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viernes, 20 de enero de 2012

Crítica: TARDE DE PERROS (1975)

SIDNEY LUMET






Segunda colaboración de Lumet con Al Pacino en dos años, la primera “Serpico” de 1973, y ésta “Tarde de perros” de 1975. Una gran época para Lumet ya que son dos películas extraordinarias, de lo más destacado de su obra y que se han convertido en obras de culto, además del gran éxito que tuvieron. Pacino estaba en los comienzos de su carrera que con su interpretación en “El padrino” (1972) pegó un impulso definitivo. Con estas dos cintas se consagró sin ninguna duda. Sus interpretaciones en las cintas de Lumet son magistrales, una intensidad y variedad de registros, un domino de la situación y los tonos absolutamente asombrosa, una interpretación que elevó aún más la enorme categoría de las películas.
Una vez más, como en las más destacadas películas de Lumet, un hombre fiel a sus principios se mantendrá firme en contra de las circunstancias, los prejuicios, las normas sociales y las dificultades. La originalidad en esta ocasión radica en que este hombre no realiza una actividad íntegra ni se ve metido en ella en contra de su voluntad o por las circunstancias, sino por propia decisión.
Sonny, el personaje magistralmente interpretado por Al Pacino, decide cometer un robo junto a dos amigos. Cabría debatir si las necesidades le obligan al robo, pero el caso es que decide por propia voluntad cometerlo. Un acto censurable, pero su comportamiento durante el mismo, durante el robo, es ejemplar, e incluso su relación con la gente que mantiene secuestradas es intachable, hasta el punto de despertar simpatías en ellos. Así será tentado en múltiples ocasiones para dejarlo, incluso con tratos con la policía, para traicionar a su compañero, ya que el tercer miembro decidió al final no ayudarles, pero jamás cederá ante las presiones. Su falta será el robo pero sus principios son íntegros y su fidelidad y honestidad incuestionable.
Tres jóvenes intentan robar un banco pero todo lo planeado se tuerce debido a su ingenuidad e inexperiencia. A partir de ahí la sociedad, la policía y la televisión serán testigos en directo de todo lo que va ocurriendo en el banco, de las horas que los atracadores pasan con sus rehenes hasta que se busca una solución.


La dirección de Lumet, como en “Serpico”, vuelve a ser muy urbana, retratando las calles y la ciudad aunque la película se centre en el encierro en el banco. También como en “Serpico”, dota a la cinta de un estilo bastante documental desde el mismo comienzo con esos planos de distintos sitios de la ciudad que parecen elegidos al azar. Retratos de la vida cotidiana que no para, del día a día, trabajadores, ociosos, gente viviendo simplemente, cualquiera de nosotros, hasta que nos centramos en la banda de atracadores, gente normal también, nada sofisticada, más bien chapuceros, que harán un robo lo mejor posible pero que su inexperiencia será retratada de forma totalmente realista, no en balde la película está basada en un hecho verídico, como “Serpico” también. Un retrato que no pretende ser esteticista y muestra las miserias y las basuras de la ciudad con total naturalidad. Mencionar que la película está rodada con muy pocos medios.


El comienzo, que enseña la cotidianeidad de la ciudad que se verá truncada con un atraco, que no deja de ser cotidiano tampoco, en la forma y el fondo es un acierto sin duda. Otro acierto es la dirección con un estilo documental ya mencionado y de apariencia casual, improvisado, de hecho el uso de la improvisación es una de las mayores virtudes de la cinta, hay muchas escenas y diálogos improvisados, como la conversación que Pacino y León (Chris Sarandon), su novio-marido, tienen por teléfono. Esa libertad, dinamismo, agilidad eleva la película a un nivel excepcional.


Lumet mueve, sobre todo en la primera parte, la cámara con soltura, grandes travelling y movimientos de cámara rápidos y agresivos que transmiten a la perfección la tensión de los protagonistas que ejecutan el atraco. Una pieza clave más de la cinta es su sentido del humor, un atraco con unos atracadores desastrosos, donde uno de ellos se arrepiente y donde acaba resultando que en el banco no hay dinero apenas. La comedia que se transforma en tragedia, una tragicomedia de nivel.


Este inicio con el atraco resulta que no dura mucho más de unos 15 minutos, porque transcurrido ese tiempo la policía se entera de todo. La película sobre un atraco se transforma en un retrato social donde los personajes y sus circunstancias son clave para entender todo el discurso.
La tensión y el ritmo no se desvanecen en ningún momento, al contrario, parecen aumentar sin descanso, los movimientos de cámara trepidantes se mantienen y no paran de sucederse situaciones de todo tipo, algunas surrealistas y otras emotivas. Vemos a las rehenes hablar con sus familiares por teléfono sin ningún problema y reivindicaciones gays en las calles, ya que el personaje de Al Pacino lo es, por poner algún ejemplo. Y es que la realidad vuelve a superar a la ficción. Lumet sigue en esos primeros 15 minutos a Pacino en sus carreras frenéticas de un sitio para otro pero en la segunda parte su estilo será mucho más reposado.
La habilidad de Lumet para mezclar tantísimos elementos es fascinante, del suspense y la tensión del atraco nos sumerge en un retrato social, que ahora comentaré, y además va desarrollando a los personajes y sus relaciones con naturalidad. Así vamos viendo como nuestros atracadores son buenas personas que han decidido cometer un atraco, que son incapaces de hacer daño ni hacer sentirse incómodos a sus rehenes, salvando las propias circunstancias del atraco, y que acabarán por recibir el apoyo de éstos al darse cuenta de su humanidad también.
Una vez la policía acordona el banco el atraco se convierte en un espectáculo televisivo, un medio para comerciar y rentabilizar un negocio, una forma de crear un divertimento sometiendo a personas, negándoles su individualidad, simplificando sus circunstancias y reduciéndolas a los aspectos más morbosos de su vida. Lumet en cambio nos muestra lo que el espectáculo televisivo no nos enseña, la humanidad e individualidad de los personajes, del “producto” en que pretende convertirlos la televisión, a los seres humanos que hay tras todo eso.

En esta parte de la película se nos retrata la sociedad del morbo, la del espectáculo con la televisión como dios, la policía y su incompetencia, y muchos temas de sorprendente atrevimiento en la época en que se realizó la película, como la homosexualidad, los matrimonios gays etc.
La interpretación de Al Pacino es una de las más memorables que se recuerdan y no sólo de este magnífico actor, su tensión creciente, su naturalidad, su desesperación, como se ve superado por las circunstancias, sus dudas sobre cómo gestionar todo lo que tiene entre manos, la perfecta creación de un hombre normal en una situación extraña. Sólo se le pueden poner adjetivos elogiosos a su trabajo. Memorable.
También merece una mención especial el trabajo de John Cazale, que desde su rol secundario de compañero de atraco algo “corto” de Pacino nos deja otra interpretación para el recuerdo.  Este soberbio actor secundario sólo hizo 5 películas, pero ¡qué películas!, “Tarde de perros”, “El padrino I y II” (Francis Ford Cppola, 1972 ,1974), “La conversación” (Francis Ford Coppola, 1974) y “El cazador” (Michael Cimino, 1978). Impresionante. Todo ello antes de morir de cáncer a los 42 años.

Sonny, el personaje interpretado por Al Pacino, se convierte en un primer momento en un icono, una vez más la superficialidad que se forja en los medios de comunicación, y está bien retratado ya que la sociedad americana siempre ha mostrado predilección por los individualistas y los que están contra lo establecido, está en sus genes, adoran lo individual.
Tanto el personaje de Pacino como el de Cazale son dos perdedores llenos de ilusiones, esperanzas e ingenuidades, pero destinados al fracaso. Lumet en ningún momento recurre al maniqueísmo, realiza una crítica muy sutil, mostrando más que tomando partido.
Sonny es bueno, decidido, ingenuo y fiel, honesto e incapaz de hacer daño aunque esté cometiendo un atraco. Seal es callado, tímido, serio, está aterrado y sólo quiere cumplir su sueño para lo que necesita conseguir el dinero.
La famosa escena de la conversación telefónica entre Sonny y León es uno de los mejores ejemplos de esa naturalidad y transgresión que definen la película, la conversación es improvisada y las interpretaciones y naturalidad hacen de ella uno de los grandes momentos de la cinta.








El tema del amarillismo televisivo lo trataría con mayor profundidad Lumet en su también magnífica  “Network” de 1976, el consumo rápido y superficial de las vidas. En la película que nos ocupa, sin ser un tema principal, si está perfectamente retratado y contrastado con la profundidad con que analiza a los personajes, sus motivaciones, sus miserias, defectos y virtudes que acaba en una contundente conclusión en contra de los mencionados medios.
Otro de los temas interesantes que se exponen es la facilidad con que se manipula a la sociedad y como ésta no es más que una veleta la mayoría de las ocasiones, pasando de crear un héroe a acribillarle sin apenas solución de continuidad. Una gran cantidad de temas, muchos de ellos polémicos, arriesgados y transgresores para la época.


Llegada la noche la película se pausa un poco y la tensión crece, se cambia el policía más amable del comienzo por uno del F.B.I, la cosa ya no parece tan ligera y se hace aún más claustrofóbica. Moretti, el policía que trata el robo por la mañana está magníficamente interpretado por Charles Durning. Los personajes se muestran cada vez más vulnerables, muestran cada vez más debilidades y la tentación de la traición y el abandono revolotea todo el ambiente, pero en Lumet la integridad de los propósitos se mantendrá, ya que al mismo tiempo se nos explican las motivaciones de los protagonistas, especialmente las de Sonny. Un personaje con motivaciones que no son, en general, egoístas y además que muestra una bondad intrínseca.


En esta segunda parte Lumet, al dar mayor pausa, equilibra muy bien el bullicioso tema del atraco con el intimismo y la tensión creciente de los atracadores, haciendo partícipe al espectador de esa vulnerabilidad comentada del protagonista de forma emotiva, comprensiva.
La fisicidad de la película es brillante y también perfectamente integrada en el conjunto, ese sudor, ese calor que traspasa la pantalla, que va empapando las ropas de los secuestrados, haciendo todo cada vez más claustrofóbico, que se aprecia en la pose de los cuerpos cada vez más cansados y machacados, se transmite al espectador de forma contundente. Una claustrofobia que no acaba nunca ya que cuando salen del banco para coger el avión prometido se introducen en un autobús, un lugar aún más pequeño que el anterior y que acaba siendo el lugar de la resolución del conflicto, con muerte incluida. Sonny jamás usa la mentira, al contrario que la policía que se basa en ella para solucionar el conflicto, de forma violenta además.


El final es el desolador retrato de dos perdedores, dos personas sin suerte que fracasan al intentar dominar su propio destino, aunque Sonny al menos no tenga un final violento como sí lo tiene, injustamente, Seal, quizá como premio a su integridad, inútil pero digna, o quizá como un castigo aún mayor que el de su compañero al tener que soportar las consecuencias de su intento de robo.
Una obra que vuela a gran altura debido a la coherencia con las ideas más personales de su autor.



viernes, 7 de octubre de 2011

Crítica: LA PRINCESA PROMETIDA (1987) -Parte 1/2-

ROB REINER






El arte de contar historias, de la forma que sea, es uno de los rasgos definitorios del ser humano, la necesidad de contarlas y la necesidad de oírlas, leerlas, verlas. Fascinarse, enamorarse, asustarse, vibrar con una historia, participar de ella, creerte que eres uno de sus personajes es esencial, innato casi, al ser humano que desde tiempo inmemorial ha sentido la necesidad de manifestarse artísticamente, de contar algo, de transmitir ideas, ya sea pintando rústicas figuras en las paredes de Altamira, realizando las más vistosas películas o escribiendo las más elevadas obras literarias.


Las artes plásticas lógicamente fueron antes, nuestros antepasados manifestaban así su día a día, su orgullo y necesidad de contar lo que hacían, sus gestas o rutinas, no era tanto la intención estética como la idea de contar algo, expresarse. Muy cinematográfico.
Me fascinaba cuando mi abuelo me contaba cosas de su juventud, de la guerra o de lo que fuera. Siempre nos fascinarán las historias, siempre nos emocionarán, por muy machotes que nos creamos y por muchos videojuegos que se creen. Así se siente el chaval, al ver aparecer a su abuelo (el estupendo y recientemente fallecido Peter Falk)  con un libro mientras se recupera de una enfermedad, de vuelta de esas cosas y esas historias fantásticas y románticas con besos, algo que al abuelo le da igual porque va decidido a realizar su cometido, transmitir su amor por las historias, por el arte en definitiva, por la imaginación.
El escepticismo del chaval (Fred Savage, visto en “Aquellos maravillosos años”) redunda en lo comentado y supone una sutil reflexión acerca de esta juventud actual que cree saberlo todo y que nada podrá sorprenderle, que tiene acceso a toda la información posible pero que, por mucho que crea, seguirá en muchas cosas por debajo de nuestros mayores, aunque tengan más formación. Así nuestro chaval, que cree adivinar todas las situaciones, va viendo como sus esquemas se van desvaneciendo y como en las sucesivas interrupciones que realiza al relato de su abuelo se muestra absolutamente absorto, identificado y viviendo la historia que le cuentan como si fuera personal, asumiendo poco a poco su rendición incondicional hacia esa extraordinaria historia que le ha descubierto su abuelo.
Lo fascinante de “La princesa prometida” es que es capaz, a la vez, de subvertir y sublimar todos los tópicos del fantástico en un derroche de imaginación, ritmo y humor sin igual.
La confrontación de la modernidad, representada en ese videojuego que ahora produce cierta gracia, con la esencia clásica, primigenia, pura del arte de contar historias, representada en el libro, una defendida por un crio y otro por un maduro, es uno de los puntos culminantes, esenciales, que enriquecen “La princesa prometida”, que subliman esta adaptación. El chaval tiene que acabar reconociendo, seguramente sólo de forma inconsciente, que los grandes valores y sentimientos son eternos y que emocionarán, impactarán y serán vigentes para todas las generaciones futuras que están por venir, de la misma manera que lo estuvieron en todas las pasadas. Una enseñanza que le da su abuelo, que consciente de su logro, se permite vacilar a su nieto negándole la narración del último beso, a sabiendas de que el chico querrá saber. Un último beso que es, como todos lo que hemos visto la película o leído la novela sabemos, el más puro y apasionado, superando a los 5 que así habían sido considerados hasta aquel momento, y que todos una vez terminada la cinta hemos tratado de superar en pureza, sinceridad y pasión. Todo esto visible en una sonrisa final del chico al relato de su abuelo, un pequeño gesto que alberga todo, la magia, la imaginación y los recuerdos imperecederos, que alberga lo que es capaz de producir una buena historia.

Y el amor por la lectura, los libros, su aprecio que va de abuelos a hijos y a nietos…
Por todo ello este recurso metalingüístico es un acierto total y absoluto, un recurso en el que se recrea el bueno de Rob Reiner y su guionista William Goldman, autor del libro, jugando con la narración a voluntad como en esa escena donde el abuelo se confunde y vuelve a leer algo ya leído (cuando Robin Wright Penn salta del barco para intentar huir de sus captores). Goldman usa recursos metalingüísticos, otros, en su libro, como hiciera por ejemplo Cervantes con el Quijote.
Un abuelo lee a su nieto enfermo la historia de Westley y Buttercup. En el mágico mundo de Florín, un país inventado, Buttercup va a contraer matrimonio con el despreciable príncipe Humperdinck, tras haber prometido 5 años atrás amor eterno a Westley, un humilde granjero. Obligada por el príncipe y creyendo muerto a su amado se resigna a su destino cuando es raptada por Vinzzini y dos secuaces, Fezzik e Íñigo Montoya. Cuando el rapto parece consumado un misterioso hombre de negro persigue a la banda de secuestradores.
Centrándonos en la historia en sí, tenemos una película de fantasía, aventuras, amor, acción, humor y originalidad inauditas, imprevisible y de ingenio sin fin.

Todos los tópicos se vuelven del revés a la vez que se es totalmente respetuoso con las claves del género. Así los villanos en muchos casos no lo serán tanto, el protagonista muere, el malo malísimo no muere, el héroe ha pasado tiempo siendo alguien poco respetable…
La primera parte es absolutamente perfecta, todo es asombroso, original e ingenioso, después de ese comienzo no puedes despegarte de la pantalla, es imposible, porque cualquier cosa puede suceder, el secuestro, la persecución, el combate a espada, la lucha cuerpo a cuerpo del caballero negro contra André el Gigante, el duelo de ingenio…

La introducción, con la parte romántica que tanto exaspera al nieto que escucha pacientemente la historia, es un ejemplo de las necesidades narrativas que harán que una historia sea buena o mala. Esa introducción que dibujará los personajes, su relación y que creará ese vínculo invisible con el espectador, su identificación con esos personajes y qué les pasa, es imprescindible y está brillantemente tratada con las quejas del chaval que se frustra porque aparentemente no pasa nada, no hay combates, ni espadas, ni deportes… Pero es precisamente esa parte la que hará que desde casi el mismo inicio el chaval, como todos los espectadores, se vean atrapados, fascinados y “preocupados”, como reconoce el chico, con los devenires de los protagonistas.

Luego la arrebatadora imaginación de la historia hará el resto. Si el rapto y la persecución son brillantes, el duelo a espada y todo lo que le rodea te deja alucinado, uno de los grandes duelos a espada, no ya por la habilidad de los contendientes, sino por el respeto mutuo que se profesan para iniciar el duelo, los juegos de manos zurdas o diestras que realizan los espadachines, el sentido del humor divertidísimo que tiene, y que es constante durante toda la película, y los diálogos, tanto antes de empezar a luchar, como durante la propia lucha.
Sobre el guión y el infinito ingenio que éste tiene decir que no se limita sólo a la historia. “La princesa prometida” tiene algunos diálogos y frases que se han hecho míticas en la historia el cine.
Frases como: “Como desees”, “Amor verdadero”, “Estabas tan borracho que no podías ni pedir otra copa…”, “Antes destruiría una vidriera de colores que a un hombre como vos, sin embargo, no puedo permitir que me sigáis.”, “La muerte no detiene al amor, lo único que puede hacer es devorarlo.”
Diálogos como:
 - Vinzzini: Supongo que os creéis muy valiente.
 -Buttercup: Según con quién me compare.
Este otro entre Buttercup y Westley:
-No sobreviviremos.
-¡Tonterías! Lo dices porque nadie lo ha logrado nunca.
El que tiene Vinzzini e Íñigo Montoya:
-Vizzini: Inconcebible.
-Íñigo Montoya: Siempre usas esa palabra y no creo que signifique lo que tú crees.
Otro más:
-Íñigo Montoya: Parecéis un hombre decente. Lamentaré mataros.
-Caballero negro: Vos también lo parecéis. Lamentaré morir.
Lo cierto es que aparte de estos ejemplos, cada diálogo es una joya de verdadero ingenio, que es uno de los motivos más indiscutibles de la calidad, lucidez y encanto de la cinta. Un sentido del humor que engancha y entusiasma. Rob Reiner, que es un magnífico director, siempre ha destacado por éste aspecto, grandes diálogos y un gran sentido del humor en sus películas, sean éstas más o menos acertadas.



Dedicada a Chu4che