Los problemas de la narración y el estilo de Hooper.
Hooper ha apostado fuerte por un estilo muy marcado a la
hora de acometer la película, como he comentado. Una apuesta con resultado
irregular. Si bien su simbolismo, uso de decorados y otras cosas mencionadas
resultan brillantes, otros aspectos y rasgos estilísticos, muchos de ellos
servidumbres de su adscripción al musical, lastran la narración, su fluidez,
además de poder incomodar al espectador en no pocos momentos.
Uno de los grandes problemas de la cinta es un incómoda
narrativa, sus episódicos saltos con elipsis muy marcadas y constantes que
diluyen la fluidez narrativa, una historia que va a saltos, de episodio en
episodio, como “set pieces” con leves vínculos comunes que hagan mantener la
narración, como simples excusas para llevarnos de una canción a otra. Todo esto
se debe a un guión con muchas lagunas, poco elaborado, que parece buscar el
encuentro, a menudo gratuito, de personajes para poder incluir la canción
correspondiente, esa falta de fluidez mencionada. Las apariciones de personajes
en los momentos oportunos, a menudo inverosímiles, gratuitas, repletas de azar
y casualidades, restan autenticidad y sobrepasan con creces el aceptado
artificio de un musical. Por ejemplo, ese encuentro de Valjean con Fantine,
justo cuando iba a ser arrestada, que se intenta justificar con esa labor de
buen alcalde samaritano que ejerce el protagonista, visitando los lugares más
desfavorecidos, pero que se usa en plan “deus ex machina” poco creíble… como en
muchas otras ocasiones. El artificio se acepta, así como muchas elipsis debido
a la enormidad del texto adaptado, pero resulta excesivo. Curiosamente las set
pieces, esas escenas separadas, valorables en sí mismas, resultan acertadas en
muchas ocasiones, tienen una gran fuerza dramática, en gran medida al
portentoso trabajo de los actores.
Otro increíble e improbable encuentro lo tendremosentre Colette y Valjean, un Valjean que siempre
aparece en el momento adecuado. Al descubrir quién es en tiempo récord querrá llevársela
pagando por las posibles molestias ocasionadas…
Las relaciones entre personajes, en general, tampoco están
bien retratadas, se deja eso a las canciones y no siempre funciona. La
confianza inmediata que Cosette deposita en Valjean vuelve a resultar forzada.
En esta misma línea podemos mencionar el enamoramiento exprés entre Cosette, ya
de jovencita e interpretada por Amanda Seyfried, y Marius (Eddie Redmayne).
Debilidades de guión.
No sólo aparecerá Valjean justo cuando se le necesita en los
lugares más recónditos, también sucederá lo mismo con Javert, que en su
infatigable persecución estará en demasiadas ocasiones en el lugar por donde nuestro
protagonista va a pasar, como cuando viaja con Cosette justo después de haber
saldado su deuda con los avariciosos taberneros Thénardier.
El desarrollo de personajes y sus sentimientos, sus
evoluciones incluso, no están bien ejecutados. Como la trama, van a
trompicones, a saltos, sorprendiéndonos con drásticas decisiones o cambios de
opinión sin meditación alguna ni evolución. El enamoramiento entre Cosette y
Marius es un ejemplo. La decisión de Valjean de quedarse con Cosette, otro. Se
narran estas circunstancias en una canción como explicación, pero sin
desarrollo alguno que lo justifique, el espectador debe ser crédulo ante las
dos o tres pinceladas que ha visto para aceptarlo. Es decir, Valjean se queda
con Cosette porque le afectó mucho el drama de su madre… la cuestión es que
esto no se transmite ni desarrolla, salvo en una canción con superficialidad.
Se ahorra los procesos para condensar todo lo posible, lo que hace que se
resienta narrativamente la película, que presente debilidades.
Todo redunda en su esquematismo excesivo y un uso de la
elipsis no del todo acertado.
Otro de los aspectos polémicos del film han sido los
primeros planos que constantemente inundan la pantalla. Un aspecto arriesgado y
que acaba por saturar, por asfixiar en muchos momentos la puesta en escena,
limitando la grandiosidad de la historia, sus elementos y trama, la
grandiosidad que debería tener. La impresión al recordarla es de una película
que se encierra, como de cámara, que teme salir a mostrar el ajetreo de París
para cobijarse en constantes primeros planos.
1832, nueve años después. París. La rebelión.
Nueva elipsis con una transición en la que una gran cruz
hará de separador. Del decidido canto a la ley de Javert saltaremos, nueve años
en el tiempo, a los cantos revolucionarios.
Es la revolución de junio, republicanos que se levantaron
contra el rey el 5 de junio de 1832. Victor Hugo vinculará el inevitable levantamiento
a la muerte del general Jean Maximilien Lamarque. Las causas de los
levantamientos se deben a multitud de circunstancias e intereses, que aquí
están contundentemente simplificados.
Diferencias entre clases, protestas de pobres a ricos, el
niño Gavroche (Daniel Huttlestone) como símbolo de la pureza de la
reivindicación. Los reyes se suceden pero nada cambia.
Aquí se nos presentarán a dos personajes importantes e
interesantes, Marius (Eddie Redmayne) y Éponine (Samantha Barks). Ella enamorada
de él, es la hija de los taberneros que cuidaban a Cosette. Las cosas han
cambiado, los lujos que le daban en contraposición a la pequeña Cosette ya no
se dan, es Cosette, una vez se la llevó Valjean, la que ahora parece más
afortunada. Él, por el contrario no se percatará del amor de Éponine y quedará
prendado de la bella Cosette nada más verla. Aquí se pondrá en peligro la
secreta identidad y paradero de Valjean de nuevo.
Del mismo modo y al ritmo de la magnífica canción “Red
And Black” se desarrollarán los deseos, el idealismo y el objetivo
colectivo de los revolucionarios, grupo al que pertenece Marius, objetivos
colectivos que deben primar por encima de los personales. La lucha por la
dignidad y los derechos de los ciudadanos por encima de los personales, el
enamoramiento de Marius, que además procede de buena familia.
“Los miserables” no es un musical al uso, su planteamiento
está más cercano a la ópera, una ópera cinematográfica. Tampoco debe entenderse
como una adaptación a la novela de Victor Hugo, sino al musical que se basó en
ella y que lleva décadas cosechando éxitos.
Éponine, el romanticismo.
El personaje de Éponine (Samantha Barks), nos deja algunos
de los momentos más emotivos y románticos, es fantástico el instante con la
canción “In my life” y la parte de Éponine y Marius, su diálogo y como cantan a
dúo cuando sus opuestos sentimientos coinciden con la letra de la canción.
Éponine es una heroína trágica, tendrá una maravillosa escena, también con un
gran primer plano larguísimo y sostenido en el que canta al desamor, su
resignación y su madurez, cantando “On my own” bajo la lluvia.
Este personaje trágico se relacionará con el del
protagonista, Jean Valjean, dos soledades, dos amores, una revolución y Javert…
todo esto nos dejará un intenso número musical donde se mezclan varios temas a
la vez, “One day more” o “Do you hear the people sing?” y donde aparecen casi
todos los personajes y tramas, Marius y el grupo revolucionario, Valjean,
Javert, Cosette, los Thénardier… contrastando sus conflictos y emociones. Un
épico y gran momento.
El personaje de Éponine tendrá su trágico final en la carga
del ejército a la pequeña resistencia, un bello sacrificio y muerte del
romántico y estupendo personaje.
Una de las escenas más épicas es la de la lucha entre
revolucionarios y el ejército del rey. Una escena donde, ahora sí, se muestran
grandes exteriores y que se inicia con un emocionantísimo himno, “Do you hear
the people sing?” cantando por todo el pueblo casi a coro. Otro gran momento.
La batalla, con Javert de topo, no se hará esperar, aunque Hooper no se muestre
especialmente virtuoso en mostrarla. Una vez descubierto el personaje que
interpreta Russell Crowe tendremos batalla nocturna.
Al igual que Javert, Valjean pasará a la resistencia y, como
aquel, con otros intereses muy distintos a los que busca el revolucionario grupo. Él, al contrario de lo que se cantaban en el tema “Red and black” buscará un
objetivo personal, aunque generoso. Proteger a Marius para que pueda reunirse
con su “hija” Cosette. Una vez más, por tanto, el vínculo y la relación entre
Valjean y Javert presente.
Como he comentado Valjean liberará a Javert, ante la
sorpresa de éste, y fingirá que lo mata.
Gavroche, el niño que siempre supone el apoyo adecuado al
grupo revolucionario, símbolo de su pureza idealista, nos llevará a la
fatalidad, al final (o inicio) del viaje del levantamiento con su muerte. Es la única
trinchera que queda y no hay salida, pero tampoco rendición.
El sacrificio.
Hay muchos temas en la cinta, pero uno que reluce de forma
especial es el del sacrificio. Se sacrificará Valjean por Cosette; también por
Marius, rescatándolo de la batalla; lo hará Éponine por Marius; los
revolucionarios por su causa, incluido Marius que está dispuesto a morir por
ella; lo hará Valjean por el acusado que fue confundido con él; de alguna forma
también lo hace Gavroche, lo que lo transformará en símbolo. Lo hará Valjean al
renunciar a Cosette para que viva su vida feliz junto a Marius; lo hará Fantine por su hija... El sacrificio
como forma de lograr los objetivos, de cambiar las cosas, una idea profundamente
cristiana.
Una idea que queda muy bien plasmada en ese viaje por las
cloacas, tocando fondo, lo más bajo, de Valjean transportando a Marius para
protegerle, que terminará con una definitiva resurrección. De hecho cuando
Marius despierte lo primero que verá será una pintura con ángeles, perfecta
idea.
La batalla, la muerte, el reguero de sangre… la catarsis
final que transformará a Javert de forma definitiva, una transformación que no podrá
superar.
Valjean huirá, a un convento, no hacía falta ya que todo
estaba resuelto. Le pedirá a Marius que guarde su secreto, pero un intento de
chantaje por parte de los hosteleros ladrones, que se descubren en todo
momentos como inconscientes personajes bisagra que van abriendo puertas y
descubrimientos al resto de personajes, son ellos con su actuación los que hacen
arrancar en muchas ocasiones la acción de nuevo, hará que Marius y su joven y
reciente esposa, Cosette, lo busquen y encuentren para poder despedirse antes de
su muerte.
La muerte de Valjean es un bello momento poético en ese
reencuentro con los vivos y luego con los muertos (Fantine y el religioso que
le redimió). Muy emotivo también. La última escena será para el himno de los
miserables, todos los personajes muertos, como espíritus reivindicativos tras las
barricadas, personajes inolvidables cantando “Do you hear the people sing?”.
Todo lo que vemos en “Los miserables” parece tener un
interesante paralelismo con la actualidad y esta tremenda época de crisis que
vivimos, lo que la dota de mucha vigencia, que por otra parte jamás ha perdido.
He comentado que “Los miserables” ha sido adaptada varias
veces al cine, aunque nunca de esta forma, y generalmente y gracias al
excepcional texto, no se las ha valorado mal, en ocasiones incluso muy bien.
Desde las versiones mudas de Frank Lloyd (1917) y sobre todo la larguísima de
Henri Fescourt (1925) a los valorados trabajos de Raymond Bernard “Los
miserables" (1934) o Jean-Paul Le Chanois en “Los miserables” (1958). En Estados
Unidos, además de la mencionada de Lloyd también se rodó otra versión dirigida
por Richard Boleslawski en 1935, sin contar la más reciente que dirigió Bille
August en 1998 protagonizada por Liam Neeson y Uma “Kill Bill” Thurman.
Además se han realizado varias adaptaciones para televisión.
Es evidente que el musical ha sido un éxito allí donde se ha
estrenado, como seguramente lo será la película, que no es raro que guste y
conmueva a un buen número de personas, aunque no sea del todo acertada. Un
éxito conseguido gracias a las bellas canciones así como al extraordinario
soporte literario, el texto de Victor Hugo, de primera calidad, pero también es
cierto que el adelgazamiento de dicho texto no deja de ser importante y afecta
con fuerza a la trama, por ello, y aunque se disfrute del musical y de la
película lo que sí recomendaré es que lean la monumental obra literaria base de
todo esto.
Resulta un tanto incoherente o directamente injusto, que con
tanto prestigio y tantos premios con los que ha sido valorada esta película, tantas
nominaciones a los Oscar, quede fuera de estas últimas su director, Tom Hooper,
ganador de la estatuilla en 2010 por “El discurso del rey”. Es injusto e
incoherente porque si se ha valorado tan positivamente una apuesta tan personal
a nivel de realización lo primero que habría que premiar es la labor del
director, ya que esa apuesta es plenamente suya. Da la impresión de que “Los
miserables”, en musical, debía estar nominada de entrada el año que alguien
decidiera llevarla a la pantalla, lo demás no se entiende.
El director ha tomado muchos riesgos para poner en escena el
famoso musical, para llevarlo al lenguaje cinematográfico, cámara en mano que
no para de moverse; primerísimos planos, largos, muy largos; gran angular;
uso, irregular, de los escenarios con poder simbólico; actores que cantan en
directo... Muchas de estas propuestas, como el manejo de los encuadres y uso de
los escenarios con significación, ya se apreciaron de forma excepcional en “Eldiscurso del rey”. El resultado es irregular, pero la personalísima apuesta es
mérito de su director.
No estoy diciendo que Tom Hooper deba estar nominado, no
creo que deba estarlo porque su dirección y decisiones tienen tantos aciertos
como errores, digo que si la Academia, como en otros tanto sitios, ha valorado
tan bien la película, la primera nominación debe ser para el director. Yo no lo
hubiera nominado porque no considero a “Los miserables” una de las mejores
cintas del año.
Tom Hooper me sigue pareciendo un director muy interesante,
creo que sus riesgos por amoldar los elementos de la puesta en escena a sus
historias y a la psicología de sus personajes son brillantes, aunque eso conlleve que
a veces no salga del todo bien.
Una cinta con muchos aciertos y muchos defectos.
“Los miserables”, la novela que Victor Hugo publicó en 1862,
pasa por ser una de las obras más conocidas y prestigiosas del siglo XIX, una
obra descomunal de auténtico calado, peso y altura. Una obra maestra. La
película de Hooper no adapta la novela, esto debe quedar claro, sino que adapta
el musical, que a su vez coge como referente la novela.
De entrada es difícil que una obra con el sustento literario
de la gigantesca novela de Victor Hugo no tenga interés, ya que una cantidad de
temas, reflexiones y personajes enormes la inundan, pero tampoco implica que se
haga una buena película. De hecho, casi todas las adaptaciones que se han hecho
de la novela han sido bien valoradas, aunque haya de todo.
El conflicto ley y justicia, el sacrificio, la lucha, la
revolución, el amor como cura, la religión, la redención, la venganza, la
esclavitud, el miedo, la lucha por la igualdad, por la dignidad del hombre… son
algunos de los temas que se desarrollan de forma magistral en la obra y de
manera más, lógicamente, adelgazada en el musical y esta cinta.
La narración se inicia en 1815, 20 años después de la
Revolución francesa. Allí veremos a nuestro protagonista, Jean Valjean, uno de
los mejores nombres que se le han puesto a un personaje de novela. La bandera
francesa aparecerá deteriorada, enfangada. Una vez lideró la Revolución, pero
todo eso parece olvidado. Todo se inicia con un espectacular plano en un muelle
con los presos tirando de cuerdas para amarrar barcos. Una escena que se presenta
con un extraordinario y espectacular plano flotante. Valjean va a ser liberado,
pero siempre tendrá en Javert una amenaza latente.
Jean Valjean. Hugh Jackman.
19 años en presidio por robar una barra de pan para su
sobrino hambriento, 5 por la condena, el resto por intentar escapar. No conoce
la gratitud ni el bien, la vida y la injusticia le ha hecho desconfiado, pero
un religioso le hará cambiar. Tremendamente fuerte físicamente. Comprobará de primera mano el poder de la
gratitud, de la generosidad, de que no todo el mundo es igual, y se acercará a
Dios de forma definitiva, se mirará en él para enfrentarse a su vida de forma
permanente, verá su cara. Es un superviviente, flexible y adaptable a cualquier
lugar, capaz de cambiar y rectificar, de pedir perdón y perdonar.
Lo primero que buscará será venganza. Veremos a su personaje
en constantes renacimientos, recomenzando su vida una y otra vez. Así, una vez
salga de la cárcel lo veremos enmarcado en una montaña, al amanecer, llena de
tumbas con cruces. Elementos del decorado perfectamente integrados con el
estado anímico del personaje. Uno de los grandes detalles de la puesta en
escena, que ya comentaré.
El constante renacer y recomenzar de Valjean lo asimilan a
un ave Fénix. Será otro tras salir de la cárcel, otro tras el acto de generosidad
del párroco. Tendrá que volver a reinventarse cuando se descubra su identidad,
al huir con Cosette…
Vivirá una dura vida de ex presidiario, nadie lo aceptará,
salvo un sacerdote en una iglesia, que cambiará su vida. El generoso gesto del
religioso, incluso tras sufrir el robo de Valjean, hará que nuestro
protagonista se replantee su forma de ser y su forma de proceder, que entregue
su vida a Dios y a la bondad. Esta redención y su sentimiento de culpa serán
mostrados en una extraordinaria escena, un momento de actor absolutamente
sublime, una canción con primeros planos en gran angular y muy sostenidos, larguísimos,
rasgo estilístico del director en la película, donde Hugh Jackman deslumbra sobre manera. "Valjean's soliloquy"
Javert. Russell Crowe.
La otra cara de la moneda. Es la responsabilidad, el deber
sin matices, la legalidad sin mirar la justicia. Monolítico, plano, rígido,
incapaz del cambio y de adaptarse a un cambio en la forma de ver las cosas. En
él veremos personificadas grandes reflexiones acerca de la ley y la justicia, donde
una abusa de la otra. No es un villano convencional, ni siquiera es un villano,
simplemente lleva su obsesión y exceso de celo hasta las últimas consecuencias,
de prejuicios imperturbables.
Javert no persigue a Valjean por maldad intrínseca, también
apelará a Dios como guía de su causa. No cuestiona el orden establecido del que
él es engranaje principal, un peón. Servil y tenaz. Su personaje incita a la
siempre interesante reflexión sobre la ley y la justicia. Él es la ley y no
cuestiona que sea injusta porque no le cabe en la cabeza que no lo sea,
identifica a ambas como la misma cosa, es su error. Su vida es su
responsabilidad, intachable en ese sentido, no conoce de grises, las cosas son
o blancas o negras, un esquema sencillo que le permite vivir, simplificar las
cosas, poder moverse y subsistir en esos tumultuosos tiempos.
Cuando Valjean le perdona la vida, sea generoso sin aparente
motivo, Javert quedará anulado. Vacío de contenido. Su persona sólo tenía
sentido para hacer cumplir la ley, su deber, cuando la actitud de Valjean
trastoca sus esquemas, queda desconcertado, lo normal es que uno huya y otro
persiga, que sean rivales, blanco o negro. Valjean le muestra el gris. Su
propósito y forma de vida pierden su sentido e, irónicamente, cuando se humaniza
no ve sentido a nada, sólo le queda un camino porque no se comprende a sí mismo
ni a eso que siente, a eso que le impulsa a dejar escapar a su obsesión. Carece
de sentido en sí mismo y no puede aceptarlo ni rectificar, queda
desnaturalizado.
Todo esto queda remarcado en dos momentos, las dos canciones
que canta desde las alturas. “Stars” y “Javert’s suicide”. El primero en un
tejado, donde apelará a Dios para justificar el cumplimiento del deber, seguro
de sí mismo y de su propósito, acompañado por un gigante águila en ese tejado y
una dirección que recurre a solemnes travellings y acentuados picados y
contrapicados para remarcar ese ego y decisión. Esto contrastará con la canción
de su suicidio, también desde la altura, al límite, en un puente, símbolo de
duda, de transición, una transición, una frontera y un cambio que no es capaz
de ejecutar, la duda y la incertidumbre que desembocarán en suicidio.
El duelo entre estos dos personajes es uno de los grandes
pilares de la novela, quizá el más interesante. También en la película.
8 años después. 1823.
Las transiciones temporales de Hooper, llevándonos al cielo
generalmente para luego situarnos de nuevo, son brillantes, aunque
esteticistas.
Aunque Tom Hooper haga predominar los primeros planos sobre
cualquier otra cosa, habrá estampas de miseria y podredumbre en lo que es una
buena recreación de época, aunque algo kitch en ocasiones. También de sordidez
y suciedad, como en la escena de las prostitutas donde Fantine va a vender su
pelo, incluso sus muelas, y donde acaba enfangada en ese mundo, siendo una más
del gremio… todo por querer mandar dinero a la familia que acoge a su hija,
algo imposible una vez la despidieron de su trabajo. Las circunstancias la llevarán
a lo más bajo, momento en el que nos deleitará con la escena que posiblemente
le dé el Oscar, la canción “I dreamed a dream”, en un solo plano y con la
emoción desbordada. El fondo que mostrará Hooper en esta canción con Hathaway
en primer plano será abstracto. La desmitificación del amor, los sueños rotos,
los anhelos… Bellísima canción.
Subiremos un peldaño, de la esfera más baja a trabajadoras,
tejedoras, es la presentación de Fantine, Anne Hathaway. Con una muy buena canción, “At the end of the
day”. Esta elipsis temporal nos sorprenderá con un próspero Valjean,
alcalde y con vistosas ropas, dueño de un floreciente negocio. En esta escena
se tocarán, con superficialidad, como tantos en la cinta, temas como la
envidia, el prejuicio, la lascivia… que llevarán al despido de Fantine por el
mero hecho de tener una hija.
Valjean y Javert se volverán a encontrar, aunque la situación
da un giro de 180 grados, ironías de la vida. Ahora Javert está al servicio de
Valjean, pero sigue siendo una presencia inquietante para el protagonista, ya
que rompió su libertad condicional, por ello se nos presentará desde un
contrapicado en esta escena mirando a Valjean. No lo reconocerá de inicio, pero
sospechará al verle levantar un carro a pulso, eco del levantamiento del grueso
mástil con la bandera de la primera escena.
Valjean ayudará a todo desfavorecido que vea, su mala
conciencia por su dejadez con respecto a Fantine y su despido lo llevará a
desvivirse por ayudarla.
El perdón.
En la relación entre Valjean y Javert la generosidad, el
perdón, tendrá mucho que ver. De hecho, el perdón es uno de los pilares de la
obra. Será el perdón lo que hará cambiar su vida a Valjean, el perdón del
eclesiástico que no le denunció. Será el perdón a Javert por su denuncia lo que
desembocará en la confesión de su verdadera identidad y le obligue a huir de
nuevo del agente de la ley. Será el perdón a Javert, cuando lo tenía a su merced
para matarlo y así poder vivir en paz, cuando los revolucionarios lo tenían
preso, lo que acabe perturbando y desnaturalizando al personaje que interpreta Russell
Crowe. Un perdón que será devuelto cuando Javert no sea capaz de detener a
Valjean, por el impacto que le supuso que le dejara escapar con anterioridad.
Valjean confesará su identidad, lo que supondrá la
persecución de Javert, incapaz de flexibilidad o piedad alguna. Todo esto
ocurre en el momento en el que decide hacerse cargo de la hija de Fantine,
Cosette, tras la muerte de la desgraciada mujer. Será su protector. En este
nuevo duelo Javert confesará que también proviene de la cárcel, que nació en
una. Más vínculos entre ambos, un duelo lleno de matices.
La narración saltará para presentarnos a Cosette, de niña
(Isabelle Allen), que cantará sus sueños…y recuerdos. Recuerdos vagos de su
madre. Está al cuidado de unos hosteleros ladrones, contrapunto cómico de la
narración, que alivia así un poco tanto sufrimiento. Helena Bonham Carter y
Sacha Baron Cohen interpretan a los hosteleros Madame Thénardier y su marido.
La canción dedicada a ellos es la estupenda “Master of the house”.
Las canciones.
La mayoría de las canciones del musical son estupendas,
claves del éxito constante de la obra durante muchos años, extendido ahora al
cine. En muchas ocasiones las canciones funcionan como sustitutas de la propia
narración, algo que cojea a menudo, en cambio cuando desarrollan los
sentimientos de los personajes funcionan mucho mejor.
Valjean tendrá un conflicto al saber que va a darle una vida
de secretos, ocultaciones y huidas a Cosette, mala correspondencia con la
incondicional confianza que la niña deposita en él.
“Ahora veo lo que no podía ver”. El amor y la compañía llegan
a Jean Valjean.
Las virtudes de una apuesta arriesgada.
Hooper nos deleitó con una puesta en escena de
extraordinaria significación en “El discurso del rey”, aquí propone algo
parecido aunque cede en demasiadas ocasiones al puro esteticismo. Con todo, su
búsqueda de fusionar puesta en escena con lo que ocurre en ella, con la
psicología de los personajes en esos momentos y sus situaciones, hacen de este
director alguien a tener muy en cuenta, incluso aunque no acierte del todo,
como ocurre en esta “Los miserables”.
Aquí el juego con los decorados vuelve a ser brillante. Las
dudas o las rectificaciones, las decisiones duras que deberá tomar el
protagonista, serán mostradas siempre en lugares sagrados, ante cruces o como
si de una plegaria religiosa, una conversación con Dios, se tratara. Lo veremos en
la escena donde se redime al inicio y comienza su carrera de buen samaritano
tras el acto de generosidad del párroco. De igual manera lo veremos cuando
tenga que decidir si confiesa su verdadera identidad para salvar a un falso
culpable. En la escena donde pide que salve a Marius, hacia el final de la
película, veremos un ojo, símbolo de Dios, que desenfocado comparte encuadre con
su rostro, una escena que acabará con un plano picado, cenital, que subirá
hasta las alturas, un bello mensaje lanzado a Dios, que nos muestra varias
calles adyacentes de la ciudad. Una escena bien rodada.
Cuando pida a Marius que no diga nada sobre su pasado, y se
lo confiese a éste, habrá una cruz en una desnuda pared, presidiendo la
conversación. Una escena que se inicia con un plano inclinado.
Cuando Valjean pide a
Dios, en el convento, reunirse con él al final de la cinta, otra cruz tendrá una
importante presencia en la escena… Dios siempre será su guía.
En la escena donde Valjean se debate entre decir su
verdadera identidad o callar para salvarse de manera definitiva, se preguntará
quién es, momento en el que su rostro aparecerá algo borroso, forma en la que
Hooper muestra esas dudas internas del personaje.
De igual forma Hooper usará planos inclinados para acentuar
el estado anímico de personajes, sus conflictos internos, o elementos del
escenario nuevamente, como la escalera de caracol donde Valjean descubre el
amor de Cosette hacia Marius.
Decorados que descubren el interior de personajes o cómo les
hacen sentir los acontecimientos de esa época, que explicitan sus sentimientos,
lugares desnudos, míseros o destruidos como el que contiene a Marius cuando canta
a sus amigos muertos, los sueños incumplidos, el idealismo derrotado, el
fracaso de la revolución… una vez más con largos primeros planos sostenidos en
otro gran momento de actor, dedicado en este caso a Eddie Redwayne, que está
excelente en la escena.
La apuesta por la cámara al hombro y su continuo movimiento
ha sido también muy cuestionada, pero en este caso no veo el problema. Se ha
exagerado tremendamente este aspecto ya que Hooper encuadra con tacto y ese movimiento
acentúa la tensión y tremendos conflictos de los personajes y las situaciones,
pero en ningún caso satura o marea, es bastante estable en todo momento. Esto
parece obedecer a que algún lumbreras ha leído alguna entrevista y de repente se
ha fijado en dicho rasgo estilístico, con lo que para dárselas de entendido, vete
a saber qué, lo ha mencionado para cuestionarlo al no gustarle la película.
Esto sólo puede tener esa explicación, porque entiendo que pueda extrañar la
cantidad de primeros planos y el uso del gran angular, así como ciertos excesos
en el montaje que sí puede tener, más incómodos que la cámara al hombro, pero
que se cuestione este rasgo por mareante cuando el 90 por ciento de los
taquillazos e incluso de muchas cintas independientes o movimientos de
prestigio lo han usado no una, ni dos, sino 74 veces con más exageración,
pronunciamiento y a menudo de forma, esta vez sí, tremendamente mareante, clama
al cielo. Lo dicho, parecen haber descubierto algo y echado el anzuelo. La
cámara al hombro da dinamismo y transmite la pasión, pulsión y tensión de personajes
e historia.
Una de las grandes virtudes de la cinta es que, aunque la
fluidez narrativa se resiente, aunque todo resulta episódico, como mencionaré, en
set pieces, logra conmover enormemente en no pocas ocasiones, de forma sincera,
especialmente cuando Hooper muestra, casi obscenamente con sus primeros planos,
los sentimientos de los protagonistas (la redención de Valjean, el desolado
canto de Hathaway-Fantine, la muerte de Éponine, su canto al desamor bajo la
lluvia…).
Si por algo se recordará a los miserables será por sus
interpretaciones, deslumbrantes, todos y cada uno de los miembros del reparto,
aunque haya algunos que vuelen a una altura tal que puedan hacer olvidar otros
excepcionales trabajos. Russell Crowe está magnífico, aunque no sea el que más
brilla, como lo está Eddie Redmayne, pero son Anne Hathaway y Hugh Jackman lo
que se han llevado, merecidamente, los mayores elogios y parabienes. Los dos están
extraordinarios, Hathaway en sus pocos momentos en pantalla y su interpretación
de “I dreamed a dream” y Jackman con una interpretación emocionante, sentida y
desnuda, el mejor trabajo de su carrera. Helena Bonham Carter, Sacha Baron Cohen, la
modosita y algo más sosa Amanda Seyfried… todos muy bien. Otra apuesta del
director, que prefirió actores que cantaran, a pesar de las limitaciones que
supondría, y que lo hicieran en directo para dotar de mayor naturalidad a todo,
que cantantes que interpretaran. La excepción la tenemos en el extraordinario
trabajo de Samantha Barks.