El final de “La guerra de los mundos” siempre me pareció una
genialidad, coherente y lógico en cualquier circunstancia, aunque a algunos
pueda resultarle escapista, pero sublime en el contexto y época en la que Wells escribió su novela. Su crítica anticolonial queda sublimada con ese final donde lo autóctono,
lo oriundo, lo indígena, lo que pertenece a un pueblo primigenio, destruye al
invasor, a aquel que pretenden apoderarse, colonizar, aquello que le es ajeno,
que está fuera de su esencia, que no pertenece a ese lugar. Una tesis potentísima y
brillante convertida en demoledora crítica contra el colonialismo británico.
Por esto, por ese carácter alegórico, entre otras cosas, la
novela de Wells es sensiblemente superior a esta adaptación de Byron Haskin,
que en su traslado de la acción de Londres a California pierde esa esencia con
la que fue concebida. Curiosamente una concepción que hubiera venido a cuento
con algunas intervenciones americanas en distintos conflictos que acontecerían
pocos años después.
En líneas generales, tanto esta como la dirigida por Steven
Spielberg, las dos más famosas llevadas al celuloide (luego son innumerables
las versiones, adaptaciones libres o derivaciones que esta primera invasión
alienígena inspiró), son adaptaciones bastante fieles en esencia a la novela de
Wells, a pesar de ciertas diferencias en aspectos y elementos de la trama,
modernizándola en los puntos que pudieran quedar obsoletos. Aquí también
tendremos la presencia de un cura y la separación de la pareja; en la de
Spielberg las armas de los marcianos, así como la recreación de sus naves y los
aspectos más truculentos, como la captura de humanos y las transfusiones
sanguíneas, son muy fieles, incluyendo un aspecto familiar que no existía en la
novela, separando a la misma donde en la obra de Wells se separa un matrimonio.
“La guerra de los mundos” es una cinta de influencia
indiscutible, no ya la novela, columna vertebral de todas las invasiones
alienígenas que han sido tanto en cine como en literatura, sino
cinematográficamente. Desde “Independence day” (Roland Emmerich, 1996) a la
propia adaptación de Spielberg rinden tributo a esta obra de Haskin.
La introducción de la película es francamente confusa y
extraña. Parece una apología de los avances científicos y técnicos en materia
militar que otra cosa. Un planteamiento que huye de la crítica colonialista de
la obra de Wells, evidentemente, cambiando el año y la localización. Del
Londres de principios de siglo, pasamos aquí a la California de los 50. Avances
tecnológicos volcados en la destrucción y las guerras, con mención a las dos Guerra
Mundiales incluida. Hay más de mensaje anticomunista que otra cosa.
Esta “La guerra de los mundos” es una producción de George
Pal, director de “El tiempo en sus manos” (1960), también basada en una obra de
Wells, que él mismo rodaría varios años después. Hay un divertido guiño a la futura
cinta de Pal con ese plano de una relojería en el último tercio de la película,
donde aparecen un buen número de relojes, ya que así comenzará el productor y
director su obra de 1960, con un buen número de relojes. Además tenemos a Cecil
B. DeMille como productor ejecutivo.
No fueron pocos los directores que se interesaron en adaptar
a Wells. El mismo DeMille lo intentó en los años 20, así como Eisenstein, Korda
o Hitchcock también se vieron atraídos por la historia.
Todo el inicio del film es atractivo y atrayente, con esa
introducción astronómica y científica sobre las inviabilidad de la vida en los
otros planetas, causa por la que los marcianos terminan aquí, destruyéndolo todo
y hablando poco. Este comienzo ya muestra una interesante mezcla con los
efectos especiales, unos de cartón piedra y cartulina y otros mucho más
elaborados, pero siempre artesanales.
Una progresión más que acertada aumentando la tensión con la
presentación del meteorito y las primeras extrañezas, donde lo electrónico, la
luz, el teléfono, los relojes, han dejado de funcionar.
La cinta de Haskin está bien narrada, logrando la atmósfera y el misterio adecuados con ese objeto que ha caído en la Tierra y que en nuestra
ingenuidad y confianza natural no se ve peligroso. Se toma como algo curioso y
divertido al principio, para tornar en terrorífico. Allí se retrata la esencia
americana con ese espíritu emprendedor, que ve negocio en todo, así como el
carácter contradictorio y temerario de los vigilantes que quedan al cuidado del
meteorito, primero anunciando que es una bomba y pocos segundos después
deduciendo que no puede serlo porque estas no se desatornillan solas... Resulta
algo absurda la imprudencia de los tres californianos en la presentación de los
marcianos y sus malas pulgas.
La llegada de más naves no limita la dimensión, siendo fiel
a la novela. Francia, España, Italia. Curioso ninguneo inicial a Gran Bretaña…
Sudamérica, Nápoles. Finalmente se mencionará Londres… En una transición posterior con
voz over, donde se relata la caída de la civilización y las constantes
derrotas de todos los países, sí habrá una enfática mención a Inglaterra y las
Islas Británicas, por su importancia estratégica. Me encanta que no paren de
caer cilindros y meteoros con naves alienígenas. Son graciosas las suposiciones
científicas acerca de los visitantes. Medios de comunicación, tropas y unos
marcianos que no se andan con chiquitas.
En la presencia de los medios de comunicación, con ese
locutor, se parece rendir tributo a la versión radiofónica que hizo Orson
Welles y que, posiblemente, sea la más famosa adaptación de la novela jamás
realizada en un medio francamente difícil como es la radio.
Científicos, policías y curiosos se darán citan ante ese
extraño acontecimiento. Incluso tendremos la presencia de un Pastor (Lewis
Martin), aspecto este, el religioso, importante en la obra.
Se definen los roles protagónicos. El experto científico
Clayton Forrester interpretado por Gene Barry, y la profesora de universidad
Sylvia Van Buren interpretada por Ann Robinson. Interpretaciones que no pasan
de correctas…
El trabajo de Haskin es más que aceptable, demostrando ser
un competente artesano. En el travelling especialmente, como ese donde Haskin abandona al hombre para
centrarse momentáneamente sólo en la chica. Un científico juerguista.
Buen manejo de las grúas y los travellings de retroceso para
dejar ver entornos. También notable el plano sobre la cabeza luminosa marciana
que gira para observar a los tres desdichados vigilantes. Ejemplos de esos
travellings de retroceso los tenemos en el lugar del primer meteoro, en el
campamento militar al inicio, en la oficina de crisis en Washington, en el lugar
donde van a presenciar el lanzamiento de la bomba de hidrógeno, en una de las
iglesias al final…
El foco, en plano general, de la nave, con el resplandor
verde. Planos de grupos de personajes, tres a menudo, con panorámicas que van
de uno de ellos al entorno en general. Se aísla al cura en varias ocasiones, sobre todo
cuando está rodeado de militares y soldados. Hay un buen trabajo de composición
en los planos, por ejemplo del ejército expectante.
Estupendos planos aéreos donde vemos a las naves alienígenas
desde la avioneta de los protagonistas, en pura maqueta. También son estupendos
los planos de la evacuación y de las ciudades desiertas, apocalípticas,
fantasmales casi. Se adelantan a películas como “Abre los ojos” (Alejandro Amenábar, 1997) y tantas
otras. La histeria por las calles, la humanidad animal y desquiciada, el
instinto descerebrado de supervivencia…
Esplendidos efectos con esas naves surgiendo del cilindro
que combaten contras las fuerzas armadas terrestres con su rayo y su blindaje
infranqueable. Una paliza anunciada. El ejército diezmado y sin soluciones. Las
ciudades en peligro. Las destrucciones, las batallas, las calles sumidas en la
histeria, están realmente bien retratadas, logrando unos efectos y un resultado
francamente destacables. Si por algo es conocida la película es por sus
oscarizados efectos especiales, que logró a título póstumo Gordon Jennings con
estupendas maquetas de Albert Nozaki y Hal Pereira. Unos efectos a los que se
dedicaron dos años de trabajo.
Igualmente destacado es el sonido, con ese zumbido
inconfundible que avisa de la presencia de las naves y la amenaza de sus rayos,
obra de Gene Garvin y Harry Lindgren.
Hay defectos de guión, aunque la narración está bien
llevada. Ciertamente están ágiles en las deducciones. Es un aspecto artificial
en la narración, pero obligado por las limitaciones presupuestarias. Además, comenten
errores en sus apreciaciones y propósitos, algo positivo.
Los tiempos encajan mal, no hay un rigor coherente en ellos.
Las evoluciones de los extraterrestres parecen necesitar de varios días, lo
mismo que las organizaciones de los ejércitos. Las transiciones de voz over
parecen indicar el paso de varios días o semanas, pero cuando llega el
protagonista al instituto de ciencia y tecnología, se dice que sólo ha estado
desaparecido unas horas…
Hay armamentos y naves reales que aparecen en la película
como parte del ejército, insertos de imágenes documentales que, aunque cantan
un poco, no quedan del todo mal.
El rol de la mujer, que no olvidemos es profesora de
universidad, es el de siempre, servir café…
El tema de la religión, mencionado con anterioridad, es uno
de los más importantes. Comenzará con la figura del Pastor Collins y seguirá
con otros aspectos hasta la conclusión. El cura es la figura espiritual,
esperanzada e ingenua, que mantendrá la fe en esas criaturas a pesar de lo
visto. Su eliminación define una tesis descorazonadora y a la vez realista,
aunque la insinuación apologética pro-militar de la película ahora sería
revolucionaria y polémica, cuando no profundamente criticada. Incluso la bomba
de hidrógeno, modernidad absoluta, será una solución válida para terminar con
los extraterrestres, como es lógico. También fracasará.
Aquí subyace la idea de la lucha contra la sinrazón. Es la
sinrazón del fanatismo que sólo conoce el lenguaje de las armas. Una tesis que
nada tiene que ver con el anticolonialismo de Wells.
Más referencias religiosas: seis días para apoderarse del
mundo, el mismo tiempo que Dios tardó en crearlo. En las iglesias buscará el
protagonista a Sylvia, recordando la historia de infancia que ésta le contó. Y
es que, finalmente, hay un sentido religioso en ese final, un excelente clímax
que es un derroche de efectos especiales para la época, cuando las máquinas
parecen morir por arte de magia ante las reiteradas plegarias y rezos en los
templos.
Una mención a Dios, en dicha resolución final, que también
aparece en el epílogo de la cinta de Spielberg. Las bacterias y gérmenes, los
seres más pequeños de la existencia, nuestro principal aliado.
Todas estas referencias y tesis religiosas están alejadas
de las postuladas por Wells. Esa obsesión por congraciar la religión con la
ciencia, dando preeminencia a la primera finalmente, es lícita, pero deja
determinados momentos algo forzados, como el cuasi sacrificio del cura, Biblia
en mano, acercándose a los extraterrestres.
La escena en la granja es una de las más destacadas. Una
estupenda escena de suspense, con las sugeridas apariciones de los marcianos,
los artilugios de espionaje, los recursos expresionistas, la claustrofobia, la
noche. Todo con un colorido toque kitsch. Una escena a la que Spielberg también
sacó un gran partido en su versión. Esta secuencia, en su inicio, sirve para
intentar profundizar en los sentimientos y el pasado de los personajes, aunque
vagamente.
Allí conseguirá la cabeza de un ojo electrónico marciano y
sangre de extraterrestre, para investigar sus debilidades… Es un auténtico acierto
que apenas se vea a los extraterrestres, generando desde la sugerencia una
intensa tensión y suspense.
El excelente clímax nos lleva a la resolución destacada al
inicio del análisis. Un gran clímax que rubrica una buena película de serie
B y ciencia ficción, que no es, ni mucho menos, mejor que la de Spielberg ni la
quintaesencia que muchos han querido ver, pero que sí resulta un digna
adaptación de la obra de Wells. Ingenua e inocente, pero atractiva.
Cómo m gustan tus análisis…
ResponderEliminarGracias!!!
Bss
Muchas gracias, Reina!
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