma con los andares de sus personajes, como encuadra para que cualquier gesto nos fascine sobre manera (por ejemplo el famoso plano Leone, que coge desde por encima de la barbilla hasta la mitad de la frente y que Tarantino tanto aprecia y puso de nuevo de moda. De hecho Tarantino ha aprendido muy bien de Leone muchas de estas cosas que comento), la forma de comer, de mirar, de encender un cigarrillo, los nombres que pone a sus personajes… Un estilo único. Una elaboración enfermiza, detallada y precisa en cada plano, algo que comparte con otros grandes como Kubrick, por ejemplo.

Tempo, en las películas de Leone de influencia oriental. En “Érase una vez…” casi no hay presente, todo es pasado o futuro, el presente cuenta poco. Todo esto acentúa el carácter mítico o fabulador de la obra de Leone.
Usa todos los elementos a su disposición y los usa a la perfección, con una capacidad para crear personajes míticos absolutamente memorable. El vestuario, siempre muy personal, es fundamental para crear esos personajes de los que hablo, para dotarles de una personalidad fascinante, arrebatadora, carismática al máximo, por ejemplo el poncho que Clint Eastwood lleva en la trilogía del dólar, el abrigo negro de Lee Van Cleef en “La muerte tenía un precio” ... Los tics u objetos con los que enriquece a cada personaje, además de darles una canción a los más importantes, por ejemplo el cigarro de Eastwood, siempre humeante pero nunca fumado, la armónica de Bronson en “Hasta que llegó su hora”, la pose y manera de disparar de los protagonistas de sus películas, el hecho de que parezcan tener, en algunos casos, súper poderes… El manejo de los decorados, y como usa a los personajes por ellos, su sentido casi mágico mezclado con el naturalismo más sucio.
La mirada de Leone en esta segunda trilogía es a la par idealizada, romántica y crepuscular, obviando "¡Agáchate, maldito!", se aprecia bien en las otras dos, “Hasta que llegó su hora” y la que nos ocupa. Componentes de cualquier fábula, de hecho que la trilogía tenga el común inicio en los títulos de “Érase una vez…” ya muestra su carácter fabulador.

El cine de Leone recoge la gran herencia americana con fascinación y a la vez lo mezcla con una visión más desapegada, europea. Así tenemos personajes individualistas, míticos, invencibles casi (su trilogía del dólar), al mismo tiempo que no los idealiza en ningún momento, ni a ellos ni a sus motivaciones.

 





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3 comentarios:

  1. Es la más grande realización de película de todos los tiempos, sin duda alguna.

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  2. Me alegro de tu vuelta GUUUUUAAAAAUUUUU que gran película al menos dos veces al año la reviso

    Pedro

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  3. No es el puente de Brooklyn el que sale en la escena previa a la muerte de Dominic,es el puente de Manhattan.

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