jueves, 15 de diciembre de 2016

Crítica BLOOD FATHER (2016)

JEAN-FRANÇOIS RICHET











Un viaje de sufrimiento, una pasión, una travesía dura y violenta en busca de la redención, de la expiación de pecados, evidentes o supuestos, es el tema y la estructura vertebral de los héroes de Mel Gibson, que llevó a su máxima depuración en su visión de “La Pasión” (2004), con la paradigmática y definitoria figura referencial de Cristo.

Y ese mismo periplo de expiación y redención tenemos en este personaje que encarna el actor y director, Link, que tiene más de metalingüístico de lo que parece.



Hay algo personal, de asunción de culpas, petición de perdón, una redención pública, una expiación de los pecados de su vida real a través del cine sin esperar tiempo, en su primera secuencia, a todas luces simbólica.

Un Mel Gibson que en travelling de retroceso asume sus errores, sus pecados, la escoria que cree ser, su alcoholismo, su dejación de funciones familiares en una sesión de Alcohólicos Anónimos. Esa autoconsciencia es un nuevo ejemplo del talento e inteligencia de un artista exitoso, un actor carismático y un brillante director de cine. Un gran momento.





Una culpa que no le abandona, que parece resignarle salvo por una cosa. La vida para él sobra y carece de alicientes, es un vagar funcional salvo porque tiene una hija, su misión vital. Encontrarla, recuperarla y reconducirla es el foco a través del que dará sentido a esa vida tambaleante. Una hija ante la que vuelve a reconocer sus errores en lo que parece volver a ser un mensaje codificado, o no tanto, a sus propios vástagos.

Un Gibson descarnado, por tanto, comunicándose como mejor saber, a través del arte, fundiéndolo con su propia vida.


Link, por tanto, es un personaje muy típico en el universo de Gibson, el más personal, el de sus películas como director. Un personaje en busca de redención, como era Jaguar Paw en “Apocalypto” (2006), el William Wallace de “Braveheart” (1995) o Jesucristo en “La Pasión” (2004), así como la expiación de sus pecados a través del sacrificio, como ocurrirá con los dos últimos mencionados.

Ese mismo periplo que veremos en Desmond Doss, protagonista de su nueva película, recientemente estrenada y de la que hablaré al final, “Hacksaw Ridge”.

No tiene muchos más alicientes este funcional thriller que entretiene sin grandes esfuerzos y sin muchas complicaciones.




La historia se vertebra desde la relación padre/hija, una relación que no se inicia desde el conflicto y la antipatía, como suele ser el tópico, aunque ciertos conflictos surgirán, pero no en forma de reproche vital, sino que se fundamentará en el cariño, el amor, la comprensión y, sobre todo, el desconocimiento para cumplir juntos su misión. Un aspecto que es de los detalles más afortunados de la película y beneficia su desarrollo.




Hay dos relaciones más que resultan interesantes. La de Link con Kirby, interpretado por William. H. Macy, un habitual del cine independiente, y la que tiene con Preacher (Michael Parks).

En el primer caso la relación resulta simpática y entrañable, una relación de cariño de dos amigos sufridores y ex alcohólicos. Una relación fundada y circunscrita a esa comunidad de casas ambulantes y ex alcohólicos. Hay química en esa cómplice amistad entre los dos actores.





La segunda es un viaje al pasado. Preacher fue una especie de padre para Link, pero también su condena. Un siniestro líder poco fiable. Link fue a la cárcel por él, por lealtad, por un hombre sin escrúpulos que no dudará en traicionarle y que se dedica a vender merchandising del ejército nazi y confederado. Preacher reflexionará sobre la rebeldía sin subterfugios con Lydia en un buen diálogo.

Yo estaba dirigiendo el maldito Valle de Coachella antes de que fueras un picor en los huevos de tu papi”.




Aparecerán otros personajes que servirán para mostrar los caracteres opuestos de padre e hija, desarrollando la idea de conflicto generacional. Uno es el amable chico que regenta el hotel donde se esconde la familia y que los ayudará, seducido por la chica que es pura coquetería. Una escena que concluye con la aparición del súper sicario.




Por lo demás, tenemos un convencional thriller trufado con breves pero eficaces escenas de acción y algún apunte de humor e ironía, como esa primera escena donde vemos a Lydia, la hija de Link, comprando cuando es requerida su identificación al pretender adquirir tabaco, pero no para las balas que poco antes había facturado…




Personajes. Padre e hija.

Link es un personaje de contrastes. Hastiado de la vida, lucha por ella, como pretendiendo hacerse merecedor de algo aunque resignado a su condenación. Se considera escoria, una piltrafa humana que ha cometido las peores atrocidades y caído en lo más bajo, no sabiendo bien cómo pedir perdón, pero luchando por abandonar todo ello y con una misión de tenue esperanza, que es encontrar a su hija desaparecida, sostén al que se agarra para justificar el seguir viviendo. Un sostén que puede que no crea posible, pero que es bastante para seguir dando pasos. Parece haberse anulado por los pecados de su pasado, por ello está dispuesto a cualquier sacrificio por su hija para compensarlo. Él es un reputado tatuador ex presidiario y ex alcohólico. Se dará una semana para esa recomposición buscada una vez se encuentre con su hija. Le gusta Hank Williams… o le gustaba.




Gibson es toda la película. Su saber hacer y carisma sostienen este convencional thriller gracias a un personaje muy característico del Gibson director. Un hombre en busca de redención y expiación de pecados, que no es nada complaciente consigo mismo, con una misión clara para ello, generalmente vinculada a la familia. Para ello, Gibson recurre a aspectos muy habituales en muchos de sus roles y estilo interpretativo: su ironía y ese punto histérico, esquizoide, nervioso, perturbado, imprevisible, lindante con la locura que siempre ha exhibido en sus interpretaciones, aunque con un buen poso dramático. Vehemente y visceral, sobre todo en sus títulos de acción. La idea de suicidio, muy presente en las películas de Gibson como actor y como director, también aquí está presente.

Hay gestos sutiles que marcan esa obstinada recomposición que pretende Link, como cuando se autocontrola ante su coche cuando no arranca. Y es algo curioso, porque ocurrirá dos veces, y hasta que no se calma el personaje, el coche no arranca. En la segunda ocasión incluso incluirá un gesto de cariño a su hija. Como si el destino lo ayudará en ese camino de redención final.



Lydia (Erin Moriarty, como el antagonista de Sherlock Holmes), por su parte, es una chica realmente sociable, en ocasiones demasiado, lo que le generará problemas. Es alegre, vitalista, amable, simpática, con cierta cultura (mencionará al Quijote y a Picasso), para descubrirse como una vulnerable seductora buscando algo de arraigo y su propia redención. Tiene un talante y un carácter magnífico, optimista y dicharachero.



Una chica problemática, dispersa, confiada y adicta, como su padre. Pronto confiará en su padre y le contará lo que sucedió, aunque será él el que descubra todo lo que hay detrás de esos personajes con los que se codeó su hija.


Por ello, una vez juntos y reunidos, lo primero que Link hará para compensar años de desconocimiento, será comprobar lo que contiene la mochila de su hija, buscando alguna información y tranquilizarse, cosa que no hará al encontrar drogas y alcohol. Primer diagnóstico a la vida que se perdió de su hija.

Su amor es casi precognitivo, de puro presente, no es producto del conocimiento mutuo, sino por puro vínculo y esencia, ya que apenas se conocen, son dos desconocidos, pero su amor y cariño es genuino, sincero, real.



Hay una enorme complicidad en este duelo generacional, donde tendremos varios buenos diálogos, desde el racista y humorístico en un camión lleno de mexicanos, al descarnado y sincero en el bar, donde el padre explica sus motivos a su hija, o el de la habitación de hotel acerca del suicidio. Una conversación, esta última, en la que la animará a vivir, poniéndose como ejemplo, haciéndola ver que los caminos que ella recorre él ya los atravesó. Un Link que volverá a pedir perdón, en este caso personalmente a su hija. El tema generacional está bastante presente en la cinta.




La dirección de Jean-François Richet es muy correcta, sin nada reseñable en apariencia, pero que en realidad denota bastante depuración estilística, algo que se confirma en las escenas de acción, muy bien rodadas, sin complicaciones y donde en todo momento sabemos qué ocurre y donde está situado cada elemento.





Entre los elementos más destacados de su trabajo, además de algún detalle simbólico como el enjambre en la primera secuencia, tenemos el uso de la cámara inestable para escenificar la perturbación de personajes, en este caso concretado casi en exclusiva en Lydia, como vemos también en esa primera secuencia. Una perturbación que proviene de la tensa situación y de las sustancias que consume.



También escenificará esa perturbación y estado de ánimo de la chica con cristales, como el manchado de la ventanilla del coche ante el que se la encuadra.





Entre los elementos simbólicos tenemos el mencionado enjambre de la primera secuencia, pero el más significativo será la moto de nuestro protagonista. Un objeto contenedor de sus anhelos y de aquel que fue, que dejó al cuidado de Preacher mientras cumplía en presidio por lealtad a aquel. En el clímax volará esa moto de sus amores para rescatar a su hija, renunciando a ese pasado por su redención plena, su renovación espiritual, junto a su hija. El símbolo de su independencia y rebeldía, de su furia, convertido en amor por su hija y sacrificio.


Lo mismo ocurre con la barba que Mel Gibson se afeita al final de la película para ir a ver a su amigo presidiario, que le dará las claves definitivas sobre la identidad de las personas que están involucradas en el asunto de su hija. Un gesto que vuelve a ser una renuncia al pasado.



Acción.

La acción es escueta, pero se la saca buen partido, muy bien dirigida. Episódica y eficaz. Sobria. La primera marca el tono y define la trama. Una escena de impacto con elementos simbólicos, como ese enjambre que se encuadra ante la perturbada Lydia, justo antes de meterse en un lío del que desconoce sus dimensiones, cuando acaba disparando a su novio y se niega a matar a una indefensa mujer.




Una vez descubrimos que el ojo de la niña que sale en la foto en el primer plano de la película es de Lydia, la hija de Link, se dispara la trama de protección y huida.

Es divertida la escena, con un Gibson en su salsa, exaltado y casi histérico, pleno de ironía, donde defiende su caravana del ataque de los tres esbirros del villano. Un gracioso enfado que precipitará la huida de padre e hija.





La persecución en moto, muy bien rodada, breve, nos retrotrae a los tiempos de “Mad Max. Salvajes de la autopista” (George Miller, 1979).



La parte final presenta la sorprendente reaparición de Jonah (Diego Luna), el ex novio de Lydia al que creíamos muerto. Un clímax que se inicia en un cine con el secuestro de la chica y que tendrá una conclusión al más puro estilo western de frontera con tiroteo entre las rocas incluido.
Por desgracia, el bueno de Kirby (William H. Macy) tendrá que morir tras sacarle la información.




Link se convierte en una bestia salvaje al rescate de su hija, matando sin conmiseraciones a Preacher y sacrificando sin frenos su moto. Morderá y pataleará. Un hombre con una misión… Además, está fuerte el bueno de Mel. Puro western.



Una contundente resolución con el sacrificio de Link que alcanza su expiación y redención… como su hija. Su tatuaje de “Alma perdida” nos despedirá del personaje.






La película presenta ciertas debilidades, como las repentinas apariciones de los villanos en los lugares donde van nuestros protagonistas sin que se expliqué muy bien cómo lo hacen. Parece una evidencia que el móvil de Lydia rastreado sería la causa, pero Jonah llegará a desmentirla, explicando que sacaron la información de Kirby a palos. Sea o no, estamos ante una estupidez de la chica por no apagarlo o ante una laguna de guión. Todo esto en un guión que no se complica en absoluto la vida aunque deja algunos buenos detalles y diálogos.


Un buen preámbulo e introducción para volver a poner a Mel Gibson en el candelero antes del estreno de su nueva película como director, “Hacksaw ridge”, de reciente estreno y que apunta a grandes cosas en los Oscar. Una película que promete ser la cinta bélica más violenta de la historia para a través del horror definir una contundente tesis antibelicista, como ya hicieran Spielberg o Kubrick entre otros muchos. Narra la vida de Desmond Doss, el primer objetor de conciencia en recibir la medalla de honor, que participó como médico en la 2ª Guerra Mundial. Habida cuenta de que Gibson no ha hecho película mala como director, la cosa promete y mucho, en una historia que parece seguir algunas de sus temáticas habituales, como ese camino de redención heroico de sus personajes.


No trae nada novedoso ni especial esta “Blood father”, pero se ve bien. Entretenida y solvente.



2 comentarios:

  1. Pues la veré! Gibson m despierta sentimientos encontrados, pero m parece un actor muy potente. Me temo q le pasa como a Cruise (aunq Mel no llega al nivel d Cruise): su vida real le penaliza. Me gusta lo q has explicado d la peli, por supuesto, cómo lo explicas. Y como siempre, gran apoyo gráfico.
    Gracias!!
    Bss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es. Como actor no es brillante, pero tiene un carisma indiscutible. Como director sí que lo es, y este año en los Oscar puede tener un gran éxito.

      Como bien dices afecta su vida personal. Lo de juzgar vidas privadas de gente que no conocemos siempre me deja perplejo...

      Gracias a ti. Besos!

      Eliminar