Hace frío y cae una suave aguanieve, pero él está ahí en su
jardín atendiendo y arreglando sus arbustos y su césped con las podadoras, con
su chubasquero puesto, abstraído de todo, robusto y firme sin atender al mal
tiempo.
Me he anticipado. La cita es dentro de una hora, pero me ha
podido el ansia. Entablé contacto con él hace unos meses. Le venía vigilando
hace bastante tiempo y me aprendí sus rutinas, por lo que elegí el gimnasio
como punto de encuentro.
Allí, en la cinta mecánica y demás aparatos de tortura, me
puse a hacer deporte, algo que no practicaba hace años, para poder acercarme a
él. Charlábamos al trote, cogimos confianza, nos caímos bien y logramos una
pequeña amistad muy pronto que fue creciendo en las siguientes semanas.
Es soltero, como yo, tiene 72 años, yo 46, vive solo y no
tiene hijos. Casi almas gemelas.
Ante esta perspectiva me invitó a su casa a comer en
Navidad, así al menos no pasaríamos tan señalado día solos.
Y aquí estoy yo, presto y dispuesto a pasar el día con él.
Me doy cuenta de que llevo aquí de pie mojándome un buen rato, observando a
aquel hombre que era un completo desconocido hace poco, por lo que me acerco y
lo saludo.
-¡Te has adelantado, buen hombre! –me dice sonriente. –Anda,
ayúdame un poco con esto.
La verdad es que me apetece seguir mojándome, refrescándome
la cara con esa aguanieve que cae en diagonal, antes de entrar en casa.
Hablamos poco y sigo sus instrucciones con obediencia.
Al entrar en casa veo que lo tiene casi todo preparado, me
satisface comprobar que también esperaba con entusiasmo esa comida. El olor que sale de la cocina es rico y la mesa está muy bien arreglada dentro de su
modestia.
Tras enseñarme su casa nos sentamos a la mesa. No es mal
cocinero y lo cierto es que hay de casi todo. Tomamos vino y cerveza.
Conversamos de muchos temas, sobre el porqué de nuestra soltería, el no haber
tenido hijos...
Estamos cómodos, hay confianza, es el momento de
decírselo. Estoy delante de mi padre, he venido a esto, a decirle que soy su
hijo, a encontrar alguna respuesta, pero una vez lo tengo todo a mano, me da vértigo. Empiezo contándole que soy adoptado, que mi madre biológica murió y a
mi padre no había podido encontrarlo hasta ahora, que mis padres adoptivos eran
magníficos, aunque también habían muerto desgraciadamente… pero no sé decirle
la verdad.
Al oír estas cosas noto que sus labios y sus manos comienzan
a temblar, le cuesta pelar el marisco y mantener la compostura. Recuerda algo,
algo le ha tocado, pero se mantiene firme, por lo que cambio de tema lanzando
alguna broma para destensar el ambiente. Tengo que reconocer que le tenía cierto
rencor, pero verle así me despierta una extraña ternura e incomodidad.
Empezamos a hablar de trivialidades, de deporte y cosas así.
Sabía que podía pasarme esto, de hecho, en el fondo, sabía que me pasaría, por
eso tengo un plan B. No puedo irme de aquí sin decirle de alguna forma lo que
quiero que sepa, aunque mi cobardía me impulsa a hacerlo de tal forma que
no me obligue a estar presente cuando tome su decisión o reaccione.
Aprovechando una de sus idas al baño dejo una carta con una
foto en un estante. Por escrito me expreso mejor y puedo ocultar mis
sentimientos, prepararme con calma para el impacto que sin duda vendrá. Le diré
lo que le tengo que decir cuando esté fuera para despedirme. Me temo que no he
madurado todo lo que esperaba a mis años… Iba a dar un vuelco a su vida, es
verdad que estoy en mi derecho de saberlo, o quizá no, no lo sé, pero iba a
perturbar la vida de ese hombre a traición y la mía propia.
Llega el momento, pero justo cuando voy a salir por la
puerta me detiene y trastoca todo lo planeado.
-Tuve un hijo, ¿sabes? Fue hace mucho tiempo. No estábamos
casados, ni siquiera nos amábamos, y, desde luego, no teníamos nada. Nos pudo
el miedo, pero con el tiempo creo que nos pudo más el amor. No teníamos nada
que darle, nada que ofrecerle, no podíamos cuidarlo. Lo rechazamos, lo rechacé,
para que tuviera una buena vida, una buena familia. Es una certeza que no lo
habríamos criado juntos, la relación con su madre no iba a durar, pero me he
arrepentido toda la vida. Hoy sería su cumpleaños, nació el día de Navidad, y
todos los años iba a verle desde la distancia este día. Sí, sabía qué familia
lo había adoptado y todas las navidades las pasaba con él en la distancia al
menos un rato, cuando salía a jugar en la nieve o con sus padres, y después
cuando las pasaba solo, cuando se hizo adulto. Todas, no falté ninguna, salvo
esta, porque jamás pensé que él vendría a pasarlas conmigo… Feliz Navidad,
David, feliz cumpleaños, hijo.
Me gusta Jorge, una buena historia bellamente contada.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Joaquín! Me alegra que te guste. Sencilla y que casi se escribió sola. Me guió ella a mí, más que al revés. Jejeje.
EliminarUn abrazo fuerte, amigo mío.
Muy buen relato.
ResponderEliminarY el nombre del hijo me encanta... Porqué será ��
Gracias Merce. Es un punto especial por cómo se gestó. Me alegra que te haya gustado. Es un nombre muy bonito!! Jajaja
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