jueves, 8 de agosto de 2013

Crítica: LA CIUDAD DESNUDA (1948) -Última Parte-

JULES DASSIN











Uno de los aspectos más notables del guión y la narración es cómo vamos conociendo la personalidad y vida de la asesinada sin que la veamos en pantalla (tan solo brevemente en el momento en el que es asesinada y luego en el depósito), y sin que tenga una sola línea de diálogo, hasta el punto de constituirse en el personaje mejor definido de toda la cinta, o uno de los que mejor quedan definidos.




La película además de todos los rigores de la investigación y papeleos no renuncia a la acción, algo que no puede faltar en el trabajo policial. Las escenas de acción de la cinta son realmente excelentes, muy bien rodadas e incluso influyentes, como comentaremos a cerca del clímax final. Dassin se muestra como pez en el agua en este tipo de escenas, muy virtuoso, sólo hace falta recordar el viaje en camión en “Mercado de ladrones” (1949), la agobiante y asfixiante persecución a Richard Widmark en “Noche en la ciudad” (1950) o la parte final de “Rififí” (1955). Aquí tendremos la frustrada persecución de Halloran al agresor del mentirosísimo Frank Niles, y un clímax final de antología en la persecución al asesino. En este punto la desdichada novia (Dorothy Hart), abrirá los ojos con respecto a su novio, se dará cuenta de lo que en realidad significa para él, o sea nada.

 

Nuestro joven detective Halloran tendrá un pálpito, una intuición, esto resulta algo débil en función a la trama de investigación tan rigurosa, pero es que Dassin pretende tratar todos los palos y formas de trabajar, de hecho uno de los grandes aciertos de la película es que ambos detectives, Muldoon y Halloran, llegarán a resolver el caso por distintos medios, siguiendo pruebas y basándose en la intuición y trabajo de calle. Esto se mostrará en un montaje paralelo, de forma que veremos como Halloran conseguirá encontrar al musculoso asesino en sus sondeos por las calles y Muldoon analizando las pistas, en la parte final de la resolución del caso.




El trabajo de calle de Halloran estará unido a un buen número de escaleras, unas las subirá, otras las bajará y otras le servirán de lugar de pausa, como en la escena donde lo observa su mujer mientras habla con su jefe por teléfono. Además le veremos subir por un tremendo ascensor hasta el tejado de un gran rascacielos, mientras habla de su hijo, para entrevistarse con el hermano del sospechoso. Una buena forma visual de mostrar el progreso en la investigación a pie de campo, nunca mejor dicho. Recordar que en la persecución al agresor de Frank Niles nuestro joven detective también tuvo que bajar por unas escaleras de incendio.



Los metros y los trenes tendrá una presencia constante en las escenas de transición, además de en las escenas donde se nos muestran estampas cotidianas, gente apretándose para entrar en metros, trenes atravesando la ciudad, gente utilizando las paradas… incluso nuestro asesino intentará montarse en un autobús abarrotado, aunque no lo logrará. De hecho nuestro asesino aparecerá recurrentemente insertado en estas estampas cotidianas de la gran ciudad casi sin darnos cuenta. Perfecta fusión de trama y retrato de una ciudad que actúa como un personaje más.




De igual manera, en este estilo documental buscado por Dassin disfrutaremos de numerosas escenas por las calles de la ciudad, con los actores mezclándose de forma natural con los ciudadanos, calles abarrotadas y concurridas. Este es otro aspecto característico de Dassin, su facilidad para mostrar entornos, especialmente urbanos, centrándonos en sus cintas negras de nuevo, no cabe sino admirarse de su trabajo en el mercado que crea para “Mercado de ladrones”, su retrato de la ciudad en “Noche en la ciudad” con la memorable persecución final, o en la misma “Rififí”, con esa calle adyacente al edificio que está siendo robado y el amanecer ejemplarmente retratado una vez cometido el robo. Aquí alcanzaremos el clímax también en la espectacular persecución final donde la cuidad se alza esplendorosa en todo momento.




Siguiendo con este aspecto veremos a los policías en su incansable sondeo a ciudadanos con la esperanza de conseguir un dato, una pista que les permita encontrar a una persona, a una aguja en un pajar. Cada habitante puede ser una ayuda, la ciudad viva, la ciudad palpita, la ciudad desvela secretos.





La parte final, una vez ambos detectives descubran la identidad del asesino, es un clímax creciente y magnífico, con escenas de gran intensidad, ya sean dramáticas o de acción. En el primero de los casos tendremos la confesión e intento de suicidio del doctor Stoneman (House Jameson) y por el otro el encuentro entre Halloran y el musculo luchador asesino Garzah, que interpreta Ted de Corsia. El encuentro entre Halloran y Garzah está magníficamente rodado, vemos al luchador por la rendija de la puerta de su casa cuando Halloran la abre tras llamar, planos fijos el luchador haciendo abdominales, saliendo y entrando en plano en cada levantamiento, la tensión es creciente hasta llegar a un plano donde Garzah se mira en el espejo, que anticipa su reacción y muestra su disimulo y mentira en su comportamiento. Desde luego nuestro policía peca de imprudente, suponemos que efecto de la edad y la falta de experiencia, al enfrentarse con un luchador profesional.





Un detalle interesante del guión es la consideración que la dueña de la tienda que da el nombre y la zona por la que vive Garzah, tiene de éste. Lo define como una bellísima persona que trata estupendamente a los niños, algo que parece cierto al ser una niña la que da la dirección concreta del luchador a Halloran. Sutiles elementos que crean un personaje que se aleja así del maniqueísmo.

Llegamos al clímax final, una persecución espectacular que seguro influyó en “The French Connection, contra el imperio de la droga” (William Friedkin, 1971). Comenzamos con la paliza que el bueno de Willy Garzah propina a nuestro protagonista, que lo deja inconsciente. Luego veremos cómo ambos pasan por la parte trasera de su edificio, que está lleno de lápidas y que avanzan el final de nuestro villano.


De aquí entramos de lleno en la ciudad, en una deslumbrante persecución donde Dassin usa las calles y todo lo que puede de Nueva York de forma ejemplar y con una cantidad de recursos deslumbrante, travellings, picados, planos generales… el metro, las calles atestadas de personas, autobuses, el tráfico, el mercado… la fusión perfecta de todos los postulados de la película, con esa ciudad albergando la persecución y siendo parte esencial de la misma en el punto culminante de la narración.


Otra escalera aparecerá en el lugar en el que Garzah mata al perro del hombre ciego, también serán lugares importantes el metro y el puente de Williamsburg, muy simbólicos. Para rematar la magnífica persecución tendremos un derroche de escaleras en la subida de Garzah para huir de la policía por dicho puente. Las alturas, las escaleras, los picados, los contrapicados…se multiplican escenificando la tensión y conflicto del momento. Las escaleras representan la evolución de la investigación, por ello serán escenario, en un puente además, de la resolución definitiva de la misma.



El final, con la muerte de Garzah en lo alto del puente, puede recordar al mítico final de la indispensable “Al rojo vivo” (Raoul Walsh, 1949).

Una vez la trepidante escena de acción llega a su final tendremos breves momentos de relax, planos solitarios y pensativos de los protagonistas, de Muldoon, Frank Niles, su novia… salvo el de Halloran, que estará acompañado por su mujer, y el de los padres de la chica muerta.

Dassin reflexionará sobre el verdadero significado de todo lo que vimos, cómo todo esto se convertirá en una historia más que se olvidará al día siguiente, de consumo rápido, como si tuviera que dejar sitio al siguiente suceso o asesinato que esté por venir…

Barry Fitzgerald realiza una magnífica interpretación, con su habitual sentido del humor e ironía. El resto del reparto está correcto y cumplidor.


La labor de William Daniels, habitual de las cintas de Greta Garbo, hasta el punto de que la actriz lo imponía siempre como director de fotografía para sus películas, es soberbia en ese retrato realista y casi documental de Nueva York. Una de las grandes cintas sobre la ciudad, retratada a la perfección.



Como curiosidad decir que esta cinta inspiró la serie “Naked City” (1958-1963). Se puede intuir la influencia de Arthur Fellig, el fotógrafo en que se basó la película “El ojo público” (Howard Franklin, 1992), a nivel estético, de hecho el título de la película es igual al de uno de sus libros de fotografía.

La trama en sí no tiene un interés especial, está bien sin más, lo que verdaderamente hace notable a esta obra de Dassin es su forma de contarla. 

Otra joya de Jules Dassin.



 

Dedicada a Pepe William Munny, un madridista cinéfilo de verdadera categoría




2 comentarios:

  1. ¡Qué puedo añadir a otra sublime crítica! Pues aprender y disfrutar de todo lo que expones, desmenuzando magistralmente la película. Agradecido enormemente por la dedicación y la amabilidad mostrada siempre. Un placer y un honor, sin duda alguna.

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    1. El placer ha sido y es mio, con seguidores así da gusto.

      Un abrazo fuerte!

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