Magnífica película de animación de la productora Laika, especializada
en stop motion, que parece el nexo de unión de Disney con el cine de Hayao
Miyazaki en Ghibli, aunque, por desgracia, tiene pocas opciones ante “Zootrópolis”
de la propia Disney en los Oscar, que ya ganó el Globo de Oro.
Laika ha entregado varias películas interesantes, de distinto nivel, desde la brillantez de “Los mundos de Coraline” (Henry Selick, 2009),
pasando por la diversión de “El alucinante mundo de Norman” (Chris Butler, Sam
Fell, 2012) hasta llegar a la correctita “Los boxtrolls” (Graham Annable,
Anthony Stacchi, 2014). Una productora bastante burtoniana en su concepción y
estética que aquí apuesta por el stop motion mezclado con la animación tradicional
y el CGI, la informática, para crear un fascinante y mágico universo en el Japón
antiguo.
“Kubo y las dos cuerdas mágicas” merece todos los reconocimientos,
porque es una de las mejores películas del año (merecería tener nominación en
esta categoría), profunda y honda, que trata temas nada infantiles como el
perdón, la asunción de la muerte y la pérdida, la esperanza y la necesidad de
los recuerdos. Una especie de “Mago de Oz” oriental en el transitar del
protagonista que satisface plenamente. Una animación, la de Laika, francamente
madura que, esta sí, satisface a adultos y niños, donde lo siniestro suele ser
pieza clave y la imaginería terrorífica a menudo está presente.
Kubo es un niño que vive en una montaña junto a su madre,
que padece un extraño encantamiento que sólo le permite raptos de lucidez
durante la noche. El chico tiene orden estricta de volver a casa antes del
anochecer. Un día, tras alargar su labor de contador de historias, se retrasará
incumpliendo ese mandato, despertando a un espíritu vinculado a su familia que
le busca desde el día de su nacimiento. Desde ese momento, Kubo se verá
obligado a una desenfrenada y continua huida que le llevará a descubrir los
secretos de su familia con la sola protección de una mona y un escarabajo samurái
parlantes. Kubo no debe salir de noche y llevar siempre una figura de un monito
como protección, reglas un poco a lo “Gremlins” (Joe Dante, 1984).
Cultura oriental.
El director, Travis Knight, nos presenta un universo mágico
lleno de dioses y espíritus, de magia y pasados familiares escabrosos en la
rica cultura oriental, en un viaje fascinante y fascinado por aquella cultura,
por el Japón antiguo y mítico, ancestral. Se recrea en muchos elementos de la cultura
oriental y japonesa. Desde la comida que vemos preparar a Kubo, los
vestuarios, con los kimonos, los yukatas… El shamisen (instrumento de tres
cuerdas que se toca con una uñeta llamada bachi) que usa Kubo como instrumento
para recrear sus historias; el origami… Damos un buen paseo por esa fascinante
cultura oriental, nipona, por su mitología y gusto por lo fantástico, con sus personajes
característicos y seres extraordinarios, samuráis aventureros, dragones,
espíritus… Comerán pescado crudo, atravesarán largas llanuras decoradas con
derruidas estatuas de samuráis, contenedoras de un pasado casi extinto. También
hay alguna en pose de meditación. Garzas que transportan las almas de los
difuntos; el dragón, que no podía faltar, y que aparecerá para el clímax... Ni
que decir tiene que hay muchas metáforas o elementos simbólicos o alegóricos
que deben interpretarse desde cierta perspectiva oriental. Así, los
animales que salen y protegen a Kubo tendrán un sentido. Desde la mona y el escarabajo
parlanchines hasta la ballena donde la mona resguarda a Kubo de la nieve tras
huir de sus despiadadas tías. Una ballena que tiene hasta reminiscencias
bíblicas y simboliza la claridad emocional, perfecta guía por las emociones
confusas, ambiguas, para lograr la calma y la serenidad, la lucidez, en las
situaciones de mucha responsabilidad, algo que tiene pleno sentido con la
aventura que va a acometer Kubo en ese nuevo comienzo. El escarabajo, en Egipto, representaba al sol naciente, símbolo
de la resurrección en la mitología egipcia. La mona remite a “los tres monos
sabios”.
El origami, el papel, es una evidente metáfora de la
creación y la transformación, con mucha presencia en la narración. Y es que
todo se transforma en la película: los padres adquieren forma animal, los
muertos pasan a ser espíritus y recuerdos, los papeles de Kubo adquieren múltiples
formas para contar sus historias…
La familia.
Todo lo que relata “Kubo y las dos cuerdas mágicas” está
relacionado con la familia y su esencia, en una obra de orfebrería del guión
que integra este tema con todos los demás (los recuerdos, el pasado, la
realidad y la ficción…) con plena coherencia y maestría. Esa familia que se va
formando y va adquiriendo un pleno sentido conforme avanza la narración.
La madre contará historias de su padre, un gran y valeroso
samurái, un padre amantísimo asesinado por el abuelo y las tías de Kubo. Una
familia materna que representa el lado negativo, los villanos de la función,
personificaciones del orgullo, la soberbia y la cerrazón. Malvados enemigos que
nunca duermen, una idea fascinante. Él es el Rey Luna, explicación a que la
madre prohibiera a Kubo salir de noche, ya que la Luna lo ve todo. Fueron ellos
los que robaron el ojo a Kubo. Quieren el otro y que vuelva con ellos.
Es en esta dualidad donde la madre de Kubo sufre, tiene
pesadillas, aparece perturbada, en el centro de una absurda guerra donde trata
de proteger a la familia que ella creó de la familia de la que procede… Ella era
la tercera hermana, vivía junto a ellas y su padre en los cielos, hasta que se enfrentó a un valeroso samurái que
la enamoró porque la humanizó, descubriendo en su humanidad el antídoto contra
la frialdad que reinaba su vida.
“Tú eres mi misión”.
Y es que poco sorprende cuando se desvela que la protectora
simia contiene el espíritu de la madre de Kubo, por lo que las sospechas hacia
el escarabajo se agudizan, confirmándose poco después, como el contenedor del espíritu
paterno.
La historia se dispara cuando Kubo incumple las reglas
maternas, pero lo hace también por el lógico apego familiar, cuando la
entrañable anciana del pueblo encamine al chico a algo demasiado tentador: comunicarse con su padre… Por supuesto, recibirá silencio.
Un chico en apariencia desarraigado que encontrará una
disfuncional familia… no tan disfuncional. Dos protectores de roles casi
opuestos que se atraen en cierta medida (en realidad son tres con ese guía
samurái hecho de papel). Son evidentes los gestos de coquetería de ambos según
avanzamos, en un excelente guiño. Representando una necesaria dualidad con la
sobreprotectora mona y el alentador y positivo escarabajo. Una mona maternal
que quiere que Kubo no corra riesgos y un escarabajo paternal que le anima a
afrontar retos y aventuras, elogiando sus hazañas. Una maternal relación con la
mona, que se intuye especial desde el primer momento, un divertido y encantador
escarabajo desmemoriado (un poco como la Dory de “Buscando a Nemo”)... Derrochan un gran sentido del humor, muy particular, especialmente el personaje del escarabajo.
“¿Sabes una cosa, Kubo? Cuando sólo contabas historias,
antes de emprender esta gran aventura, ya entonces tenías mucho de héroe”.
La propia misión, planteada con ternura, sensibilidad y
capacidad de fascinación, tiene algo de metafórico: Encontrar la armadura que
fue de su padre para que lo proteja, como hace la familia. Una armadura que se irá
formando conforme superen las misiones, pero que también se cobrará su precio.
Espada, yelmo y casco.
“Tú has salido más a tu padre, ¿no?”
Es comprensible el sentimiento de traición que tiene el
abuelo de Kubo ante los actos de su hija, renunciando a su concepción de
familia, abrazando el amor y la humanidad, pero también denota un carácter
autoritario e intolerante, enfermizo.
“… serás infinito”.
La familia y todo lo que ello conlleva como el verdadero
legado.
Metalingüismo. Narración artística.
Se juega con el metalingüismo en base a una reivindicación
explícita y marcada de la narración artística en todas sus vertientes,
comenzando por el relato oral. Una introducción, que nos presenta la película
insinuando aspectos mitológicos y mágicos con una madre que protege a su hijo
de un desconocido enemigo, acaba convertida poco después en un relato de
entretenimiento contado de madre a hijo y de ese hijo a todo el que quiera
escuchar en el pueblo al que desciende para conseguir algo de dinero. Convirtiendo
una realidad en leyenda.
La llegada de esa madre y ese hijo será a una orilla, tras
superar imposibles olas, lugar simbólico de la vida o la muerte, de un nuevo
inicio.
Relatos orales que son fundamentales para Kubo, que son su
base cultural y casi espiritual, relatos que le cuenta su madre día tras día,
que parece despertar por las noches en pequeños raptos de lucidez, saliendo del
hechizo, plantando la semilla de su padre en Kubo. Siempre son historias de su
padre, sus aventuras de samurái. De la familia en suma.
No sólo el relato oral aparece en la película. Es evidente
el guiño al cine, en ese juego metalingüístico, cuando Kubo recrea sus
historias con su instrumento mágico y sus figuras origami, que cobran vida a su
son para entusiasmo de los lugareños a los que visita en el pueblo. Un contador
de historias que omite el final o que no sabe cómo acabarlas, en una clara muestra
de la insatisfacción y anhelo que siente por la ausencia paterna. El mismo
abuelo, convertido en dragón, hablará de poner “final a tu historia”, en un
evidente eco. Posteriormente le pedirá a Kubo que le recuerde su historia, una
vez redimido.
“El final de una historia no es más que el principio de otra”.
Concepción de legado, continuidad.
Y es que lo mágico, en este cuento fascinante, tiene capital
importancia, en perfecta coherencia con esa idea metalingüística, ya que
realidad y ficción se mezclan y fusionan, donde lo fantástico acaba pareciendo
real y lo real convertido en leyenda. Un samurái de origami guiando a los
protagonistas; pájaros de papel sobrevolando el cielo, ese barco construido con
hojas, ese escarabajo que confunde realidad y ficción, personificación perfecta
de la idea (creerá, por ejemplo, que su lucha con el monstruo huesudo fue un
sueño)...
Los ojos, vehículo hacia la inmortalidad.
El pasado y los recuerdos incentivan algunas de las más
bellas y poéticas reflexiones de la película. Unos recuerdos que posibilitan
los relatos que vendrán en el futuro, que a su vez han sido regados y nutridos
con las propias vivencias y otros relatos pasados. El honor y respeto que merecen.
Honrarlos, crearlos y conservarlos. Tanto los recuerdos como los relatos son
indispensables en toda la idea y concepción del film, ya que a través de ellos
se llega a la verdad, al conocimiento, a la familia, a la inmortalidad. Recordar,
relatar el recuerdo y extenderlo es la forma de hacer inmortal nuestra vida y
la de nuestros seres queridos, en ellos se contiene toda la gama de los
sentimientos, se guarda la vida que se fue.
El Rey Luna pedirá a Kubo que le recuerde su historia, que ha
olvidado. A Hanso, el padre de Kubo convertido en escarabajo, se le hurta su
memoria, robándole los recuerdos, que es como la muerte en vida en la tesis de
la cinta. Kubo sólo conoce relatos de su padre, pero a través de ellos llegará
al pasado y a la verdad sobre él y su familia. En ellos vivirá, lo hará revivir
en cada ocasión en la que él mismo relate las historias. Un pasado y unos
recuerdos que a veces llevan a malentendidos o sentimientos negativos.
“Tu historia jamás terminará. Será contada por él y por la
gente con la que él la comparta… La cuestión es que tu historia seguirá viva
en él". “Me parece que he olvidado mi historia. ¿Puedes ayudarme?” “Él
le contará todas las historias que usted ha olvidado”.
Es aquí donde tienen vital importancia los ojos. Los ojos en
“Kubo y las dos cuerdas mágicas” son el vehículo hacia la inmortalidad y la
humanidad porque son los que capturan esos recuerdos. Es por ello que tendrán
tanta presencia en la narración. En la mencionada escena introductoria veremos
como madre e hijo aparecen heridos en su ojo izquierdo, de hecho a Kubo le
falta ese ojo, ya que se lo robó su abuelo. El propio abuelo, cegado
inicialmente, adquirirá la visión en un ojo, ¿quizá el que robó a Kubo?
La madre de Kubo explicará en su historia cómo las miradas a
los ojos con su padre eliminaron la frialdad de su alma y la enamoraron, gestando
así al propio Kubo. En cambio, el abuelo del protagonista quiere su otro ojo
para evitar eso mismo, la conciencia de humanidad, conservando o adquiriendo
una fría perfección alejada de lo humano.
Estilo.
La dirección de Travis Knight rezuma elegancia, poesía y
sensibilidad gracias a una gran capacidad alegórica y metafórica. Observad el
uso que hace de las transiciones, francamente bellas y poéticas, resaltando el carácter
de cuento y relato de la propia película. Se utilizan sobre todo en aparentes
tiempos muertos, en el vagar de los personajes, cambios de plano que nos
sorprenden al esconder el corte pero llevándonos a una nueva angulación una vez
nos ha tapado parte del objetivo algún elemento del decorado. Esa luna real que
recibe una gota de agua y nos lleva a otro escenario en una hermosísima y
poética transición… Usa muy bien las angulaciones, los picados y contrapicados para los momentos más tensos, como las peleas.
La tierna escena de Kubo cuidando a su madre enferma,
preparándole la comida, atendiéndola, mimándola, mirándola comprensivo y
cariñoso en silencio, sin necesidad de palabras, dedicándose al origami a su
lado e intentando hacerla reaccionar, es un ejemplo más de la exquisita
sensibilidad que tiene esta película.
No sólo destaca la dirección de Knight por la poesía y los
momentos más íntimos, también lo hace con la atmósfera y los momentos épicos y
de acción. Sólo hay que apreciar y disfrutar de las impactantes y terroríficas
apariciones de las tías de Kubo, esas voces en eco y ese look, con esa máscara
neutra y sonriente que no deja ver su rostro, desposeyéndolas de identidad,
haciéndolas más terroríficas. Su primer encuentro, en esa noche amenazante,
pone los pelos de punta. Quizá son poco sutiles, pero imponen.
Además se impone la lógica. La madre saldrá al rescate, pero
debemos recordar que Kubo siempre llevaba su talismán, la figura del mono…
Una de ellas volverá a aparecer para atacar el barco de los
protagonistas, momento precedido de un intenso oleaje marino. Una brillante escena de acción con
pelea en ese sutil barco entre la mona y la tía de Kubo, que termina con la
victoria de la mona, aunque resultará herida.
La otra hermana terminará matando a los padres, y además
sorprende que no aplicaran esos extraordinarios poderes en anteriores encuentros (esas cosas),
pero muriendo a su vez. Cruel y dura pelea, también visual y dramáticamente
impactantes.
La espectacular y divertida escena, un gran reto de los
efectos especiales y la animación en stop motion, del monstruo huesudo al que
nuestros protagonistas pretenden arrebatarle la espada irrompible. Un monstruo
grande, aunque poco ágil y peligroso.
Es muy bella la forma que tiene el director de retratar la
muerte a través de objetos: la máscara rota de la villana (lo mismo ocurrió en
la pelea marina), la cuerda del arco del escarabajo, la figura del monito
partida por la mitad, el origami agonizante… Y para poesía el final, con los padres, ahora sí, pasando a
ser espíritus para llegar a donde corresponde, convertidos en recuerdos, en
seres eternos gracias a su hijo.
Charlize Theron como la mona, Rooney Mara como las hermanas,
Matthew McConaughey como el escarabajo, Ralph Fiennes como el Rey Luna, son
algunos de los grandes nombres que aparecen en la película. No se pierdan los
estupendos títulos de crédito en animación tradicional y cómo se creó el
monstruo huesudo en stop motion con apoyo de la informática.
Una hermosa película, poética, profunda, compleja y adulta,
superior a la favorita “Zootrópolis”. Una joya de enjundia que está entre lo
más destacado del año.
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