martes, 14 de agosto de 2012

Crítica: ARREBATO (1980) -Parte 2/4-

IVÁN ZULUETA








Tras el impacto, José no podrá resistirse a esa tentación y se meterá un chute de heroína que lo relajará en una almohada negra junto a una despechugada Ana. El chute en vena nos vuelve a remitir al vampirismo, la droga como chupadora de vida, el punto de sangre roja como los que dejan los colmillos vampíricos… El rojo.

Se desnudará tras su baño depurador, o antidepurador, y hará lo mismo con Ana, con la que parece querer también caer en otra tentación, la del sexo, al quitarle el albornoz… Pero no será así. Iniciará la escucha de la grabación que se superpondrá a una imagen de un coche chocando contra una roca, otro momento simbólico de lo que será su encuentro con Pedro. Un choque de contrarios aparentemente iguales. Un coche que se convierte en el de José al recordar el día en que conoció a Pedro, lo que reseña el vínculo simbólico del video del choque con lo mencionado. José al oír la grabación se sentará y mirará de nuevo, esta vez divertido, tanto bajo su asiento, donde encontró el paquete anteriormente, como al póster de su película “La maldición del hombre lobo”.


José, soy yo Pedro, esto que te mando es… tú óyelo y míralo, o mejor, devóralo y digiérelo, a poder ser de inmediato…”

Al oír esa frase será cuando José mirará el póster de su película, como rememorando un pasado difuso donde las ilusiones que contenía ya desaparecieron.

Entramos en un flashback, el punto de vista de la película alterna y funde los de José y Pedro en una brillante idea, que además se respeta con rigor.

El primero contacto de José con Pedro será precedido del graznido que siempre avisará de las apariciones de Pedro, como comenté antes.


Pedro graba “documentales” familiares, videos de su entorno cotidiano, siempre tiene frío y parece negarse a crecer. “Es un tío que lleva viviendo 27 años y tiene 12…”, comentará su  prima (Marta Fernández-Muro). También dirá que el cine para Pedro es “una entrega”, que sufre y se espanta de sus propias películas.

Infantilismo y excentricidad definen a Pedro (Will More), en un primer momento.

Como curiosidad vemos el reflejo rojo de un papel en la parte de atrás del coche, aunque en esta ocasión no parece tener importancia…

Pedro dirá que José estaba destinado a odiar al cine intensamente. Esto los diferencia.

José oirá lloros y un proyector frente a otro espejo, se le ve afectado, parece ser Pedro viendo sus películas. Un plano que parece insinuar una ruptura con la realidad, como si del espejo de “Alicia en el país de las maravillas” se tratara, un muro que hay que romper, que Pedro lucha por romper de forma inconsciente y su frustración viene de no lograrlo, entre otras cosas que iré desgranando. Un espejo que parece conectar dos realidades distintas, paralelas.

La escena ante la televisión recuerda de alguna manera la del pollo de “Cabeza borradora” (David Lynch, 1980), diálogos y situaciones cotidianas llenas de surrealismo y toques esperpénticos. Unos diálogos muy divertidos, sobre todo en boca de Carmen Giralt. El cine, Alan Ladd, las películas a color o en blanco y negro… Ven la película “Go west young man”, (Henry Hathaway, 1936), con Mae West.

Mientras esto tiene lugar volverá a sonar el graznido, lo que anticipa el descubrimiento de Pedro por José, un Pedro al que habíamos visto antes casi escondido. José lo verá a través de la pantalla de televisión, en un reflejo, una vez más una realidad desviada.

Este descubrimiento provocará uno de esos “arrebatos” que describe Pedro, y de lo que hablaremos con mayor extensión. El tiempo es manipulado, como en las cintas que veremos de Pedro, donde todo se acelera o pausa. Aquí las imágenes de televisión se acelerarán dejando casi en estado hipnótico a José, que no se percatará del tiempo que ha pasado. Una realidad alterada, como el cine. Esto se inicia cuando Pedro  usa un muñeco luminoso, un instrumento infantil. La infancia es un tema indispensable para entender la película.

La alteración del tiempo, la manipulación de la realidad, es la esencia misma del cine, tanto Pedro como José tienen esa mirada, es algo casi vocacional.

Las drogas vuelven a ser protagonistas, serán clave en la narración, ya que José creerá que su alucine ha sido producto de algo que le han echado.

Llegamos a una de las escenas clave de la película, la primera conversación entre Pedro y José. Por supuesto, antes de que José vea a Pedro en su habitación posado como un cuervo oiremos el graznido habitual.

En esta conversación Pedro hablará de la influencia que la droga tiene en él, al esnifar su actitud y voz cambian, lo sitúan en la edad que le corresponde, por ello procura evitarla. Para Pedro es imprescindible no crecer, afianzarse en la infancia, por ello hará un sutil reproche a José: “Tú deberías tener más cuidado ¿no?, te veo muy mayor”.

Las drogas hacen crecer a Pedro, y al decirle que ve mayor a José, por su consumo, insinúa que corre el peligro de perder la mirada virginal de la infancia, la pasión para buscar el clímax cinematográfico. La pausa.

La droga hace perder la visión pura, infantil. El “arrebato” que produce la droga es falso para Pedro, no tiene que ver con la pureza a la que cree sólo puede llegar a través del cine, una pureza que está conectada con la infancia de manera irremediable.


Por ello pregunta a José cuál es su colección de cromos favorita. “Las minas del rey Salomón".

El blandiblup que maneja constantemente Pedro sirve de símbolo para esa búsqueda y ansia de manipulación de la realidad que le permita captar un momento eterno de placer, el arrebato.

Pedro, un Peter Pan goethiano.

Pedro llevará a José a su mundo infantil, cómics, álbumes, muñecos, caballitos, dibujos para pintar… allí intentará “arrebatarle”.


Toda esta alteración del tiempo vuelve a relacionarse con el mundo vampírico, seres que vagan eternamente por él.
Pedro tendrá permanentemente frío, otro rasgo característico de los vampiros, su baja temperatura.

Cuando se consigue el “arrebato”, pasan años, siglos, eternidades, un éxtasis... “arrebatado”.

Es como el Fausto de Goethe y su “detente, eres tan bello”. La eternidad y el placer máximo en un fotograma.

En ese mundo de la infancia que es la habitación a la que Pedro lleva a José, y cada vez que este tema, la infancia, tenga importancia, sonará una melodía de referencias infantiles con sonido de juguetes. Allí Pedro mostrará el álbum de “Las minas del rey Salomón”, logrando el “arrebato” de José.

Esa sensación que produce en José el recuerdo de su infancia es la que busca en el cine Pedro, se lo muestra para que entienda cual es su propósito y búsqueda, el sentimiento que quiere lograr pero no en base a “recuerditos” sino “allí y ahora”.

Pedro mencionará que deben darse prisa porque el efecto de la droga se le está pasando y entonces “se convertirá en calabaza” en referencia a “Cenicienta”, otro cuento infantil. Sobre las drogas y “Cenicienta” recomiendo el artículo de ”Cenicienta, mito erótico” en el blog.

Una vez José ha entendido a Pedro éste se dispone a enseñarle su obra. Veremos en primera persona el sufrimiento del que Marta nos habló cuando nuestro protagonista veía sus propias películas. Son como un desgarro, se retuerce como en un exorcismo. La búsqueda de la emoción que logró José en un recuerdo se transforma en Pedro, ante la contemplación de su obra, en puro sufrimiento por no poder retener aquello que se escapa, el tiempo, la pausa. Eternizar el presente. Busca un imposible.

El dolor que produce la impotencia de no poder retener lo efímero. Curiosamente esto es algo que el cine sí puede lograr.

Así vamos entendiendo mucho mejor su misión “peterpanera”, ese refugio infantil que se esfuerza por mantener.




Dedicada a Percival, al que confío le esté gustando la cosa.








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