No revisé la clásica de 1984 antes de enfrentarme a este
absurdo remake, uno de tantos, dejando que el recuerdo de aquella se impusiera
a una posible realidad infausta. Ya habrá tiempo de valorarla centrándome sólo
en ella. Era lo justo para ambas películas, intentar abstraerme de
comparaciones directas, aunque a veces sea inevitable. Y lo que he encontrado es una mediocridad inmisericorde
que no hay por donde cogerla.
Pensé que este remake era una broma, no como recurso
dialéctico, sino verdaderamente, pero resultó ir muy en serio… Escuché
vagamente algunas críticas que no la dejaban muy bien, noticias sobre un
fracaso en taquilla, pero en el tráiler se insinuaba alguna buena ocurrencia
que pudiera redimirla en contra de esos malos augurios. No fue así.
Dirigida por Paul Feig, destacado director de comedias
(aunque no sólo de ellas, “La fuerza del valor”, un drama de 2004, resulta
aceptable), que triunfó con “La boda de mi mejor amiga” (2011) y la reciente
“Espías” (2015), cabía la esperanza de que se sobrepusiera a los prejuicios
porque parecía un director adecuado, fogueado en varias series de televisión, pero
no pudo ser.
Las diferencias son escasas estructuralmente, con una
historia insulsa e intrascendente repleta de guiños y homenajes a la original,
a la que no supera absolutamente en nada. La trama fantasmal es de chiste y en
ningún momento genera la más mínima tensión, y el humor, el otro pilar esencial de la propuesta, es para niños de teta con momentos francamente ridículos, que
en casi ningún momento funciona, a pesar de tener a un buen elenco de
actrices cómicas. Curiosamente, el que más sorprende y destaca en estas lides es
el que menos esperas, un divertido y simpático Chris Hemsworth.
Una escena inicial tenebrosa y con aparición fantasmal, mucho
menos impactante y efectiva que la original, que nos llevará a la presentación
de las componentes del grupo cazador, las protagonistas. Sí, una de ellas será
negra.
Esta presentación de personajes pretende ser graciosa, con
diálogos rápidos y ágiles, pero no funcionan casi nunca. También pesa el
recuerdo de la primera (¡qué no compares!) y el trabajo de sus protagonistas. Diálogos a los que
les falta chispa e ingenio, y eso que no dejan nada por usar, desde bromas
sexuales, sobre todo con Hemsworth, a escatológicas o de humor negro. Por supuesto, no faltará el humor físico, que sólo funciona cuando más absurdo es, como en
esa colección de peinetas del director del instituto en el que trabaja Abby.
“¡Sácatela!”
“… el primer lugar en el que electrocutaban a la gente.
¡Palabra! Tardaban tanto que al final decían: ¡Pégale un tiro!”
Este es uno de los grandes problemas de la película, su
obsesiva y desesperada búsqueda del chiste fácil, de la comedia, la acaba llevando al patetismo y la ridiculez. Lamentable siendo una obra de Feig,
que se supone destaca en este género. Lo que aquí es acelerado y forzado, en la
original llegaba con absoluta naturalidad, y la pausa y los silencios
lograban una comicidad efectiva y talentosa. Aquí tenemos una verborrea inane
que carga en muchas ocasiones.
Esta mendigante búsqueda del humor a toda costa lleva a que
no te tomes en serio nada, especialmente cuando pretenden alguna escena más
dramática o de suspense, porque sólo esperas el chascarrillo o la broma
habitual en cualquier momento, como cuando Erin se sincera y cuenta su
fantasmal historia de infancia… Todas estas digresiones no funcionan bien, y eso
que son pieza esencial de la propuesta.
Entre Erin (Kristen Wiig) y Abby (Melissa McCarthy) existen
ciertos resquemores acerca de su pasión y vocación fantasmal, así como por un
libro publicado conjuntamente… La tercera en discordia, Jillian (Kate McKinnon),
aparece en esta misma escena del encuentro, repentinamente, porque estaba
escondida en el laboratorio…
“Se disfraza de Mary Poppins y se pone chulita”.
Una vez despedidas de sus trabajos deciden que la mejor forma de proceder es
hacerse autónomas, emprendedoras, y forman su empresita de cazafantasmas, para
la que contratarán a los otros dos miembros del grupo: el musculoso, torpe y
atontado Kevin (Chris Hemsworth) y la trabajadora del metro Patty (Leslie
Jones).
Y de ahí, resolviendo sus pequeñas diferencias en tiempo
récord, irán a ocuparse del asunto que vimos en la primera escena, en la casa
museo con la aparición, exactamente cómo ocurría en la primera película. Ya
digo que poseen la misma estructura. Villano acomplejado, clímax con mega
fantasma…
En cada aparición a la que asisten nuestras protagonistas
nos descubren uno de sus clásicos artilugios. Si en la mansión Aldrich es el
“medidor PKE”, en el metro será el láser de protones, rudimentario aún.
Entre las cualidades especiales de cada protagonista,
tenemos que Erin parece atraer al moco fantasma, como vemos en la escena de la
casa museo, la mansión Aldrich, o en el metro, por ejemplo. Ella y Abby son las
que mandan. Erin es irónica, ordenada, demasiado formal, dubitativa. Abby es
pura determinación, tosquedad, carácter directo y firmeza. Jillian hace lo que
puede por resultar graciosa en su estilo alternativo y disperso, con su cigarro
y sus gafas, lo que ha tenido buena acogida entre algunos, aunque no es mi
caso. No hace gracia, pero Kate McKinnon realiza una aceptable encarnación, un
personaje bien definido.
“¿Quién es esa?” “He lamido tantos culos distintos…” “La más
guapa es el fantasma”. “A mí tampoco me gusta salir en la tele, porque la tele ¡engorda!
Y bastante me cuesta mantener este tipín”.
Kevin es tonto a tiempo completo, un entrañable bobalicón
superficial sin talento alguno aunque musculoso y guapo. Llevará gafas sin
cristales porque se le “ensuciaban todo el rato y así no tiene que limpiarlos”,
se tapa los ojos para no oír y tiene una perra. Lo cierto es que él deja los
momentos más simpáticos con su labor y su vis cómica autoparódica. Su bailecito
al final del film es hilarante ciertamente, así como esas fotos donde
aparece semidesnudo para pedir opinión a sus jefas resultan divertidas…
El villano de la función es otro tópico estereotipado, un
acomplejado insignificante a lo Travis Bickle, que como nadie le hace caso
decide destruir el mundo. Un amargado, solitario, maltratado por la sociedad,
de la que pretende vengarse. Además es un tipo ecuánime y mesurado...Un
personaje con ciertos parecidos y características con el Louis Tully que
interpretara Rick Moranis en la original.
La escena del concierto de heavy con menciones a Ozzy
Osbourne pretende suspense y humor. Es la primera aparición de las
cazafantasmas en público con todo el equipo, pero lo cierto es que resulta
infantil y absurda.
La trama fantasmal en la parte final parece escrita por Dan
Brown, vamos, que ni en “El código Da Vinci”, con esos caos que aparecen por la
ciudad hasta formar una delatora X. Por supuesto, a esta conclusión se llega en
tiempo récord y sin comprobar mucho las cosas, no vaya a perderse tiempo en
tonterías.
Guiños y homenajes.
Son muchos los guiños y los homenajes, así que citaré algunos de los más reseñables. Los cazafantasmas originales irán saliendo uno a
uno en diversos cameos, incluido Harold Ramis, homenajeado con una estatua suya
en la Universidad de Columbia, que es donde se nos presentará a Erin Gilberg
(Kristen Wiig).
Bill Murray aparece para desacreditar a las cazafantasmas,
en una idea que podía resultar divertida, pero a la que se saca poco partido.
Incluso parece que muere al caer por una ventana, por lo que quizá pase a ser
espectro, por incrédulo…
Dan Akroyd aparece como un taxista despreocupado experto en
fantasmas. Akroyd además es productor ejecutivo, mientras que Ivan Reitman,
director de la original, ejerce de productor. Ernie Hudson, que interpretaba al
cazafantasmas negro, Winston Zeddmore, aquí hace su cameo encarnando al tío de Patty
(Leslie Jones). Annie Potts, la secretaría en las cintas originales, aquí es
conserje de un hotel.
Parecía que ya estaba todo, pero en la escena extra
tendremos la estelar aparición de Sigourney Weaver.
Y entre los fantasmas tendremos a viejos conocidos, por
supuesto. “Moquete”, que no podía faltar a la cita, robando un coche, ligando y
pasándoselo en grande; el “Hombre de malvavisco gigante”, aplastando a las
pobres cazafantasmas; y un fantasma aún más grande con la forma del icono de
la película y las cazadoras, pero con cara de malote…
Los artilugios que aparecen en la película original también
tienen aquí su protagonismo, llegan a salir los mismos, pero luego se amplían y
sofistican… El detector de fantasmas, el medidor PKE; los lanza rayos, el
disparador nuclear de protones; las trampas… Además irán sufriendo evoluciones,
según se mejoran, como manda la tradición. El primer detector es definido con
sumo acierto como “la batidora del orgullo gay”. Se pasan un poquito con tanto artilugio.
El lugar físico de la empresa de cazafantasmas también
aparecerá en este remake, cuando traten de alquilarlo pero no puedan por su precio
(aunque al final gracias al éxito lo lograrán)…
“¿Estoy flipando o es un buen logo?”
El coche, el rayo de protones portátil, el vestuario, nos
vuelve a llevar a 1984. Se negarán al nombre de “Cazafantasmas”, por ser poco
científico, pero tendrán que rendirse a la comercial evidencia.
Hay varios homenajes cinéfilo-fantasmales. Así tendremos a
las gemelas de “El resplandor” (Stanley Kubrick, 1980), que son míticas; al
romántico fantasmita interpretado por Patrick Swayze en “Ghost” (Jerry Zucker,
1990). De Swayze gusta la filmografía en general a estas chicas… “Casper” (Brad
Silberling, 1995), que no podía faltar. “El sexto (quinto según Kevin) sentido”
(M. Night Shyamalan, 1999).
Andy García tiene un pequeño papel de alcalde dedicado a
desacreditar a nuestras protagonistas ante la opinión pública, pero con buenas
intenciones. No es que no las crean, es que no quieren alarmar.
“Nunca me compare con el alcalde de “Tiburón” (Steven
Spielberg, 1975). ¡Jamás!”
La parte final es una ida de olla antológica y surrealista,
pero no en plan “me sale el ingenio por los poros”, sino en plan “he tenido un
mal viaje y tengo que contarlo”…
Una vez descubierto el entuerto, en vez de desmantelar el
tinglado que el villano pirado tenía montado, lo dejan estar, algo que éste
agradece, como adquirir el cuerpo de “Thor”… Se inicia así un apocalipsis
fantasmal con muchos guiños, ya citados, en un clímax delirante, estúpido,
chorra y absurdo. Un ejército de fantasmas invadiendo la ciudad para mostrar el
presupuesto gastado en efectos especiales.
Aquí se da más de todo, más fantasmas, más efectos, más
exagerado, pero menos talento e inteligencia, que son casi nulos, repitiendo lo
mismo pero agigantado y multiplicado.
Sí, tenemos un clímax donde unas tremendas fuerzas militares
y policiales portan y cargan sus armas para apuntar a unos fantasmas… El
villano, que ha poseído a Chris Hemsworth, logra controlar a todo ese ejército
(supongo que se pretenderá la manida broma de ridiculizar a las fuerzas de
seguridad, ya saben que siempre son tontitos), a todos menos a las personas
verdaderamente peligrosas, que tienen armas que hacen pupa a los fantasmas,
nuestras protagonistas. A ellas no les hace lo que al resto, ¿por qué? ¿Tienen
los monos de basurero algún campo protector contra manipulaciones fantasmales?
Además, el magaejéricto de fantasmas que campa a sus anchas
por la ciudad, se muestra incapaz contra cuatro mujeres, hasta el punto de que
de repente desaparecen, no se sabe por qué, para dejar solo al fantasma grande…
También de repente es de noche, o de día…
Encima hay escenita extra tras créditos… El guión es
deslavazado e incoherente, con actos y hechos arbitrarios y un rigor nulo respecto a su propia mitología. Infantil, simplista, excesiva y poco creativa.
Un despiporre… En cualquier caso, la película se muestra
respetuosa con la original, siendo más un homenaje y tributo que otra cosa. Se
ve fácil, es entusiasta, pero terriblemente fallida y ridícula. Se agradece que
no incluyan un rollo amoroso, pero lo cierto es que nada puede rescatarse de
este insufrible remake que deberían haberse ahorrado… Como tantos otros.
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