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lunes, 17 de noviembre de 2014

Crítica: EL MILLONARIO (1954)

RONALD NEAME












Gregory Peck no se prodigó en exceso en la comedia, aunque dejó algún clásico absoluto e imperecedero como “Vacaciones en Roma” (William Wyler, 1953). Aquí tenemos una simpática muestra de cómo se manejaba en el género uno de los grandes actores del cine clásico, versátil y carismático, demostrando una gran solvencia sin ser uno de sus grandes papeles ni uno de sus registros fuertes. Peck cumple en una cinta irregular.

Peck no iba a ser el actor elegido para protagonizar la película, no se pretendía a una estrella americana con intenciones comerciales, pero al pasar el actor una temporada en Europa los responsables de la cinta aprovecharon la circunstancia. 



Dirigida por Ronald Neame, un director que mamó cine desde su tierna infancia al ser hijo de un director y una actriz de la época muda. Ha trabajado de casi todo en la industria cinematográfica, mensajero, guionista, director de fotografía, asistente de cámara, director o productor, así como colaborador de dos de los más grandes directores británicos de todos los tiempos, Alfred Hitchcock y David Lean. “El millonario” es una agradable cinta que contiene una aceptable crítica social, aunque no resulta especialmente inspirada. Nada del otro mundo, correcta… Neame dejó películas tan estimables como “El hombre que nunca existió” (1956) o “Un genio anda suelto” (1958), así como éxitos de la talla de “La aventura del Poseidón” (1972) u “Odessa” (1974).





Dos millonarios con mucho tiempo libre se dedican a hacer apuestas como entretenimiento. Concretamente, el planteamiento inicial de la apuesta que merece esta película consiste en dar un billete de un millón de libras a una persona sin dinero y sin trabajo con la condición de que no puede utilizarlo en un mes. El elegido es Henry Adams (Gregory Peck), un americano que trabajaba en una constructora naviera y que llega a Gran Bretaña por accidente. 




Los dos hermanos millonarios que se entretienen haciendo excéntricas apuestas son interpretados por Wilfrid Hyde-White y Ronald Squire, que encarnan a Roderick y Oliver Montpelier respectivamente.

El elegante, afectado y sutil humor británico sobrevuela toda la cinta, aunque en muchos momentos le falta algo de garra, peca de convencional, previsible y moderado.

El inicio tiene un toque chapliniano, con Peck vagabundeando en busca de algo que echarse a la boca, mirando con deseo rosquillas que pasan ante sus ojos, pidiendo picotear algo en la embajada o recogiendo sobras, una pera mordisqueada que una niña lanza al suelo… El Chaplin más necesitado de “La quimera del oro” (1925) por ejemplo. Este vagabundeo será interrumpido por los hermanos apostadores, que como halcones desde lo alto del balcón le han elegido como “víctima”. Se le entregará el cheque, aunque no debe abrirlo hasta una hora convenida, y no podrá usarlo, hacerlo efectivo, en un mes.





La dirección de Neame es convencional, sin rasgos distintivos especialmente reseñables, aunque saca partido a algunos gags visuales donde predomina la acción por encima de la palabra. Ejemplos de esto lo tenemos en la mencionada escena del vagabundeo de Peck anhelando comida, la reacción de Peck, los camareros y algunos clientes al abrir el sobre del millón de libras en el restaurante o la del billete volador, una de las escenas más divertidas y valoradas de la película y donde Chaplin vuelve a venir a la cabeza, con Peck persiguiendo el billete como loco por las calles como si de un Charlot redivivo se tratara. El amigo y ayudante de Peck será mudo, para acentuar aún más este aspecto en la película.









Ignorante del contenido del sobre que contiene el cheque, Peck, Henry Adams, no se cortará un pelo y entrará en un restaurante para disfrutar de un buen banquete. Hay un detalle que sienta las bases de la cinta y que la hace algo distante o desfasada en la actualidad, ese respeto al honor por la palabra dada, esa confianza que se tenía en la misma y en el honor de las personas que ahora se ha perdido casi completamente. Por eso resulta curioso ver como Peck cumple escrupulosamente su promesa de no abrir el sobre hasta la hora convenida, salvo por unos minutos debido al apremiante nerviosismo de los camareros. Con todo, el exceso de ingenuidad y confianza de los personajes que rodean a Peck resulta excesivo.



Por supuesto la comida le saldrá gratis, pero es que a partir de ahora casi todo le saldrá gratis por el mero hecho de poseer un millón de libras, desenmascarando una sociedad hipócrita.



Desde aquí se irán sucediendo las anécdotas que describen esa sociedad esclava de la apariencia y la hipocresía, donde nuestro protagonista tendrá acceso a todo tipo de lujos gracias a un papelito que ni siquiera puede hacer efectivo. La escena en la tienda de ropas nos puede recordar a la moderna “Pretty Woman” (Garry Marshall, 1990) y la secuencia donde Richard Gere pide que le hagan la pelota por el dineral que piensa gastarse en ropa para su adorada Julia Robert en una tienda, ridiculizando y exponiendo la hipocresía de los dependientes que aún así se sentirán orgullosos de ello. Primero los dependientes querrán que se atienda a Peck con rapidez y se le haga salir por la puerta de atrás, pero un simple vistazo al papelito hará cambiar su comportamiento radicalmente.



Podemos encontrar en el reparto a Bryan Forbes, también director, interpretando al primer dependiente que atiende a Peck en la tienda de ropas. Dirigió, entre otras, “Plan siniestro” (1964).



Alojamientos de primer nivel, los más lujosos lugares, los más lujosos placeres, los más delicados cuidados, los mejores banquetes, las mejores bebidas, las mejores ropas, las mejores relaciones sociales, acceso a todo préstamo, incluso las mejores mujeres… todo a sus pies por el mero hecho de enseñar su preciado cheque… Nuestro amigo llegará a influir en la economía nacional con la compra venta de acciones…



El enredo con el forzudo Rock (Reginald Beckwith) y su repentina amistad, convertirá a esta extraña pareja de hombres humildes en una especie de Phileas Fogg con su Passepartout, pero sin dar vueltas al mundo… aunque podrían, seguro.

Su entrada en sociedad iniciará la trama amorosa de la película, con la presentación de Portia Lansdowne (Jane Griffiths). El enamoramiento resulta forzado y repentino, mal elaborado y previsible, pero era obligado y tiene sus momentos simpáticos. Las ensoñaciones románticas resultan divertidas y ponen el dedo en la llaga sobre el clasismo social en la Inglaterra de la época. La revelación de la condición de pobre también dejará momentos divertidos. 


“¡Vengad a las viudas!”

Todo se complicará cuando un caballero inglés celoso soborne a una doncella del hotel para que oculte el cheque de nuestro protagonista. Así, cuando la sospecha de que la “nada” es en realidad eso, nada, la fortuna y la confianza se desvanecerán, incluso las acciones que subían como la espuma por el mero hecho de haber sido compradas por el señor Henry Adams… Una sociedad voluble.

-Conserje: Señor, si no lo encuentra lo lincharán.

-Duque (A. E. Matthews): Oh, no lo harán. Son británicos.





Al final los engaños y enredos se resolverán felizmente para que nuestro protagonista salve el pellejo y tenga su recompensa amorosa, laboral y monetaria.

Ambientada en Inglaterra, la película tiene un buen planteamiento que además ha inspirado un buen número de películas similares, sin contar algún remake. “Entre pillos anda el juego” (John Landis, 1983) plantea la misma historia pero con más tetas, y “El gran despilfarro” (Walter Hill, 1985) es otro remake encubierto… Una película simpática con momentos divertidos, agradable de ver, aunque con ciertas debilidades de guión, demasiadas gratuidades y una dirección discreta. 

Lo más destacable del film es su trasfondo, una acertada crítica a la avaricia; a las apariencias; a la sociedad inglesa de la época, aunque extrapolable a la actualidad; a la mediocridad social ante la riqueza o la mera apariencia de riqueza, cómo un papel o un billete transforman la consideración que de ti tienen los que te rodean sin conocerte antes o después; al clasismo… Una película que reflexiona sobre la importancia que se da a la condición social, sobre la hipocresía de esa sociedad, una reflexión sobre la importancia que se le da al dinero y lo que es verdaderamente importante en la vida, sobre el imparable poder del dinero. Analiza también la confrontación entre los valores antiguos de orgullo de clase y honor, el desprecio clasista al nuevo rico y lo que simboliza el personaje de Peck, ese americano que representa valores distintos. Una agradable fábula moral.

De plena actualidad, ¿verdad, pequeño Nicolás?

El millonario” está basada en un cuento del gran Mark Twain.





martes, 14 de febrero de 2012

Crítica: PLAN SINIESTRO (1964)

BRYAN FORBES






Interesante intriga psicológica británica de extraordinarias interpretaciones y competente dirección, sólo aquejada de algunos bajones de ritmo y de que tarda en arrancar. Es el escalofriante retrato de un matrimonio deshecho emocionalmente por un trauma que les perturba y enloquece ofuscándoles incluso a nivel moral, un deterioro interior que llega a cotas elevadas por su hastío vital en un intento de hacer su vida algo más llevadera. Un matrimonio que se engaña a sí mismo para escapar de la realidad, una huida hacia el fondo de la locura y la desesperación.
Un matrimonio planea el secuestro a una niña de una familia adinerada, el plan consiste en usar las supuestas habilidades videntes de la mujer para ayudar a la familia y así conseguir fama y dinero. Para ello el marido seguirá las instrucciones de su mujer, aunque no esté del todo de acuerdo, sumisamente.


El comienzo desarrolla los aspectos psicológicos de la pareja protagonista y los fundamentos de su relación, dominantes por parte de ella, sumisos por la de él. Quizá este inicio lento haga que el espectador tarde en entrar en la película ya que tampoco se habla claramente de las circunstancias de ese extraño comportamiento, algo que no es negativo salvo porque esa primera escena se extiende demasiado. Una primera escena en el interior de la casa que dura cerca de 20 minutos. Casi toda la película está en interiores, pero una vez la narración avanza ese desarrollo psicológico se hace cada vez más claustrofóbico y acertado a la par que aumenta el suspense. Es decir, una vez se supera el inicio la película cobra un interés elevado.


A la generalidad de escenas en el interior de la casa se añaden dos en exteriores, dos que son de las más destacadas de toda la película, la del secuestro y la del intercambio de dinero. Las dos muy bien rodadas por Forbes.
En esa primera secuencia se hace patente la locura de la protagonista y se va sugiriendo el plan que tiene previsto, pero sobre todo se remarca el rol dominante de ella sobre él, especialmente desde la puesta en escena, con planos donde la seguridad de ella de pie contrasta con la actitud apocada de su marido que aparece sentado. La escena marca el tono de la relación y hará entendible los actos posteriores así como la evolución de ambos personajes. El problema es su falta de ritmo.


Después de la claustrofóbica escena salimos al exterior y vemos la planificación y ejecución del rapto de una niña. El plan va quedando más definido, y luego se irá entendiendo de donde vienen las motivaciones y también las desviaciones en los comportamientos que llevan a esa decisión a la pareja protagonista.
Es ahí donde la película recupera el brío y tiene momentos de brillante suspense que salpicarán la cinta hasta el final. Estas escenas en exteriores aderezan la película, como comenté, si bien mencioné dos obviando (por ser más intrascendente), una tercera que sería en la que el personaje de Richard Attenborough deja a la niña en el bosque. No en balde las escenas en exteriores son de lo más brillante de la película y cumplen la función de hacer más opresivas las escenas en interiores acertadamente.

 

La relación del matrimonio con la niña también es significativa, ella es fría y distante, es notorio que sería capaz de cualquier cosa, hasta ese grado de perturbación llega su personaje, en cambio él es sensible y amable, coge enseguida afecto y siempre muestra preocupación e interés por la cría, no parece capaz de hacerle daño.


Hay una interesante reflexión social encubierta en la película que desarrolla la idea de que la sociedad actual está sustentada en las máscaras, la apariencia de lo que no se es, todo en ella es aparente, el protagonista se hace pasar por quien no es para secuestrar a la niña, el matrimonio se hace pasar por médicos para engañar a la niña, se ponen mascarillas para ocultar sus rostros, la mujer se hace pasar por vidente, el fundamento del secuestro de crear una ficción para beneficio propio… También la idea de un desconsuelo, de apatía vital, desencanto.


La falta de escrúpulos de la mujer, su falta de empatía con esa madre a la que le ha robado a su hija y de la que pretende explotar sus sentimientos para lucro propio, es verdaderamente escalofriante. Es más, ese personaje es escalofriante todo él, maravillosamente interpretado por Kim Stanley. Entenderemos que su personalidad viene definida por la pérdida de su hijo al nacer y de la que no ha logrado recuperarse, que su vida en matrimonio se hizo cada vez más complicada hasta el punto de que su marido se fue por un tiempo y seguramente volvió por no dejarla sola y por su carácter sumiso.


La descripción, análisis y desarrollo de los dos componentes del matrimonio es el punto más fuerte de la película. Lleno de matices, de luces y sombras, de complejidad, como esa regresión infantil perversa que va sufriendo la mujer al final de la película. Dos personajes extraordinarios. Esa “infantilización” de la mujer contrasta con una mayor autoridad moral y de carácter del marido, que al final contradirá a su mujer. También contrastan en su relación con la niña, la de ella, que es fría desde un primer momento, acaba desembocando en la petición a su marido de que asesine a la pequeña. En cambio él, que desde un primer momento le tiene estima, le va cogiendo cada vez más cariño y por supuesto no hará realidad el deseo de su mujer.

 

La segunda escena de exteriores, en la que se pretende cobrar el rescate de la niña, es otro de los puntos álgidos de la cinta, magníficamente rodada, con planos generales en ligeros picados como si de cámaras ocultas se tratase, crean a la perfección el ambiente de tensión, confabulación, secretismo… y se acentúa con el montaje paralelo de la investigación policial en la casa del matrimonio. Grandes momentos de suspense, con un soberbio montaje y planificación en unos exteriores abarrotados donde la influencia de la Nouvelle Vague aún se siente, influencia manifiesta en el movimiento británico de la Free Cinema. Un retrato urbano, con planos de calles llenas, mercados, el metro, que muestra el ambiente perfectamente.
Otra excelente escena es la de la sesión de espiritismo que preparan para que la madre de la niña entre al trapo, aunque fuera algo improvisada. Un suspense muy bien regulado.


En el último tercio se trata explícitamente las causas del comportamiento de la mujer, se explica que pasó con Arthur (el hijo que nació muerto del matrimonio), y de donde viene su dedicación a la videncia. Ella fue incubando esa locura que desemboco en ese mecanismo de defensa ante su desgracia, hablar con su hijo muerto que está en el otro mundo, ese modo de soportar su pena le da vía libre para justificar todo tipo de actos, incluso la idea de matar a la niña para evitarse problemas, una idea que no manifestará como propia, sino por inducción de su hijo muerto.
A partir de aquí la película se hace más psicológica, pierde algo de ritmo. Algo se rompe en el matrimonio, esa petición de la mujer es el límite que se marca el marido. Un marido que nunca renunciará, a pesar de las circunstancias, a su amor por ella, pero que de alguna forma también se engañaba a sí  mismo no enfrentándose a su locura.
Los minutos finales con la sesión de espiritismo, junto a los policías, reitera situaciones anteriores y es un final algo flojo, pero un “tour de force” interpretativo espectacular por parte de Kim Stanley.
El trabajo de los dos protagonistas es simple y llanamente portentoso. Un gran trabajo, obra de culto que merece mucho la pena. Suspense e intriga británicos de gran nivel.