John Ford, posiblemente el director más grande que ha dado
el cine por repercusión, influencia, innovación… y principal referente del
estilo clásico, el estilo paradigmático y más completo del cine, plenamente
vigente, nos regala su primer título a color. Una obra muy correcta, lejos de
sus grandes títulos, pero repleta de talento.
Un western ambientado en la Guerra de la independencia
americana (1775-1783), en 1776, el western cronológicamente ambientado más
primitivo de Ford. Un marco perfecto para que el director siga desarrollando su viaje
por la historia americana. Aquí nos muestra las vicisitudes y dificultades, la
lucha sin cuartel, de un matrimonio de pioneros, los que gestaron la nación.
Esto le servirá para hacer una apasionada defensa patriótica, al carácter de
aquellos pioneros y a su bandera. Una oda a la colonización y los valores
tradicionales, como siempre en Ford.
En la cinta se pueden apreciar casi todas las constantes del
director, que iré desgranando.
La primera secuencia, la de la boda, define perfectamente el
preciso, depurado y clásico estilo de Ford. Varias posiciones de cámara, ni un
solo movimiento de la misma, encuadres absolutamente perfectos, sin saltos de
eje, mostrando lo necesario en cada momento para sacar el máximo partido a
todas las reacciones y situaciones. Así, un plano detalle del ramo de flores que
sostiene la novia, Claudette Colbert, se abrirá para mostrar el contexto de la
situación, la boda. Ese travelling de retroceso es el único movimiento que
tiene la escena. Planos generales que engloban a los novios, el reverendo, los
familiares y asistentes, se mezclan con primeros planos de los novios al dar su
consentimiento, el perfecto uso del primer plano para un momento esencial.
Veremos un plano general frontal donde se encuadrará a los padrinos para que
veamos su situación y su reacción ante los acontecimientos, un plano en el que
se omite a los niños que están presentes frente a ellos y que veremos en un
plano posterior, como si ese momento fuera desde su punto de vista. La boda
transcurre en el este, en Nueva York.
Ford, aparte de su talento visual, conceptual y para las
emociones… bueno para todo, es un fino observador de lo que le rodea, así se
aprecia en el cuidado a sus personajes y sus comportamientos, como la timidez
de los novios al iniciar su andadura como pareja.
La película presenta algunos defectos, una narración algo
deshilvanada, en exceso episódica, y que no acaba de hacer confluir los sucesos
históricos con las peripecias personales de los personajes. Falta algo de
desarrollo o exposición del contexto histórico en el que se engloba la historia
de los protagonistas (aunque bien es cierto que Ford no pretende hacer un fresco histórico, sino un homenaje). Es decir, les ocurren cosas por la guerra pero no se
trata ni se explica qué provoca todos esos conflictos. Ford apuesta por el tono
de western y aventura, así como por el retrato íntimo y costumbrista de esos
colonos, pero la narración parece pedir algo más de profundidad. Esto se hace
especialmente patente con el personaje de John Carradine, sin ningún tipo de
desarrollo. Desde su presentación lo vemos misterioso y parece encarnar al
antagonista, como así es, pero lo único que vemos de él es que se la tiene
jurada al grupo de colonos liderados por Fonda sin más. Dice apenas tres frases
sin trascendencia. Un maniqueísmo que hace cojear la película un tanto desde
ese punto de vista. No hay una confrontación de motivaciones. Esto puede dar
cierta sensación de que no es del todo compacta.
Por el contrario, uno de los aspectos más notables de la
cinta es la evolución y desarrollo del personaje femenino protagonizado por
Claudette Colbert. Un retrato de mujer típicamente fordiano. Fuerte, decidida,
tan dulce como dura, capaz de soportar con total entereza las desgracias que
sobrevengan, que puede curar y cuidar a su marido de la misma forma que hacer
frente a cualquiera que amenace a los suyos rifle en mano. Un personaje que evoluciona desde
su rechazo a su nueva vida por estar acostumbra a las comodidades a, tenazmente,
ir adaptándose a ella, una vida mucho más modesta, y convertirse en una dura y
tierna mujer del oeste. Un gran trabajo de guión y dirección. En la escena
donde se encuentran con el misterioso hombre del parche, John Carradine, la
mujer expresará sus pensamientos amorosos, que nada tienen que ver con la
política, previos a lo verdaderamente importante, su noche de bodas.
En esa defensa por los valores tradicionales e intentando
huir en cierta medida del maniqueísmo, Ford nos presentará a un fiel indio
cristianizado, Blue Back (Chief John Big Tree), que aunque asustará a Lana
(Colbert) e incluso aconseje zurrarla al bueno de Gilbert (Fonda), será un
aliado en todo momento. La escena donde facilita un palo a Fonda para que dé
buena cuenta de él con su mujer es muy divertida. Este uso del humor como contrapunto,
como distensión, cambiando tonos, es uno de los rasgos característicos de Ford.
El ataque de histeria que sufre Lana, y los intentos de consolarla y hacerla
entrar en razón de Gilbert, que le hará desear volver a Nueva York, está rodado
en un solo plano a la espalda de ambos de inicio, muy clásico de Ford, tan solo
habrá un inserto del indio en su regreso.
Fonda es el clásico héroe fordiano, fuerte, decidido, un
pionero abriéndose paso y camino por lo desconocido, abriendo nuevas vías,
creando… y para ello tendrá a su lado a una mujer fuerte, que le dará aliento
incluso cuando él mismo dude.
Aparte de la épica, Ford siempre se interesará, en otro de
sus rasgos característicos, por la vida cotidiana y el costumbrismo de los
entornos en los que se fija. Así veremos cómo es la vida en el fuerte, en el
interior de las casas de esos pioneros, nos introduciremos en sus fiestas, sus
rutinas, su trabajo… Uno de los grandes aciertos de Ford en la cinta... y en todas
sus películas. En el fuerte conoceremos a Adam Hartman entre otros,
interpretado por un imprescindible del cine de Ford, Ward Bond, fijo de su
compañía.
Allí tendremos más ejemplos del uso del humor como
distensión, como anticlímax. Lo cotidiano y costumbrista toman el protagonismo
de la narración, nuestros protagonistas entablando relaciones sociales, darán a
conocer que esperan un bebé para jolgorio de los presentes. Ese momento está
magníficamente rodado por Ford, como es costumbre. De los planos más cortos con
la confesión a otro general perfectamente encuadrado y moviendo a los
personajes en él con precisión y naturalidad. La perfecta puesta en escena
fordiana.
En el fuerte se marcarán las pautas para defender sus
territorios, lograr la independencia en lucha contra los ingleses y los indios
que éstos han convencido. La lucha de Nueva York y las 12 colonias por la
independencia.
De la organización militar pasamos a la laboral y vital. Los
colonos trabajando en completa colaboración y camaradería. La reivindicación de
Ford a esos pioneros y su valentía sigue su curso. Aquí el director se recreará
en ese gusto por el detalle y análisis costumbrista, por ejemplo veremos las
envidias que genera la chica del este, Lana, en otras que procuran presumir de
sus tesoros ante ella. En las escenas de labor Ford nos deleitará con su
espléndida puesta en escena, repleta de figurantes y extras haciendo el trabajo
de colonos, construyendo un nuevo mundo. Nuevo mundo que será atacado por los
indios comandados por Caldwell, el maléfico John Carradine. Atacado y
destruido. Todo lo construido y los progresos hechos tirados por tierra por los
indios y los ingleses. Aquí es donde se pondrá a prueba el carácter de los
pioneros, eso que tanto le gusta mostrar a Ford, con la buena de Lana liderando
moralmente al grupo. Es el inicio de una batalla.
Los cambios de tono de Ford son legendarios, del drama al
humor o de la acción al drama. La llegada al fuerte tras la persecución a los
indios que atacaron su poblado será rodada con una iluminación apagada,
nocturna, hasta los movimientos de los actores están acorde.
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