Sublimación perrofláutica de postulados comunistas y
antisistema, profundamente tramposa y manipuladora que no se sostiene bajo
ningún concepto, porque lo que plantea esta película es que en el sistema
capitalista nada funciona, el progreso vino por ciencia infusa y viviendo al
margen de él, en la selva, te conviertes en un superdotado, sin excepciones y
sin edad para lograrlo, además de en un brillante deportista. Deidades terrenales.
Sí, mientras que en la familia protagonista todos tienen un
nivel académico como para dar clases a doctores, incluidos los niños pequeños, y podrían competir contra los mejores atletas, el resto de la
humanidad, contaminados de capitalismo, son torpes, estúpidos, ignorantes, limitados
y superficiales. Vamos, que no se sabe muy bien cómo hemos llegado hasta aquí y
logrado todas esas cosas de las que disfrutamos… Todos sabemos que Estados
Unidos es ejemplo paradigmático de país subdesarrollado…
Una historia que va exasperando a medida que avanza con su
encubierto buenismo y filosofía idealizada e inconsistente, sus personajes
encantadores y buena estética para que todo se digiera mejor. Un maniqueísmo atroz
y vulgar, naïf y estúpido, que además va de profundo con aires de superioridad
moral y ese tono ligero y condescendiente tan actual. Puede que si ven el
cartel crean que están ante una película de Wes Anderson o una secuela de “Pequeña
miss Sunshine” (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), pero nada más alejado de
la realidad.
Y no, amigos, no se justifica con el argumento de que “es una
fábula”, porque las fábulas pueden tener tantas inconsistencias como las
historias que no son fabuladas, cuando sus planteamientos son absurdos o
rezuman incoherencias y contradicciones en las normas planteadas por ellas
mismas.
Si de verdad quieren una reflexión profunda con un
planteamiento similar, vean la fantástica, esta sí, “La costa de los mosquitos”
(1986), el magnífico título de Peter Weir, que se aleja de la brocha gorda y se
adentra con lucidez en las contradicciones de las distintas ideas.
¿Alguien piensa que si todos viviéramos así tendríamos el
nivel de doctores o licenciados y seriamos deportistas de élite? Hay muchos
lugares donde están obligados a vivir de forma parecida y, desgraciadamente, no
salen científicos precisamente, sino que se dan con un canto en los dientes si logran
comer… Gente que vive en condiciones lamentables sin acceso a nada, sin
opciones, que gracias a la sistematización, indispensable en todo, han salido
de ese lodo… Así que esta generalización buscando la crítica es, sencillamente,
desafortunada, como mínimo.
¿Y cómo congeniar esto con las grandes mentes e innumerables
profesionales que se han educado en el tan deficiente sistema capitalista?
¿Cómo es posible que ocurriera?
“Captain fantastic” cuenta la historia de una idílica
familia que vive al margen de la sociedad establecida, en la naturaleza, donde
el padre se dedica en exclusiva a la educación y entrenamiento de sus hijos,
planteamiento que pretende desnudar las contradicciones e inconsistencias del
sistema capitalista americano cuando, tras la muerte de la madre, la familia se
vea obligada a integrarse brevemente en esa civilización y sistema que
aborrecen.
No es una crítica ideológica, que también podría plantearse
así, porque no es el aspecto que me interesa, sino una crítica a su
inconsistencia conceptual y filosófica, por manipuladora, maniquea, falsaria y
tramposa. Es la película la que pretende ser ideológica. No contrapone una abstracción,
como teníamos en “Forrest gump” (Robert Zemeckis, 1994).
Su crítica al capitalismo y demás historias son loables, pero falta profundidad, contraste, para que
la reflexión sea mínimamente valorable. Y aún así su crítica es meliflua,
lánguida, cobardona, aparte de mal elaborada. Se pretenderá eludir el maniqueísmo
inútilmente, con pequeños detalles sin elaboración, por ejemplo en las confrontaciones
de Ben (Viggo Mortensen) con su suegro, Jack (Frank Langella), donde el veterano sonrojará a su
yerno. Y todo esto no significa que no se pueda disfrutar de la historia si te
mantienes al margen, como esa familia, de sus cavilaciones, porque es amena en
líneas generales y tiene un estilo aceptable.
Por supuesto, la crítica al capitalismo tiene sus matices y
contradicciones. El capitalismo es malo, pero si no logras matar una oveja para
comer bien está robar en un centro comercial, porque al fin y al cabo robas al
capitalismo explotador, que es explotador pero está bien montado, es práctico,
útil y cómodo… "Liberación de comida", lo llaman, al estilo Sánchez Gordillo…
La oprimida comida… También se meterán en una cafetería, el problema es que allí
sirven comida que “no es de verdad”, no es saludable. Los nenes querían probar,
pero se quedarán con las ganas. Un padre que va de tolerante pero que sólo se esmera en comer el coco con postulados radicales y extremos. Porque hablará muy mal del capitalismo, pero no dirá ni "mú" si una hija pequeña idealiza a Pol Pot...
Si además lo que se pretende es criticar la sistematización,
es que nos estamos volviendo locos, porque a parte
de una soberana tontería contradice el propio planteamiento alternativo, de
estricto sistema.
La primera parte de la película es efectiva presentando la particular forma de vida de esa familia, en la que ya se filtran las preferencias ideológicas de esos brillantísimos cerebros. Vaivenes en las preferencias que su padre, de pretendida y confusa liberalidad, deja que se desarrollen pacientemente. Angelitos como el camboyano dictador y genocida Pol Pot, estalinistas, trotskistas, maoístas… todo lo que viene a ser la alegría de la huerta y ejemplos de libertad, vamos… Una familia que se enfrenta por hechos azarosos y circunstanciales al sistema de vida americano, su odiado capitalismo, para escenificar las bondades de aquellos y los defectos de este. Al menos Ben (Viggo Mortensen) se mostrará condescendiente y reconocerá que los marxistas pueden ser tan genocidas como los capitalistas, que da por hecho que lo son… Así se define el mayor de los hermanos, maoísta tras ser trotskista. Una familia que rezuma prepotencia cultural y de todos los colores continuamente.
“¡El poder para el pueblo!” “¡Abajo el sistema!”
Su crítica al sistema educativo está conseguida, así como la
concepción global de cultivarse a uno mismo fuera de ese sistema en estado de
excepción, donde la exigencia, el esfuerzo y el sacrifico es cuestionado
constantemente y parecen valores a extirpar, apoyados por esas asociaciones de
padres que han terminado por eliminar toda autoridad.
Entroncados con la naturaleza, la primera escena muestra una
especie de rito de iniciación, de paso del mundo infantil al adulto, casi
ancestral, que muestra el entorno en toda su brutalidad, con la caza, y toda su
belleza. De hecho, el agua será un interesante elemento purificador. Lo vemos
en este inicio, cuando Ben se baña tras recibir la noticia del suicidio de su
mujer y al final, tras leer la carta de su mujer.
Una vida sana y rutinaria, disciplinada, mostrada con
naturalidad, incluso tras las dramáticas noticias. Pequeños sabios expertos en
todo: medicina, matemáticas, física, política, deporte… Vamos, una familia renacentista.
Incluso los niños más pequeños se comportarán como
auténticos adultos, dedicando sus noches a leer junto a su padre y hermanos
complejos libros de ciencia, novelas seleccionadas, de premios Pulitzer, que
además son capaces de exponer analíticamente. Es lo que tiene la vida al aire
libre. Mentes analíticas adiestradas por el padre, como en la escena de la
montaña donde exige a su hijo no dejarse llevar por el miedo y la desesperación
y use la frialdad y el sentido común. O en el autobús, cuando pide una opinión
analítica sobre “Lolita”, sin poder utilizar palabras como “interesante” por
evasivas…
“Los hermanos Karamazov” de Dostoievsky; “Armas, gérmenes y
acero” de Jared Diamond, ganador del Pulitzer; “El tejido del cosmos” de Brian
Green; “Middlemarch: Un estudio de la vida en provincias” de George Eliot; las
teorías del Nobel de Física Max Planck, el entrelazamiento cuántico, la teoría
M; “Lolita” de Nabokov…
También son artistas, saben tocar instrumentos de percusión,
cuerda o viento, improvisan música étnica o coqueteos rockeros… Y para étnica
la versión del “Sweet Child O’ Mine” de “Guns n’ Roses” en el incalificable funeral
a la madre.
Las universidades de Estados Unidos se pelean por el mayor
(Yale, Princeton, Harvard, Stanford, Darthmouth, MIT, Brown…), seguramente para
que les dé clases a ellos (no lo digo yo, se verbaliza en la película cuando
Ben dice explícitamente que en la universidad no van a enseñarle nada), ya que
habla seis idiomas y domina las matemáticas complejas y la física teórica, mientras
critican la subeducación y sobremedicación estadounidense.
Los típicos antisistema, vamos… Abominan de todo lo que
tenga que ver con el sistema y el progreso que nos hemos dado, por ejemplo los
hospitales, que no sirven para nada, y menos teniendo a unos genios
superdotados en la familia gracias a vivir al aire libre al margen del
capitalismo reinante para solucionar cualquier contingencia. Odio a la
industria médica y farmacológica. Vamos, que no tienen desperdicio.
Y allí viven ellos sin molestar a nadie, metiéndose como
mucho con los gordos y los cristianos, pero reprendiéndose unos a otros por
burlarse de los inferiores y defectuosos, que es feo hacer gala de su superioridad
moral e intelectual… Se muestran comprensivos y compasivos con esos pobres ignorantes
productos del “sistema”. Insoportable tufillo paternalista.
Entre ellos la relación es entrañable, con un padre extremadamente
sincero con sus hijos, a los que no atenúa ni esconde casi nada. El mejor
ejemplo es cuando la niña pequeña pregunta por la “violación” y “las relaciones
sexuales”, explicadas científicamente por el padre.
El gran conflicto con la vida capitalista viene cuando la
madre se suicida y esta familia debe bajar al mundo de los inferiores para
relacionarse con ellos, exponiéndose todos los defectos y debilidades de ese
sistema, que palidece y queda ridiculizado por el medio de vida de nuestros
protagonistas. Este conflicto se circunscribe a la comparativa con la familia
de la difunta y la del padre, con su hermana. La familia de su mujer es
religiosa y representarían todo lo que Ben aborrece y ha enseñado a sus hijos como negativo. Al poner en el
testamento la mujer que quería ser incinerada, como budista que era, el
problema está servido, ya que la familia pretender darle sepultura… Ben ve
venir el problema nada más leer el testamento, pero querrá ser fiel a la
memoria de su mujer, bipolar perturbada, como es lógico.
Poco después, para que quede claro quién manda,
ridiculizarán a los hijos de su hermana en una demostración de cultural
conocimiento y reflexión de la hija de 8
años de Ben. El sistema educativo americano al descubierto... También quedarán
impactados por la violencia de los juegos de consola de sus primos.
El único problema que padecen los chicos de esta súper desarrollada familia es que tienen ciertos problemas con las relaciones sociales, lógicos al haberse mantenido al margen también de la gente, no fueran a contaminarse con sus estupideces. Así se va insinuando con el personaje de Bo (George McKay). Se lo echará en cara a su padre. Primero veremos a Bo sin saber reaccionar ante dos chicas, luego tentado ante otra (como lo tientan las universidades), sin saber comportarse muy bien, quedando perplejo ante las referencias Pop que ella da (música, Spock de Star Trek), mientras él se refiere a la música clásica, extraño para ella. Tendrá su primera experiencia, un beso, a la que responderá con una inadecuada y extravagante petición de matrimonio. Un amor fugaz donde mentirá para integrarse y le hará consciente de sus carencias.
Toda esta aventura mostrará vagas grietas en la familia, con conflictos entre el amable y tolerante padre y dos de sus hijos, Bo con el tema de la universidad, y Rellian (Nicholas Hamilton) al no saber conducir su dolor por la muerte de su madre, culpando al padre. Un padre al que idealizan, como es normal. Bo mantuvo el secreto de las universidades con la madre como cómplice, conscientes de la intolerancia de su padre sobre el tema, acusándole del aislamiento y encierro en su filosofía antisistema, que los convirtió en marginales, raros, inadaptados que no logran moverse fluidamente en ese mundo del que se alejaron… Pelillos a la mar, la cosa no irá a mayores y al final harán las paces y viajará en busca de aventura para compensar sus lagunillas… Rellian acudirá a su abuelo, personificación capitalista, porque escuchó las quejas de su madre acerca de la vida que tenían (claro, la madre estaba trastornada), pero tampoco irá a mayores el coqueteo, no era más que un berrinche emocional.
Con la familia de su mujer el conflicto estallará en el
funeral, donde de nuevo las distintas concepciones llevan a un encontronazo.
Anunciará la última voluntad de su mujer entrando por las bravas en la iglesia.
Lo cierto es que en ocasiones Ben no parece muy maduro, como
en la escena del rescate a Rellian que acaba con su hija Vespyr (Annalise
Basso) en el hospital al caer del tejado de la casa. Esto se justificará con la
plena confianza que él tiene en sus hijos, incluso se le elogiará, ya que de no
estar tan bien preparados físicamente la caída podría haber sido mortal… Genial…
A pesar de que se presenta a la familia materna como la negativa de la función,
se la redimirá en cierta medida en la persona de la abuela, Abigail (Ann Dowd),
que entrega a Ben una segunda carta que recibió de su hija, en este caso
positiva, donde pedía quemar la primera, que era negativa hacia él,
reivindicando su plan de vida junto a Ben, junto a sus hijos, “filósofos
reyes, en un paraíso salido de la República de Platón”.
El estilo visual, algo new age, tiene un montaje
impresionista que describe ese micromundo en el que se desenvuelve la familia,
donde hay sitio para los pequeños recuerdos, apegados a la emoción, lugares
íntimos con libros y fotos para la evasión solitaria, algunos objetos de limitada
tecnología (una máquina de coser o un tocadiscos, por ejemplo)… Su rutinaria vida cocinando,
plantando, recolectando, tendiendo… Meditación, yoga, deporte, defensa
personal, salud… El plano final, largo y tranquilo, retrata un desayuno pleno
de felicidad relajada con esa familia bien avenida en su platónico retiro.
Matt Ross utiliza muchos planos cortos, especialmente sobre
los rostros, con ello resalta con más fuerza las emociones, como en los chicos
al recibir la noticia de la muerte de su madre o sobre el propio Ben (llanto,
rabia, gestos, gritos, cuchillos, percusión…). Se añoran planos generales que se piden con fuerza y no acaban de aparecer. Su planificación es bastante
clásica en ocasiones. Un ejemplo lo tenemos en la escena en el bar donde Ben habla con el
padre de su mujer, con cambios de ángulo sobre el rostro de Mortensen y plano
general al inicio y final de la secuencia.
Del mismo modo, los cambios físicos también inducen a
cambios vitales, en sus decisiones. Ben se afeitará cuando abandone a sus
hijos, Bo se rapará para emprender su viaje aventurero al final…
La conversación sobre “Lolita” también será ante el espejo,
pero por motivos funcionales (está conduciendo), pero cuando la chica
profundice en su análisis se recurrirá a primeros planos.
Viggo Mortensen hace un estupendo trabajo y además enseña el
pene. El resto del reparto también cumple con creces, incluidos los niños
protagonistas. Aceptable fotografía de Stéphane Fontaine.
Trasnochada pseudo fábula, banal y tópica, con una buena
idea que se queda a medias en todo, en sus intenciones, su desarrollo y su
elaboración. Poco novedosa, el movimiento hippie ya dejó muchos títulos, Weir abrió
un camino conceptual a este, y las cintas de amor a la naturaleza que no
necesitan de lo urbano han tenido en Kurosawa, por ejemplo, mejores
embajadores. El tono dramático es acertado, con momentos de sutil comicidad y
drama atenuado que nunca cae en la sensiblería y emocionan moderadamente.
Dogmática e intelectualmente perniciosa, pero interesante
para abrir debate.
Te contaste toda la peli, difiero contigo y estaría bueno un debate
ResponderEliminar