jueves, 16 de agosto de 2012

Crítica: ARREBATO (1980) -Última Parte-

IVÁN ZULUETA







Helena Fernán Gómez (doblada por Almodóvar), interpreta a una amiga de Pedro, Gloria, a la que pedirá que vigile su sueño. Mientras lo hace leerá un libro infantil, como no podía ser de otra manera, y oiremos sonar por 3ª vez la sirena que presagiará la estupidez de la mencionada amiga, que cambiará el encuadre de la cámara. La vinculación entre el tomavistas y Pedro es máxima, al no haber podido filmarse lo que nuestro protagonista pretendía por la torpeza de su amiga se levantará angustiado, con síndrome de abstinencia. La dependencia y adicción total a esa cámara. Agredirá a su amiga, perdiendo el control, y le hará sangre en el labio, nueva referencia al mundo vampírico y al color rojo, ante la satisfacción de ella.

Esto hará caer en una orgía de excesos a Pedro, aquí aparece el mundo de la movida madrileña, en boga en aquella época, de forma evidente, algo que también se aprecia en la estética general de la película, pero aquí más claramente.

Nuevas sirenas anuncian desgracias y ese paso de víctima a vampiro, buscará víctimas en la noche. Una elección errónea, como siempre que suena una sirena. Una espiral de sexo y violencia. La escena del ascensor con su víctima se relacionará con el cine en ese plano de la rueda que lo eleva, que se asemeja a una película en un proyector. El lenguaje corporal y los hechos lo relacionan todo con el vampirismo, la huida de la víctima y el descenso persecutorio de Pedro, con detalles expresionistas a lo “Nosferatu” (F. W. Murnau, 1922),  también se relacionan con el cine en un encadenado sobre las películas de los fotogramas rojos. Todo es un puzle, un diálogo de caleidoscópicas realidades.


Volvemos a ver el picado inicial, ese escenario de suicidio nunca consumado y, ahora de nuevo, evitado por el tomavistas en última instancia. La entrega máxima, el cine como salvador, literalmente, de su “presa”. Un vampiro que no consiente perder a su víctima entregada. Volverá a someterse a los mandatos de su cámara, su barba volverá a caer y asumirá su rendición incondicional, como si de una redención se tratara. Se deja hacer para agradecer su salvación. El paso hacia el otro lado está dado.

Pedro lo considera su plenitud cinematográfica, incluso verá películas de otros, se convertirá en espectador, una actitud pasiva que le llevará donde busca. Cuando la cámara lo llame se dormirá, cogerá su osito y oiremos la música infantil recurrente que ha sonado en otras ocasiones, una regresión total.

La invasión roja de fotogramas deja tan solo 20 de ellos sin manchar en la película, dos días. El miedo a lo desconocido. Mientras el clímax de Pedro se acerca, Ana distraerá con sexo a José, un sexo frustrado con el que acabó la droga.



Pedro recurrirá a su prima Marta para contarle lo que sucede, también velará sus sueños aunque le apelará cariñosamente a ser “realista”, la idea de los vampiros chupasangre, que se lo plantee, le parece peligroso. La insinuación de la esquizofrenia, un trastorno que puede resultar clave para eliminar los límites de la llamada realidad. Durante la vigilancia del sueño de Pedro el globo luminoso se apagará ante el contacto de Marta, un mal presagio. Justo después el tomavistas se tomará una venganza, por lo que hizo la amiga de Pedro, Gloria, sobre ella y la eliminará. Este aspecto que puede entenderse de forma literal en una trama fantástica que reflexiona sobre las adicciones, como he comentado, también puede ser entendido como una forma de mostrar el autismo de Pedro hacia su entorno, una desaparición de Marta de su vida, sin más. Hay que tener en cuenta que nosotros lo vemos desde el punto de vista tanto de la cámara como de Marta, ya que Pedro, el que creíamos nuestro narrador, ha quedado fuera de combate. Un punto de vista que se hace objetivo al salir reflejada su desaparición en la proyección que ve el propio José.

De esta manera llegamos al inicio de la cinta, una estructura circular muy del gusto de Zulueta.

Un Pedro pálido y consumido se dispone a darse en sacrificio. Un sacrifico que es uno de los momentos más brillantes e inolvidables de la película, muy emotivo además. Una mirada por su habitación, al cuadro que tiene en la pared, al resto de objetos, una mirada de despedida, la música sube, la emoción también y el tomavistas comenzará a disparar sus fotogramas rojos al que será el último sueño de Pedro (con osito y blandiblup). Un excepcional clímax.


El cuadro que mira Pedro se asemeja enormemente a la habitación del final de "2001: Una odisea del espacio" (Stanley Kubrick, 1968).

José decide ir por el último rollo y comprobar si ha sucedido lo que Pedro temía, ante esto Ana mirará con ansia los instrumentos para un chute, a su adicción. Será lo último que veamos de ella, abocada a la perdición también.


Las lámparas que vimos al inicio en picado ahora vistas en contrapicado desde el punto de vista de Poncela, una vez más contrastes, polos opuestos que se atraen.

El suspense crece, el misterio. José entra en el apartamento de Pedro, no sabemos si estará en su cama… no hay nadie. Ansioso irá raudo a revelar los fotogramas, logrará que se los tengan en menos de los 4 días habituales.

José pasa el tiempo como puede, mirará un álbum de “Quo Vadis”, película que apareció al inicio del film en su paseo por la Gran Vía. Tras una mirada a la cámara sonará la sirena de nuevo. La idea que ronda la cabeza de José, de someterse a esa cámara, no es buena.

Veremos el transcurrir de los días en formato video, como ya sucedió antes, y que resalta esa forma de ver el mundo alterada del cineasta. Una vez pasado el plazo la música infantil parece impulsar, por fin, a José, que irá a buscar su película ante la atenta mirada de la cámara, aterradora mirada.


Lo que ve en la película no deja de ser sorprendente, toda la película parece velada, los fotogramas rojos lo han inundado todo… todo menos un solitario y seductor fotograma de Pedro que lo invita a dejarse llevar y unirse a él, como la llamada seductora de la droga o el sexo.

Concluyendo.

José no logrará pasar al otro lado, como sí hizo Pedro, José es acribillado por esa cámara a la que ya no ama. Pedro logró pasar al otro lado, pasó a formar parte de la película, logró fundirse en el clímax del fotograma perfecto, el fotograma eterno que pausa el tiempo. Un fotograma, un orgasmo, un momento que queremos detener como Fausto, pero que se nos va de las manos en seguida convirtiéndose en recuerdo. Pedro logra fundirse, convertirse en “eso”.

¿Por qué a José no le es permitido explorar el otro lado? Simple y llanamente porque José no siente como Pedro, no tiene ni la pureza de la mirada ni la vinculación con la infancia necesaria para ello. Recordemos como al inicio dijo que él no amaba al cine, sino que era el cine el que lo amaba a él. Se equivocaba. También Pedro advirtió que se le veía mayor y que estaba destinado a odiar intensamente al cine. La mirada cínica de José es la que le impide la entrada en el puro universo del clímax cinematográfico. No es digno de ser vampirizado. Sus pasiones, obsesiones… son el vampirismo que José eligió, al contrario que Pedro.

El cine es un vampiro, chupa vidas, sentimientos, trata de extraer la verdad, el meollo de todo, de sus personajes, de sus actores. Esto lo entendía Pedro desde su vínculo con la infancia, la mirada pura, pero no José para el que el cine se había convertido en una rutina, un negocio.

José también aparecerá en el fotograma, pero para advertir que no lo haga, José se enfrenta a la cámara con miedo, es lo opuesto a Pedro en todo, él lo hacía entregado. Cuando José resulte acribillado veremos su imagen en video, concluyendo Zulueta su juego metalingüístico en el que se confunde realidad y ficción.

Aquí Zulueta se posicionaría ante el cine como algo artístico, como algo a lo que entregarse en cuerpo y alma pero que pide la misma entrega, que te chupará la vida. Distingue entre el cineasta artista, puro, inocente, ilusionado, representado en Pedro, del cineasta, hastiado, cínico, funcionarial, comercial, que lo ve como algo de lo que vivir. Dos opciones legítimas pero sólo la primera plenamente llena para Zulueta.

Arrebato” supone también un magnífico retrato del final de los 70 e inicio de los 80, la movida y todos los excesos, las drogas, el sexo, la música, la estética andrógina…

Pedro logrará el clímax de la infancia, capturar el momento eterno de Fausto, convertirse en Peter Pan, la realidad desapareció para él, derribo sus muros, pasó al otro lado del espejo de Alicia, logrando el placer que la vida cotidiana no lograba darle. Para lograr el arrebato de esa infancia que se perdió en recuerdos debe romper con la realidad, lo que logrará ayudado por la vampírica cámara, convirtiéndose en su arrebato, su instante eterno y detenido en forma de fotograma.

Todo esto es incomprensible para la gente que vea el cine como algo superfluo, como esta película será incomprensible para quien se centre, como dije, en los mediocres aspectos formales, el exceso de algunas interpretaciones, la irregularidad de otras, el mal sonido, que la historia entre Ana y José moleste e interrumpa excesivamente la verdadera esencia de lo que se pretende contar (aquí se aprecia que la película estaba prevista de inicio como un corto), en esta relación es donde más se ve la influencia de un Cassavetes, por ejemplo… Incomprensible. No les culpo.

Pero si te gusta el arte, dale una oportunidad a esta película única de nuestra filmografía.


Dedicada a Percival. Concluido el reto.








2 comentarios:

  1. Gracias Sambo, formidable lectura. El misterio de Arrebato empieza después, claro. Y se acrecienta a medida que pasan los años desde que la película cierra el telón, con ese final carente de diálogo, zombi de música, donde el sonido del rollo se revela como una entidad universal propia. La película crece con la distancia del tiempo y separada de su tiempo. Como sucediera con otros autores y obras -se me ocurre Fitzgerald- la realidad deparará acontecimientos inauditamente similares a los ficcionados por el autor. Y así Zulueta quedará enterrado en vida, en aquella casa de Sanse, solo y rodeado de sus viejos carteles, recuerdos, iconos e imaginería articulada de una vida que le vampiriza en tanto que ahí fuera el mundo seguía girando.

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  2. Precioso y acertadísimo comentario Percival. Muchas gracias.

    Así es, su magia crece con el tiempo, te infecta durante su visionado y el virus se desarrolla después. Ojalá se animen a verla muchos.

    Un abrazo.

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