Además, el gran triunfo de Ford está en la atmósfera que
logra, con una capacidad de sugerencia, de amenaza, de perturbación y extrañeza
muy brillante, con un tempo y una cadencia narrativa muy medida que potencia todas
esas virtudes. Ese reflejo en la puerta metalizada en la brumosa noche, ese
coche que parece espiar, el amanecer, la herida en el dedo con la hoja de la
nota, la llegada del libro... Son buenos ejemplos en los primeros minutos de
metraje.
Hay muchos amaneceres en el film, como transiciones naturales que muestran el transcurrir del tiempo en forma de puntuación narrativa.
Hay muchos amaneceres en el film, como transiciones naturales que muestran el transcurrir del tiempo en forma de puntuación narrativa.
Es en la parte de ficción, la que seguiría la novela, la de
thriller, donde Ford puede explotar más esas “virtudes atmosféricas”, y eso a
pesar de que seguramente es la menos conseguida, al menos según avanza la
historia.
Desde luego la primera secuencia, la de la persecución con
los coches, el abuso, el robo, el secuestro en la noche en una carretera solitaria,
es magnífica. Una escena muy bien rodada, muy bien montada, donde sabemos dónde
está cada coche en todo momento, y se mantiene la continuidad a la perfección, con un gran
suspense. Logra una intensa impotencia, lo que parece provocado por una
niñería, lo que puede alimentar el sentimiento de culpa, cuando no hay
justificación alguna a lo que ocurre. Edward (Jake Gyllenhaal), su mujer y su hija acosados por
una pandilla y parados en plena carretera desierta en la noche…
Aunque a veces no reaccionen con la lógica que esperaríamos,
es coherente con los nervios y tensión que viven, porque además poco pueden
hacer en su situación, con el coche pinchado y sin salida ni ayuda.
Aquí Ford usa a la perfección la iluminación, esos faros de
los coches iluminando esa tenebrosa carretera, el sonido, que se apaga en el
momento que Edward ve irse a su familia en el coche con los macarras, ese
silencio fantasmagórico y terrorífico…
En los diálogos, que son muy eficaces y dejan varias buenas
conversaciones, Ford es muy escrupuloso y riguroso con la planificación,
demostrando una seguridad absoluta en lo que cuenta, con los planos y
contraplanos sucediéndose con precisión y de forma estricta, sin recurrir a
esteticismos, jugando con la profundidad y los encuadres a distintas distancias
según lo requiera la conversación, yendo al plano general con coherencia.
Un ejemplo: la conversación en el flashback que nos lleva al
día que parece iniciaron su relación, un encuentro fortuito, una cena,
rememorando detalles de su infancia, la amistad de Edward con el hermano gay de
Susan (Amy Adams), el mutuo enamoramiento cuando eran niños, los padres reaccionarios y
republicanos (por supuesto, no puede faltar) de ella, diversas intimidades, la
sutil propuesta de sexo… Todo en estricto plano y contraplano.
De igual forma retrata la conversación madre-hija, muy
interesante también, hablando de la frágil o sensible personalidad de Edward,
ese romántico, como argumento a la oposición materna a ese matrimonio. No lo
cree capaz de satisfacer la ambiciones de su hija, que se postula como
romántica, demostrándose que su madre la conocía mejor que se conoce a sí misma
cuando en el futuro le dé la razón, casándose con un millonario y abandonado al
joven escritor. Cree o quiere ser lo que no es. Luego, con el millonario,
quedará aún más insatisfecha.
Ocurre lo mismo con la confidente del trabajo, con un Ford
muy preciso en su planificación plano-contraplano, abriendo el cuadro cuando es
menester.
Ciertos elementos simbólicos ayudan también en esa
atmósfera, por ejemplo en la galería de arte, con esa vaca asaetada, ese
mensaje de “Venganza” o esa visión en el móvil de su compañera. También en ese
cuadro que parece un fotograma real, expectante, donde un hombre encañona a
otro que mira a cámara, en apariencia indiferente o, quizá, sonriente. Una
cuadro inquietante, que relaciona su emoción a Susan.
La parte de thriller consigue la mencionada sensación de
amenaza en todo momento, aunque su trama sea poco atractiva y sorpresiva,
especialmente en la parte final. Investigación y paso del tiempo con un policía
interpretado magníficamente por Michael Shannon, que es el más inquietante de
todo el reparto, hasta dar cierto mal rollo, pero que se desvivirá para que
Tony vea cumplida su venganza y se haga justicia. Detendrá a Lou, uno de los
cómplices, el que echó a Tony del coche en el desierto (el otro murió en un
tiroteo escapando), y propondrá la solución drástica ante la apatía de la
justicia.
Sumidos en la completa ilegalidad se dispondrán a ajusticiar
a los dos asesinos que siguen libres por cuenta propia, lo que expondrá el
carácter de Tony y escenificará el ejercicio de expiación que es la novela,
cuando no se atreva a disparar y tenga que ser Bobby el que maté a Lou (Karl Glusman),
y cuando en el cara a cara entre Tony y Ray éste le mencione su debilidad, esa
palabra maldita, para acometer ese propósito, matarle.
Frustración, dolor, rabia por la consciencia de esa
realidad, por si pudo hacer algo por evitar aquello, culparse por la culpa de
otros. Ese será el caldo de cultivo del clímax, que llevará a Tony a matar a
Ray, pero en su duda recibir un golpe que lo dejará agonizante.
Y esa muerte simbólica, explicada anteriormente, es una
pista para la venganza final, en plato frío, que tendrá Edaward para su mujer al no
acudir a la anunciada cita. Veremos la ilusión de Susan, dispuesta a otro
engaño, creyendo una posible redención, pero aquel Edward ya no es el mismo.
Susan queda condenada en vida, a su vida.
Es aquí donde la tesis del film explicada al inicio se
define, una catarsis literaria que es como un disparo a quemarropa a su pasado.
Es cierto que hay aspectos tratados con excesiva
superficialidad y que muchos personajes apenas están esbozados, son meramente
circunstanciales, como ese marido que interpreta Armie Hammer o la madre de Susan.
Incluso al policía, magníficamente interpretado por Michael Shannon, siempre
inquietante, y al psicópata que encarna Aaron Taylor-Johnson les falta algo de
peso. Taylor-Johnson ha sido elogiado por su interpretación de Ray Marcus, que
le ha valido el Globo de Oro a mejor actor de reparto, pero se antoja algo
sobrevalorada. Brillante Amy Adams, llena de sensualidad.
Del mismo modo, hay aspectos algo forzados o retorcidos, como
esa aparición de Edward ante el coche de la infiel pareja cuando salen de la clínica
abortiva…
Una buena película, depurada, que plantea interesantes
reflexiones sobre el conocimiento del yo, la dificultad para entendernos, para
comprendernos nosotros mismos, y la creación artística para lograrlo. Sobre el
dolor y el daño que nos hacemos, sobre la crueldad. Sobre el remordimiento y el
sentimiento de culpa. Sobre la necesidad de expiar y expulsar nuestros
demonios. Un juego metalingüístico que en ocasiones puede parecer vacío, pero
finalmente resulta satisfactorio. Poseedora de un esteticismo que en ocasiones
asfixia la propuesta, que tiene aspectos superficiales o poco elaborados.
Atmósferas a lo Lynch mezcladas con ideas de melodrama
clásico, Sirk, quizá, para esta adaptación de la novela de Austin Wright.
“Cuando amas a alguien intentas que funcione, no lo desprecias.
Lo cuidas, porque es posible que no lo vuelvas a tener”.
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