La amistad que se desarrolla en combate, muy habitual en esa
camaradería creada en momentos extremos, entre Desmond y Smitty (Luke Bracey)
es francamente entrañable. Malas miradas, competitivas luchas en la instrucción
que se cierran con victoria de Desmond, provocaciones y malos modos en el
barracón… pero, sobre todo, una bellísima escena en la noche en pleno descanso
tras la batalla de esos dos polos opuestos, donde rememorarán sus difíciles
infancias (un flashback mostrará el día que Desmond (Andrew Garfield) se rebela contra su padre
por los maltratos que propinaba a su madre, día que decidió no coger un arma) y
conseguirán la definitiva complicidad y amistad, el respeto. Smitty fue
abandonado por sus padres.
La tercera parte del film es puro cine. La batalla de
Okinawa. Mayo de 1945. Posiblemente la más cruenta y salvaje de la 2ª Guerra
Mundial.
Gibson nos va introduciendo con inteligencia en el infierno,
marcando el tono y la atmósfera con pequeños detalles. Las miradas de los
recién llegados a los muertos y heridos; las miradas perdidas de los
supervivientes; la descripción de los combatientes japoneses y sus
procedimientos por varios soldados; el soldado que vomita; la imponente toma en
contrapicado al acantilado…
Una grandiosa grúa muestra el tremendo bombardeo americano.
Comienza el infierno… y el espectáculo cinematográfico. Anunciada como la cinta
bélica más violenta y salvaje de la historia, la cosa quizá no es para tanto,
pero Gibson ha logrado las mejores, más potentes y contundentes imágenes de
batalla desde “Salvar al soldado Ryan” (Steven Spielberg, 1998).
Suelo de muerte, vísceras y cuerpos desmembrados, banquete
de ratas, antes del brutal ataque y la batalla. Se sienten los contundentes
impactos de bala en los cuerpos.
Desmond irá apareciendo oportuna y ocasionalmente, pero
sin eclipsar ni aglutinar el protagonismo, atendiendo a heridos, como ese chico
sin piernas…
El segundo asalto será un kamikaze y repentino ataque diurno
japonés que obligará a retroceder al ejército americano, que volverá a dejar
espectaculares escenas en la misma línea del anterior, con cuerpos volando por
las explosiones, japoneses sacrificándose y estallando junto a soldados
americanos, planos generales (pocos) para apreciar la dimensión de la batalla,
heroísmo, heridos, disparos, peleas, más camaradería varonil… Una división que
deberá descender de nuevo por el acantilado de Hacksaw, que da título al film, ante
la acometida japonesa, en la que era la séptima intentona con el mismo
resultado…
Desmond tendrá que apelar a sus principios más firmes cuando
vea caer a sus amigos, especialmente a Smitty, para no caer en la desolación.
Tras un atisbo de duda se adentrará en ese infierno invisible para salvar
vidas. Ese momento es uno de los grandes planos de la película. Un plano
iconográfico, de tintes mitológicos. Un salvador adentrándose en el infierno para
salvar vidas, como Orfeo en el Hades…
Sólo 32 soldados lograron bajar del acantilado tras la
arremetida japonesa… Desmond Doss logró salvar y bajar de allí a otros 75
después de eso… Solo.
Un tercer acto que deja momentos de épica sublime y de honda
emoción, buscando, en soledad, vidas que salvar, haciéndolas descender con el
nudo que le vimos hacer en la instrucción. Cuerpos descendiendo como por arte de
magia del infierno por un ángel invisible. Quizá el momento más intenso,
emocionante y bello de la película. Extraordinario, magníficamente apoyado por
la música de Rupert Gregson-Williams.
Un suspense excelso además, sin cobertura ni ayudas, con los
japoneses rodeándolo todo, repasando los cadáveres, buscando supervivientes,
como Desmond, pero con propósitos distintos… Hará gala de buenos recursos,
escabulléndose, camuflándose, escapando por túneles abarrotados de enemigos,
la protección japonesa que hizo tan compleja la invasión y toma del lugar, hasta
el límite de sus fuerzas… Y salvando a otro, otro, otro, otro, otro más… ¡Ayudará a un japonés y bajará a dos!
“Por favor, Señor, ayúdame a salvar a uno más”. “Hasta ha
bajado un par de japoneses”.
Y de la intimidad de la noche pasaremos al heroísmo del día,
donde podrá salvar a algunos de los compañeros de barracón, incluso entre
bromas, como a Hollywood (Luke Pegler). Salvará la vida por los pelos, el casco
le protegerá de la bala de un francotirador que será abatido por el sargento
Howell (de nuevo la divinidad parece ayudarlo), antes de rescatarlo en una
espectacular escena que terminará con él a salvo descendiendo del acantilado
junto al cadáver de Smitty… Pura adrenalina.
Gibson redime a todos. Ya lo hizo con Smitty, luego lo hará
con Howell (Vince Vaughn) y, finalmente, con el capitán Glover (Sam Worthington), cuando le pida perdón y que suba con el resto en la batalla definitiva, en sabbat, a pesar de ser un
día sagrado para Desmond, explicando lo que representa para sus compañeros su figura,
ya iconográfica, que, como explique, es lo que interesa más a Gibson.
Una última batalla que se convierte en una especie de abstracción de la misma, con actos heroicos de Doss, que terminará herido (fue
herido en tres ocasiones).
Y la misma emoción provoca cuando vemos que todos se enteran
de la hazaña que ha hecho Desmond, la sorpresa en sus rostros al ver su obra de
sacrificio y generosidad.
Gibson, de nuevo, mezcla la sangre y lo espiritual, de forma
constante, casi hasta la extenuación, en ese infierno y con ese ser puro que
salva vidas.
Dos objetos cobran vida propia. La Biblia y el rifle. El
rifle como antagonista, con una magnífica presentación. Una Biblia que casi es
un personaje más, que le regala su novia con una foto dedicada incluida. Así
funde las dos ideas mencionadas y su contraste.
El símbolo de la cruz roja también tendrá su momento
significativo. Gibson lo mostrará antes que al propio Desmond en Okinawa, en la
misma planificación que en su noche de bodas, cuando mostró el anillo,
resaltando así el contexto y el símbolo antes que nada. Uno de los médicos mencionará el
símbolo de la cruz roja, aconsejando quitarlo porque solía ser objetivo
prioritario de los japoneses.
Gibson no se anda con sutilezas, no es un cineasta que guste
de ellas. No recurre a poesía tipo Malick, del que huye desenfrenadamente. Es
pura narración y poder visual, lo que no significa que no existan o renuncie a
símbolos, como he explicado durante el análisis. Aquí presenta una
confrontación decididamente maniquea y expone sus principios y pensamientos sin
complejo alguno, con seguridad desbordante. Japoneses sacrificándose de
distinta manera, unos con el harakiri, otros como kamikazes intentando llevarse
algún americano junto a ellos, unos con más dignidad, otros con menos...
Gibson rinde tributo a esta figura y a aquellos hombres con
unas escenas documentales, entrevistas a los personajes reales que convivieron
con Desmond y al propio Desmond, que murió el 29 de marzo de 2006, en una
entrevista que le realizaron en 2003.
“Los verdaderos héroes están enterrados aquí”.
En ciertos aspectos se han alterado circunstancias de la historia real para aglutinar hechos, como el tiempo que Doss se aventuró en Okinawa, o se han omitido otros, como las otras batallas en las que participó el héroe, o se han dramatizado para un mayor impacto, como el hecho de que el padre se personara en el juicio, algo que no pasó, pero en esencia lo relatado es fiel a lo ocurrido.
Hal Doss, el hermano, el capitán Jack Glover (su llanto
emociona)… Desmond Doss murió con 87 años y estuvo casado con Dorothy hasta la
muerte de ella en 1991. Un hombre excepcional que confirmará la autenticidad de
algunas de las anécdotas y peripecias, por increíbles que parezcan, que aparecen
en la película (ese soldado que creía estar ciego), estrenada 10 años después de
su muerte.
Andrew Garfield esta soberbio. Transmite toda la bondad e
ingenuidad, la fragilidad y determinación, ese toque vulnerable y decidido, que
requería el personaje. Si ganara el Oscar a nadie le extrañaría ni parecería
injusto.
Desprejuiciadamente espiritual y contundente, narrativamente
ejemplar, visualmente esplendorosa. Seis nominaciones se antojan pocas. Injusto.
Y lo peor es que no será raro que se vaya de vacío… quizá los Oscar sonoros
hagan un poco de justicia (insuficiente) a esta excepcional obra que nos trae
este maravilloso director, muy reivindicado en Cinemelodic, que es Mel Gibson.
Por favor, Mel, prodígate más, los cinéfilos te lo
agradeceremos.
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