
Un tímido y creativo joven vuelve a Francia llamado por su madre que le promete un trabajo que colmará sus inquietudes artísticas. Su decepción es tremenda cuando descubre que ese trabajo presuntamente creativo es un aburrido trabajo de maquetista. El único aliciente de vivir en la casa de su madre es Stephanie, una nueva vecina que le confunde con un empleado de mudanzas, confusión de la que Stephane no la sacará, en principio, debido a su timidez.
Stephane es invadido literalmente por sus sueños en la vida “real”, tiene problemas para discernir qué es producto de sus sueños, cuándo está en ellos y cuándo está despierto. Los sueños son como una evasión, como una coraza para evitarse sufrimientos, los utiliza, a veces, para convencerse a sí mismo de cosas por la mera razón de que no se atreve a ellas, por cobardía. Es ahí donde “La ciencia del sueño” muestra todas sus cartas como reflexión sobre la inmadurez, la inseguridad, el uso de los sueños, no como motivador sino como excusa para el inmovilismo, la aceptación, la falta de valentía para encarar las circunstancias, como vehículo para engañarse a sí mismo, por el miedo al rechazo, a que no te acepten… Pero los sueños, como subconsciente, no engañan del todo, Stephane debe manipularlos a conveniencia para engañarse a sí mismo, pero la consciencia de lo que hace es precisamente lo que le provoca el sufrimiento, sabe que se engaña.

Uno de los puntos más sobresalientes de la cinta de Gondry es su estética y el mundo onírico que presenta. Se le ha comparado con Georges Méliès por el uso de los efectos especiales artesanales, algo acertado al menos a nivel estético. Gondry siempre ha usado o mostrado predilección por esa forma artesanal de hacer las cosas, como antaño, sin que signifique que renuncie a las nuevas tecnologías como se vio en “Olvídate de mí” (2004).
En ocasiones la película se puede mostrar algo repetitiva, como si se estancase, con algún bache narrativo, lo que resta fuerza a una historia de amor que podía haber dado para mucho más. Esto provoca que aunque el final es emotivo y logra sus propósitos estos lleguen con algo de sordina.

La idea de que en realidad Stephane y Stephanie con la misma persona y por ello sus conflictos coinciden no es desechable.

Es cierto que la película es algo confusa, deslavazada pero tiene un aliento poético indiscutible, una poética sobre la inseguridad y la inmadurez, sobre la inadaptación, la fantasía y la creatividad que es realmente interesante.
El punto de vista de Stephane no es el único que vemos, hay varias escenas donde Stephane no está y son las dos vecinas las que tienen conversaciones sobre sus cosas o sobre el propio Stephane. Puede crear cierta confusión el hecho de que Stephane y Stephanie tengan el mismo nombre, en muchos momentos parecen fundirse o confundirse el uno con el otro, como si Stephanie fuera una manifestación de la propia personalidad de Stephane. Los celos que Stephane siente al ver a Zoe bailar tienen su respuesta cuando es Stephanie la que baila e ignora a Stephane.

Todo el universo de Stephane es contradictorio y confuso, y Gondry no hace nada para explicarlo, si Stephane confunde y se deja invadir por sus sueños nosotros lo haremos igual. Como ejemplo de esa confusión y de las pocas concesiones que hace Gondry podemos mencionar la escena final, cuando Stephane está en la cama de Stephanie y ve el barco, acto seguido usa la máquina del tiempo, que no funciona después de un par de toques porque aun está despierto, al tercer toque sí funciona indicando que ya se quedó dormido, así vemos su sueño. Ella sube con él a la cama en lo que sería algo real ya que le vemos a él dormido.



Otra película más de Gondry, sin Charlie Kaufman, en la que demuestra un talento enorme y se coloca como uno de los directores más interesantes de la actualidad.
El magnífico final, de una película que trata el tema del rechazo, es sumamente ambiguo.
genial!
ResponderEliminarMuchas gracias, amable Anónimo!
Eliminar