sábado, 25 de febrero de 2017

Crítica CAPTAIN FANTASTIC (2016)

MATT ROSS









Sublimación perrofláutica de postulados comunistas y antisistema, profundamente tramposa y manipuladora que no se sostiene bajo ningún concepto, porque lo que plantea esta película es que en el sistema capitalista nada funciona, el progreso vino por ciencia infusa y viviendo al margen de él, en la selva, te conviertes en un superdotado, sin excepciones y sin edad para lograrlo, además de en un brillante deportista. Deidades terrenales.


Sí, mientras que en la familia protagonista todos tienen un nivel académico como para dar clases a doctores, incluidos los niños pequeños, y podrían competir contra los mejores atletas, el resto de la humanidad, contaminados de capitalismo, son torpes, estúpidos, ignorantes, limitados y superficiales. Vamos, que no se sabe muy bien cómo hemos llegado hasta aquí y logrado todas esas cosas de las que disfrutamos… Todos sabemos que Estados Unidos es ejemplo paradigmático de país subdesarrollado…



Una historia que va exasperando a medida que avanza con su encubierto buenismo y filosofía idealizada e inconsistente, sus personajes encantadores y buena estética para que todo se digiera mejor. Un maniqueísmo atroz y vulgar, naïf y estúpido, que además va de profundo con aires de superioridad moral y ese tono ligero y condescendiente tan actual. Puede que si ven el cartel crean que están ante una película de Wes Anderson o una secuela de “Pequeña miss Sunshine” (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), pero nada más alejado de la realidad.

Y no, amigos, no se justifica con el argumento de que “es una fábula”, porque las fábulas pueden tener tantas inconsistencias como las historias que no son fabuladas, cuando sus planteamientos son absurdos o rezuman incoherencias y contradicciones en las normas planteadas por ellas mismas.



Si de verdad quieren una reflexión profunda con un planteamiento similar, vean la fantástica, esta sí, “La costa de los mosquitos” (1986), el magnífico título de Peter Weir, que se aleja de la brocha gorda y se adentra con lucidez en las contradicciones de las distintas ideas.

¿Alguien piensa que si todos viviéramos así tendríamos el nivel de doctores o licenciados y seriamos deportistas de élite? Hay muchos lugares donde están obligados a vivir de forma parecida y, desgraciadamente, no salen científicos precisamente, sino que se dan con un canto en los dientes si logran comer… Gente que vive en condiciones lamentables sin acceso a nada, sin opciones, que gracias a la sistematización, indispensable en todo, han salido de ese lodo… Así que esta generalización buscando la crítica es, sencillamente, desafortunada, como mínimo.


¿Y cómo congeniar esto con las grandes mentes e innumerables profesionales que se han educado en el tan deficiente sistema capitalista? ¿Cómo es posible que ocurriera?

Captain fantastic” cuenta la historia de una idílica familia que vive al margen de la sociedad establecida, en la naturaleza, donde el padre se dedica en exclusiva a la educación y entrenamiento de sus hijos, planteamiento que pretende desnudar las contradicciones e inconsistencias del sistema capitalista americano cuando, tras la muerte de la madre, la familia se vea obligada a integrarse brevemente en esa civilización y sistema que aborrecen.

No es una crítica ideológica, que también podría plantearse así, porque no es el aspecto que me interesa, sino una crítica a su inconsistencia conceptual y filosófica, por manipuladora, maniquea, falsaria y tramposa. Es la película la que pretende ser ideológica. No contrapone una abstracción, como teníamos en “Forrest gump” (Robert Zemeckis, 1994).

Su crítica al capitalismo y demás historias son loables, pero falta profundidad, contraste, para que la reflexión sea mínimamente valorable. Y aún así su crítica es meliflua, lánguida, cobardona, aparte de mal elaborada. Se pretenderá eludir el maniqueísmo inútilmente, con pequeños detalles sin elaboración, por ejemplo en las confrontaciones de Ben (Viggo Mortensen) con su suegro, Jack (Frank Langella), donde el veterano sonrojará a su yerno. Y todo esto no significa que no se pueda disfrutar de la historia si te mantienes al margen, como esa familia, de sus cavilaciones, porque es amena en líneas generales y tiene un estilo aceptable.

Por supuesto, la crítica al capitalismo tiene sus matices y contradicciones. El capitalismo es malo, pero si no logras matar una oveja para comer bien está robar en un centro comercial, porque al fin y al cabo robas al capitalismo explotador, que es explotador pero está bien montado, es práctico, útil y cómodo… "Liberación de comida", lo llaman, al estilo Sánchez Gordillo… La oprimida comida… También se meterán en una cafetería, el problema es que allí sirven comida que “no es de verdad”, no es saludable. Los nenes querían probar, pero se quedarán con las ganas. Un padre que va de tolerante pero que sólo se esmera en comer el coco con postulados radicales y extremos. Porque hablará muy mal del capitalismo, pero no dirá ni "mú" si una hija pequeña idealiza a Pol Pot...





Si además lo que se pretende es criticar la sistematización, es que nos estamos volviendo locos, porque a parte de una soberana tontería contradice el propio planteamiento alternativo, de estricto sistema.


La primera parte de la película es efectiva presentando la particular forma de vida de esa familia, en la que ya se filtran las preferencias ideológicas de esos brillantísimos cerebros. Vaivenes en las preferencias que su padre, de pretendida y confusa liberalidad, deja que se desarrollen pacientemente. Angelitos como el camboyano dictador y genocida Pol Pot, estalinistas, trotskistas, maoístas… todo lo que viene a ser la alegría de la huerta y ejemplos de libertad, vamos… Una familia que se enfrenta por hechos azarosos y circunstanciales al sistema de vida americano, su odiado capitalismo, para escenificar las bondades de aquellos y los defectos de este. Al menos Ben (Viggo Mortensen) se mostrará condescendiente y reconocerá que los marxistas pueden ser tan genocidas como los capitalistas, que da por hecho que lo son… Así se define el mayor de los hermanos, maoísta tras ser trotskista. Una familia que rezuma prepotencia cultural y de todos los colores continuamente.

¡El poder para el pueblo!” “¡Abajo el sistema!





Como antisistemas y anticristianos celebran el día de Noam Chomsky (7-12-1928), filósofo y activista estadounidense, para suplir la ausencia de la celebración de la Navidad… porque claro, los antisistema también merecen tener un día y gustan de celebrar cosas. Habrá incluso regalos, armas, porque este es un clásico imperecedero en Estados Unidos. Armas blancas, eso sí. Para exponer esta idea uno de los hijos pretenderá cierta normalidad al ver absurdo esto, pero le pedirán que argumente su postura a favor de la Navidad y, por supuesto, no tendrá argumento alguno, porque nadie con cerebro e inteligencia puede defender ni argumentar a favor de tal cosa, y este chico, que también será un genio, hay cosas a las que no puede llegar…






En cambio, pondrá al republicano Calvin Coolidge como ejemplo para sus aseveraciones (el negocio de los Estados Unidos son los negocios). Elogiará irónicamente la democracia americana, cuestionando la compra compulsiva como la principal fórmula de interacción social. La compra frenética ridiculizada, pero expuesta como esencia capitalista. Es cierto también que en varias frases de guión se pretende marcar diferencias con el comunismo (también con China), para sostener débilmente la idea de antisistema puro, pero todo esto se queda a medias. Se criticará a China veladamente cuando la niña de 8 años explique la Carta de Derechos americana. Menudo cacao los antisistema new age estos…



Su crítica al sistema educativo está conseguida, así como la concepción global de cultivarse a uno mismo fuera de ese sistema en estado de excepción, donde la exigencia, el esfuerzo y el sacrifico es cuestionado constantemente y parecen valores a extirpar, apoyados por esas asociaciones de padres que han terminado por eliminar toda autoridad.



Entroncados con la naturaleza, la primera escena muestra una especie de rito de iniciación, de paso del mundo infantil al adulto, casi ancestral, que muestra el entorno en toda su brutalidad, con la caza, y toda su belleza. De hecho, el agua será un interesante elemento purificador. Lo vemos en este inicio, cuando Ben se baña tras recibir la noticia del suicidio de su mujer y al final, tras leer la carta de su mujer.





Una vida sana y rutinaria, disciplinada, mostrada con naturalidad, incluso tras las dramáticas noticias. Pequeños sabios expertos en todo: medicina, matemáticas, física, política, deporte… Vamos, una familia renacentista.

Incluso los niños más pequeños se comportarán como auténticos adultos, dedicando sus noches a leer junto a su padre y hermanos complejos libros de ciencia, novelas seleccionadas, de premios Pulitzer, que además son capaces de exponer analíticamente. Es lo que tiene la vida al aire libre. Mentes analíticas adiestradas por el padre, como en la escena de la montaña donde exige a su hijo no dejarse llevar por el miedo y la desesperación y use la frialdad y el sentido común. O en el autobús, cuando pide una opinión analítica sobre “Lolita”, sin poder utilizar palabras como “interesante” por evasivas…



Los hermanos Karamazov” de Dostoievsky; “Armas, gérmenes y acero” de Jared Diamond, ganador del Pulitzer; “El tejido del cosmos” de Brian Green; “Middlemarch: Un estudio de la vida en provincias” de George Eliot; las teorías del Nobel de Física Max Planck, el entrelazamiento cuántico, la teoría M; “Lolita” de Nabokov






También son artistas, saben tocar instrumentos de percusión, cuerda o viento, improvisan música étnica o coqueteos rockeros… Y para étnica la versión del “Sweet Child O’ Mine” de “Guns n’ Roses” en el incalificable funeral a la madre.



Las universidades de Estados Unidos se pelean por el mayor (Yale, Princeton, Harvard, Stanford, Darthmouth, MIT, Brown…), seguramente para que les dé clases a ellos (no lo digo yo, se verbaliza en la película cuando Ben dice explícitamente que en la universidad no van a enseñarle nada), ya que habla seis idiomas y domina las matemáticas complejas y la física teórica, mientras critican la subeducación y sobremedicación estadounidense.




Los típicos antisistema, vamos… Abominan de todo lo que tenga que ver con el sistema y el progreso que nos hemos dado, por ejemplo los hospitales, que no sirven para nada, y menos teniendo a unos genios superdotados en la familia gracias a vivir al aire libre al margen del capitalismo reinante para solucionar cualquier contingencia. Odio a la industria médica y farmacológica. Vamos, que no tienen desperdicio.

Y allí viven ellos sin molestar a nadie, metiéndose como mucho con los gordos y los cristianos, pero reprendiéndose unos a otros por burlarse de los inferiores y defectuosos, que es feo hacer gala de su superioridad moral e intelectual… Se muestran comprensivos y compasivos con esos pobres ignorantes productos del “sistema”. Insoportable tufillo paternalista.

Entre ellos la relación es entrañable, con un padre extremadamente sincero con sus hijos, a los que no atenúa ni esconde casi nada. El mejor ejemplo es cuando la niña pequeña pregunta por la “violación” y “las relaciones sexuales”, explicadas científicamente por el padre.


El gran conflicto con la vida capitalista viene cuando la madre se suicida y esta familia debe bajar al mundo de los inferiores para relacionarse con ellos, exponiéndose todos los defectos y debilidades de ese sistema, que palidece y queda ridiculizado por el medio de vida de nuestros protagonistas. Este conflicto se circunscribe a la comparativa con la familia de la difunta y la del padre, con su hermana. La familia de su mujer es religiosa y representarían todo lo que Ben aborrece y ha enseñado a sus hijos como negativo. Al poner en el testamento la mujer que quería ser incinerada, como budista que era, el problema está servido, ya que la familia pretender darle sepultura… Ben ve venir el problema nada más leer el testamento, pero querrá ser fiel a la memoria de su mujer, bipolar perturbada, como es lógico.

Curiosamente, la hermana de Ben, Harper (Kathryn Hahn), organizará un banquete para sus familiares pleno de tolerancia, con comida orgánica y nada transgénico. Cena que contrastará esos dos modos de vida, las formaciones y educaciones de las dos familias, donde Nike será una marca deportiva para los chicos de la familia convencional y la diosa griega de la victoria para nuestros protagonistas, escenificando así las carencias, la incultura en unos y cierta marginalidad social en otros. Dos modos de vida contrastados, escenificado en el brindis con vino, normalizado en los protagonistas, chocante y clandestino para la familia de la hermana de Ben; en las palabrotas, la sinceridad y franqueza de Ben en su exposición de cualquier tema con sus hijos chocando con la discreción y protección de la familia convencional.



Poco después, para que quede claro quién manda, ridiculizarán a los hijos de su hermana en una demostración de cultural conocimiento y reflexión de la hija de 8 años de Ben. El sistema educativo americano al descubierto... También quedarán impactados por la violencia de los juegos de consola de sus primos.






El único problema que padecen los chicos de esta súper desarrollada familia es que tienen ciertos problemas con las relaciones sociales, lógicos al haberse mantenido al margen también de la gente, no fueran a contaminarse con sus estupideces. Así se va insinuando con el personaje de Bo (George McKay). Se lo echará en cara a su padre. Primero veremos a Bo sin saber reaccionar ante dos chicas, luego tentado ante otra (como lo tientan las universidades), sin saber comportarse muy bien, quedando perplejo ante las referencias Pop que ella da (música, Spock de Star Trek), mientras él se refiere a la música clásica, extraño para ella. Tendrá su primera experiencia, un beso, a la que responderá con una inadecuada y extravagante petición de matrimonio. Un amor fugaz donde mentirá para integrarse y le hará consciente de sus carencias.





Toda esta aventura mostrará vagas grietas en la familia, con conflictos entre el amable y tolerante padre y dos de sus hijos, Bo con el tema de la universidad, y Rellian (Nicholas Hamilton) al no saber conducir su dolor por la muerte de su madre, culpando al padre. Un padre al que idealizan, como es normal. Bo mantuvo el secreto de las universidades con la madre como cómplice, conscientes de la intolerancia de su padre sobre el tema, acusándole del aislamiento y encierro en su filosofía antisistema, que los convirtió en marginales, raros, inadaptados que no logran moverse fluidamente en ese mundo del que se alejaron… Pelillos a la mar, la cosa no irá a mayores y al final harán las paces y viajará en busca de aventura para compensar sus lagunillas… Rellian acudirá a su abuelo, personificación capitalista, porque escuchó las quejas de su madre acerca de la vida que tenían (claro, la madre estaba trastornada), pero tampoco irá a mayores el coqueteo, no era más que un berrinche emocional.

Con la familia de su mujer el conflicto estallará en el funeral, donde de nuevo las distintas concepciones llevan a un encontronazo. Anunciará la última voluntad de su mujer entrando por las bravas en la iglesia.



Lo cierto es que en ocasiones Ben no parece muy maduro, como en la escena del rescate a Rellian que acaba con su hija Vespyr (Annalise Basso) en el hospital al caer del tejado de la casa. Esto se justificará con la plena confianza que él tiene en sus hijos, incluso se le elogiará, ya que de no estar tan bien preparados físicamente la caída podría haber sido mortal… Genial… A pesar de que se presenta a la familia materna como la negativa de la función, se la redimirá en cierta medida en la persona de la abuela, Abigail (Ann Dowd), que entrega a Ben una segunda carta que recibió de su hija, en este caso positiva, donde pedía quemar la primera, que era negativa hacia él, reivindicando su plan de vida junto a Ben, junto a sus hijos, “filósofos reyes, en un paraíso salido de la República de Platón”.





Se produce así una lucha bastante forzada por los hijos, donde Ben está dispuesto a renunciar a ellos al ver su adaptación y al cariño que sus abuelos les profesan. Falta de profundidad filosófica y emocional también en los conflictos y procesos dramáticos. Sentimiento de culpa, decepción, sensación de fracaso, llanto, huida, soledad… que será compensada con amor, la semilla que plantó en sus hijos, y la conclusión de la aventura en truculentos momentos, robando el cadáver de la madre, que parece Blancanieves rodeada de sus enanitos y con mejor aspecto que ustedes o yo mismo…




El estilo visual, algo new age, tiene un montaje impresionista que describe ese micromundo en el que se desenvuelve la familia, donde hay sitio para los pequeños recuerdos, apegados a la emoción, lugares íntimos con libros y fotos para la evasión solitaria, algunos objetos de limitada tecnología (una máquina de coser o un tocadiscos, por ejemplo)… Su rutinaria vida cocinando, plantando, recolectando, tendiendo… Meditación, yoga, deporte, defensa personal, salud… El plano final, largo y tranquilo, retrata un desayuno pleno de felicidad relajada con esa familia bien avenida en su platónico retiro.




Matt Ross utiliza muchos planos cortos, especialmente sobre los rostros, con ello resalta con más fuerza las emociones, como en los chicos al recibir la noticia de la muerte de su madre o sobre el propio Ben (llanto, rabia, gestos, gritos, cuchillos, percusión…). Se añoran planos generales que se piden con fuerza y no acaban de aparecer. Su planificación es bastante clásica en ocasiones. Un ejemplo lo tenemos en la escena en el bar donde Ben habla con el padre de su mujer, con cambios de ángulo sobre el rostro de Mortensen y plano general al inicio y final de la secuencia.




El uso de los sueños que tiene Ben es otro elemento poético y expresivo utilizado en varias ocasiones. Interesante el uso de los espejos, especialmente en el autobús (es un hombre práctico y tiene un autobús para poder ir y venir con sus 6 hijos, aspecto, este último, que quizá no sea tan práctico). Ben dará un discurso de aceptación, resignación y sometimiento por la prohibición recibida por parte de la familia de su esposa de asistir al funeral, pero cuando aparezca la rebeldía, acto seguido, hablará a la cara a sus hijos, volviéndose y dando la espalda al espejo.





Del mismo modo, los cambios físicos también inducen a cambios vitales, en sus decisiones. Ben se afeitará cuando abandone a sus hijos, Bo se rapará para emprender su viaje aventurero al final…



La conversación sobre “Lolita” también será ante el espejo, pero por motivos funcionales (está conduciendo), pero cuando la chica profundice en su análisis se recurrirá a primeros planos.




Viggo Mortensen hace un estupendo trabajo y además enseña el pene. El resto del reparto también cumple con creces, incluidos los niños protagonistas. Aceptable fotografía de Stéphane Fontaine.


Trasnochada pseudo fábula, banal y tópica, con una buena idea que se queda a medias en todo, en sus intenciones, su desarrollo y su elaboración. Poco novedosa, el movimiento hippie ya dejó muchos títulos, Weir abrió un camino conceptual a este, y las cintas de amor a la naturaleza que no necesitan de lo urbano han tenido en Kurosawa, por ejemplo, mejores embajadores. El tono dramático es acertado, con momentos de sutil comicidad y drama atenuado que nunca cae en la sensiblería y emocionan moderadamente.


Dogmática e intelectualmente perniciosa, pero interesante para abrir debate.




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