El bueno de Ian McEwan es uno de los grandes autores vivos,
sin ningún lugar a dudas, un autor profundo y muy inteligente, con un universo
obsesivo muy personal, que es firme candidato al Nobel en la actualidad. Uno de
los miembros de la llamada “generación Granta”, denominación adjudicada en
honor a la publicación del editor Bill Buford, que apostó por ellos y los lanzó
al estrellato.
McEwan se hizo más conocido en este país gracias a la
adaptación cinematográfica de su novela “Expiación, más allá de la pasión” (Joe
Wright, 2007), que obtuvo 7 nominaciones al Oscar. No ha sido la única
adaptación a una novela de McEwan: “El jardín de cemento” (Andrew Birkin, 1993); “El placer de los extraños” (Paul Shrader, 1990), que adapta “El placer del
viajero”; “El inocente” (John Schlesinger, 1993); “Solid Geometry” (Denis
Lawson, 2002), que adapta un relato corto del autor titulado “Primer amor,
últimos ritos” o “Amor perdurable” (Roger Mitchell, 2004)... Su novela "Ámsterdam" está
considerada una de sus obras maestras, uno de sus trabajos más elogiados,
premiados y reputados.
McEwan tiene un universo perturbador, profundo, descarnado
en su sencilla autenticidad. Relatos que se adentran sin complacencia en las
debilidades humanas, en sus mecanismos de defensa ante la tragedia, sin
edulcorantes, pero desde todos los puntos de vista, los positivos y los
negativos, los más agradables y consoladores y los más complejos y dolorosos.
Hay temas recurrentes en ese universo personal del autor,
muy reconocibles en sus novelas. La pérdida y el sufrimiento que esta supone han
vertebrado varias de sus obras más conocidas. Ese tema es, precisamente, la
columna vertebral del libro que comento aquí, la pérdida de una hija,
secuestrada, y lo que esta supone para un matrimonio, en especial para el
padre, Stephen.
McEwan coge ese tema y lo desarrolla y examina con una
sensibilidad y profundidad que abarca todo punto de vista, toda perspectiva
sobre el mismo, de igual forma que reflexiona sobre otros muchos aspectos
derivados de esa tragedia. Sacando partido a todo, máximo partido, con estilo
simbólico ocasional y muy sofisticado. El destino y la importancia de cada
decisión que tomamos, en cada momento, por intrascendente que parezca, el
sentimiento de culpa y el arrepentimiento derivado de él, el tormento pasado,
en este caso esa pérdida…
McEwan podría definirse como un autor del arrepentimiento,
de ese tormento pasado, de la búsqueda de evasión, de esos mecanismos de
defensa que utilizamos para huir de la tragedia, de lo que no podemos asumir,
del dolor. Los pasados trágicos son habituales en el inglés. La obsesión y la
evasión son temas fundamentales de McEwan.
Los momentos de evasión, de apatía vital, aburrimiento,
rendición ante la pérdida, nos remiten en cierta medida a la atmósfera de la
literatura de David Foster Wallace. Apreciable sobre todo
al inicio de la novela.
McEwan ambienta su novela en un futuro cercano y anacrónico
donde la miseria está muy presente.
La infancia, su estudio, sus miedos e ilusiones, sus
contrastes, es examinada desde todo punto de vista, incluso perspectiva, en
primera persona y como recuerdo pasado, desde la nostalgia, la pena y la
alegría, como algo propio y algo ajeno, de la propia y de la de los demás… De
su vínculo con el mundo adulto. Un estudio exhaustivo, completo, profundo, fiel
al estilo de McEwan. También sobre la educación.
Las referencias a la infancia en el desarrollo conceptual
del tema son numerosísimas y de todo tipo: literatura infantil; la pérdida de
la niña; profesores infantiles entre los personajes; la dedicación del
protagonista, que es novelista infantil; la idea de perpetuar la juventud, de
aferrarse a la infancia o a su recuerdo, como referente, ejemplo, ensoñación o
lugar donde cobijarse; la inmadurez antes de las responsabilidades; la
consciencia antes del nacimiento; la regresión a la infancia del amigo del
protagonista; la relatividad del tiempo y la infancia, su presencia y variantes
a todas las edades; la infancia y su tiempo, la dificultad y necesidad de
acompasar tiempos, de vivir en el que nos corresponde, de compartimentar; la
asunción del término, finalización, de su infancia, la de nuestro protagonista,
con tres generaciones distintas presentes; las modas y especulaciones
variables, en todo orden de cosas, aquí en la educación infantil, absurdas
teorías y sus contrarios como dogmas. Salud, educación, hábitos… Todo esto
íntimamente relacionado con nuestro protagonista, que nos mostrará su propia
infancia, sus recuerdos, incluso.
La madurez, obstinada, la madurez como obligación, como
necesaria apariencia en el mundo adulto, una incómoda obligación que se repele,
especialmente en la desgracia, cuando fracasamos en su ejecución, en las
obligaciones y responsabilidades que nos damos…
Junto a la infancia, el otro gran pilar conceptual es el del
tiempo, como bien subraya el título de la novela. El tiempo visto desde todos
los puntos de vista también, examinando su contenido y sentido con profundidad,
desnudándolo por completo, desbrozándolo, intentando coger cualquier aspecto
reseñable para reflexionar e intentar encontrar sentido en su concepto. El
tiempo y sus matices, el eterno presente infantil, el apego al pasado conforme
nos hacemos adultos, el recuerdo, el tiempo que se escapa aunque sigamos
sintiéndonos niños, el tiempo que desaprovechamos, que tiramos voluntariamente,
compadeciéndonos, rindiéndonos, el tiempo perdido de Proust…
Viajes al pasado, a la infancia de Stephen, el protagonista,
exótica, junto a sus padres. Todo es la infancia perdida, el pasado. Viajes
incluso a su gestación, antes del nacimiento de Stephen, la relación y noviazgo
de sus padres, sus dudas… Los niños y la idealización, o no, de los padres en
la infancia, un mundo pequeño, casi perfecto. Los malos momentos recordados
como sueños. Y las aventuras y rutinas especiales… El tiempo desde la ciencia,
la teoría cuántica, Einstein, la relatividad…
McEwan incluso utilizará la fragmentación temporal en su
narración, como recurso estilístico coherente con el fondo. Flashbacks,
recuerdos, saltos adelante y atrás en el tiempo, viajes al pasado, regresiones…
Todo esto nos lleva a la idea de paternidad, nuestra función
como hijos, como padres o como ambas cosas a la vez. Ser hijo, ser padre. Las
lagunas del conocimiento mutuo, el desconocimiento ante aquellos que tenemos
cerca, desconocimiento de nuestros padres, de nuestros hijos a la hora de la
verdad, la añoranza de las preguntas no realizadas y las conversaciones no
mantenidas, expuestas ante nosotros en la pérdida
y la lejanía, muy bien reseñadas en la relación del protagonista con respecto a
su hija desaparecida y su mujer. Intentar mantener esas conversaciones ocultas,
sacarlas a la luz desde el ostracismo con los que tenemos cerca para no
añorarlas más… La idea de la educación está mezclada con la política,
escenificando un mundo dirigido, que pretende el control a través de dicha
educación, su intención de control.
“Niños en el tiempo” es además una grandísima reflexión
sobre la naturaleza y debilidades humanas en situaciones límite. Sus
mezquindades y ridículos, sus justificaciones.
McEwan busca siempre el contraste, lo bueno y positivo y el
giro negativo. Esto se convierte en un estudio de la necesidad de evasión del
ser humano, el escapismo para digerir lo negativo, o evitarlo, para huir de la
desgracia. McEwan logra una interesante atmósfera y descubre una estructura
realmente brillante, inteligente, calculada, donde nada está colocado al azar.
Una narración repleta de ecos, paralelismos, que son excelsos y brillantísimos,
un juego increíble, excepcional, de repeticiones completamente conscientes, y una capacidad de sugerencia y una inteligencia en la exposición de
ideas encomiables. El mencionado juego de ecos y paralelismos merece todo
elogio, uno de los sobresalientes en la novela. Fíjense porque merece la pena.
Hay más ideas que salpican la historia que nos cuenta
McEwan, breves e inteligentes pinceladas y metáforas. Un ejemplo, la metáfora
de una sociedad aborregada simbolizada en el público de concursos televisivos,
esperando instrucciones para saber cómo comportarse, cuando aplaudir… Como los
votantes. Otro, su agudísima reflexión sobre la inutilidad de tantos y tan
grandes y extensos conocimientos sobre cosas y personas, sobre los otros, los
demás, que acaban en nada, en la nada.
Hay una interesante relación con la muerte del protagonista,
Stephen como un ángel de la guarda en varias ocasiones, con un conductor, con una chica, con su amigo… Una novela que suma a lo mencionado un
extraordinario retrato de lo que es el deterioro en una pareja, en este caso
por un hecho traumático, con una evolución de dicho retrato realmente ejemplar.
“Niños en el tiempo” no es, ni mucho menos, un libro
divertido ni entretenido, es difícil, pero tremendamente inteligente y de
calidad. Es un libro complejo, difícil, de mucha calidad, inteligente, no apto
para todo público, pero que si deseas una experiencia literaria de calidad
deberías deleitarte con su lectura en cuanto tengas ocasión. Es una obra
magnífica.
“Él dirigía mentalmente largos y elocuentes discursos a
Julie, que al correr de los meses revisaba y prolongaba. Estaban fundados en la
poco provechosa idea de una verdad final, una visión irrefutable que alcanzaba
la categoría de veredicto, cuya claridad y evidencia –sólo con que ella las
escuchase- por fuerza tendrían que convencer a Julie de que su entendimiento de
la situación de ambos, y su comportamiento en respuesta a ello, eran profundamente
defectuosos… En cualquier otro asunto aceptaba con resignación el hecho de que
la gente entendía las cosas de forma directamente relacionada con su
personalidad, su formación y lo que deseaban; los trucos retóricos no podían
transformarlos".
“La falta de urgencia y la ausencia de cualquier sentido de
destino le complacieron”.
“El arte del mal gobierno consiste en romper la línea que
separa el interés público del sentimiento intimo, el sentido del deber”.
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