La mirada de Ford a la mujer siempre es positiva, la admira,
para él es el pilar básico y central de la familia, institución vertebral y
esencial de la sociedad. Esto puede llevar a comentarios que lo vean como
conservador, cosa que es cierta y en ningún momento oculta, pero la mujer de
Ford es honesta, dura, valiente y defensora a ultranza de la individualidad y
la propia familia. Se contrapone con la del otro gran clásico, Howard Hawks,
mucho más independiente. La mujer fordiana aceptará los envites del destino y se
mantendrá siempre fiel al héroe, en segundo plano a menudo, pero imprescindible
para éste. La conversación, breve, entre madre e hija, Ada y Ellie May, es buen
ejemplo del sentir del director y el carácter de sus mujeres. Casi sin palabras
dicen todo lo que tienen que decir, muestran preocupación, amor, cariño y
entrega. La solitaria Ellie May lo estará un poco menos con el rudo Bensey y la
madre se tranquilizará al verla contenta.
-Ellie May: Sí, mamá.
Dicho esto hay que comentar que la jovencita Gene Tierney peca
un poco de afectación en su interpretación, un vicio que mantuvo en muchas
películas, aunque sus miradas al horizonte en plan trascendente de tantos
títulos no siempre serían achacables a ella.
Los últimos minutos de la cinta tienen un marcado cambio de
tono, más dramático, melancólico, triste... y aumentan de alguna forma el
protagonismo de Ada, el personaje más digno y sensato de la obra. El simbolismo
y el lirismo de Ford se subliman y toman el protagonismo de la puesta en
escena. Así, la negativa de Jeeter a ir a trabajar a las fábricas, sentado en
el buen coche del banquero que viene a saldar la deuda, símbolo del progreso,
la riqueza, el futuro, deja al desnudo todas las contradicciones del personaje,
del magnífico personaje. Un hombre que se ve con el agua al cuello pero se
niega a trabajar, adaptado a un modo de vida cómodo para él, a pesar de que no
puede ser más incómodo, precisamente, y precario. Negándose al progreso, a lo nuevo,
a una posible esperanza que le dé una salida no ya sólo a él sino a su mujer.
Es un hombre veterano, pero su excusa para no ir es simple y llanamente que no
está dispuesto al trabajo y la obligación. Encuentra una falsa coartada, para
convencerse a sí mismo, en su vínculo con lo tradicional, con la tierra, ajeno
a la ciudad y el progreso, una tierra que no ha mirado en siete años.
Ada, por su parte, no está de acuerdo con la postura de su
marido, pero lo acompañará, como mujer fordiana que es, por fidelidad y
lealtad, porque cree que es su deber estar con él, aunque ella sí estaba más
que dispuesta a trabajar en las fábricas y supone un varapalo tremendo tener
que ir a un lugar de acogida.
El desencantado y apesadumbrado paseo, rodeados de más hojas
que caen, de Ada y Jeeter, que se van transformando en siluetas oscuras,
indefinidas, diluyéndose y ensombreciéndose paulatinamente, casi
desapareciendo, olvidados, es de un doloroso y desgarrado lirismo. Minimizados
bajo el cielo. La vejez abandonada. Un cambio de tono brusco y poético del
maestro Ford para los diez últimos minutos.
Hay algo del plano final de “El joven Lincoln” (John Ford,
1939) en estos momentos finales de la cinta a nivel estético, aunque en un
sentido contrario.
En esta parte final reaparecen de forma circular casi todos
los personajes. Vimos a Bensey, al banquero y ahora lo hará el capitán Tim
(Dana Andrews).
Dana Andrews y Gene Tierney coinciden como harían
posteriormente en “Laura” (Otto Preminger, 1944) cinta que haría de ellos una
pareja mítica del cine negro y del cine en general, así como en “Belle Star”
(Irving Cummings, 1941), “El telón de acero” (William A. Wellman, 1948) o “Al
borde del peligro” (1950) otra magnífica cinta negra de Otto Preminger que
quiso despertar a la pareja que tanto éxito tuvo en “Laura”. La peculiaridad en
esta cinta es que no comparten ni un solo plano.
Será en este paseo, ahora en coche junto al capitán Tim,
donde el optimista Jeeter se derrumbará por fin, cerrando el círculo de
desolación de estos minutos. No podrá evitar que su fracaso y su actitud le den
en toda la cara. El personaje de Jeeter es francamente excelente y complejo,
optimista, vago y a la vez sensible, no hay maniqueísmo ni superficialidad por
ningún lado y es ciertamente encantador a pesar de todo. Cuando la resignación
hace mella en el rostro y corazones de nuestra pareja protagonista, donde Ada se
mantendrá digna y dura como una roca en un ejemplo más del clásico
comportamiento de la mujer fordiana, el capitán Tim saldrá al rescate… Hará una
“inversión” que permitirá a la pareja vivir seis meses más en su casa, la mitad
de lo que Jeeter endeudaba al banco, lo único que pudo reunir, pero que tras
una negociación con el mencionado banco este permitirá a la veterana pareja seguir
viviendo en su propiedad. Seis meses para una esperanza… para trabajar. Un
espejismo.
Los personajes ricos o más acomodados no son mirados con
desprecio, más bien al contrario, se muestran sensibles y preocupados por los
Lester, comprensivos, así lo veremos con el banquero y con el capitán Tim.
“Después de todo, el Señor sí cuida de los pobres”. La
obligada mención al Señor de Jeeter, la providencia de nuevo.
La música cambiará de su tono melancólico al divertido que
hemos disfrutado el resto de la película. Así Jeeter volverá a su esencia,
recitar entusiastas planes y sueños mientras se echa a dormir en su porche.
Palabras vacías sobre grandes propósitos que jamás llegarán a nada. La
consciencia y resignación de Ada es maravillosa, imposible no cogerle cariño.
En manos de Dios…
Jeeter vive en la inmediatez, al día, en la despreocupación
absoluta. Hay un magistral detalle en esta reflexión sobre la vejez que parece
sobrar, que se pisotea por los más jóvenes, por la generación anterior, que da
un giro excelente a todo esto, a la personalidad del propio Jeeter, con el que
no se tiene compasión en el retrato potenciando lo bueno de su carácter y
actitud como lo malo. Ford no es nada condescendiente con él. Será el hecho de
que la abuela de la familia, que vimos fugazmente al inicio, ha desaparecido,
no saben dónde está ni les preocupa, se iban a la granja sin preguntárselo siquiera, es decir, Jeeter hace lo mismo que sus hijos hacen con él.
Jeeter es un pícaro holgazán, simpático y avispado, se le
quiere a pesar de sus defectos; Ada es lúcida y lista… aunque se siente
impotente en muchos momentos. Víctimas, con todo, de un entorno duro.
Tanto Charley Grapewin como Elizabeth Patterson, Jeeter y
Ada, los veteranos protagonistas, están realmente majestuosos y eclipsan
sobradamente otras interpretaciones más débiles, especialmente la de William
Tracy, el insoportable Dude, que lleva la exageración y el exceso casi al
paroxismo.
Puro Ford, se ve en todo, en la poesía, el lirismo, en los
encuadres, los porches, los planos generales y solitarios, en los caminos… Lo
entrañable, lo cándido, lo irónico, lo tierno, se mezcla con brillantez para
lograr que se nos haga imposible no sentir afectos por estos personajes, por
cuestionables que puedan parecer sus comportamientos en ocasiones, al menos por
casi todos, ya que a Dude (William Tracy) no hay forma de tragarlo. Una buena
comedia con un trasfondo profundamente dramático que sale a relucir brevemente
al final de la cinta, que concluye de forma falsamente esperanzada, pero sin
perder su sano humor.
Los decorados son excepcionales, con mención especial a la
propiedad de los Lester. Igualmente la banda sonora es estupenda, de David
Buttolph, y donde podemos oír “Shall we gather at the river”, un himno cristiano
muy del gusto de John Ford.
Hay un punto de vulgaridad, un punto grotesco, que sin
llegar a minar la cinta parece excederse en algún momento, pero Ford controla
con sobriedad y gran pulso narrativo y de tono todo el conjunto. Quizá ese tono
que tiene la película, muy cómico en una realidad tan tremenda, fuera una de las
causas de su escaso éxito, aunque en teatro parece ser que triunfó.
Un Ford tan real y directo como lírico y poético, donde la
vejez, la miseria, la pobreza, la picaresca, el problema de los subsidios, sus
contradicciones, la familia, la supervivencia, la tradición, el pasado, el
futuro y el progreso, la inadaptación, la gloria que se fue, el hogar perdido…
son temas que el maestro toca con acierto, temas muy constantes en su
filmografía.
Un cinta notable, que sin ser de las obras maestras del que
posiblemente es el mejor director de todos los tiempos, en absoluto es
intrascendente o menor. Un obra en enjundia y calado de calidad indiscutible.
Esta tercera parte es impresionante. Muy bien expuesto. Q elección de planos!!! El análisis ha ido de más a mucho más. Y esta tercera parte me ha encantado.
ResponderEliminarBravo!!!
Lo he dicho muchas veces, pero es q es verdad expones las cosas con un lenguaje ágil y ligero, siendo profuso y detallado. La maestría de ofrecer lo máximo con la levedad necesaria para q pose, no pese.
:-)
Gracias!!! Me encantan tus clásicos.
Bss
Me alegras la noche. Al leerla me ha encantado como quedó, aunque parezca egocéntrico jajaja. No la recordaba y refrescarla ha sido satisfactorio.
EliminarMe alegra que te lo haya parecido a ti también.
Un besazo.