Mostrando entradas con la etiqueta Malcolm McDowell. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Malcolm McDowell. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de febrero de 2012

Crítica: THE ARTIST (2011) -Última Parte-

MICHEL HAZANAVICIUS






El orgullo.
El descubrimiento de la película que tan apasionadamente guardaba entre sus brazos Valentin, intentando protegerla del fuego, por parte de Peppy, la impulsa definitivamente a ocuparse de él. Pese a todo y hacer todo lo posible por hacerle sentir bien, incluso rehabilitarle para el trabajo, su orgullo herido y frustrado, esa parte de su carácter que siempre se impone en Valentin, se resistirá a aceptarlo.  Pero si Valentin es orgulloso, el principal rasgo de Peppy es la tenacidad para lograr sus propósitos.
En casa de Peppy, la inconmensurable Bérénice Bejo, volveremos a sumergirnos en el universo de “Ciudadano Kane”. Allí el convaleciente Valentin descubrirá algo que lejos de satisfacerle le frustrará totalmente. Su ángel guardián compró y guardó todos los recuerdos que el actor se vio obligado a vender. Allí, como Foster Kane rodeado de todas las estatuas y antigüedades que iba acumulando, se sentirá humillado, llegando al clímax cuando descubre su enorme cuadro egocéntrico, que le recuerda lo que llegó a ser. Ahí está “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, pero una vez más invertido, aquí es un retrato de belleza inamovible e imperecedera la que le devolverá el reflejo de lo que fue, y lo que en un principio enorgullecía a Valentin poco a poco, cada vez que ve el cuadro, le irá devolviendo el reflejo de su propia humillación. También está ahí “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940). Una impresionante y emocionantísima escena, otra más…


Hazanavicius recoge de forma maestra las referencias y generalmente les da un giro imprevisto para sorprender al espectador. Así si en “Candilejas” él muere tras su último espectáculo aquí tendrá una segunda oportunidad gracias a la chica; si en “Ha nacido una estrella”, la no aceptación de su nuevo estatus a la sombra de otra estrella lleva al protagonista al suicidio, aquí el nuestro se arrepentirá; si Charles Foster Kane rememora “Rosebud” de forma nostálgica en su lecho de muerte, el “Rosebud” de Valentin, representado en su película con Peppy, le servirá para reinventarse; si en “Cantando bajo la lluvia” la falta de talento de una actriz le impedirá adaptarse, un talento para el baile dará la opción a los protagonistas para crear algo nuevo…
Es muy hermosa la entrega generosa de esa chica con el actor, entendiéndole mejor que nadie en sus frustraciones y desesperándose cuando no logra que libere su mente de complejos e inseguridades. Su defensa de él ante el mismo productor que intentó echarla del plató cuando no era más que una figurante muestra y define todo el carácter y evolución del personaje, una firmeza e iniciativa que recordará a la sutil defensa, que aquel día, donde estuvo a punto de ser expulsada del estudio, hizo Valentin de ella. Si recordamos la anterior escena, ésta está montada y planificada de forma similar, mostrándonos los tensos rostros de los colaboradores expectantes ante la decisión del productor. Algo similar también se ve en la escena del primer encuentro, con los fotógrafos atentos a la reacción de la estrella George Valentin tras el encontronazo con la joven admiradora. Un nuevo eco.


John Goodman, que es un mito casi, vuelve a estar excepcional. Siempre da gusto verlo.
Enternecedora relación.
Cuando debe irse al plató a rodar una escena, Peppy captará al instante el gesto decepcionado de Valentin. Ella, como actriz, entiende sus sentimientos mejor que nadie, al instante.
La aparición de James Cromwell, el antiguo chófer de Valentin, para llevarle el guión del proyecto que Peppy quiere realizar junto a él, nos da otro pequeño giro en la historia y explica cómo y por qué supo que estaba borracho en el bar. Los hilos de Peppy, en el cuidado de su antes mitificado actor y ahora querida persona, son interminables. En el diálogo, ese chófer siempre fiel, le mencionará su tendencia al orgullo y le aconsejará que corrija eso, que Peppy lo merece, un chófer que también comprende a su antiguo jefe y hace hincapié en uno de los temas principales de la cinta y rasgos más destacados del protagonista.
La parte final es de un lirismo intensísimo, de una belleza onírica que entronca con “Vertigo” (Alfred Hitchcock, 1958), por muchos aspectos. Es magistral el plano donde George se ve reflejado en un cristal superponiéndose al traje del escaparate, que le recuerda el suyo de los tiempos gloriosos, un fantasma reflejado, como la Kim Novak de la cinta de Hitchcock, y el tema “Scene d’Amour” de Bernard Herrmann atronando en toda esta parte final, también prestado de la cinta del maestro inglés. El uso de este tema ha creado cierta polémica debido a las palabras de Kim Novak que lo ha considerado una violación de su trabajo. Añorando un pasado que parece no volverá, obsesionado con él. Un policía “hablador” le devolverá a la cruda realidad, primeros planos de la boca del agente le harán recordar la presencia de lo sonoro.
No se pueden escapar las reminiscencias a la tragedia griega que contiene la película, estamos de nuevo ante el mito de Orfeo rescatando a Eurídice, pero una vez más con los papeles cambiados, así como su final.
Atormentadores planos de bocas, constantes bocas, bocas por todas partes, bocas mudas que gritan.


Este intenso final, con la llegada de George a su casa, símbolo físico de su deterioro, dispuesto a suicidarse porque no se aguanta más, acabará con la música de Herrmann en lo más alto y alcanzando una redención en forma de evolución y transformación. De alguna manera, aunque no comete el suicidio, el antiguo George Valentin muere para renacer de otra forma, evolucionado y desprejuiciado, trasformado en Gene Kelly.
Así de donde no pudo rescatar la protagonista de “Ha nacido una estrella” a su marido, sí lo rescatará la nuestra, Bérénice Bejo. De la muerte.


Es maravillosa la redención y la declaración de Peppy, verdaderamente emocionante, y el perro, que esta vez parecía no lograr evitar la tragedia, los unirá en risas. Llorar aquí, de felicidad y de muchas otras cosas, no será raro. Hacedlo, no os cortéis, sobre todo si estáis solos.
Un ejercicio de arqueología cinematográfica, como se ha comentado, que no deja de ser coherente con la idea mitológica.
Memorable, maravillosa, magistral, excepcional es la última escena, cuando Gene Kelly o Fred Astaire con Ginger Rogers, perdón George Valentin y Peppy Miller, muestran al productor la genial ideal. La comedia musical, otro paso en la evolución, la reinvención, el uso del sonoro sublimado y…
Y se hizo el sonido. De una infinita coherencia y maravilloso talento, rizando el rizo del discurso metalingüístico, nuestros protagonistas hablan. Les oímos respirar y hablar. Viven. Y, por supuesto, bailan claqué.

 

La palabra “ACCIÓN”, para la escena que acabamos de presenciar, redondea el mencionado discurso dando fin a la película. Veremos cómo las claquetas que abren la coreografía es un juego más de metacine, y la cámara se elevará mientras el equipo se prepara para la repetición de la escena, siendo testigos desde nuestra butaca de un rodaje dentro de un rodaje. Algo que remite a aquella grúa excepcional de “Cautivos del mal” que remarcaba este mismo hecho elevándose hasta el último de los colaboradores que presenciaban aquella escena. Callar y aplaudir.


Como dije, sin una buena historia no pasaría de ser una curiosidad, pero la historia y el trasfondo es excepcional y de una emoción desbordante. Si el uso de referencias no resulta novedoso la mirada lo es de forma contundente.
Reirás, llorarás, te emocionarás, pensarás…
La banda sonora de Ludovic Bource es una auténtica maravilla, como he insistido varias veces.
Centrándonos en la relación de los protagonistas, lo más brillante es la idea de que se forje en pequeños detalles u objetos, momentos, recuerdos, lo aparentemente nimio en suma. Una película protegida de las llamas, el primer encuentro recreado en una película, la compra de los objetos de él por parte de ella, un lunar…
La escena final justifica, e incluso explica, la decisión de que la película sea muda. Ese discurso metacinematográfico y metalingüístico carecería del más mínimo sentido sin esa decisión que evoluciona al oírse las voces en esa escena final. Así “The artist” es una profunda reflexión sobre el prejuicio, ya sea desde lo clásico a las innovaciones o desde lo moderno a lo más antiguo. Siendo muda se aprecia verdaderamente el necesario respeto al pasado, es la única forma de hacer sentir y entender al espectador un mundo olvidado y desaparecido y hacerle consciente de los elementos que componen el arte cinematográfico, por eso es tan importante que al final de la cinta se oiga hablar a la gente, ese signo evolutivo pero respetuoso. Mucho más allá del recurso snob.
La fusión de lo clásico, George Valentin, y lo moderno, Peppy Miller, que crea algo nuevo, el musical, y queda refrendado con la propia película, “The artist”.
La dirección y el guión de Hazanavicius, las interpretaciones de Dujardin, Bejo o Goodman, de todo el reparto en suma, la banda sonora, la recreación de época y cualquier aspecto que queramos destacar, es una absoluta maravilla.
Una dirección que respetando los cánones clásicos no omite rasgos estilísticos modernos, en sutiles guiños una vez más, como el abundante uso del primer plano en contraposición con el mayoritario uso del plano general en los años 20.
Se es cruel con los clásicos, despreciándolos en muchas ocasiones, como se reniegan de las innovaciones, y renegaron. Se tiende a dar importancia a lo accesorio, estética clásica, blanco y negro, no hay sonido… que a lo esencia. Es el signo de los tiempos. Lo esencial es que te cuenten una buena historia. La forma sobre el fondo. La forma matando al fondo. La superficialidad. “The artist” es plenamente consciente de los prejuicios que tendrá que sobrellevar sobre sí misma y muestra esa doble vía de reflexión desmantelando así los análisis más simplistas y prejuiciados, alzándose contra cualquier tipo de prejuicio artístico. Reivindicadora.
Así si en “Origen” de Christopher Nolan (2010) se plantea la idea y la reflexión del cine como generador de sueños, ilusiones y su vinculación con nuestro propio ser, en un encubierto mensaje también metacinematográfico, “The artist” se plantea como un juego de espejos entre la vida, la ficción y la verdad, con un mensaje de fondo muy similar.
La colección de referencias es extensísima, como podéis comprobar, y muchas se me pasarán o no las habré visto. Podéis divertiros sacando más. Añadiendo otras mencionar a Jacques Tati, si se homenajea a los grandes del humor mudo americano, también estará presente el grande del mudo francés, incluso habiendo sonido ya… También se intuye a “La rosa púrpura del Cairo” (Woody Allen, 1985), en esa reflexión sobre la ficción, así como muchas otras que la han tratado. La sutil comedia de Lubitsch o Wilder, los homenajes al serial del cual Fritz Lang era un fan absoluto, "Y el mundo marcha" de King Vidor (1928)…
Renunciar al pasado, a los maestros, a los forjadores y creadores del invento, del lenguaje que posibilita cualquier película, la base de todo, es caer en el absurdo. Regodearse en la ignorancia y el “paletismo”, creerse algo cuando en realidad está inventado, inventado por dichos maestros, es profundamente prepotente. Es por ello obligada la reivindicación de esos directores que crearon innumerables obras maestras, recursos e innovaciones sin las que no se concebiría absolutamente ninguna película hoy. D. W Griffith, Eisenstein, Murnau, Dreyer, Fritz Lang, Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks, Georges Méliès, Chaplin, Buster Keaton, Tod Browning, Jacques Tati, Cecil B. DeMille, King Vidor, Henry King, Ozu
Y obras maestras como “El nacimiento de una nación” (1915), “Intolerancia” (1916), “El acorazado Potemkin” (1925), “Nosferatu” (1922), ”Amanecer” (1927), “La pasión de Juana de Arco” (1928), “Metrópolis” (1927), “Spione” (1928), “Las tres luces” (1921), “El doctor Mabuse” (1922), “El gabinete del doctor Caligari” (1920), “El enemigo de las rubias” (1927), “El caballo de hierro” (1924), “El chico” (1921), “La quimera del oro” (1925), “Luces de la ciudad” (1931), “Tiempos modernos” (1936), “El maquinista de la general” (1926), “Garras humanas” (1927), “Rey de reyes” (1927), “Los 10 mandamientos” (1923), “He nacido, pero…” (1932)…
Casi nada.
Que en la época del 3D, los efectos digitales, las más avanzadas tecnologías, aparezca esta rara avis, que además se aleja de la idea de peculiaridad gratuita, sólo puede hacer que los amantes al cine, los verdaderos amantes, estemos de enhorabuena y esperanzados ante la perspectiva de que siempre habrá obras maestras como ésta para nuestro disfrute total y absoluto. Podemos entusiasmarnos y regocijarnos sin disimulo, una vez más, ante una nueva obra arriesgada en su extrema sencillez, aparente sencillez.


Vayan a verla, obliguen a verla a todo el que puedan, cuando las fanfarrias de los títulos de moda se desvanezcan, la sinceridad y honestidad de esta estruendosa obra maestra seguirá en sus subconscientes.



Dedicada a Parisina que espero haya llegado, de nuevo, hasta aquí y a O'Flint.


Lee aquí la 1ª Parte del análisis.

Lee aquí la 2ª Parte del análisis.

Lee aquí la 3ª Parte del análisis.



miércoles, 8 de febrero de 2012

Crítica: THE ARTIST (2011) -Parte 3/4-

MICHEL HAZANAVICIUS






Nuestros protagonistas pasarán de ser amigos a rivales en taquilla.
En casa veremos el único momento donde Valentin sube una escalera, tras hacer caso omiso a su mujer, pero ese momento no se ve en plano ya que Hazanavicius nos mostrará el gesto desesperado de ella. Nunca le vemos subir.
Mencioné anteriormente los intertítulos maravillosos que aparecen en pantalla y elogié el montaje. El montaje de estilo clásico es de una fluidez y armonía majestuosa y con el uso de sobreexposiciones rinde pleitesía al estilo clásico de este arte. En el apasionado rodaje de la película de Valentin veremos un buen ejemplo de ello.
Esa decisión de coger él el toro por los cuernos y dedicarse a la dirección de su propia película nos lleva a otra referencia como es “Cautivos del mal” (Vincente Minnelli, 1952), película con la que tiene más puntos en común, por ejemplo la escena donde Valentin ve la audición sonora de una actriz o el final que ya comentaré.
Peppy Miller triunfa con “Beauty Spot” en referencia a su peca, todos los títulos serán simbólicos y tendrán que ver con los personajes, y es que no se puede escindir la obra del autor, como nosotros no podemos liberarnos del influjo que el arte nos provoca.


Un matrimonio al borde del precipicio, el derrumbe del matrimonio y su vida personal va muy ligado al derrumbe de su vida profesional, la ruptura definitiva se corresponderá con el fracaso de Valentin y su película.



En una comida en un restaurante otro encuentro casual de los protagonistas pondrá sobre el tapete las distintas concepciones sobre el progreso y la defensa del arte de cada uno, será el primer encuentro tenso de la pareja. Ella despreciará en un entrevista las formas y modos de los actores mudos mientras él la escucha, sin que ella lo sepa, en la mesa de al lado.
Una confrontación en la forma de ver las cosas perfectamente mostrada en la puesta en escena con las sillas dándose la espalda, un plano general lo mostrará de forma contundente. Aquí la disparidad de discursos es clara, de la firmeza obcecada de Valentin en mantenerse fiel al mudo y sus tremendos prejuicios a las innovaciones, a las ansias de novedad que representa Peppy, unas ansias que la llevan a despreciar el pasado y a los maestros que han logrado que ella esté allí de alguna manera, ella representa la modernidad y faltará al respeto, es decir, se muestra a las claras la absurdidad de unos prejuicios en un sentido o en otro, especialmente subrayado por la decisión de Hazanavicius de realizar una cinta muda en pleno siglo XXI, una cinta muda refrendada por el éxito y multitud de premios. La absurdidad de negar lo opuesto. Un bellísimo discurso en fondo y forma.


Valentin bajará de nuevo sus escaleras para recibir el periódico que anuncia el crack del 29, se le enfocará en ligero picado, tras enfocar al periódico sobre la mesa, al recibir la noticia de su quiebra, que salvo éxito de su película como director será un hecho. Pero la película fracasará.
La lluvia, simbólica de nuevo, creará el ambiente adecuado.
El estreno de “Tears of love”, la película como director de Valentin, es otro de los inolvidables momentos que “The artist” deja para la historia del cine. El título, simbólico de nuevo, indica a las claras el tono que va a tener el film. En él veremos como un valeroso héroe, al final de la película, queda atrapado en unas arenas movedizas, poco a poco se irá hundiendo en ellas. Personaje y actor fundidos una vez más en otro ejemplo maestro de metalingüismo y metacine. Valentin se hunde en su carrera igual que el personaje que él mismo interpreta en su película. Peppy será de los pocos espectadores que asistirán al estreno y se identificará con la mujer que nada puede hacer por salvarlo. Él la dirá que no la ama para que lo deje hundirse solo. Peppy llorará desconsolada, la vida, el arte, una vez más fundidos. Y nosotros, identificados con ambas capas de significación, emocionados también. El viejo actor, la joven y moderna actriz y nosotros más modernos aún, emocionados por ese momento mudo de celuloide. Sin palabras.


A la salida del cine, Valentin verá su fracaso aún más resaltado por el éxito de la película de Peppy Miller. En el travelling que sigue al actor veremos sutiles y brillantes matices de puesta en escena cuando vemos a algunos de los futuros espectadores de la película de la actriz reconocer, en segundo plano, a nuestro protagonista, sin más hincapié.
La lluvia sigue siendo eterna.
Abatido, fumando y bebiendo, como el Rhett Butler de “Lo que el viento se llevó”, nuevamente, cuando sufre por la muerte de su hija, nuestro actor se lame las heridas. La visita de ella, con buenas intenciones, no hace más que aumentar el dolor. Es muy profunda la relación aunque parezca estar tratada con ligeros esbozos. Ella, a la que ama y le fascina, representa de forma humillante lo que le ha dejado obsoleto y fuera del estrellato. Luego aprenderá que lo que ella representa no es lo importante, si no la persona que es en realidad.
La visita de Peppy a George es cerrada con un plano general del actor, apesadumbrado, que recuerda a los porches que tan magníficamente rodaba John Ford.
Dos imágenes rematan las distintas trayectorias, los posters de George Valentin pisados bajo la lluvia como símbolo de su caída, y la mirada al espejo antes de pintarse su postizo lunar de Peppy Miller, que precede a un montaje de las sucesivas películas que va rodando y encumbrándola en la cima. “Shadows”, “Young and pretty”. Todo rematado con un zapato a lo Cenicienta, que se encadena con el zapato de él, que será lo opuesto.
De la lujosa mansión nada queda, ahora es un modesto piso y su acomodada vida ahora depende de los préstamos y empeños. Estamos en 1931.
James Cromwell, el fidelísimo chófer, una especie de Sancho de ese Quijote que vivía la ficción del éxito, será despedido en contra de su voluntad a pesar de llevar un año sin cobrar. Un personaje que ejemplifica la fidelidad, la tradición y los valores clásicos, que siente afecto por su empleador y se marchará profundamente decepcionado cuando éste le eche, aunque sea, aparentemente, por su bien. Preciosa la escena donde espera todo lo que puede a que su jefe, y amigo, rectifique.
Todo su patrimonio subastado, todas sus obras de arte e incluso su gigantesco retrato, con su perro, vendido para poder pagar deudas. Una caída libre sin red. Evidentemente a la salida de la subasta le veremos bajar más escaleras. El descenso interminable. En esta escena no lo veremos con el perro.
Como en la gran mayoría de escenas, nada es lo que parece, como simulando una planificación cinematográfica, del primer plano que nos muestra una información limitada, pasamos a abrir el plano para ver toda la verdad. Aquí uno de los pujadores era un chófer de la mismísima Peppy Miller, que sin olvidar a su mentor le observa y vigila. Todos y cada uno de los planos encierran algo, por ello cuando vemos cómo Peppy mira a su idolatrado actor venido a menos, veremos un plano general desde su punto de vista donde él vaga distraído y apesadumbrado, lo que provoca que casi le atropelle un coche, mientras se pierde por una calle que tiene al fondo del encuadre un cine donde proyectan una película, “Lonely Star”. Una vez más un título simbólico con respecto a los personajes.
Despojado de todo.
La partitura de la película es una auténtica maravilla.
1932. Nuevo uso de un espejo, Valentin no aguanta mirarse, le ofende su retrato, verse acabado, por ello derramará licor sobre su reflejo. No le gusta quién es. Divertidos momentos de humor surrealista en su alcoholizado lamentar en el bar. Incluso un cuadro mal colocado mostrará su desequilibrio. Su fiel chófer reaparecerá momentáneamente para llevarle a su casa tras caer borracho allí. Seguidamente veremos un colosal poster con el título de la nueva película de Peppy Miller, “Guardian Angel”, título nuevamente simbólico, ya que tanto ella, como el chófer que acabamos de ver lo son para George Valentin.


Nuestro protagonista irá a ver la mencionada película, y disfrutará con la joven actriz. En la cinta tendremos un nuevo guiño metalingüístico cuando el personaje de Peppy choque con un hombre, lo que resulta un eco del primer encuentro entre nuestros dos protagonistas, algo que le llevará a bonitos y nostálgicos recuerdos. Una escena que posiblemente impusiera la propia actriz, que tampoco olvida a George.
Si más salida que regodearse en su desgracia, George se sumirá en sus recuerdos viendo sus antiguas películas que nadie parece recordar. El éxito pasa a velocidad de vértigo y películas con un par de años ya son consideradas antiguallas.


Tendremos un extraordinario uso del blanco y negro en sentido expresionista en la escena de la sombra proyectada en la pantalla. Otra memorable escena imborrable. En la pantalla ahora no se ve al clásico héroe del cine de aventuras, sólo a su sombra, una sombra que lo dejará también solo. Asumiendo defectos. El orgullo. Una catarsis que comienza en ese momento. No se aguanta a sí mismo por tanto no le importa morir. Ahí está Murnau, ahí está “Nosferatu” (1922), “Amanecer” (1927)…
La locura, evidentemente, no está muy lejos, que le pregunten a la Norma Desmond de “El crepúsculo de los dioses”. Comenzará a destrozar todos sus recuerdos, su pasado, un pasado que le recuerda la esplendorosa imagen que tenía, algo que no aguanta. Debe destrozarlo porque es un pasado opresor de sí mismo.



Su perro, una vez más, demostrará que es la parte positiva de él, y en un momento dramático Hazanavicius se saca una escena de humor clásico de cine mudo a lo Buster Keaton, con ese perro salvador que avisa a un policía. Un perro que salvará a su amo, como en “Umberto D” (Vittorio De Sica, 1952)
Como en la escena donde Peppy usaba un fetiche, el traje de Valentin, para simular una seducción agarrándose fuerte a él, el mismo Valentin tendrá su propio fetiche y entre todas las películas destrozadas se agarrará con fuerza a una de ellas en exclusiva. Un fetiche más cuando no nos queda otra cosa.
Esta película será la que contenga la escena que rodó con Peppy, esas tomas falsas que vimos. La película del amor. Los sentimientos.
En el destrozo la sombra volverá en su desenfreno enajenado, como la habitación que destroza Charles Foster Kane en “Ciudadano Kane”.
Peppy Miller jamás se muestra orgullosa con respecto a él, y sin duda hará primar sus sentimientos a su carrera. Nuestro actor protagonista, en cambio, es puro orgullo de estrella vanidosa, pero que por encima de eso es un profesional que añora su trabajo, hacerlo bien.
La vitalidad y expresividad de ambos actores es una maravilla, enamoran en cada escena.


Dedicada a Parisina, apreciada y fiel seguidora, y a O'Flint, ese fan de Buster Keaton.


Lee aquí la 1ª Parte del análisis.

Lee aquí la 2ª Parte del análisis.

Lee aquí la Última Parte del análisis.



martes, 7 de febrero de 2012

Crítica: THE ARTIST (2011) -Parte 2/4-

MICHEL HAZANAVICIUS






El montaje del film es otro de los elementos a destacar, de una agilidad y calidad deslumbrantes. Perfecto. Los intertítulos, de diseño perfecto clavando los de la época muda, son otro detalle más en esta reconstrucción minuciosa y en el afán por dar texturas, sabor y profundidad a esta maravillosa cinta.
Es indudable que el cine mudo es el cine en su estado más puro, una historia contada con imágenes, imágenes en movimiento. Igual de cierto es que si el cine era mudo o en blanco y negro era porque no había los medios adecuados para que fuera de otra manera, pero esta circunstancia en nada resta la evidente pureza del mudo o la belleza sin igual del blanco y negro. De hecho al blanco y negro vuelven muchos cineastas aunque sólo sea porque su estética, textura y profundidad visual les encanta y saben que queda genial y que funciona. Ese conocimiento del pasado estético, narrativo y formal que lejos de ir contra lo moderno lo enriquece, lejos de provocar prejuicios debe asumirse para crecer. Un conocimiento que hará irrenunciable dicha herencia al que sabe apreciarla.







Espejos con trasfondo.
Como he dicho “The artist” es un juego constante de espejos, pero es que además éstos estarán muy presentes durante todo el metraje, simbolizando y mostrando visualmente muy distintos aspectos de los personajes o la propia trama. En casa de Valentin vimos uno grande y en su camerino el actor se mira satisfecho de lo que ve, complacido con el reflejo que su espejo le devuelve, seguro y orgulloso de sí mismo. Un ego en plena forma. Un ego sólo matizado por la presencia de la foto de la mujer, que le cambia su alegre rostro al ser consciente de que las cosas no van bien en su vida privada. Una vez más el juego de espejos, de las bambalinas de la primera escena, a las bambalinas de la vida privada, de la felicidad externa a los claroscuros privados.
Clifton, James Cromwell, uno de esos secundarios que vemos en miles de películas, será un aliado fiel, casi como Alfred para Batman, un personaje que siempre se mantendrá al lado del actor hasta que éste le haga marcharse por su bien y por su propio orgullo y descenso sin frenos al infierno. Un chófer que es hombre para todo.
La escena mencionada en el camerino y con el espejo se cerrará, precisamente, con un plano del espejo y una suave panorámica vertical hacia abajo para mostrarnos una foto suya y de su perro, evidentemente no podía salir sin él. Valentin sale por la puerta mientras lo vemos reflejado, en ese juego de espejos se nos empieza a señalar que el sueño ideal va a empezar a desvanecerse.
La siguiente escena redunda en lo comentado, la ficción, la apariencia, esa realidad que no existe. Un plano de un cielo nublado nos hace pensar que estamos al aire libre para desmentirlo ipso facto al ver que no es más que un decorado, fachada, como el éxito de nuestro protagonista que aparece justo en ese momento al lado del citado decorado. Ideas visuales sublimes. Sublimando el metalingüismo.
Ese mismo decorado será además funcional para la escena en la que nuestros dos protagonistas, sin saber quien está al otro lado de ese mismo decorado, bromean haciendo pasos de baile. Nosotros, como Valentin, no vemos de quien son las piernas que aparecen bajo el decorado del cielo nublado, pero disfrutamos de su juego de espejos, una vez más, en una escena que nos puede recordar a la de los hermanos Marx en “Sopa de ganso” (1933).


La construcción de la relación es una obra maestra en sí misma, es una pena que no se capten todos los matices, porque si se logra la experiencia es alucinante. Una relación construida con objetos, pequeños detalles, recuerdos, y sutiles gestos. Lo iré desgranado poco a poco pero para empezar, el primer encuentro y cómo sucedió tendrá un eco posteriormente, y la escena donde dan pasos de baile también lo tendrá en la conclusión. Este es el segundo encuentro de los protagonistas.
Ante la airada reacción del personaje interpretado por John Goodman, el productor, será Valentin quien intercederá por ella, algo que Peppy Miller nunca olvidará. También tendrá su eco y su contraprestación, rodada de forma muy similar.
Maravillosa la escena del enamoramiento, puro metalingüismo y puro cine. En base a tomas falsas de una escena intrascendente donde el protagonista baila por un momento con la aspirante a actriz, Peppy Miller, se va desarrollando un vínculo que no se romperá jamás. Las escenas van saliendo cada vez peor pero la relación va poco a poco desarrollándose, descubriéndose, una escena que parece desaparecer entre tanto error y un amor que aparece sin lugar a dudas, para desconcierto de ambos protagonistas. Un momento absolutamente magistral que también tendrá un hermosísimo eco.


A través de la ficción un enamoramiento real. Pura verdad.
Fascinante Dujardin en esta escena, aquí no hay Actor’s Studio, era la época pre-Actor’s. Unos prefieren las interpretaciones intensas y atormentadas que ofrecen los seguidores del ”Método”, otros en cambio gustan más de la naturalidad, frescura y ligereza de las interpretaciones menos psicológicas. Aquí Dujardin, con un sutil cambio de gesto en el entrecejo para mostrar su intención vigilante y espía, va distrayéndose poco a poco ante la encantadora fascinación que le provoca esa joven con la que no para de coincidir.
Numerosos encuentros de los dos protagonistas, un destino que nos recordará al cine negro, pero un destino que finalmente no será fatalista.


El fetichismo, perfectamente retratado en la escena del vestuario de Valentin, donde irrumpe Miiller secretamente, y poder tocar e inventar una seducción ella sola rodeada del universo personal el actor, es otra muestra más del talento de Hazanavicius para los detalles, no sólo ya del discurso del film sino de sus personajes, desarrollando su personalidad y psicología con mano maestra y ritmo perfecto. Valentin descubrirá a la joven actriz viviendo una fantasía con su traje y él tendrá un conflicto entre la fascinación y el florecimiento sin pausa del amor hacia esa chica y sus deberes matrimoniales. Controlándose la ayudará a sacar partido a todo su potencial creándole un sello distintivo, el falso lunar, nueva referencia, en esta ocasión al falso lunar del mayor icono de la historia del cine, Marilyn Monroe.
Nuevamente aparecerá un espejo. En el sucederán varias cosas, ella escribirá “Thank you”, que leeremos cuando el cuerpo de él se refleje en el espejo y serán conscientes al mirarse ambos en él, para ver cómo le sienta el lunar que Valentin le ha pintado, de lo que sienten el uno por el otro, reflejándoles por tanto su verdadero interior… Una realidad desnuda que irá de un espejo a otro, en una brillante solución visual. Otra más.





El gesto pudoroso del perro, además de una simpática broma, puede entenderse como la reacción lógica de la conciencia en ese momento previo al beso con quien no es su esposa. Ya he señalado que el divertido “perrete” es uno con Valentin y simboliza eso mismo. Como detalle que lo confirma, el perro hace el truco de que cuando lo disparan cae como muerto, al hacérselo Valentin a sí mismo simulando un suicidio, algo que también tendrá eco al final, el perro hará el truco.
Si soberbio es el recurso de la escena de los desayunos de Valentin y su mujer igualmente soberbias son las escenas donde vemos la progresión de Peppy Miller, cómo de figurante pasa a decir su primera frase, cómo de eso pasa a tener un papel secundario y de ahí poco a poco al estrellato. Todo esto lo vemos en un montaje paralelo, del matrimonio y de la chica, uno cayendo poco a poco y la otra subiendo como la espuma. El aumento de prestigio de la carrera de ella se irá mostrando además en los escuetos títulos de crédito, donde la vemos situada cada vez más arriba del reparto. Un ejemplo más de brillantez, concisión, talento, recursos y hallazgos visuales.
Si George Valentin es un Douglas Fairbanks o un Rodolfo Valentino, Peppy Miller es una Claudette Colbert o una Paulette Goddard, por ejemplo.
De 1927 pasamos a 1929, el año del crack económico.
Del cine clásico de aventuras y espadachines con un George Valentin todavía estrella pasamos al inicio del crepúsculo. El productor, Al Zimmer (John Goodman) enseñará a Valentin una audición de una actriz que empieza a usar el nuevo “invento”. El sonido. Zimmer le dirá que eso es el futuro, está en lo correcto, pero Valentin no lo ve venir, se ríe como si estuviera diciendo una barbaridad.


Valentin representa aquí el estatismo conservador que no concibe que nada nuevo pueda ser mejor. “Si me va genial ¿por qué cambiar las cosas? Menuda tontería, sonido en las películas, si lo importante es la imagen….” Este planteamiento se dio en no pocas productoras y con no pocos actores y directores, que ni entendían ni concebían el cambio. Una obcecación y orgullo que les llevó al fracaso. En la adaptación está el progreso, desde ahí podrás hacer lo que sea, incluso una peli muda como “The artist” en pleno siglo XXI.
En este caso el protagonista no se adapta a los nuevos tiempos por orgullo, no por falta de talento o deficiencias en la voz como ocurría en “Cantando bajo la lluvia” (Stanley Donen, 1952), un punto de vista distinto para una idea similar. Fueron muchísimos los profesionales que se vieron fuera del negocio, totalmente desubicados con la irrupción del cine sonoro.
George Valentin con esa vanidad sigue poco a poco su descenso.
La inadaptación o rechazo al sonoro provocó muchos juguetes rotos y estrellas absolutas que cayeron en el ostracismo y hacia un declive, en ocasiones, no muy bien llevado. Unas veces fue producto del ego de estrellas, el orgullo, como es el caso de esta película, donde cuando quisieron darse cuenta estaban obsoletos para la industria. En otras la falta de talento o capacidades para el sonoro por el tema de la voz, como suceden en “Cantando bajo la lluvia”, y en otras por inadaptación a las nuevas formas interpretativas que exigía el sonoro, de la mayor mímica y expresividad necesarias para transmitir todo lo necesario en la películas mudas se llega a un mayor minimalismo interpretativo con la aparición del sonoro, donde gracias al verbo se hacía innecesaria la sobreactuación. El cambio en ese método se hizo imposible para muchos actores.
Nueva escena inolvidable la que acontece con Valentin en su camerino mientras se cambia y desmaquilla. Al posar un vaso de agua en la mesa se produce un sonido, el espectador queda en ese momento tan sorprendido como el propio personaje, que mira extrañado al hecho que se acaba de producir. La vuelta de tuerca al discurso metalingüístico es sencillamente genial. Nos extrañamos tanto por el sonido, como porque el personaje se extrañe. ¿Cómo puede ser? ¿Ahora nuestro protagonista es consciente de que es un personaje de una película muda? ¿Se trata de un personaje que no sabe que lo es? Todo suena a su alrededor, todos los efectos de sonido, todo el mundo que le rodea tiene voz propia pero cuando él intenta gritar nada se oye. Un personaje castrado, fuera del mundo, ajeno al universo que creía reinar. Su desesperación se hace patente, quiere gritar y nadie le oye mientras el escucha el más mínimo ruido. Las imágenes empiezan a hacerse más extrañas y surrealistas lo que nos indica que en realidad estamos en un sueño… La maestra muestra de metacine concluye con la caída de una pluma que resuena como una bomba. Absolutamente memorable. Todo empieza con un simple vaso.


Esa escena del sueño muestra todas las cartas de “The artist”, si es que quedaban dudas. La cinta de Hazanavicius es una reflexión cinéfila y de ficción, sobre la caleidoscópica naturaleza de la realidad y su falta de contenido, por ello el recurso del mudo es un medio y no un fin, lo que dota a dicho recurso de dignidad y legitimidad aplicable en cualquier momento. ¡Qué sonoros y ruidosos son los silencios en el cine en muchas ocasiones! ¡Qué cinematográficos! Por ello usará a conveniencia los efectos sonoros de forma maestra.
Con el nacimiento de las “talkies” (películas sonoras), la decisión del estudio se deja ver inmediatamente. Tras el sueño, la llegada de la gran estrella George Valentin al estudio no será como la primera que vimos, ya no es una llegada tan feliz, su estatus ha cambiado. Decorados desnudos y desiertos que contrastan con la vitalidad de la primera vez que vimos llegar al actor. No más cine mudo, ahora todo sonoro.
El gran actor del cine mudo no cuenta para los nuevos tiempos del cine sonoro. El ave en la mesa de Al Zimmer es un buen símbolo sobre esos nuevos tiempos.


Un maravilloso decorado sirve de escenario para una de las grandes y más simbólicas escenas, varios pisos de escaleras con personajes que suben y bajan donde veremos a nuestro protagonista descender, como siempre, y a nuestra estrella en ciernes subirlas (es el edificio Bradbury, famoso para los cinéfilos gracias a Blade Runner, especialmente). Uno desciende hacia el declive de “El crepúsculos de los dioses” (Billy Wilder, 1950), la otra se alza hacia “Ha nacido una estrella” (William A. Wellman, 1937). Se encontrarán en el medio en un cruce de caminos de esas escaleras, él la mirará embelesado como Rhett Butler miraba a Escarlata O’Hara en “Lo que el viento se llevó” (Victor Fleming, 1939), no será la única referencia al personaje, mientras ella le mira a él deseosa. Un dolorosa despedida, uno hacia el abismo y otra hacia el estrellato. Ese plano bien puede recordar a “El séptimo cielo” (Frank Borzage, 1927). Sin calificativos.



 

















Dedicada a Parisina, que seguro tendrá algo que decir, y a O'Flint, que espero le guste.