miércoles, 15 de febrero de 2017

Crítica LION (2016)

GARTH DAVIS










Cuando aspiras a ser Dickens escribiendo la Odisea y te la pegas… Si Homero cobrase derechos de autor por todas las películas que tienen la estructura y concepción de la Odisea no habría muerto… No es raro pensar en la posible joya que podría haber realizado el Zhang Yimou más minimalista, el de “Ni uno menos” (1999) o “El camino a casa” (1999), con una película como esta.


No es que sea mala, pero este primer trabajo de Garth Davis (había realizado algún trabajo para la televisión) se cae bruscamente en la segunda mitad transitando todos los lugares comunes más sensibleros y evidentes, efectivos sin duda, pero que decepciona tras una más que aceptable primera parte de puro cine.






Lion” cuenta la historia real de Saroo, un joven de cinco años que se perdió en Calcuta a 1600 kilómetros de su casa y, por afortunados avatares del destino, acabó siendo adoptado por una familia australiana. 25 años después y gracias a Google Earth intenta encontrar la que fue su casa y a su familia. Basada en una historia real.

Una primera mitad donde tan expresivos son los picados y planos cenitales como el rostro de Sunny Pawar en ese retrato documentalista por la India.






Se marca con claridad del contraste entre los tres lugares frecuentados por Saroo. La calidez de su poblado, donde entre robos de carbón y pequeños chanchullos consiguen un sobresueldo para malvivir; la impersonal Calcuta, llena de peligros, amenazante; la acomodada y lujosa Australia, donde Saroo podrá educarse y tener una vida feliz. Los parajes áridos y naturales de Khandwa y Ganesha Talai, donde un vaso de leche es un manjar, donde todo es miseria y falta, donde no se sabe ni leer ni escribir, donde desde niños deben trabajar duro para poder comer, aunque se tienen muchos sueños. La caótica metrópoli naturalista, sucia y deshumanizada de Calcuta, donde la trata de blancas, la miseria, el negocio con los niños, de los que desaparecen 80.000 cada año en India, que son raptados, es el día a día; donde Saroo vivirá mendigando o rastreando basura… Y de ahí a una civilizada Australia, una familia acomodada. Un tránsito que nos lleva de 1986 en Khandwa, al oeste de Bengala, a 1600 kilómetros, en un tren que hacía las veces de prisión, ignorante a los angustiosos gritos de Saroo. A Hobart, Australia, en 1987. A Melbourne en 2008. Hobart, Tasmania en 2010. El retorno a Khandwa, Ganesha Talai, en India, en 2012.




Saroo tiene carácter, su afabilidad y simpatía no esconden una determinación que lo salvará de difíciles situaciones y lo ayudará a sobrevivir durante dos meses en Calcuta en plena soledad. Un chico avispado e inteligente que intentará comunicarse en hindi en una ciudad en la que no conoce el bengalí. Que huirá al olerse la tostada en esa pequeña y placentera isla homérica en forma de casa cuando conozca al tal Rawa (Nawazuddin Siddiqui), demostrando que sólo es confiando cuando cree que debe serlo.




La primera parte de la película tiene un estilo bastante documental, con muchos planos generales que retratan el abismo en el que está sumido ese pequeño, solo y desamparado. Descripción de un universo amenazante, retrato de la miseria, donde miles de personas mendigan; se bañan, rezan y lavan la ropa a la orilla del río; buscan comida y utensilios en la basura; bandas van capturando niños para sus negocios, como en la escena del metro o con esa amable desconocida que encuentra a Saroo; el analfabetismo a la orden del día; el orfanato bien parece una cárcel, donde se les dará formación a lo bruto, un retrato naturalista enmarcado en cristales sucios y techos enrejados… No se alejará del puente, lugar nuclear y esperanzado para el crío. Una primera parte que tiene incluso algo de Abbas Kiarostami, en un plan más lujoso y dickensiano.




Una odisea, un viaje a Ítaca, donde también habrá sirenas, como esa desconocida (Tannishtha Chatterjee) que ofrece ayuda a Saroo y le da refrescos, pero en realidad sólo quiere entregárselo a su siniestro y baboso novio…


Saroo escapará oportunamente de los secuestros, aunque está retratado de una forma poco concluyente; comerá de altares religiosos gracias a las ofrendas que les dedican… Cabe la posibilidad en esta primera parte de incubar en ese niño la idea de rechazo, de no pertenecer a ningún lugar, pero no se desarrolla ya que es puramente expositiva.

-Saroo: ¿De verdad buscó a mi mamá?

-Mrs. Sood (Deepti Naval): Busqué por todas partes.







Así llegaremos a la adopción y la fácil adaptación gracias a ese carácter abierto y risueño del niño, una familia australiana que le dará comodidades con las que ni había soñado, ejemplificado en ese frigorífico repleto que fascina al crío. Televisión, baño, cama, navegar en veleros, jugar al cricket… las comodidades. Y unas miradas entre madre adoptiva e hijo que son pura complicidad. Dos padres que buscan cuidarlo y protegerlo. Un año antes de que llegara su hermano adoptivo, Mantosh (Keshav Jadhav), un chico con más dificultades de adaptación y que será recibido con un dibujo de Saroo.



El abrazo entre madre e hijo en la infancia de Saroo, como ese bello gesto en el que seca las lágrimas a su madre, confirma la adaptación plena del chico. Es el punto final a esta primera parte.







Hay un interesante juego con la comida, con los olores y sabores de la misma, como elemento de vínculo, de unión a las raíces. Veremos tomar leche al principio, como si fuera una comunión; a Saroo se le antojarán unos yalebis, dulce típico indio, que 25 años después verá en casa de sus amigos, olerá, probará y viajará al pasado; junto a sus amigos comerá con los dedos, como cuando era niño; el frigorífico será el elemento de distensión a su llegada a Australia; las comidas serán momentos de confidencias y conflictos; aprenderán algunas palabras en inglés relacionadas con la mesa y la comida que también se aplicarán para romper el hielo en Australia…



La segunda parte no funciona igual de bien. Los conflictos se antojan forzados, las relaciones tampoco están bien desarrolladas, los cambios en los personajes son bruscos y poco justificados. Nos reencontraremos con Saroo 20 años después, con una vida asentada y un proyecto en Melburne para estudiar el mundo de la hostelería, problemas con su hermano, un chico difícil que ha hecho sufrir a su madre, un rencor que Saroo lleva dentro, y metido en asuntos raros (quizá drogas) como se insinúa. Tiene amigos y novia, Lucy (Rooney Mara).


Tras oler y probar la comida de su infancia se sincerará con sus amigos, produciéndose un brusco cambio en Saroo, que parece llevarlo repentinamente a la obsesión. Una perturbación que, aunque comprensible, estalla de una forma extraña y poco convincente en su retrato dramático, generando conflictos y un deterioro en la psicología del personaje que, aunque beneficiado por el gran trabajo de Dev Patel, no convence. Se hará adicto al Google Earth que le recomendaron sus amigos, haciendo cálculos de velocidades y distancias, alejándose de su novia, pero la progresión dramática es deficiente, o bien muy elíptica, con lo que el cambio de actitud choca en el espectador. Aislándose del mundo, vaivenes con su novia (en más momentos soporíferos y narrativamente nulos).





Además, Davis comienza a filtrar de manera desenfrenada planos del pasado en el presente de Saroo para retratar ese recuerdo cada vez más acuciante y recurrente, en una intención poética que también acaba por saturar y hacer perder fuelle narrativo a la película, más introspectiva y reiterativa. Un bache narrativo del que cuesta salir, que chirría con el tono general anterior. La llamada de la naturaleza, de su pueblo, de su familia, de su hermano y su madre… Planos del hermano buscándolo o en estampas que vivieron juntos, vinculadores planos de la madre y Saroo yendo por lugares similares…




Por supuesto, habrá redenciones y perdones, en este proceso exprés de evolución psicológica. Con el hermano, la novia, los padres, a los que explicará todo… denudando aún más la deficiente narrativa de esta segunda parte, que busca el efectismo dramático y emocional, algo que consigue, claro. Es bonito, para que no haya equívocos, el mensaje que Saroo manda a su madre adoptiva dejando las cosas claras: su amor y su figura, reivindicadas.

Notable es, en cambio, la escena con el Google Earth donde Saroo encuentra por fin su casa. Detallada, con un calculado suspense y emoción y un perfecto tempo, una escena muy socorrida en el cine de terror, aquí adaptada al drama. Una repentina inspiración y un recorrido de vuelta desde la memoria a través de un programa informático. La memoria y el anclaje que supone la infancia, retratados.






El reencuentro recae en cierta reiteración. Además está estirado al máximo, sacudiéndote para que sueltes la lagrimilla, aunque es, evidentemente, emotivo, por sensiblero. Una madre y una hermana (muy obviada durante la narración ya que la recordaría menos) vivas, y un hermano, su querido hermano Guddu (Abhishek Bharate), que murió el mismo día que se perdió Saroo, buscándole entre los andenes y las vías arrollado por un tren. Patel está muy bien en la escena, rodeado de esa hospitalaria comunidad que lo recibe.




Las mariposas iniciales en las que Saroo parece bañarse adelantan su transformación, un recurso que parece simbólico pero al que no se le saca mucho partido o sentido. Posteriormente veremos otra mariposa donde Saroo encuentra una cuchara, indicio de que algo va a cambiar, como así será, cuando un cliente sienta empatía por ese pequeño y lo lleve a las autoridades tras bromear con él, intentando ayudarlo. Hay además una especial complicidad entre el mundo infantil en la película, que se entiende con simples miradas, como cuando Saroo se tumba con esos otros niños perdidos en el metro, retratado en colores ocres; cuando conoce a esa chica en el orfanato o todos los allí recluidos se alzan en una voz a cantar una canción infantil…



Los trenes serán básicos en la estructura narrativa del film. Símbolos de la vida y sus azares. De un tren robarán carbón; un tren sin pasajeros en el que se queda dormido aleja a Saroo de su vida y le lleva a otra muy distinta; otro lo llevará al orfanato…  Son numerosos los trenes que salen en la cinta, como las vías, que llevarán a través de Google Earth al protagonista a su casa. Vías y trenes como la vida, el recuerdo, como esa escena que despide la película junto al recuerdo de su hermano. Como los andenes, lugar de abandono, de espera, donde Saroo se perderá, donde iniciará una nueva vida en un lugar desconocido…





Una historia sobre la maternidad, los lazos invisibles que nos unen y forman, las raíces, la familia, la adopción y la identidad, que se desarrolla en la primera parte de forma documentalista siguiendo la vida cotidiana de Saroo (Sunny Pawar) y su familia rodeados de miseria en su pequeño pueblo de la India.


Una película sin grandes rasgos de estilo y los que pretende, en la segunda parte del film, son poco afortunados. En la primera parte se filtrarán determinadas estampas, recuerdos, de Saroo con su madre, en el lógico anhelo. Hay muchos fundidos a negro, algunos en forma de elipsis para el sueño, otras más largas… Davis usa mucho el primer plano, sobre todo en la segunda parte del film, más introspectiva, con un montaje ágil. Tapa en muchas ocasiones una parte del encuadre con algún elemento del decorado u otro personaje para dar sensación de imprevisibilidad o espontaneidad, con una cámara ligeramente inestable. Reflejos para esa escisión en su identidad que sufre el protagonista. Un estilo distinto al documentalista de la primera parte.




Un buen ejemplo del uso del primer plano lo tenemos en la tensa escena de la cena familiar, retratando la división y crispación.

Los planos finales son también muy emotivos, con imágenes reales del encuentro de ese hijo con sus dos madres en India, en 2013. Una madre que no se mudó de su poblado porque sintió el pálpito de que su hijo volvería. 25 años después, el 12 de febrero de 2012, se produjo ese reencuentro. Ese “León”, que es lo que significa su nombre, que nunca pronunció bien cuando era pequeño, Saroo, siguiendo el rastro de sus raíces.



Impagables los ojos y la sonrisa del pequeño Sunny Pawar. Y es que el punto fuerte de la película son las interpretaciones, de hecho Kidman y Patel están nominados. Kidman hace un gran trabajo, especialmente en la escena donde explica sus razones a Saroo, los motivos que la llevaron a adoptarle, derrumbando los prejuicios de su hijo, ya que no fue por un problema médico, sino que adoptaron a los dos por propia voluntad, para ayudar a niños desvalidos antes de traer a otros. Un gran momento de la actriz. Patel también hace un trabajo muy cuidado en su introspección y deterioro psicológico.



Lion” parece más un corto o mediometraje alargado, que funciona mucho mejor en su primera parte, para después introducirse en vericuetos más convencionales, artificiosos y manipuladores emocionalmente, lacrimógenos, aunque efectivos. Es loable y justificable su ambición de emocionar, a pesar de sus defectos dramáticos. Aceptable.




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