Pasamos por la vida sin conocernos verdaderamente, creyendo los
principios teóricos por los que nos regimos, en los que creemos o nos imponemos,
que supuestamente nos definen en nuestra placentera vida, moviéndonos sin
excesivos altibajos convencidos de cómo somos, de cómo actuaríamos en cada
situación que se nos presentara, sin enfrentarnos apenas a situaciones límite que nos desvelen la verdad sobre nosotros mismos, que nos sitúen en
circunstancias donde podemos reaccionar de maneras en las que nunca habíamos
pensado, que contradigan esos postulados teóricos que tan bien quedaban, que
nos descubran defectos y virtudes en su máxima expresión y nos lleven a
corregirlos, madurarlos o a enorgullecernos con razón. Circunstancias que
cuando se dan nos pueden perturbar sobre manera porque no reconocemos a ese que
creíamos ser y que se comporta tan distinto a lo que siempre habíamos pensado,
una inquietante divergencia entre cómo nos comportamos y cómo deberíamos
haberlo hecho… Y si no nos conocemos
nosotros mismos, imaginad a los que nos rodean.
El arte, la literatura, el cine, pretenden darnos una mayor
comprensión de todo ello, de nosotros mismos, de esos lugares oscuros que nos
negamos a aceptar y asumir que tengamos, y de los luminosos, que no siempre
salen a la luz. Nos ayudan a aceptar, entender y asumir nuestra compleja
naturaleza.
De todo esto, y otras muchas cosas, nos habla “Animales
nocturnos”. Esto es lo que le ocurre a la protagonista de la película, a la que
todos parecen conocer mejor que se conoce ella misma, dedicándose a hacer daño
a los que la quieren en esos vaivenes inconscientes. Así lo demostrarán su
madre y su ex marido. Descubrimos aquí la novela como una exploración de la propia
vida, del propio yo, y tanto Susan Morrow como Edward Sheffield están
vinculados al arte, una es marchante y el otro escritor.
Tom Ford nos cuenta una historia con tres líneas narrativas,
dos reales y una de ficción. Las reales se dividen en un tiempo presente y otro
pasado, al que acudiéremos mediante un flashback. La tercera línea, la de
ficción, visualiza la novela que el personaje de Amy Adams lee, una novela
escrita por su ex marido, interpretado por Jake Gyllenhaal.
Susan Morrow (Amy Adams) recibe un paquete con una novela de
su ex marido, Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal). Ella se ha casado de nuevo y
vive con todas las comodidades en un matrimonio frío y distante. Latente
sensación de desasosiego y soledad que amenaza de alguna forma a la mujer. La
lectura de esa novela y su sentido oculto la perturbara, descubrirá la realidad
de su vida, sus anhelos y sus culpas.
La principal reflexión que propone Tom Ford en este
estupendo thriller psicológico y atmosférico, es sobre la creación y expresión artística,
en este caso la literaria, que se extiende hasta la adaptación cinematográfica si hacemos una lectura metalingüística. Y sobre lo que tiene esta del propio yo.
Todo ello integrado en un relato que sugiere una amenaza latente y mantiene al
espectador pegado a la butaca, poseído por una incertidumbre expectante y
extraña.
Así, desde la puesta en escena, aspectos de la trama y
ocasionales diálogos, Ford logra un brillante juego de espejos entre las
tramas, las dos reales y la de ficción, que están íntimamente ligadas. Se
entiende así que la novela habla en exclusiva de la vida de Edward con Susan,
del dolor que le causó y los sentimientos que le provocó y aún tiene.
Todo lo que vemos referido a la novela tendrá un sentido en
la vida real de Susan, donde el protagonista de aquella, Tony Hastings, es el
alter ego del autor, Edward Sheffield.
Ford utiliza todo tipo de recursos para ligar ambas líneas
narrativas con una solidez a prueba de bombas, en un guión y una dirección muy
bien construidos en cuanto a este tipo de detalles.
Poco a poco se nos va describiendo la verdadera personalidad
de Susan Morrow, que es el personaje central y sobre el que gira toda la trama.
Un personaje que va creciendo y transformándose ante nuestros ojos según avanza
la lectura de la novela y se nos van desvelando los hechos de su pasado.
Inmersa en un matrimonio en el que todo son comodidades y lujos, un marido muy
bien situado, pero en el que desde el mismo inicio se aprecia que hay problemas. Una pareja poco
comunicativa, distante, al menos por parte de él (Armie Hammer), donde la
prioridad parece estar en el trabajo.
Ella lleva una galería de arte, atisbo romántico al que
pretende agarrarse tras haber abandonado su anterior vida con Edward, aunque es
una actividad de poco agrado para Hutton, su marido, además de poco rentable.
Se relacionará con poca gente y se sincerará con el primero que
pregunte, como esa excéntrica pareja de artistas, un matrimonio donde él es
gay.
Con esa frase y el retrato anterior tenemos fijado el
universo en el que se mueve Susan, ahora insatisfactorio, antes añorado, rodeada
de ricos hastiados, asépticos y apáticos, que es como ella se siente.
Se va añadiendo cierto sentimiento de culpa en el personaje
de Susan cuando la vemos rememorar determinados hechos de su pasado, desde la
forma en qué dejó a Edward hasta su aborto. Se esbozan en ella ciertas
contradicciones o rebeliones, una vez se ve subyugada por la lectura del libro
de su exmarido, como cuando lanza pullitas a esa compañera adicta a las
operaciones, cuestionando su superficialidad… Todo ello va haciendo su soledad
más insoportable…
Realidad y ficción.
Estos ecos y cebos y referencias que se aprecian en la trama
de las dos líneas narrativas, en determinados diálogos y en la puesta en
escena, determinan el vínculo inherente, indivisible, que esa ficción tiene con
la realidad. No sólo son interesantes la referencias directas, también lo son
los contrastes, las marcadas diferencias en la puesta en escena o determinados
detalles de la historia real con respecto a la de ficción. La historia de Tony es la recreación
novelada de su vida, de sus sentimientos, de su pasado junto a Susan, así como
las conclusiones que extrajo, como una especie de preámbulo a una venganza. Realidad,
recuerdos e imaginación.
Montajes encadenados nos llevarán de Susan a Tony, el alter
ego de su ex marido Edward, en ambos casos interpretado por Jake Gyllenhaal.
Planos encadenados que llevan de la una al otro, de la realidad a la ficción,
ambos en la cama, o con ecos, como esas escenas de ambos por separado en la
ducha. O tras cristales empañados en distintos momentos.
Al final del film tendremos otro interesante contraste. Un
montaje paralelo y contrastado. La sequedad de la agonía de Tony con la humedad
de la bañera de Susan.
Ese plano de Edward con un coche de exposición al lado suyo
justo tras la ruptura con Susan, que es el mismo que conduce la pandilla de macarras
asesinos que vemos en la novela. Del mismo modo, acto seguido, volveremos a la
novela, con Tony montado en un automóvil, con su rostro reflejado en un retrovisor,
en un nuevo vínculo.
A través de transiciones, en ocasiones abruptas, iremos de
la ficción a la realidad, por ejemplo un puñetazo de Tony al asesino Ray Marcus
(Aaron Taylor-Johnson) nos devuelve a la lectura de Susan en la tranquilidad de
su casa y su chimenea crepitante. Cuando Susan recoge el libro que se le cae en
esa misma escena, encadenaremos de nuevo, en esta ocasión con un flashback, el
del día que conoció a su nuevo marido, iluminado intermitentemente con la luz
de unas diapositivas. Una nueva transición vinculadora recogiendo algo del
suelo.
Un disparo, el de Bobby a Lou, se vincula con un golpe en la
casa de Susan, una nueva transición vinculante. Ese golpe es de un
pajarito muerto, que además funciona como símbolo del aborto del hijo de Edward y
Susan que veremos a continuación.
Esos planos fugaces que encuadran la boca o el anillo de
casado de Edward rememorados por Susan mientras está trabajando, también los
vinculan. Cuando Tony descubra junto al agente Andes los cadáveres de su hija y
su mujer en la historia de ficción, Susan llamará a su hija en un impulso, sólo
para escuchar su voz, en una manifestación de su sentimiento de culpa que
entenderemos posteriormente.
La cruda descripción del agente Bobby Andes (Michael
Shannon) sobre la muerte de las dos mujeres, la esposa y la hija de Tony, se
emparenta y cobra todo el sentido al final de la cinta, cuando conocemos del
aborto de Susan y cómo se entera Edward del mismo.
De hecho, al final, todos los paralelismos cobran sentido,
se iluminan ante el espectador. La infidelidad de Susan es convertida en
violación en la novela. El asesino Ray es el trasunto de la propia Susan, la
que acabó con su vida. Será él el que le acuse de “débil”, como hizo ella en la
vida real, será él el que mate a su familia, como hizo Susan con su hijo
abortando.
Cuando Tony mate a Ray no le queda otra que morir. Es una
muerte simbólica la que quiere explicar a su lectora esposa. Es su muerte
porque es su traición a sí mismo, ese disparo significa la traición a su propia
esencia, a su yo. Matar esa debilidad-sensibilidad le despoja de sí mismo.
Ford marca diferencias entre las dos historias además de paralelismos, con un marcado contraste en la puesta en escena. De la asepsia insatisfactoria y lujosa de la vida de Susan, al desgarro descarnado y violento de la historia de ficción. Así, si los entornos dedicados a Susan siempre son asépticos, en tonos fríos, neutros, primando los azulados salvo en significativas ocasiones (esos rojos o decorados más vivaces en la galería de arte y la casa de sus amigos donde se llega a confesar), mientras que los que siguen a Tony en la historia de ficción son descarnados, más cálidos, primando los ocres. Además los lujosos entornos que envuelven a Susan contrastan con los desérticos y poco agradables en los que se ve obligado a desenvolverse Tony.
La neutralidad aséptica y tranquila, lánguida, del mundo de
Susan, contrastada con la violenta y cruel que plantea la novela, donde lo
escatológico está presente (Ray cagando antes de ser detenido).
Curiosamente, en los flashbacks tendremos una situación intermedia,
entornos urbanos pero más cálidos, mientras Susan y Edward están juntos. Un ejemplo: la conversación acerca del libro de Edward en su casa, donde ella cuestiona su
talento, sonando materialista, como su madre, donde predomina un sofá rojo.
Esta evolución resulta apresurada, vaga, desde que la describe la madre a
cuando se manifiesta así.
También habrá algún paralelismo interno en la historia de
ficción, como la burla que el agente Bobby Andes realiza a Lou, que es la misma
que aquel le hizo a Tony.
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