Primer duelo entre Liddell y Abrahams. Hudson muestra una
admiración total por el espíritu deportivo y los grandes competidores. Puede
chocar su limpia mirada en la actualidad, donde la deportividad puede no ser
tan marcada al haber cedido al espectáculo, en el atletismo especialmente, pero
era así en aquella época sin lugar a dudas. Así veremos todo esto en detalles
como el respeto que muestran los compañeros a la concentración de Abrahams
antes de la competición. Ben Cross está realmente bien en su papel de
competidor nato sin fisuras, de firme ambición y decisión. Nicholas Farrell
hace de amigo fiel, un papel que parece irle como anillo al dedo, sólo hay que
recordar también su excelente encarnación como Horacio en el Hamlet (1996) de Kenneth
Branagh.
Por otro lado, e insistiendo con el tema de la deportividad,
vemos a Eric Liddell comportarse como un caballero y desear suerte a su rival
antes de la competición, en el mismo vestuario. Tendremos más ejemplos de todo
esto.
Liddell vencerá con suma facilidad en los 100 metros. Una magistral escena en la que se rueda
toda la carrera en un solo plano. Además de la cámara lenta, el momento de la
derrota de Abraham será resaltado por la música distorsionada de Vangelis. El
director parece tomar partido a favor de Abrahams antes que por Liddell, si
bien es cierto que no se sabe muy bien por qué.
Esta derrota implica varias cosas, tanto a nivel narrativo
como reflexivo. La derrota abrirá dos relaciones para Abrahams, con la chica,
Sybil, y con su entrenador, Sam Mussabini (Ian Holm). Del mismo modo Hudson
hace hincapié en el verdadero espíritu de la competición con la actitud de
Abrahams, su insistencia, no limitarse a participar, luchar por mejorar y ganar
hasta el final.
La repetición de la carrera, a cámara lenta de nuevo, en un
montaje paralelo sobre el rostro de Abrahams, muestra el sentimiento del deportista
en la derrota. Se ha oído en multitud de ocasiones a deportistas de todas las modalidades
comentar como reviven una y otra vez momentos, jugadas o partidos enteros donde
han fallado para corregir errores. Esto lo vemos visualmente con Abrahams
sentado en la grada mirando frustrado la pista donde los fantasmas a cámara
lenta reviven su fracaso.
Así se inicia su trabajo de mejora, estudio y entrenamiento.
Volveremos a tener un montaje paralelo, en esa continua comparación que hace
Hudson de los dos deportistas, donde los veremos entrenar con intensidad. Uno
tratando de mejorar, el otro tratando de seguir siendo el mejor.
Para Eric Liddell correr y vencer es complacer y honrar a
Dios, lo hace por él, su mayor amor y creencia. Para Harold Abrahams vencer,
ser el más rápido, es reivindicarse, a él y a su religión, a sus creencias, si
alcanza la inmortalidad sería su victoria definitiva. La idea de una
motivación, de una creencia y objetivo claro, honesto y definido, como vehículo
del éxito. Todo esto vuelve a dejar un vínculo entre los dos corredores, cuando
les vemos haciendo entender sus motivaciones a sus parejas, la mencionada de
Liddell, y la de Abrahams con Sybil. En este segundo no será Abrahams el
que exponga dichas motivaciones, no tiene el mismo don de palabra, es más retraído
y blindado que Liddell, sino su amigo Andrew Lindsay (Nigel Havers).
Tendremos otro momento dedicado a Lindsay cuando le veamos
entrenar, tras hablar de los valores de Abrahams con la novia de éste. Un
entrenamiento con vallas y champagne. Una escena que no hubiera resultado raro
que eliminasen, pero que resulta interesante como reflexión sobre la influencia
e inspiración que gente como Abrahams o Liddell pueden ser para el resto, como
son de hecho, especialmente para los más pequeños.
Mencioné anteriormente un encuentro entre los profesores de
Cambridge y Abrahams, encuentro que llega hacia el ecuador de la cinta. En esta
conversación se verbalizará la importancia del deporte para Cambridge y sus
valores. Una escena rodada con gran precisión. Un ejemplo, el travelling de
retroceso que incluye al tercer interviniente (los otros dos son Ben Cross y John
Gielgud), justo en el momento que habla.
“A toda costa no, pero deseo ganar dentro de las normas. ¿Preferiría
que representase el papel de caballero y perdiera?”
En la pregunta anterior está la esencia de todo competidor y
deportista nato. Abrahams no entiende la postura de Cambridge, él sabe competir
y sabe en qué consiste, la cuestión no es participar si compites, la cuestión
es ganar. Si sólo pretendes divertirte, participa, si compites lo importante es
ganar. El no darlo todo por una subjetiva cuestión de caballerosidad, que varía
según quien la mire y en la época en la que estemos, es una vacuidad para todo
competidor nato. Esto además no tiene nada que ver con ser deportivo.
Precisamente ser deportivo consiste en competir a tope.
Abrahams contrapone el esfuerzo, el sacrificio, la lucha por
ganar a los obsoletos valores de Cambridge.
Todos nuestros protagonistas clasificados para los Juegos
Olímpicos de París, con Estados Unidos como la gran potencia a batir,
profesionalmente entrenados.
Aquí tenemos otro pequeño giro en la trama, que se ha ido
planteando con antelación, con el conflicto moral de Liddell al tener que
correr en domingo, algo que prohíbe su religión como ya se mostró en una de las
primeras escenas donde el personaje recriminaba cariñosamente a unos niños por
hacerlo. Se mantendrá firme y coherente con sus creencias, si bien es cierto
que parece que esto no es muy preciso históricamente. Los subrayados en over
para el conflicto de Liddell vuelven a sobrar, quedaban perfectamente mostrados
sin necesidad de ellos.
Hudson mostrará la
camaradería del equipo Olímpico, usará otra carta de Aubrey (Farrell), como
vehículo narrativo.
Uno de los grandes temas de la cinta es la individualidad,
así como su integración e importancia dentro de un equipo. Para retratar esto
Hudson recurre a los mencionados planos secuencia con largos travellings, como
el que vimos cuando los alumnos elegían actividades extraescolares o cuando se
nos muestra el sofisticado entrenamiento en grupo del equipo americano (otro
magnífico plano), incluso en la mítica secuencia inicial, y final, con el grupo
corriendo por la playa, pero parándose en cada uno de los miembros importantes
del equipo. Un detalle magistral.
La mencionada secuencia en el entrenamiento del equipo
americano se inicia con un plano de uno de los talentosos deportistas del
equipo, Jackson Scholz (Brad Davis), para pasar a una sucesión de travellings
con el resto del grupo entrenando. Ahí tenemos ese diálogo entre individualidad
y equipo. Los travellings y planos secuencia muestran a los equipos como un
todo, pero singularizará a los más destacados, especialmente en deportes
individuales.
Comienzan los juegos.
Una cámara lenta que en cuadra a la bandera Olímpica mecida
por el viento dará solemnidad a la participación de los deportistas. Una
primera carrera, vallas, tensión, insinuaciones de Vangelis, la cámara lenta
retratando la estética atlética…
Hudson nos regalará otro plano secuencia en la llegada a la
fiesta de gala que celebra la inauguración de los juegos. Allí se dilucidará el
conflicto de Liddell con su negativa a correr en domingo. Su amigo Lindsay
cederá su puesto en los 400 metros para que él pueda correr. Cabe puntualizar
que Liddell fue seleccionado para correr los 200 y los 400 metros. También hay
que mencionar que el problema de su oposición a correr los domingos está
manipulado y exagerado con intención dramática y no se corresponde del todo a la
realidad de los hechos. Liddell fue avisado con meses de antelación del
problema con la fecha de los 100 metros y entrenó para la prueba de 400.
Se suceden las derrotas inglesas, Hudson mostrará una de
ellas de manera especial, la de Aubrey (Nicholas Farrell), con un lejano plano
en picado, sostenido largamente, solidario. Esta derrota dará paso a una
hermosa escena donde el fiel amigo, que siempre había estado ahí para el
protagonista, mostrando su admiración y apoyo, recibirá una merecida
contraprestación con las bellas palabras de Abrahams, además de manifestar su
propio temor a la derrota.
Hudson se recrea en el uso del flashback, el entrenador de
Abrahams, Mussabini (Ian Holm), escribirá una carta a su pupilo, veremos cómo
éste la escribe al tiempo que Abrahams la lee. Es un nuevo ejemplo del uso de
las cartas como elemento narrativo dentro de la película.
Llegamos a uno de los momentos culminantes, la prueba
estrella, los 100 metros lisos, con Abrahams como protagonista. Es excelente la
meticulosidad en los detalles en la recreación de época, un ejemplo lo tenemos
en esas azadas que los corredores usan para hacer un pequeño agujero que les
permita apoyar mejor en las salidas. Abrahams vencerá de forma emotiva y será
repetido a cámara lenta. Se resarcirá de su anterior derrota en 200 metros.
Hay cierto ensimismamiento en la repetición de la carrera,
algo que aparece en distintos momentos de la cinta, y en el uso de la cámara
lenta.
Por el contrario resulta magistral la idea de que Holm sepa
lo ocurrido al ver izarse la bandera británica desde su piso frente al estadio,
ya que no podía entrar en el mismo. Un detalle brillantísimo de puesta en
escena, muy emocionante. La satisfacción, su satisfacción, vivida en soledad.
Una soledad que Abrahams subsanará enseguida al querer celebrar su éxito con
él, con Sam, a solas. Muy conmovedor.
Tan solo queda la prueba de 400 metros con Eric Liddell.
Arrasará sin contemplaciones, con una contundencia total. Una estupenda escena,
emotiva, con la banda sonora en su esplendor, aunque no el tema principal, con
el uso de la cámara lenta, pero lastrada en cierta medida por la cargante y
redundante voz over. Hudson no dejará ningún detalle en el olvido, Scholz (Brad
Davis), el atleta americano le dará ánimos con un mensaje escrito en un papel
que le entregará antes de la salida, mientras que Charles Paddock (Dennis
Christopher), que perdió una apuesta con el Príncipe de Gales (David Yelland),
mira con admiración y cierto celo a su victorioso rival. Todo resulta emotivo,
si bien en líneas generales es una cinta bastante contenida, incluso algo fría.
Familiares, amigos, parejas, emocionados con los triunfos de los suyos.
En la conclusión volvemos al “presente”, como era menester,
al homenaje y funeral de Harold Abrahams, que también tuvo su final feliz al
reunirse con su chica tras su medalla en París. Una hermosa despedida que
cerrará de forma circular, como ya comenté, la cinta, rubricada en la
repetición de la escena del equipo británico corriendo por la playa al ritmo de
Vangelis para despedirnos. Son varias las ocasiones en las que se repiten
escenas, todas ellas deportivas, como si de una retransmisión moderna se
tratara.
“Carros de fuego” es una magnífica reflexión sobre la
competitividad y la competencia, sobre el esfuerzo y el sacrificio, sobre el
afán de superación y el carácter para acometer aquello en lo que de verdad
creemos aunque el resto se oponga (los dos protagonistas tendrán que luchar
contra prejuicios y opiniones anquilosadas o descreídas, Liddell contra la
incomprensión hacia sus creencias y Abrahams contra la incomprensión hacia su
ambición y afán de mejora). Una reflexión sobre la amistad y la lealtad,
exaltada en casi todas las relaciones que vemos (Abrahams con su entrenador o
con Aubrey; Liddell con su mujer…). Una reflexión sobre la lucha, la tenacidad,
el orgullo, sobre la esencia del deporte y su espíritu. Una reivindicación de
todos esos valores indispensables para cualquier ámbito de la vida, no sólo el
profesional.
En definitiva una película notable que supera holgadamente
sus defectos, cierta rigidez y excesiva afectación, cierta frialdad y problemas
de ritmo, con un exceso de ensimismamiento. Todo esto es muy común en el cine
inglés.
También es evidente la mirada extraordinariamente patriótica
de la cinta. Lo que no es ningún defecto, aclaro.
Muy buenas interpretaciones de todo el reparto, que hace
gala de su saber hacer, talento inglés, y una notabilísima dirección, que a
pesar de sus redundancias y parsimonias, de sus inseguridades narrativas, es de
una gran elegancia clásica y en sus mejores momentos resulta realmente
inspirada.
Dedicada a Elcapita, una persona de valores al que espero haya gustado.
Siempre es placentero para los amantes del deporte ver
películas sobre el tema. Grandes obras maestras ha dado el género deportivo,
como he comentado alguna vez. Con “Carros de fuego” se hizo una apuesta por dar
mayor prestigio si cabe al tema, una cinta ambiciosa que aspiraba a ser el
título deportivo por antonomasia. En cierta medida lo logró, especialmente
gracias a la mítica banda sonora de Vangelis, que la ha hecho eterna. No hay
más que ver el homenaje continuo que recibió en los últimos Juegos Olímpicos de
Londres, donde la oímos una y otra vez (no en balde la cinta se ambienta en los
Juegos de 1924).
“Carros de fuego” no es una obra maestra, ni siquiera la
mejor película de deportes que se ha filmado, pero es un indiscutible referente
del género.
El cine deportivo ha examinado los grandes valores que se
extraen de dicha actividad, la competitividad, el afán de superación, el
sacrificio, el talento (esta misma cinta que nos ocupa, “Million dollar baby”de Clint Eastwood en 2004,
“El mejor” de Barry Levinson en 1984…), en otros casos ha servido de excusa o como telón de fondo para
examinar la miseria humana, la mafia (“Marcado por el odio”deRobert Wiseen 1956, "Cuerpo y alma”deRobert Rossenen 1947,
“Nadie puede vencerme”de Robert Wise en 1949, “El ídolo de barro”deMark Robsonen1949… todas ambientadas en el mundo del
boxeo). Para hacer biopics más o menos hagiográficos ("El orgullo de los Yanquis” de Sam Wood en 1942,
“Toro salvaje” de Martin Scorsese en 1980), para indagar en las interioridades de ese mundo (“El
castañazo”de George Roy Hill en 1977, “Un domingo cualquiera”de Oliver Stone en 1999, “Moneyball” de Bennett Miller en 2011…), de los equipos, para miradas
románticas (“Campo de sueños”dePhil Alden Robinsonen 1989, “Entre el amor y el juego” de Sam Raimi en 1999), como simple excusa narrativa (“Evasión o victoria”de John Huston en 1981)… El
mundo del deporte es un universo donde casi todo tiene cabida.
En “Carros de fuego” el director Hugh Hudson se centra en la
rivalidad de dos grandes atletas británicos, aunque más que en la rivalidad en
la admiración mutua que les impulsaba a superarse, ya que ambos participarían
en el equipo británico en los Juegos Olímpicos de 1924. Dos atletas
completamente distintos, con creencias distintas, religiones distintas,
filosofías ante la vida y el deporte distintas, pero unidos y vinculados por el
éxito y la ambición por reivindicar y demostrar su talento.
“Carros de fuego” no es para nada rigurosa históricamente,
pero tampoco debe entenderse que pretenda serlo. Es cierto que si se centra en
un hecho histórico lo mínimo es que se procure ser riguroso, pero aquí, y sobre
todo en lo concerniente a los personajes protagonistas, se apuesta más por la
libertad creativa en busca del funcionamiento dramático, con contrastes, que
otra cosa.
La acción se inicia en 1978, un funeral, un homenaje al gran
atleta Harold Abrahams (Ben Cross). Rememorando. Son breves momentos antes de
presenciar la escena más recordada de la cinta, la carrera por la playa del
equipo de atletismo británico con la espectacular banda sonora de Vangelis por
todo lo alto,una banda sonora más
recordada aún que la de “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982). Una escena donde el
travelling va mostrando a los principales protagonistas que nos van a contar la
historia, su satisfacción en la carrera, su jovial placer en esos momentos,
unos más risueños, otros más concentrados, pero todos disfrutando. El deporte
en estado puro. Entre ellos veremos, en primer lugar, a Nicholas Farrell,
habitual de Kenneth Branagh. Un flashback que nos sitúa en 1924.
Esta escena, y la última, ya que la película se cierra de
forma circular mostrando esta misma secuencia de nuevo, está en la antología
del cine y gran culpa la tiene la eterna banda sonora. Vangelis tiene la
facultad de que aunque usa sintetizadores, lo son todo en su música,
típicos de los 80, logra una atmósfera y estilo sinfónico que logra hacer de
bandas sonoras como ésta algo clásico.
El primer plano que veremos en esta escena, donde se muestra
a los personajes entrenando, será de unas piernas, imprescindibles como es
lógico, las del mencionado Farrell.
Hudson tiene un estilo muy clásico en la cinta, una
dirección clásica con planos muy largos y sostenidos, un pulso firme y seguro.
La voz over del personaje interpretado por Nicholas Farrell,
que en los inicios parece el protagonista, nos dirige a un nuevo salto en el
tiempo, otro flashback más, a Cambridge, 1919. Una estructura narrativa que nos
va llevando continuamente hacia atrás, para que veamos el progreso de esos
deportistas, como llegaron a ser seleccionados por el equipo Olímpico y
entendamos el porqué del homenaje que vemos al principio.
Un picado a la llegada de Farrell y Cross (Abrahams), a su
llegada a Cambridge y la descripción de su gran amistad da comienzo a la
historia.
Hudson realiza una gran puesta en escena con rasgos
estilísticos muy marcados y que se repiten durante todo el metraje, un ejemplo
lo tenemos en esos planos que se abren paulatinamente para ver todo un entorno,
como el paisaje que tras un retroceso de la cámara veremos por una ventana
frente a la que Aubrey Montague (Nicholas Farrell), lee su carta; el plano del
cuadro que preside el coro que veremos cuando la cámara vuelva a abrir el encuadre…
Una dirección repleta de elegantes movimientos de cámara. La
solemnidad de la universidad será mostrada con picados, contrapicados, pausados
travellings, como el que muestra el discurso del director. Sobriedad.
La película es un nostálgico diálogo entre pasado y futuro.
El uso del flashback; los saltos temporales; las fotos de promociones
anteriores; el homenaje a los alumnos caídos en la guerra; sus sueños, que
ahora son los de los presentes… se dirigen hacia la misma idea.
En el emotivo discurso del director se recalcará la idea de
la firmeza y decisión para alcanzar los objetivos propuestos, una guía para los
alumnos que será clave en los éxitos de algunos de nuestros protagonistas.
Es excelente el plano secuencia que muestra como los alumnos
se apuntan a las actividades extraescolares, un larguísimo travelling con una
magistral puesta en escena, que redunda en lo comentado sobre el estilo de
Hudson. Esta secuencia concluye con el equipo de atletismo, al que se apuntarán
Abrahams, Montague y compañía.
El recurso de la voz over sobra en muchas ocasiones, no
aporta nada a lo que se ve en pantalla.
Harold Abrahams, un descomunal talento atlético, es judío,
su padre es financiero, estos aspectos son claves para definir su personalidad,
como se irá viendo a lo largo de la narración. Veremos su talento cuando bata
el récord de la universidad. Su carácter y personalidad será debatida por los
profesores de la universidad, con los que tendrá un enfrentamiento en el
futuro. Se le considera leal, luchador, arrogante, responsable con el deber…
muchos de los valores que hacen al triunfador y que fueron reivindicados en el
discurso de bienvenida que oímos poco antes.
El círculo tiene bastante presencia en la puesta en escena
de Hudson, lo veremos en muchos de sus travellings, en el recorrido que hace
Abrahams para batir el récord en la universidad o cuando vemos las escenas iniciales
de Eric Liddell (Ian Charleson), en Escocia, en 1920. Esto además se relaciona
con el símbolo olímpico, los cinco anillos entrelazados.
Así se nos presenta al campeón escocés. Eric Liddell, que
también demostrará sus dotes en las mencionadas escenas.
Si nos dejaron algunos apuntes sobre Abrahams, también se
dejarán sobre Liddell. Extremadamente religioso y noble, disciplinado y honesto.
Reflexionará sobre la libertad de elección para seguir a Dios.
Los paralelismos se suceden entre ambos personajes, también
desde la puesta en escena. La secuencia donde Liddell come con su familia se
inicia con un plano corto de unas fotos, como aquella en la que veíamos a las
promociones pasadas de la universidad, recuerdos pasados, en este caso familiares.
El plano se abrirá, algo que como he mencionado es habitual, para que veamos el
contexto completo de la escena. China es el lugar de residencia de los Liddell,
pero Eric quiere competir antes de regresar, lo que provocará ciertos disgustos
con su esposa. La esposa de Liddell (Cheryl Campbell), apelará al sentimiento
religioso para convencer en múltiples ocasiones a su marido, no ve con buenos
ojos su “frívola” dedicación y ambición, considera que la antepone a Dios y su
familia. La evolución de esta relación es algo morosa pero efectiva. Liddell
hará entender a su mujer que su talento también procede de Dios, y que por algo
se lo ha dado. Acuerdan que volverá a China tras participar en los Juegos
Olímpicos. Cuando Eric se sincere y hable de Dios a su mujer la cámara se
acercará, íntima, a los dos personajes, compartiendo el momento y realzándolo.
Correr y vencer es honrar a Dios.
Un bellísima escena, como de costumbre en un solo plano, y
con un hermosísimo escenario natural.
La fe de Liddell es indudable, es casi un corredor
predicador. Dios es su motivación y lo pondrá siempre como ejemplo y guía. Como
en el discurso del director de la universidad oiremos otro discurso, en este
caso religioso a cargo de Liddell, y donde también reivindicará la decisión, la
fuerza interior y de voluntad, relacionada con Dios, para alcanzar los
objetivos. La fe.
“Nosotros no queríamos nada y aquí estoy yo, en la más
importante universidad del país".
Más reflexiones religiosas, en este caso por parte de
Abrahams. Su frustración por la consciencia de que sus creencias son un lastre.
Judaísmo versus Cristianismo. Abrahams está dispuesto a luchar contra una
Inglaterra cristiana, contra todo, un rasgo más de su carácter decidido, firme
y tenaz. Estos retratos de los dos personajes quedan excesivamente afectados, ceremoniosos,
acartonados, un exceso de pompa que resta naturalidad.
La fuerza de voluntad, sus creencias, su ambición, su
sacrificio… son puntos en común que unen a los dos atletas y, por tanto, se
reivindican desde la película como valores indispensables.
He mencionado el uso de fotos como recurso para mantener
presente el pasado, ahora tendremos un ejemplo de fotos que retratan el
presente para que perdure en el futuro, en las competiciones y éxitos de
Abrahams.
La cámara lenta.
Vimos el uso de la cámara lenta por primera vez en la
carrera que hace Eric en su primera escena. Este será uno de los rasgos
distintivos de la cinta sin lugar a dudas, siempre relacionado con la banda
sonora, aunque no coincida con el tema más famoso. Si bien es cierto que en
algunos casos es gratuita parece claro que la intención principal es un
homenaje al esfuerzo del atleta, a la estética deportiva, al cuerpo atlético en
tensión, dejando momentos de una gran belleza plástica, como lo son las
esculturas griegas que inmortalizaban a sus grandes héroes y deportistas en
acción, como en el Discóbolo de Mirón, por ejemplo. Ahora, afortunadamente, en
movimiento.
En otros casos, como cuando vemos la decepción de Abrahams
tras caer derrotado con Liddell, es un subrayado innecesario.
Un ejemplo de uso esteticista de la cámara lenta lo tenemos
en la solemne salida de los participantes a la carrera de 100 metros lisos al
final de la película, algo que resulta excesivo.
La cinta tiene un tempo pausado, lo que puede dar sensación
de morosidad, de lentitud, esto es cierto en cierto sentido, pero no por su
narración tranquila, sino por ciertas reiteraciones que redundan en lo bien
expuesto ya. Veremos multitud de escenas donde nuestros protagonistas demostrarán
sus facultades, en algunas ocasiones dejando patente su carácter, como en la espectacular
exhibición donde Eric remonta tras ser derribado. En algunos casos sobran
diálogos donde se insiste en los aspectos más destacados de estos personajes,
la tenacidad, el sacrificio, la lucha… ya quedan patentes en imágenes, que
también se reiteran en otros momentos, bien es cierto.
El duelo no se hace esperar, veremos a Abrahams atemorizado
por la exhibición de Eric, así como la actitud de mostrará al respecto, decidido
a superarle con la ayuda de un nuevo entrenador, Ian Holm.
“Carros de fuego” es casi una apología de los grandes
valores del deporte, el afán de superación, el trabajo, el sacrificio, la
tenacidad, aplicables a cualquier ámbito de la vida.
También habrá tiempo para el amor, ya nos mostraron la
relación de Eric Liddell con su mujer, es turno de Abrahams, del que
presenciaremos el enamoramiento. Su cena de seducción con Sybil Gordon,
interpretada por Alice Krige, está rodada con un plano sostenido inicial, incluyendo
a ambos, y luego con planos y contraplanos. Estilo clásico sin complicaciones.
El momento con la carne de cerdo cerrará la escena distendiéndola con humor.
Dedicada a Elcapita, al que es un placer leerle siempre.