Muchas ganas y grandes expectativas al enfrentarme a esta
película animada que pronto despertó mis primeras reticencias. Le di el
beneficio de la duda, pensé que todo se enderezaría, pero finalmente acabó por
tocarme las narices.
“Zootrópolis” es una película tan inteligente como
manipuladora e inconsistente filosóficamente. Y esa inteligencia la hace
especialmente perniciosa, por lo que tiene de autoconsciente en esa
inconsistencia de la que hablo.
Y no, no me refiero a que no se disfrute. Precisamente ahí
está el peligro. Es ágil, plantea varias buenas reflexiones, tiene momentos divertidos
y si no se entra en profundidades filtra su mensaje con efectividad.
La nueva película Disney plantea un mundo buenista,
idealizado, una ciudad donde todo el mundo convive civilizadamente a pesar de
su diversidad. Un mundo en el que todo es aceptado… siempre y cuando algunos renuncien
a su propia naturaleza, a su esencia y a lo que los define para amoldarse a los
patrones establecidos por unos cuantos. Y esos patrones tienen que ver con ser
vegetariano o vegano, por ejemplo.
Si eres un zorro, un león u otro depredador cualquiera, serás aceptado solamente si renuncias a tu naturaleza y en vez de comer carne y
ovejas optas por comer arándanos… lo que es profundamente intolerante. Porque
la evolución es no comer carne ni pescado, así lo vemos, aquí sólo se comen
zanahorias, arándanos y rosquillas, sugiriendo taimadamente una concepción
vegana de la vida y bastante intolerante. Sí, aquí hasta los leones son
veganos. Un mensaje positivo encerrado en otros contraproducentes e irreales,
perniciosos. Una reivindicación vegana que parece creerse en serio que los
animales son como las personas. Si optas por tratar determinados temas debe crear un universo en consonancia, y aquí las incoherencias son patentes.
“Hemos evolucionado, pero en el fondo seguimos siendo
animales”. “El mundo siempre ha estado dividido”.
No es todo negativo en la idea, y quizá las intenciones
vayan por otro lado, pero optar por animales para escenificarlas cae en la
inconsistencia cuando estás tratando aspectos de su misma esencia y carácter depredador. Un canto a la tolerancia que pretende reivindicar la adaptación
a la que deben someterse los que llegan, respetando unas normas de
convivencia, pero que aquí se trasciende a la propia naturaleza… Hay varias
buenas ideas y reflexiones, pero desde su planteamiento está condenada a no ser
redonda, porque lo que se defiende como una apología de la tolerancia a la
naturaleza ajena, a la propia naturaleza e individualidad, se transforma en un
mensaje político, en exceso buenista e incoherente, que se salta la propia idea
de naturaleza e individualidad para tener que amoldarse a un discurso único de
falsaria paz general, donde todos son veganos y los depredadores deben
renunciar a su naturaleza y fisiología.
Siendo benévolos, la idea de usar animales busca jugar con el
estereotipo, logrando afortunadas soluciones como convertir a los mansos en los
más malvados, como esa oveja en apariencia inofensiva, y a los supuestamente
agresivos en gente honesta… Esto lograría más complejidad y matices, pero
la mayor parte de las veces son meros subterfugios que no logran superar su
planteamiento inicial. Se entiende su mensaje universal, pero sus genéricas
manipulaciones retuercen la lógica que expone, la coherencia interna, el
universo particular.
Y es que se juega con fuego, ya que las ideas que se exponen
tienen mucha relación con la actualidad, con el tema de la inmigración y la era
Trump, convirtiendo a los depredadores en peligrosos y sospechosos inmigrantes
(esa escena en el metro es significativa), víctimas del prejuicio, pero usando
animales se confunde el respetar ciertas normas de convivencia con renunciar a
la propia esencia. Sugeridas interpretaciones políticas que advierten de la
islamofobia en exceso burdas y superficiales con diagnósticos incorrectos, lo
que rezuma ingeniaría social. En esa confusión está el lastre de la película.
Así, lo que pretende ser una encubierta crítica política lanzada al mundo
adulto e insinuada al infantil cae en la inconsistencia filosófica.
Es la idea del poder generando miedo, señalando a un grupo
para fortalecer lazos desde el odio a ellos, como hace, por ejemplo, el nacionalismo, como
se ha reflexionado sobre la islamofobia resaltada anteriormente, en el temor de
que paguen justos por pecadores. Aquí el poder pretende un taimado plan contra
los depredadores, porque tienen mala fama (como los musulmanes). Generar un
enemigo común, ¿os suena esa tesis expuesta en muchos medios y procedente de
esas “aguas mansas”, como la ovejita de la película? “El miedo siempre funciona”.
Hay una sana crítica a lo políticamente correcto, con sorprendentes
guiños a los tópicos sobre el racismo en diálogos encubiertos. Además, la película,
por momentos, parece una de las más potentes reivindicaciones del
individualismo en el cine de animación, destrozando la idea de gregarismo, sus prejuicios biempensantes,
su hipocresía, como le acaba ocurriendo a la propia protagonista, que demostró
ser distinta a su grupo, pero juzgará a su amigo Nick por el prejuicio y la convención
social.
“Entre conejos no nos molesta llamarnos “cuqui”, pero que te
lo llame otro animal…”.
En esta idea se usan tópicos y estereotipos para reflexionar
sobre ellos y subvertirlos cuando sea menester. Así los conejitos serán
temerosos, pero tendremos la excepción de nuestra protagonista. Los
depredadores serán un peligro, pero habrá explicación. Los zorros son ladinos y
taimados, astutos y timadores, como sufrirá la conejita, pero una parte será
su propia naturaleza y otra el rol social al que son condenados… Tendremos un
elefante desmemoriado y un yak hippie de increíble retentiva en un local
nudista… En este sentido, el personaje del zorro, Nick Wilde (doblado por Jason
Bateman), será clave para desarrollar estas ideas. En la parte donde éste tima
a la conejita se expone una disyuntiva: lo que vemos, ¿es discriminación o
estamos ante un delincuente?
“Todo el mundo viene a Zootrópolis pensando que puede ser lo
que quiera, pero no es así. Sólo puedes ser lo que eres”.
Es divertida la broma entre el zorro y la oveja, de la
recomendación a no acercarse a ellas y su fascinación por la mullida lana.
“Cuando se vaya a dormir, ¿se contará a sí misma?”
Así, mientras la conejita lucha por ir más allá de lo que la
sociedad tiene estipulado para ella, el zorro ha aceptado que esa lucha es
baldía. Así que se deja llevar, pone a un lado los sueños que tuvo en su
juventud y acepta el rol de astuto timador, que es el patrón que le encaja a
la gente. Pero claro, ¿qué es del resto de depredadores, incluido él, que han
renunciado a su naturaleza de depredador? Porque no hablamos de una concepción ideológica o postura vital, sino de la propia esencia. Ese pequeño aspecto que se omite...
La relación entre los dos protagonistas sustenta la
narración, como es de suponer. Dos personajes en principio incompatibles que se
llevarán estupendamente a pesar de ciertos malentendidos, porque en el diálogo
y la comprensión está la base del entendimiento. Él comenzará dando una
bofetada de realidad a la idealista y buenista conejita.
“Espero que tu carrera profesional no dependa de este caso”.
Esto mermará la moral de Judy, escenificado en su mirada a su
propia habitación, optimista al llegar, desolada tras ese encuentro y su
trabajo en los parquímetros. No tardará en reponerse, fiel a su carácter, llevando
al límite a Nick y obligándole a colaborar con ella. Esa iniciativa, ese carácter
intrépido y su capacidad para tirar por tierra las barreras, será lo que
seduzca a Nick, que ve en ella lo que él no pudo lograr, además de alguien que
confía en él, que ve más allá del estereotipo.
Nick se acaba descubriendo como un personaje encantador. Contará su historia, el reverso de la de Judy, explicación a esa filosofía que
echó a la cara de la conejita, cuando rompieron sus sueños en la infancia,
expulsándole a lo que la sociedad tiene preconcebido para él, a su prejuicio.
Una lucha, en cambio, que Judy sí acometió. Ella es algo dramática, él bastante
pasota, con esos ojos entornados continuamente que escenifican su carácter astuto
y poco de fiar (en teoría, ya saben que los prejuicios son malos). Finalmente
ambos colaborarán y se sacrificarán por el otro sin mirar las consecuencias.
Entrañables ambos en esa ambigua relación.
“Me estás pisando la cola”.
Conformismo o ambición.
Igual de idealista que la ciudad es la conejita
protagonista, Judy Hopps (doblada por Ginnifer Goodwin). Herbívora-vegetariana,
por tanto civilizada y superior al resto, buenista e individualista, en teoría.
Así al menos lo deja claro en la obra teatral en la que participa al inicio. Un
inicio donde se expone una de las tesis del film, pero no la principal, ya que
la estructura de la película es muy hábil e interesante, reconduciendo al
espectador constantemente cuando cree intuir por donde irán la trama y las
reflexiones, cambiando continuamente (es el motivo por el que fui igualmente
cambiante en mi visionado), logrando imprevisibilidad, riqueza, complejidad y
matices en muchos puntos. Tanto es así que el caso parecerá resuelto medida la
película, por lo que sabemos que todo deberá reconducirse de nuevo.
Un planteamiento que parece demasiado evidente (sigue tus sueños, reivindícate como individuo), que irá variando constantemente, desarrollando las ideas expuestas anteriormente. Luego se centra en el caso que lleva por esos vericuetos de incertidumbre ideológica, para ir desarrollando tesis interesantes cuando los animales parecen recuperar su naturaleza animal, en una especie de regresión brusca que entronca con esa crítica al buenismo y corrección política reinante, como una rebelión ante las mismas, donde la civilización desmesurada provoca la represión de la propia naturaleza. No es baladí esa interpretación, ya que hay numerosos planos y escenas donde los animales usan la tecnología, de forma constante y exagerada. El Ipod, móviles, video llamadas, cámaras de seguridad, tablets, aplicaciones, selfies… Luego todo esto torna en esos mensajes políticos equívocos y poco concluyentes explicados anteriormente.
Sus fogosos padres serán unos entregados apologetas del
conformismo, la vida sin riesgos y la tranquilidad, vehículo de felicidad, pero
le saldrá una hija intrépida contraria a esa visión de la vida. Ya tenemos a
nuestra elegida, nuestro ser especial, distinto, que reivindica su
individualidad ante todo y todos, incluso sus 375 hermanos conejo. Será la
primera conejita policía de la historia, número uno de su promoción… El
conformismo vuelve a aparecer con la ovejita sumisa y obediente, una empleada
de cupo a las déspotas órdenes del alcalde, pero que en realidad esconde una
ambición cruel y sin escrúpulos (sumado al complejo, el resquemor y el
resentimiento del que se sintió menospreciado y subestimado). En ese personaje
se enfrenta esta dualidad temática reseñada.
“¡Ya lo creo que sí! ¡Nos conformamos la mar de bien!”.
La veremos imponerse y conseguir sus propósitos en todo momento, desde el mismo inicio. Por ejemplo en su valeroso enfrentamiento ante ese abusón zorro (al que redimirán los años, terminando como amable pastelero). Pasados 15 años la veremos convertida en “La teniente O’Neil" (Ridley Scott, 1997), mientras sigue superando sus retos, imponiéndose a las dificultades, venciendo entornos hostiles y tenerlo todo en contra. Así, contra todo pronóstico, llegará a ser policía. Un paso de dos minutos por la Academia. Sueño cumplido.
También en Zootrópolis deberá demostrar su valía y sobreponerse
al entorno y los prejuicios, cuando su jefe la condene a un trabajo funcional y
sin riesgo: agente de tráfico, controlando parquímetros, el trabajo ideal según
sus padres, aunque no su parecer.
“No voy a poner 100 multas. Voy a poner 200… antes de las 12”.
“Mi mami ha dicho que ojalá te mueras”. “La vida no es una peli de animación en la que cantas una
canción y tus insípidos sueños se hacen realidad por arte de magia”.
Todas estas ideas se plantean desde un caso concreto, el de
catorce mamíferos desaparecidos. Depredadores. Judy tendrá dos días para
resolverlo todo si no quiere verse obligada a presentar su dimisión. El
alcalde, un León, Lionheart (doblado por J. K. Simmons), tapando el asunto de
los depredadores descontrolados en un recinto protegido por lobos; una supuesta
banda que en realidad será una planta llamada “Aulladores nocturnos”; y unas
motivaciones de unos y otros que no son las que parecen.
Hay varios trucos de guión, apariciones repentinas y muy oportunas, coincidencias imposibles o resoluciones afortunadas, conversaciones captadas por los protagonistas convenientemente, pequeños defectos en la narrativa. La oportuna aparición de la señora Nutrialson (doblada por Octavia Spencer), que termina por evitar el despido de Judy; el rescate en la desfasada persecución de la musaraña hija de don Bruto Mascarpone, que luego aparecerá increíblemente cuando el capo esté a punto de acabar con la vida de los protagonistas para salvarlos del abismo en agradecimiento… La oportuna aparición de esa sumisa ovejita, enchufada en el ayuntamiento por cupo, que ayudará en sus pesquisas a los protagonistas…
La misma escena de persecución está muy desfasada, tanto que
parece homenajear en ciertos momentos a la Warner, también a la ardilla de “Ice
Age”, incluso a las protagonistas de “Sexo en Nueva York”. También es cierto
que tiene momentos imaginativos, como la carrera por ese mini barrio y las
diferencias de alturas.
La película es brillante visualmente, especialmente en el
retrato de esa ciudad, Zootrópolis, con una excelente imaginería cuando
visitamos los distintos mundos y zonas que la componen. Ecléctica y rica, llena
de sugerencias e insinuantes inspiraciones polares, asiáticas, selváticas y
metropolitanas. La cascada y la noche en el recinto donde ocultan a los
depredadores peligrosos para estudiarlos son espectacularmente estéticas.
Homenajes, bromas y referencias.
Hay multitud de referencias en forma de homenaje o broma en la película, que harán las delicias de los más adultos. Tenemos referencias encubiertas y adaptadas al mundo animal, como en ese Ipod de la protagonista, que en vez de una manzana tiene una zanahoria: Fleetwood Yak, Fur Fighters, Guns n’ Rodent, Kanine West, Mick Jaguar, Hyena Gonez, Gazelle... Pelis de top manta como “Pig hero 6”, “Wrangled” (Enredados), “Wreck-it rhino”, “Floatzen 2”, “Meowana”, “Giraffic”… Guiños en escenas a películas famosas o a ilustres conejos como Bugs Bunny o ese dúo que parece una confrontación entre el propio Bunny y el “Fantástico Sr. Fox”. Rem, Eric Carmen y Shakira sonarán. "Lo que el viento se llevó" (Victor Fleming, 1939), "Dumbo" (Ben Sharpsteen, 1941), "Bambi" (David Hand, 1942), el Robin Hood de dibujos, “El padrino” (Francis Ford Coppola, 1972), con ese capo musaraña, es una cita evidente en la película, con boda incluida. “El Padrino” y la comadreja a lo “Ice Age” se vuelven a unir al final en una nueva escena, cuando la comadreja esté a punto de ser congelada (recordemos que fue culpable de la casi muerte de la hija del capo don Mascarpone por aplastamiento de rosquilla)...
“¡Me daban algo que no podía rechazar! ¡Pasta!”
Hay momentos realmente divertidos, cuando no decididamente hilarantes, explotando ese universo animal. Ese spray antivioladores que le regalan sus padres a Judy y que a pesar de sus reticencias llevará siempre. Esa minimalista habitación que no da muy buena espina, con vecinos cotillas y delgadísimas paredes que hacen imposible cualquier intimidad. El tren y sus distintos tamaños de puertas de salida y entrada. Ese momento al dejar su pueblo donde vemos el contador de natalidad, con los conejos reproduciéndose… como lo que son. Ese oasis nudista que resulta tronchante. El minizorro que ayuda a Nick.
Pero si hay una escena hilarante de verdad, es en la
dirección animal de tráfico y los funcionarios perezosos. Perezosos de animal, se entiende.
Una escena realmente divertida y arriesgada que tendrá una sublime culminación
en la secuencia final.
“Zootrópolis” es un Disney muy Warner, tanto en aspectos estéticos como en ciertos planteamientos descarados. Una entretenida
buddy movie, inteligente, pero que desde su planteamiento se mete en zonas
demasiado pantanosas sin lograr salir airosa filosófica e ideológicamente. Por
lo demás, alejándonos de los aspectos más profundos y políticos, calculadamente
integrados, es un hábil mecanismo que funciona con fluidez y destreza.
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