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martes, 22 de enero de 2013

Crítica: CARROS DE FUEGO (1981) -Última Parte-

 HUGH HUDSON










Londres, 1923.

Primer duelo entre Liddell y Abrahams. Hudson muestra una admiración total por el espíritu deportivo y los grandes competidores. Puede chocar su limpia mirada en la actualidad, donde la deportividad puede no ser tan marcada al haber cedido al espectáculo, en el atletismo especialmente, pero era así en aquella época sin lugar a dudas. Así veremos todo esto en detalles como el respeto que muestran los compañeros a la concentración de Abrahams antes de la competición. Ben Cross está realmente bien en su papel de competidor nato sin fisuras, de firme ambición y decisión. Nicholas Farrell hace de amigo fiel, un papel que parece irle como anillo al dedo, sólo hay que recordar también su excelente encarnación como Horacio en el Hamlet (1996) de Kenneth Branagh.


Por otro lado, e insistiendo con el tema de la deportividad, vemos a Eric Liddell comportarse como un caballero y desear suerte a su rival antes de la competición, en el mismo vestuario. Tendremos más ejemplos de todo esto.

Liddell vencerá con suma facilidad en los 100 metros. Una magistral escena en la que se rueda toda la carrera en un solo plano. Además de la cámara lenta, el momento de la derrota de Abraham será resaltado por la música distorsionada de Vangelis. El director parece tomar partido a favor de Abrahams antes que por Liddell, si bien es cierto que no se sabe muy bien por qué.


Esta derrota implica varias cosas, tanto a nivel narrativo como reflexivo. La derrota abrirá dos relaciones para Abrahams, con la chica, Sybil, y con su entrenador, Sam Mussabini (Ian Holm). Del mismo modo Hudson hace hincapié en el verdadero espíritu de la competición con la actitud de Abrahams, su insistencia, no limitarse a participar, luchar por mejorar y ganar hasta el final.

La repetición de la carrera, a cámara lenta de nuevo, en un montaje paralelo sobre el rostro de Abrahams, muestra el sentimiento del deportista en la derrota. Se ha oído en multitud de ocasiones a deportistas de todas las modalidades comentar como reviven una y otra vez momentos, jugadas o partidos enteros donde han fallado para corregir errores. Esto lo vemos visualmente con Abrahams sentado en la grada mirando frustrado la pista donde los fantasmas a cámara lenta reviven su fracaso.


Así se inicia su trabajo de mejora, estudio y entrenamiento. Volveremos a tener un montaje paralelo, en esa continua comparación que hace Hudson de los dos deportistas, donde los veremos entrenar con intensidad. Uno tratando de mejorar, el otro tratando de seguir siendo el mejor.

Para Eric Liddell correr y vencer es complacer y honrar a Dios, lo hace por él, su mayor amor y creencia. Para Harold Abrahams vencer, ser el más rápido, es reivindicarse, a él y a su religión, a sus creencias, si alcanza la inmortalidad sería su victoria definitiva. La idea de una motivación, de una creencia y objetivo claro, honesto y definido, como vehículo del éxito. Todo esto vuelve a dejar un vínculo entre los dos corredores, cuando les vemos haciendo entender sus motivaciones a sus parejas, la mencionada de Liddell, y la de Abrahams con Sybil. En este segundo no será Abrahams el que exponga dichas motivaciones, no tiene el mismo don de palabra, es más retraído y blindado que Liddell, sino su amigo Andrew Lindsay (Nigel Havers).


Tendremos otro momento dedicado a Lindsay cuando le veamos entrenar, tras hablar de los valores de Abrahams con la novia de éste. Un entrenamiento con vallas y champagne. Una escena que no hubiera resultado raro que eliminasen, pero que resulta interesante como reflexión sobre la influencia e inspiración que gente como Abrahams o Liddell pueden ser para el resto, como son de hecho, especialmente para los más pequeños.


Mencioné anteriormente un encuentro entre los profesores de Cambridge y Abrahams, encuentro que llega hacia el ecuador de la cinta. En esta conversación se verbalizará la importancia del deporte para Cambridge y sus valores. Una escena rodada con gran precisión. Un ejemplo, el travelling de retroceso que incluye al tercer interviniente (los otros dos son Ben Cross y John Gielgud), justo en el momento que habla.

A toda costa no, pero deseo ganar dentro de las normas. ¿Preferiría que representase el papel de caballero y perdiera?”

En la pregunta anterior está la esencia de todo competidor y deportista nato. Abrahams no entiende la postura de Cambridge, él sabe competir y sabe en qué consiste, la cuestión no es participar si compites, la cuestión es ganar. Si sólo pretendes divertirte, participa, si compites lo importante es ganar. El no darlo todo por una subjetiva cuestión de caballerosidad, que varía según quien la mire y en la época en la que estemos, es una vacuidad para todo competidor nato. Esto además no tiene nada que ver con ser deportivo. Precisamente ser deportivo consiste en competir a tope.

Abrahams contrapone el esfuerzo, el sacrificio, la lucha por ganar a los obsoletos valores de Cambridge.

Todos nuestros protagonistas clasificados para los Juegos Olímpicos de París, con Estados Unidos como la gran potencia a batir, profesionalmente entrenados.

Aquí tenemos otro pequeño giro en la trama, que se ha ido planteando con antelación, con el conflicto moral de Liddell al tener que correr en domingo, algo que prohíbe su religión como ya se mostró en una de las primeras escenas donde el personaje recriminaba cariñosamente a unos niños por hacerlo. Se mantendrá firme y coherente con sus creencias, si bien es cierto que parece que esto no es muy preciso históricamente. Los subrayados en over para el conflicto de Liddell vuelven a sobrar, quedaban perfectamente mostrados sin necesidad de ellos.

Hudson mostrará la camaradería del equipo Olímpico, usará otra carta de Aubrey (Farrell), como vehículo narrativo.


Uno de los grandes temas de la cinta es la individualidad, así como su integración e importancia dentro de un equipo. Para retratar esto Hudson recurre a los mencionados planos secuencia con largos travellings, como el que vimos cuando los alumnos elegían actividades extraescolares o cuando se nos muestra el sofisticado entrenamiento en grupo del equipo americano (otro magnífico plano), incluso en la mítica secuencia inicial, y final, con el grupo corriendo por la playa, pero parándose en cada uno de los miembros importantes del equipo. Un detalle magistral.



La mencionada secuencia en el entrenamiento del equipo americano se inicia con un plano de uno de los talentosos deportistas del equipo, Jackson Scholz (Brad Davis), para pasar a una sucesión de travellings con el resto del grupo entrenando. Ahí tenemos ese diálogo entre individualidad y equipo. Los travellings y planos secuencia muestran a los equipos como un todo, pero singularizará a los más destacados, especialmente en deportes individuales.




Comienzan los juegos.

Una cámara lenta que en cuadra a la bandera Olímpica mecida por el viento dará solemnidad a la participación de los deportistas. Una primera carrera, vallas, tensión, insinuaciones de Vangelis, la cámara lenta retratando la estética atlética…


Hudson nos regalará otro plano secuencia en la llegada a la fiesta de gala que celebra la inauguración de los juegos. Allí se dilucidará el conflicto de Liddell con su negativa a correr en domingo. Su amigo Lindsay cederá su puesto en los 400 metros para que él pueda correr. Cabe puntualizar que Liddell fue seleccionado para correr los 200 y los 400 metros. También hay que mencionar que el problema de su oposición a correr los domingos está manipulado y exagerado con intención dramática y no se corresponde del todo a la realidad de los hechos. Liddell fue avisado con meses de antelación del problema con la fecha de los 100 metros y entrenó para la prueba de 400.



Se suceden las derrotas inglesas, Hudson mostrará una de ellas de manera especial, la de Aubrey (Nicholas Farrell), con un lejano plano en picado, sostenido largamente, solidario. Esta derrota dará paso a una hermosa escena donde el fiel amigo, que siempre había estado ahí para el protagonista, mostrando su admiración y apoyo, recibirá una merecida contraprestación con las bellas palabras de Abrahams, además de manifestar su propio temor a la derrota.


Hudson se recrea en el uso del flashback, el entrenador de Abrahams, Mussabini (Ian Holm), escribirá una carta a su pupilo, veremos cómo éste la escribe al tiempo que Abrahams la lee. Es un nuevo ejemplo del uso de las cartas como elemento narrativo dentro de la película.
Llegamos a uno de los momentos culminantes, la prueba estrella, los 100 metros lisos, con Abrahams como protagonista. Es excelente la meticulosidad en los detalles en la recreación de época, un ejemplo lo tenemos en esas azadas que los corredores usan para hacer un pequeño agujero que les permita apoyar mejor en las salidas. Abrahams vencerá de forma emotiva y será repetido a cámara lenta. Se resarcirá de su anterior derrota en 200 metros.


Hay cierto ensimismamiento en la repetición de la carrera, algo que aparece en distintos momentos de la cinta, y en el uso de la cámara lenta.

Por el contrario resulta magistral la idea de que Holm sepa lo ocurrido al ver izarse la bandera británica desde su piso frente al estadio, ya que no podía entrar en el mismo. Un detalle brillantísimo de puesta en escena, muy emocionante. La satisfacción, su satisfacción, vivida en soledad. Una soledad que Abrahams subsanará enseguida al querer celebrar su éxito con él, con Sam, a solas. Muy conmovedor.



Tan solo queda la prueba de 400 metros con Eric Liddell. Arrasará sin contemplaciones, con una contundencia total. Una estupenda escena, emotiva, con la banda sonora en su esplendor, aunque no el tema principal, con el uso de la cámara lenta, pero lastrada en cierta medida por la cargante y redundante voz over. Hudson no dejará ningún detalle en el olvido, Scholz (Brad Davis), el atleta americano le dará ánimos con un mensaje escrito en un papel que le entregará antes de la salida, mientras que Charles Paddock (Dennis Christopher), que perdió una apuesta con el Príncipe de Gales (David Yelland), mira con admiración y cierto celo a su victorioso rival. Todo resulta emotivo, si bien en líneas generales es una cinta bastante contenida, incluso algo fría. Familiares, amigos, parejas, emocionados con los triunfos de los suyos.



En la conclusión volvemos al “presente”, como era menester, al homenaje y funeral de Harold Abrahams, que también tuvo su final feliz al reunirse con su chica tras su medalla en París. Una hermosa despedida que cerrará de forma circular, como ya comenté, la cinta, rubricada en la repetición de la escena del equipo británico corriendo por la playa al ritmo de Vangelis para despedirnos. Son varias las ocasiones en las que se repiten escenas, todas ellas deportivas, como si de una retransmisión moderna se tratara.

Carros de fuego” es una magnífica reflexión sobre la competitividad y la competencia, sobre el esfuerzo y el sacrificio, sobre el afán de superación y el carácter para acometer aquello en lo que de verdad creemos aunque el resto se oponga (los dos protagonistas tendrán que luchar contra prejuicios y opiniones anquilosadas o descreídas, Liddell contra la incomprensión hacia sus creencias y Abrahams contra la incomprensión hacia su ambición y afán de mejora). Una reflexión sobre la amistad y la lealtad, exaltada en casi todas las relaciones que vemos (Abrahams con su entrenador o con Aubrey; Liddell con su mujer…). Una reflexión sobre la lucha, la tenacidad, el orgullo, sobre la esencia del deporte y su espíritu. Una reivindicación de todos esos valores indispensables para cualquier ámbito de la vida, no sólo el profesional.



En definitiva una película notable que supera holgadamente sus defectos, cierta rigidez y excesiva afectación, cierta frialdad y problemas de ritmo, con un exceso de ensimismamiento. Todo esto es muy común en el cine inglés.

También es evidente la mirada extraordinariamente patriótica de la cinta. Lo que no es ningún defecto, aclaro.

Muy buenas interpretaciones de todo el reparto, que hace gala de su saber hacer, talento inglés, y una notabilísima dirección, que a pesar de sus redundancias y parsimonias, de sus inseguridades narrativas, es de una gran elegancia clásica y en sus mejores momentos resulta realmente inspirada.






 


Dedicada a Elcapita, una persona de valores al que espero haya gustado



lunes, 21 de enero de 2013

Crítica: CARROS DE FUEGO (1981) -Parte 1/2-

HUGH HUDSON









Siempre es placentero para los amantes del deporte ver películas sobre el tema. Grandes obras maestras ha dado el género deportivo, como he comentado alguna vez. Con “Carros de fuego” se hizo una apuesta por dar mayor prestigio si cabe al tema, una cinta ambiciosa que aspiraba a ser el título deportivo por antonomasia. En cierta medida lo logró, especialmente gracias a la mítica banda sonora de Vangelis, que la ha hecho eterna. No hay más que ver el homenaje continuo que recibió en los últimos Juegos Olímpicos de Londres, donde la oímos una y otra vez (no en balde la cinta se ambienta en los Juegos de 1924).



Carros de fuego” no es una obra maestra, ni siquiera la mejor película de deportes que se ha filmado, pero es un indiscutible referente del género.

El cine deportivo ha examinado los grandes valores que se extraen de dicha actividad, la competitividad, el afán de superación, el sacrificio, el talento (esta misma cinta que nos ocupa, “Million dollar baby de Clint Eastwood en 2004, “El mejor” de Barry Levinson en 1984…), en otros casos ha servido de excusa o como telón de fondo para examinar la miseria humana, la mafia (“Marcado por el odio de Robert Wise en 1956, "Cuerpo y alma de Robert Rossen en 1947, “Nadie puede vencerme de Robert Wise en 1949, “El ídolo de barro de Mark Robson en 1949 … todas ambientadas en el mundo del boxeo). Para hacer biopics más o menos hagiográficos ("El orgullo de los Yanquis” de Sam Wood en 1942, “Toro salvaje” de Martin Scorsese en 1980), para indagar en las interioridades de ese mundo (“El castañazo de George Roy Hill en 1977, “Un domingo cualquiera de Oliver Stone en 1999, “Moneyball” de Bennett Miller en 2011…), de los equipos, para miradas románticas (“Campo de sueños de Phil Alden Robinson en 1989, “Entre el amor y el juego” de Sam Raimi en 1999), como simple excusa narrativa (“Evasión o victoria de John Huston en 1981)… El mundo del deporte es un universo donde casi todo tiene cabida.



En “Carros de fuego” el director Hugh Hudson se centra en la rivalidad de dos grandes atletas británicos, aunque más que en la rivalidad en la admiración mutua que les impulsaba a superarse, ya que ambos participarían en el equipo británico en los Juegos Olímpicos de 1924. Dos atletas completamente distintos, con creencias distintas, religiones distintas, filosofías ante la vida y el deporte distintas, pero unidos y vinculados por el éxito y la ambición por reivindicar y demostrar su talento.


Carros de fuego” no es para nada rigurosa históricamente, pero tampoco debe entenderse que pretenda serlo. Es cierto que si se centra en un hecho histórico lo mínimo es que se procure ser riguroso, pero aquí, y sobre todo en lo concerniente a los personajes protagonistas, se apuesta más por la libertad creativa en busca del funcionamiento dramático, con contrastes, que otra cosa.

La acción se inicia en 1978, un funeral, un homenaje al gran atleta Harold Abrahams (Ben Cross). Rememorando. Son breves momentos antes de presenciar la escena más recordada de la cinta, la carrera por la playa del equipo de atletismo británico con la espectacular banda sonora de Vangelis por todo lo alto, una banda sonora más recordada aún que la de “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982). Una escena donde el travelling va mostrando a los principales protagonistas que nos van a contar la historia, su satisfacción en la carrera, su jovial placer en esos momentos, unos más risueños, otros más concentrados, pero todos disfrutando. El deporte en estado puro. Entre ellos veremos, en primer lugar, a Nicholas Farrell, habitual de Kenneth Branagh. Un flashback que nos sitúa en 1924.




Esta escena, y la última, ya que la película se cierra de forma circular mostrando esta misma secuencia de nuevo, está en la antología del cine y gran culpa la tiene la eterna banda sonora. Vangelis tiene la facultad de que aunque usa sintetizadores, lo son todo en su música, típicos de los 80, logra una atmósfera y estilo sinfónico que logra hacer de bandas sonoras como ésta algo clásico.




El primer plano que veremos en esta escena, donde se muestra a los personajes entrenando, será de unas piernas, imprescindibles como es lógico, las del mencionado Farrell.

Hudson tiene un estilo muy clásico en la cinta, una dirección clásica con planos muy largos y sostenidos, un pulso firme y seguro.



La voz over del personaje interpretado por Nicholas Farrell, que en los inicios parece el protagonista, nos dirige a un nuevo salto en el tiempo, otro flashback más, a Cambridge, 1919. Una estructura narrativa que nos va llevando continuamente hacia atrás, para que veamos el progreso de esos deportistas, como llegaron a ser seleccionados por el equipo Olímpico y entendamos el porqué del homenaje que vemos al principio.

Un picado a la llegada de Farrell y Cross (Abrahams), a su llegada a Cambridge y la descripción de su gran amistad da comienzo a la historia.

Hudson realiza una gran puesta en escena con rasgos estilísticos muy marcados y que se repiten durante todo el metraje, un ejemplo lo tenemos en esos planos que se abren paulatinamente para ver todo un entorno, como el paisaje que tras un retroceso de la cámara veremos por una ventana frente a la que Aubrey Montague (Nicholas Farrell), lee su carta; el plano del cuadro que preside el coro que veremos cuando la cámara vuelva a abrir el encuadre…


Una dirección repleta de elegantes movimientos de cámara. La solemnidad de la universidad será mostrada con picados, contrapicados, pausados travellings, como el que muestra el discurso del director. Sobriedad. 


La película es un nostálgico diálogo entre pasado y futuro. El uso del flashback; los saltos temporales; las fotos de promociones anteriores; el homenaje a los alumnos caídos en la guerra; sus sueños, que ahora son los de los presentes… se dirigen hacia la misma idea.

En el emotivo discurso del director se recalcará la idea de la firmeza y decisión para alcanzar los objetivos propuestos, una guía para los alumnos que será clave en los éxitos de algunos de nuestros protagonistas.



Es excelente el plano secuencia que muestra como los alumnos se apuntan a las actividades extraescolares, un larguísimo travelling con una magistral puesta en escena, que redunda en lo comentado sobre el estilo de Hudson. Esta secuencia concluye con el equipo de atletismo, al que se apuntarán Abrahams, Montague y compañía.

El recurso de la voz over sobra en muchas ocasiones, no aporta nada a lo que se ve en pantalla.
Harold Abrahams, un descomunal talento atlético, es judío, su padre es financiero, estos aspectos son claves para definir su personalidad, como se irá viendo a lo largo de la narración. Veremos su talento cuando bata el récord de la universidad. Su carácter y personalidad será debatida por los profesores de la universidad, con los que tendrá un enfrentamiento en el futuro. Se le considera leal, luchador, arrogante, responsable con el deber… muchos de los valores que hacen al triunfador y que fueron reivindicados en el discurso de bienvenida que oímos poco antes.


El círculo tiene bastante presencia en la puesta en escena de Hudson, lo veremos en muchos de sus travellings, en el recorrido que hace Abrahams para batir el récord en la universidad o cuando vemos las escenas iniciales de Eric Liddell (Ian Charleson), en Escocia, en 1920. Esto además se relaciona con el símbolo olímpico, los cinco anillos entrelazados.



Así se nos presenta al campeón escocés. Eric Liddell, que también demostrará sus dotes en las mencionadas escenas.

Si nos dejaron algunos apuntes sobre Abrahams, también se dejarán sobre Liddell. Extremadamente religioso y noble, disciplinado y honesto. Reflexionará sobre la libertad de elección para seguir a Dios.



Los paralelismos se suceden entre ambos personajes, también desde la puesta en escena. La secuencia donde Liddell come con su familia se inicia con un plano corto de unas fotos, como aquella en la que veíamos a las promociones pasadas de la universidad, recuerdos pasados, en este caso familiares. El plano se abrirá, algo que como he mencionado es habitual, para que veamos el contexto completo de la escena. China es el lugar de residencia de los Liddell, pero Eric quiere competir antes de regresar, lo que provocará ciertos disgustos con su esposa. La esposa de Liddell (Cheryl Campbell), apelará al sentimiento religioso para convencer en múltiples ocasiones a su marido, no ve con buenos ojos su “frívola” dedicación y ambición, considera que la antepone a Dios y su familia. La evolución de esta relación es algo morosa pero efectiva. Liddell hará entender a su mujer que su talento también procede de Dios, y que por algo se lo ha dado. Acuerdan que volverá a China tras participar en los Juegos Olímpicos. Cuando Eric se sincere y hable de Dios a su mujer la cámara se acercará, íntima, a los dos personajes, compartiendo el momento y realzándolo. Correr y vencer es honrar a Dios.



Un bellísima escena, como de costumbre en un solo plano, y con un hermosísimo escenario natural.



La fe de Liddell es indudable, es casi un corredor predicador. Dios es su motivación y lo pondrá siempre como ejemplo y guía. Como en el discurso del director de la universidad oiremos otro discurso, en este caso religioso a cargo de Liddell, y donde también reivindicará la decisión, la fuerza interior y de voluntad, relacionada con Dios, para alcanzar los objetivos. La fe.

Nosotros no queríamos nada y aquí estoy yo, en la más importante universidad del país".




Más reflexiones religiosas, en este caso por parte de Abrahams. Su frustración por la consciencia de que sus creencias son un lastre. Judaísmo versus Cristianismo. Abrahams está dispuesto a luchar contra una Inglaterra cristiana, contra todo, un rasgo más de su carácter decidido, firme y tenaz. Estos retratos de los dos personajes quedan excesivamente afectados, ceremoniosos, acartonados, un exceso de pompa que resta naturalidad.





La fuerza de voluntad, sus creencias, su ambición, su sacrificio… son puntos en común que unen a los dos atletas y, por tanto, se reivindican desde la película como valores indispensables.

He mencionado el uso de fotos como recurso para mantener presente el pasado, ahora tendremos un ejemplo de fotos que retratan el presente para que perdure en el futuro, en las competiciones y éxitos de Abrahams.

La cámara lenta.

Vimos el uso de la cámara lenta por primera vez en la carrera que hace Eric en su primera escena. Este será uno de los rasgos distintivos de la cinta sin lugar a dudas, siempre relacionado con la banda sonora, aunque no coincida con el tema más famoso. Si bien es cierto que en algunos casos es gratuita parece claro que la intención principal es un homenaje al esfuerzo del atleta, a la estética deportiva, al cuerpo atlético en tensión, dejando momentos de una gran belleza plástica, como lo son las esculturas griegas que inmortalizaban a sus grandes héroes y deportistas en acción, como en el Discóbolo de Mirón, por ejemplo. Ahora, afortunadamente, en movimiento.


En otros casos, como cuando vemos la decepción de Abrahams tras caer derrotado con Liddell, es un subrayado innecesario.

Un ejemplo de uso esteticista de la cámara lenta lo tenemos en la solemne salida de los participantes a la carrera de 100 metros lisos al final de la película, algo que resulta excesivo.
 


La cinta tiene un tempo pausado, lo que puede dar sensación de morosidad, de lentitud, esto es cierto en cierto sentido, pero no por su narración tranquila, sino por ciertas reiteraciones que redundan en lo bien expuesto ya. Veremos multitud de escenas donde nuestros protagonistas demostrarán sus facultades, en algunas ocasiones dejando patente su carácter, como en la espectacular exhibición donde Eric remonta tras ser derribado. En algunos casos sobran diálogos donde se insiste en los aspectos más destacados de estos personajes, la tenacidad, el sacrificio, la lucha… ya quedan patentes en imágenes, que también se reiteran en otros momentos, bien es cierto.

El duelo no se hace esperar, veremos a Abrahams atemorizado por la exhibición de Eric, así como la actitud de mostrará al respecto, decidido a superarle con la ayuda de un nuevo entrenador, Ian Holm

Carros de fuego” es casi una apología de los grandes valores del deporte, el afán de superación, el trabajo, el sacrificio, la tenacidad, aplicables a cualquier ámbito de la vida.




También habrá tiempo para el amor, ya nos mostraron la relación de Eric Liddell con su mujer, es turno de Abrahams, del que presenciaremos el enamoramiento. Su cena de seducción con Sybil Gordon, interpretada por Alice Krige, está rodada con un plano sostenido inicial, incluyendo a ambos, y luego con planos y contraplanos. Estilo clásico sin complicaciones. El momento con la carne de cerdo cerrará la escena distendiéndola con humor.




 


Dedicada a Elcapita, al que es un placer leerle siempre