Felicidad que también muestra en el flashback que retrata su
anterior vida cotidiana, con su mujer y sus tres hijos, una mujer a la que no
olvida ya que sigue llamándola mujer, como vimos en el hospital, no ex mujer.
Una bonita escena de amor, cariño, complicidad, naturalidad, catarros y algo de
borrachera. Una estampa cotidiana plena de naturalidad.
Es ahí, enmarcado por la naturaleza, al aire libre, donde
vemos al Lee (Casey Affleck) más feliz, ya sea en los flashback en el barco o en ese viaje una
vez han logrado el motor de segunda mano junto a Patrick (Lucas Hedges) y su novia, que le
despierta una de las pocas sonrisas que le vemos en la película.
El mar y ese barco, el Claudia Marie, que al final
descubriremos como el nombre de su madre, que resultarán simbólicos. Un barco
que se plantean vender, algo a lo que se opone Patrick, porque de alguna forma
acaba significando la conservación del legado familiar, del espíritu de su
padre. La venta de unas armas posibilitará la compra de un motor de segunda
mano que haga viable su sostenibilidad. Lee se opondrá de entrada, pero en su
evolución será el que encontrará las soluciones. George (C. J. Wilson), el
entrañable amigo de la familia, intentará ayudar en todo lo posible, será el
que acabe adoptando a Patrick, haciendo las veces de tutor.
Es un camino de redención, pero huye de los pasos tópicos y
transitados, incluso en su conclusión.
El flashback vertebral se planteará con un montaje alterno,
yendo del pasado al presente en la reunión de Lee con el abogado. Un
testamento, el del hermano, que lo deja como tutor de su hijo hasta que cumpla
los 18 para perplejidad de Lee, que se vería obligado a mudarse allí, a
Manchester, New Hampshire. Esa responsabilidad lo llevará al pasado, al
flashback en el que perdió a sus hijos, a aquellos momentos de inmadurez,
juergas con amigos hasta las dos de la mañana e irresponsabilidad… un pasado que
le aplasta, una responsabilidad para la que no se siente preparado, pero que el
hermano consideraba necesaria tanto para él como para su hijo.
Flashbacks que no sólo se limitan a la vida de Lee, aunque
se basan en su punto de vista, también lo serán de su hermano, Joe, con su
mujer borracha…
Un pasado que atormenta, que siempre se menciona, que además
va creando un aura especial sobre Lee, ya que varios mencionan ese pasado antes
de que se nos informe qué ocurrió.
Curiosamente, en uno de esos flashbacks, también con un aspecto
dramático, lo veremos al margen. Es cuando le dan la noticia de su enfermedad a Joe (Kyle Chandler). Intervendrá para protestar ligeramente por comentarios
de su cuñada, pero lo veremos casi de espaldas, aparte. Una escena retratada
con panorámicas. Lo mismo cuando los amigos consuelen a Patrick tras el
fallecimiento de su padre, charlando sobre Star Trek o Matrix… Ahí, Lee se
mantendrá al margen, en la cocina, comiendo su pizza…
Patrick tiene la vida opuesta a Lee. Tiene muchos amigos,
actividades, dos novias. Lee se va dando cuenta de ello, y de que no lo quiere
arrastrar a su mundo. Ve esa luminosa vida, la que él tuvo en un lejano pasado,
y no quiere que la pierda. Cuando se ve obligado a ser su tutor cambiará su
actitud en cierta forma, adquiriendo más responsabilidad: lo que era aceptación
(dejando a la novia dormir en casa), pasará a ser un mayor control (no dejará
que se quede en la segunda intentona porque esa novia no acaba de gustarle, ya
que lo cierto es que es una entrometida algo controladora). No tienen nada en
común, ni la música que Patrick quiere enseñarle.
-Lee: ¿Esas también son tus novias?
-Patrick: Les gustaría.
Un chaval que quiere disfrutar la vida, que no es consciente
de los problemas ajenos en el egoísmo de la juventud, que llega a pensar que su
tío quiere deshacerse de él cuando accede a que vea a su madre, en una plena
contradicción, ya que poco antes se quejaba de lo contrario. Un tío que se ve
sobrepasado por una responsabilidad que lo aterroriza. Ambos confundidos.
La relación tío-sobrino está maravillosamente retratada,
en una exposición plena de naturalidad, donde se intuye un amor y cariño de
mucho tiempo, donde las trifulcas y pequeñas discusiones o enfados nunca se
traducen en rencor o malos modos, siempre comprensivos, con sus egoísmos y
manías, pero con su cariño como bandera anteponiéndose a todo.
Y es que Lee sí sufre una evolución. Asume su
responsabilidad y a la vez intentará que su sobrino sea feliz. Simplemente se
muestra incapaz de quedarse en ese lugar que tantos malos recuerdos le trae.
Lee ha tenido demasiadas pérdidas como para recomponerse del todo. Por ello, irá
negociando con Patrick plazos, dónde quedarse, hasta cuando… Irá buscando
opciones hasta que dé con la clave… Buscará trabajo, pero su pasado lo
perseguirá.
Es ahí donde surgirá la opción materna, una madre
irresponsable a la que Lee no aguanta, incluso colgará el teléfono. Cuando Lee vea
depresivo y sin ganas de ver a sus amigos tras la incómoda comida con su madre a Patrick,
planteará la venta de unas armas para conseguir el motor de segunda mano
necesario para el barco…
Las fotos de sus hijos serán un elemento importante en la
parte final. Volverá a Boston para recuperarlas junto con otras cosas, ya que
necesita quedarse más tiempo en Manchester. Unas fotos de las cuales no vemos
nada más que los marcos. Habrá un momento, fugaz, como tantos en la película,
en el que Patrick suba a la habitación de Lee para buscarlo, y al no encontrarlo
allí fije su mirada en esas fotos. En ese momento el sobrino parece adquirir
conciencia del dolor de su tío.
Una película profundamente detallista en muchos momentos,
que sigue paso a paso el periplo para el funeral del hermano, sus gestiones, en
lo que parece más un documental que una narración, pero a la vez acaba
definiendo una narrativa impresionista en su desarrollo.
Lonergan pretende capturar un pedazo de vida, y para ello recurre a una exposición impresionista, realista, vertebrada en la naturalidad y la digresión, las estampas cotidianas sin narración definida. Esas estampas con Lee trabajando, en el bar, en su casa, en el flashback que muestra a su familia, en el coche cuando debate con su sobrino si entrar o no a ver el cadáver de su padre y arranca el coche en la confusión… Es esto lo que ocupa la mayor parte del metraje, escenas intrascendentes, cotidianas, naturales, sin interés narrativo, pero con sentido para desarrollar lo que bulle en el interior de los personajes y sus relaciones… Errores, confusiones, llaves que se caen, coches que no se recuerda donde se aparcaron… Recalentar una pizza del día anterior, un chico ensayando con su banda (con ese batería que nunca va a ritmo), escenas de humor y sexo interrumpido…
-¿Quieres follarme o no?
-Sí.
Porque la película está llena de sutilezas. Especialmente en
esa evolución de Lee, que se opondrá a comprar un motor pero tendrá la idea
para hacerlo, que no soporta a la madre de Patrick pero propiciará el
encuentro, que no ayuda mucho a su sobrino en casa ajena para tener sexo pero
le dejará dos horas en la propia para que se satisfaga, que buscará la mejor
opción para que conserve su vida y buscará una casa con una segunda habitación
para cuando Patrick guste de visitarlo… Se abrirá e intentará hacer de padre en
todo momento. Terminará relacionándose con algunos lugareños del que es su
pueblo obligadamente...
Ese final, con esa conversación donde Lee reconoce su
incapacidad, donde se reconoce como un ser roto que necesita alejarse de aquel
pueblo, y el abrazo entre tío y sobrino, es hermoso. Como lo son las
estampas de ambos jugando con una pelota y comiendo helado, que se funden con
el plano que cierra la película, compartiendo un día de pesca en el barco, ese
barco que lo es casi todo, al aire libre.
“No puedo superarlo. Lo siento”.
Una culpa insoportable, muy en la línea de la condición
católica de los protagonistas, que intenta redimirse, pero sólo lo logra a
medias. Una película que se convierte en gran testamento sobre esos temas: la culpa,
la pérdida, el amor en muchos sentidos…
Mucho metraje se ocupará en intrascendentes charlas sobre
las gestiones que el funeral acarreará: llamadas a conocidos, preparar el
entierro, contratar con la funeraria, el frío y las dificultades para enterrar
el cuerpo, su conservación en un congelador… Esa fugaz visita al cementerio de
Patrick, la búsqueda de trabajo de Lee, la escena con la vuelta al trabajo del protagonista
y ese anciano que habla de su familia y la muerte, el helado que compra Patrick
paseando junto a Lee, el partido de los Celtic o de hockey que ven los
personajes…
El uso de la música clásica, buscando aumentar la intensidad
de las emociones, no acaba de funcionar bien en esta realista y distante
propuesta, ya que es un elemento enfático, artificioso, innecesario,
contradictorio con dicha propuesta. Música clásica muy bella, con Händel y
Albinioni, pero una decisión que se antoja poco acertada. Esto mismo ocurre en
el funeral, con algunos incómodos encuentros y un mayor énfasis aún recurriendo
a las cámaras lentas.
Y en medio de ese drama subyace un particular humor, que
casi estalla como una risa nerviosa, muy sutil, equilibrado, pero presente,
como en la vida misma, en lo que es uno de los grandes detalles del film. El
clínex para el amigo, la urticaria mencionada por la doctora…
Tres miembros del reparto están nominados, desvelando el
punto fuerte del film.
Casey Affleck, el hermano de Ben, es el principal candidato
al Oscar como actor principal. Con su estilo minimalista, hierático (tan criticado en su hermano), afronta
un complejo papel donde la vida ha hecho costra y la redención y la superación
parecen un trabajo hercúleo, donde la vida le obliga a participar aunque él
había elegido dejarse llevar. Deja momentos sobresalientes en su matizado trabajo
y, aunque no soy un apologeta de estas cosas, es recomendable disfrutarlo en
versión original en esta ocasión, ya que muchos de esos matices corren el
riesgo de perderse en el doblaje (quizá, porque no la he escuchado doblada), ya
que en su voz, a veces quebrada, se insinúan muchísimas emociones.
Lucas Hedges es la sorpresa del film. También nominado, deja
una interpretación fresca y vital.
Michelle Williams ha logrado una nominación al Oscar por su
pequeño trabajo en esta película. Nominación exagerada a todas luces, ya que
aparece en dos escenas y algún plano más. Destacable es su escena junto a
Affleck en su casual encuentro, un hermosísimo y duro momento para la pareja
lleno de perdones, malas conciencias, arrepentimientos, amor y deseos… y una
barrera de dolor e incapacidad comunicativa que da al traste con todo. El amor
y las barreras emocionales. Los dos actores están magníficos. Una escena al
aire libre, donde Lee se siente liberado y a la vez inseguro.
La pelea del bar que acontece a continuación es fruto de su
incapacidad, de no poder corresponder a sus propios deseos.
Hay curiosas y buenas apariciones en los papeles
secundarios, como la de Tate Donovan como entrenador de hockey, el entrañable
Matthew Broderick, como el religioso nuevo novio de la madre de Patrick, o
Gretchen Mol como la madre de Patrick. El propio Kenneth Lonergan tiene un
pequeño papel. Debo reivindicar a Kyle Chandler, un secundario de lujo que
lleva tiempo apareciendo en grandes proyectos, muy valorados, especialmente por
el trabajo de sus actores, sin recibir reconocimiento (Carol, El lobo de Wall
Street, Super 8, Argo…).
Quizá se alarga en demasía, porque es cierto que aquí no
podemos decir que no sobren planos, por supuesto que puedes prescindir de muchos
en su retrato cotidiano y hacerla más corta, o incluso sustituirlo por otros
sin que mermase el mensaje, pero el resultado final funciona, especialmente si
entras en su cadencia y sus muchos matices, pero requiere un ligero esfuerzo.
Más negativo es el uso de determinados elementos para enfatizar un dramatismo
sordo y duro que debería hablar por sí mismo según el planteamiento e
intenciones de Lonergan, como el mencionado uso de la música, con Händel y
Albinoni como protagonistas.
Una película honesta, descarnada, que huye del convencionalismo,
profunda, auténtica, que ahonda en la tragedia de esas vidas quebradas y en la
complejidad de las emociones humanas sin sentimentalismo ni sensiblerías. Un dolor
íntimo, un llanto sordo, que entendemos a la perfección sin necesidad de
grandes discursos, sino a través de los silencios, como suele ser en la vida.
Un mar de tristeza, dudas y desconcierto, denso, lento, en el que flotan esas
vidas a la deriva, como si ese barco tan importante en la narración no llevara
capitán.
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