El orgullo.

En casa de Peppy, la inconmensurable Bérénice Bejo, volveremos a sumergirnos en el universo de “Ciudadano Kane”. Allí el convaleciente Valentin descubrirá algo que lejos de satisfacerle le frustrará totalmente. Su ángel guardián compró y guardó todos los recuerdos que el actor se vio obligado a vender. Allí, como Foster Kane rodeado de todas las estatuas y antigüedades que iba acumulando, se sentirá humillado, llegando al clímax cuando descubre su enorme cuadro egocéntrico, que le recuerda lo que llegó a ser. Ahí está “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, pero una vez más invertido, aquí es un retrato de belleza inamovible e imperecedera la que le devolverá el reflejo de lo que fue, y lo que en un principio enorgullecía a Valentin poco a poco, cada vez que ve el cuadro, le irá devolviendo el reflejo de su propia humillación. También está ahí “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940). Una impresionante y emocionantísima escena, otra más…
Hazanavicius recoge de forma maestra las referencias y generalmente les da un giro imprevisto para sorprender al espectador. Así si en “Candilejas” él muere tras su último espectáculo aquí tendrá una segunda oportunidad gracias a la chica; si en “Ha nacido una estrella”, la no aceptación de su nuevo estatus a la sombra de otra estrella lleva al protagonista al suicidio, aquí el nuestro se arrepentirá; si Charles Foster Kane rememora “Rosebud” de forma nostálgica en su lecho de muerte, el “Rosebud” de Valentin, representado en su película con Peppy, le servirá para reinventarse; si en “Cantando bajo la lluvia” la falta de talento de una actriz le impedirá adaptarse, un talento para el baile dará la opción a los protagonistas para crear algo nuevo…
Es muy hermosa la entrega generosa de esa chica con el actor, entendiéndole mejor que nadie en sus frustraciones y desesperándose cuando no logra que libere su mente de complejos e inseguridades. Su defensa de él ante el mismo productor que intentó echarla del plató cuando no era más que una figurante muestra y define todo el carácter y evolución del personaje, una firmeza e iniciativa que recordará a la sutil defensa, que aquel día, donde estuvo a punto de ser expulsada del estudio, hizo Valentin de ella. Si recordamos la anterior escena, ésta está montada y planificada de forma similar, mostrándonos los tensos rostros de los colaboradores expectantes ante la decisión del productor. Algo similar también se ve en la escena del primer encuentro, con los fotógrafos atentos a la reacción de la estrella George Valentin tras el encontronazo con la joven admiradora. Un nuevo eco.
John Goodman, que es un mito casi, vuelve a estar excepcional. Siempre da gusto verlo.
Enternecedora relación.
Cuando debe irse al plató a rodar una escena, Peppy captará al instante el gesto decepcionado de Valentin. Ella, como actriz, entiende sus sentimientos mejor que nadie, al instante.

La parte final es de un lirismo intensísimo, de una belleza onírica que entronca con “Vertigo” (Alfred Hitchcock, 1958), por muchos aspectos. Es magistral el plano donde George se ve reflejado en un cristal superponiéndose al traje del escaparate, que le recuerda el suyo de los tiempos gloriosos, un fantasma reflejado, como la Kim Novak de la cinta de Hitchcock, y el tema “Scene d’Amour” de Bernard Herrmann atronando en toda esta parte final, también prestado de la cinta del maestro inglés. El uso de este tema ha creado cierta polémica debido a las palabras de Kim Novak que lo ha considerado una violación de su trabajo. Añorando un pasado que parece no volverá, obsesionado con él. Un policía “hablador” le devolverá a la cruda realidad, primeros planos de la boca del agente le harán recordar la presencia de lo sonoro.
No se pueden escapar las reminiscencias a la tragedia griega que contiene la película, estamos de nuevo ante el mito de Orfeo rescatando a Eurídice, pero una vez más con los papeles cambiados, así como su final.
Atormentadores planos de bocas, constantes bocas, bocas por todas partes, bocas mudas que gritan.

Así de donde no pudo rescatar la protagonista de “Ha nacido una estrella” a su marido, sí lo rescatará la nuestra, Bérénice Bejo. De la muerte.
Es maravillosa la redención y la declaración de Peppy, verdaderamente emocionante, y el perro, que esta vez parecía no lograr evitar la tragedia, los unirá en risas. Llorar aquí, de felicidad y de muchas otras cosas, no será raro. Hacedlo, no os cortéis, sobre todo si estáis solos.
Un ejercicio de arqueología cinematográfica, como se ha comentado, que no deja de ser coherente con la idea mitológica.
Memorable, maravillosa, magistral, excepcional es la última escena, cuando Gene Kelly o Fred Astaire con Ginger Rogers, perdón George Valentin y Peppy Miller, muestran al productor la genial ideal. La comedia musical, otro paso en la evolución, la reinvención, el uso del sonoro sublimado y…
Y se hizo el sonido. De una infinita coherencia y maravilloso talento, rizando el rizo del discurso metalingüístico, nuestros protagonistas hablan. Les oímos respirar y hablar. Viven. Y, por supuesto, bailan claqué.

Como dije, sin una buena historia no pasaría de ser una curiosidad, pero la historia y el trasfondo es excepcional y de una emoción desbordante. Si el uso de referencias no resulta novedoso la mirada lo es de forma contundente.
Reirás, llorarás, te emocionarás, pensarás…
La banda sonora de Ludovic Bource es una auténtica maravilla, como he insistido varias veces.

La escena final justifica, e incluso explica, la decisión de que la película sea muda. Ese discurso metacinematográfico y metalingüístico carecería del más mínimo sentido sin esa decisión que evoluciona al oírse las voces en esa escena final. Así “The artist” es una profunda reflexión sobre el prejuicio, ya sea desde lo clásico a las innovaciones o desde lo moderno a lo más antiguo. Siendo muda se aprecia verdaderamente el necesario respeto al pasado, es la única forma de hacer sentir y entender al espectador un mundo olvidado y desaparecido y hacerle consciente de los elementos que componen el arte cinematográfico, por eso es tan importante que al final de la cinta se oiga hablar a la gente, ese signo evolutivo pero respetuoso. Mucho más allá del recurso snob.
La fusión de lo clásico, George Valentin, y lo moderno, Peppy Miller, que crea algo nuevo, el musical, y queda refrendado con la propia película, “The artist”.

Una dirección que respetando los cánones clásicos no omite rasgos estilísticos modernos, en sutiles guiños una vez más, como el abundante uso del primer plano en contraposición con el mayoritario uso del plano general en los años 20.
Se es cruel con los clásicos, despreciándolos en muchas ocasiones, como se reniegan de las innovaciones, y renegaron. Se tiende a dar importancia a lo accesorio, estética clásica, blanco y negro, no hay sonido… que a lo esencia. Es el signo de los tiempos. Lo esencial es que te cuenten una buena historia. La forma sobre el fondo. La forma matando al fondo. La superficialidad. “The artist” es plenamente consciente de los prejuicios que tendrá que sobrellevar sobre sí misma y muestra esa doble vía de reflexión desmantelando así los análisis más simplistas y prejuiciados, alzándose contra cualquier tipo de prejuicio artístico. Reivindicadora.
Así si en “Origen” de Christopher Nolan (2010) se plantea la idea y la reflexión del cine como generador de sueños, ilusiones y su vinculación con nuestro propio ser, en un encubierto mensaje también metacinematográfico, “The artist” se plantea como un juego de espejos entre la vida, la ficción y la verdad, con un mensaje de fondo muy similar.
La colección de referencias es extensísima, como podéis comprobar, y muchas se me pasarán o no las habré visto. Podéis divertiros sacando más. Añadiendo otras mencionar a Jacques Tati, si se homenajea a los grandes del humor mudo americano, también estará presente el grande del mudo francés, incluso habiendo sonido ya… También se intuye a “La rosa púrpura del Cairo” (Woody Allen, 1985), en esa reflexión sobre la ficción, así como muchas otras que la han tratado. La sutil comedia de Lubitsch o Wilder, los homenajes al serial del cual Fritz Lang era un fan absoluto, "Y el mundo marcha" de King Vidor (1928)…
Renunciar al pasado, a los maestros, a los forjadores y creadores del invento, del lenguaje que posibilita cualquier película, la base de todo, es caer en el absurdo. Regodearse en la ignorancia y el “paletismo”, creerse algo cuando en realidad está inventado, inventado por dichos maestros, es profundamente prepotente. Es por ello obligada la reivindicación de esos directores que crearon innumerables obras maestras, recursos e innovaciones sin las que no se concebiría absolutamente ninguna película hoy. D. W Griffith, Eisenstein, Murnau, Dreyer, Fritz Lang, Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks, Georges Méliès, Chaplin, Buster Keaton, Tod Browning, Jacques Tati, Cecil B. DeMille, King Vidor, Henry King, Ozu…
Y obras maestras como “El nacimiento de una nación” (1915), “Intolerancia” (1916), “El acorazado Potemkin” (1925), “Nosferatu” (1922), ”Amanecer” (1927), “La pasión de Juana de Arco” (1928), “Metrópolis” (1927), “Spione” (1928), “Las tres luces” (1921), “El doctor Mabuse” (1922), “El gabinete del doctor Caligari” (1920), “El enemigo de las rubias” (1927), “El caballo de hierro” (1924), “El chico” (1921), “La quimera del oro” (1925), “Luces de la ciudad” (1931), “Tiempos modernos” (1936), “El maquinista de la general” (1926), “Garras humanas” (1927), “Rey de reyes” (1927), “Los 10 mandamientos” (1923), “He nacido, pero…” (1932)…
Casi nada.
Que en la época del 3D, los efectos digitales, las más avanzadas tecnologías, aparezca esta rara avis, que además se aleja de la idea de peculiaridad gratuita, sólo puede hacer que los amantes al cine, los verdaderos amantes, estemos de enhorabuena y esperanzados ante la perspectiva de que siempre habrá obras maestras como ésta para nuestro disfrute total y absoluto. Podemos entusiasmarnos y regocijarnos sin disimulo, una vez más, ante una nueva obra arriesgada en su extrema sencillez, aparente sencillez.
Vayan a verla, obliguen a verla a todo el que puedan, cuando las fanfarrias de los títulos de moda se desvanezcan, la sinceridad y honestidad de esta estruendosa obra maestra seguirá en sus subconscientes.
Dedicada a Parisina que espero haya llegado, de nuevo, hasta aquí y a O'Flint.
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