De puntillas, a punto de levantarme de mi asiento, con el
trasero al borde del mismo, observo angustiado como Doc no logra enchufar el
dichoso cable… Se tiene que subir al reloj de la torre, imitando a Harold Lloyd
en “El hombre mosca”, pero nada sale bien… Encima a Marty se le ha apagado el
coche y la tormenta que debe lanzar su rayo ya está encima. ¡Trata de
arrancarlo, Marty!- grito desesperado, seccionándome uña tras uña con los
dientes… Doc no atina, los cables se le caen, no llegan al enchufe o se
desconectan obligándole a bajar de nuevo, pero ¿cómo?
No va a dar tiempo, no va a dar tiempo… Los rayos sacuden la
calle, el coche por fin ha arrancado, pero Doc tiene que descender porque el
cable se le ha desenchufado abajo al engancharse con un árbol… ¡Esto es
desesperante!
La maravilla se apoderó de mis ojos, de mi cabeza, de todo
mi ser. Era una película perfecta. Lo tenía todo, no podía gozarse más a todos
los niveles, era imposible. Entrañable, graciosa, divertida, ingeniosa,
ocurrente, sorprendente e imprevisible, original. Consiguió darme lo que ni me
imaginaba que quería en una película de entretenimiento. Sí, vi el final en
vilo, en el filo del sofá, sin poder contener los nervios, como mi profesor de
literatura me dijo que terminó de leer “451 Fahrenheit” de Ray Bradbury… Y es
que esta película, especialmente su clímax, hay que verla así, de pie y, quizá,
dando brincos. La diversión pura y dura, esa que además alimenta la
inteligencia, plasmada en celuloide.
Y 30 años después sigue pareciéndome igual y haciéndome
sentir lo mismo, poniéndome de los nervios en el clímax.
La frescura y toda esa trama kafkiana no tienen igual, es
imposible encontrar algo similar en el cine de la época o en el género. “Regreso
al futuro” es la pura vida, el vértigo del verano, el impulso amoroso y rockero
con la chica de tus sueños para vivir aventuras donde el límite lo pone tu
imaginación. Un brazo sobre ella y viajar en el Delorean a donde elijáis… Es
genialidad y pura imprevisibilidad.
No es sólo el clímax, es que desde que empieza hasta que
termina la película todo es perfecto, divertido, especial. “Con la muerte en los talones” (Alfred Hitchcock, 1959) es la película más entretenida de la
historia, pues bien, esta que nos ocupa es también una de las películas más
entretenidas de todos los tiempos y, posiblemente, la más entretenida del cine
moderno.
La conexión que logra “Regreso al futuro” con el público de
toda edad y condición, de cualquier época, es sencillamente alucinante. El
poder de la fascinación, la energía de la juventud con su bici o su monopatín
al ritmo del Rock de “Huey Lewis and the News” y su “Power of Love”, donde la
música y las chicas, los sueños por cumplir y el eterno presente, lo son todo.
Es algo con lo que todo el mundo se identifica porque o lo ha vivido o lo está
viviendo, y Robert Zemeckis lo plasmó como nunca.
Estamos hablando de una de las películas más representativas
de los 80, si no la que más, por calidad, categoría, dimensión y trascendencia.
Por influencia. Un derroche de imaginación y diversión que estimula la
inteligencia, el ingenio y el intelecto. Puro cine de entretenimiento con
enjundia ejecutado por uno de los mejores realizadores modernos y, junto a
Spielberg y Cameron, el que mejor rueda la acción y dirige productos de evasión.
Iconográfica.
Ciencia ficción, aventuras, comedia, cine juvenil y de
institutos… todos estos géneros y más están en “Regreso al futuro”, y además
perfectamente entrelazados, con una naturalidad casi insultante.
Por si fuera poco es el referente absoluto de las películas
de viajes en el tiempo, muchas veces imitada, pero jamás igualada, haciendo
hincapié en el aspecto más ingenioso, divertido y lúdico de la propuesta, no
tanto en el científico o intelectual, que también lo tiene. Pero de las
películas sobre viajes en el tiempo hablaré posteriormente.
“Regreso al futuro” es una película que me lo hace sentir y
vivir todo con una intensidad como pocas veces he disfrutado ante la pantalla.
Desde la fascinación infantil del descubrimiento y el deleite intelectual e
inteligente, a la pasión vibrante de la aventura.
La genialidad se plasma desde el primer plano de la película, cuando Spielberg presentaba obras de arte y no cosas como “Transformers” (Michael Bay, 2007). Una panorámica y unos travellings describiendo el laboratorio de Doc, con sus ídolos científicos y artilugios de trabajo, pero presentando, allí mismo, al gran protagonista de la función, Marty McFly, un pletórico Michael J. Fox. El sonido de múltiples relojes (incluso en off) y una cámara que vaga sobre ellos (recordando al inicio de “El tiempo en sus manos”, dirigida por George Pal en 1960), cuando la imagen nace. El tiempo y su sonido, los segundos uno a uno. Uno de esos relojes homenajea a “El hombre mosca” (Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, 1923) de Harold Lloyd, otros relojes tienen muñecos borrachos o representan búhos, perros y gatos; un periódico que anuncia que “La mansión Brown ha sido destruida”; fotos de ilustres científicos (Benjamin Franklin, Albert Einstein, Thomas Edison); una videocámara y la radio diciendo que los coches Toyota son los mejores de 1985, definiendo la fecha; una cámara que sigue flotando por el despertar de ese laboratorio, observando la cafetera y la recién encendida televisión, que anuncia el desmentido del robo de una caja de plutonio; una cafetera y un robot para servir su comida al perro, momento del primer corte en el montaje de la película. La misma intención y filosofía que en la escena inicial de “La ventana indiscreta” (Alfred Hitchcock, 1954).
El siguiente paso es presentar al héroe, y se hace de una
forma deslumbrante. Como se hacía en los 80: Tras el primer corte de montaje,
con la comida del perro, Einstein, cayendo al recipiente, una puerta se abre y
una voz joven llama a Doc mientras esconde la llave del lugar bajo el felpudo,
unos pies con sus playeras entran tranquilos y confiados en la estancia, acompañados
de un monopatín, que al rodar inconsciente nos deja descubrir la caja de
plutonio mencionada poco antes en televisión…
Una mano manipulando interruptores, la espalda del chico,
sus vaqueros, su chaqueta, también vaquera, una guitarra con el volumen a tope,
un súper altavoz… Todo en planos escindidos. Un mimo en la puesta en escena que
logra transmitir justo lo que va a suceder, casi como una declaración de
intenciones: un sonido atronador con los elementos mínimos. Una grúa retrocede
para que veamos a Marty de cuerpo entero, siempre de espaldas y donde se
intuyen unas gafas de sol, un plano corto sobre la púa… y el gag.
Así se presenta un personaje, al que tras salir volando le
veremos la cara, el rostro de Michael J. Fox, que se quita fascinado las gafas
tras haber destrozado el altavoz. Un chico descarado, rockero, que se siente
cómodo en el laboratorio de Doc, con plena confianza, y al que le gusta
experimentar. Zemeckis ha sembrado un buen número de cebos planteando el inicio de la trama y descrito a dos personajes, a uno ni
siquiera lo vemos, incluso dotándolos de algunos de sus rasgos distintivos ya,
sin mediar palabra y con cuatro planos. Esto es narrar.
Doc interviene por primera vez por teléfono, una
conversación en plano sostenido para confirmar una cita a la una y cuarto de la
madrugada y dar sentido a la cantidad de relojes que vimos, donde todos
retrasan 25 minutos (menos uno que puede verse junto al monopatín de Marty una
vez lo pone en el suelo a su entrada, que marca las 8 y 20)… Muy útil. ¡Y todo
lo que pasa y cómo pasa, mola muchísimo!
La entrada del tema de “Huey Lewis and the News”, “The Power Of Love”, es una auténtica maravilla adrenalítica, pero observen los detalles
que hacen incluso de esta escena de transición algo especial: El Rock, la forma
en la que Marty abre la verja de Doc en el número 1646 dando una patada al
cerrojo y cómo se engancha a la parte trasera de una furgoneta para hacer rodar
su monopatín al ritmo del vehículo sin esfuerzo… En 1955 el número de la casa
de Doc será el 1640. Era una amplia y espectacular mansión, que como vimos en
el recorte de periódico, se quemó.
La primera escena en casa de los McFly, con los abusos de
Biff (Thomas F. Wilson) a George (Crispin Glover), el padre de Marty, describe a estos dos personajes, uno débil y
sometido y el otro abusón, chulo y prepotente, y cómo es esa relación. Una sola
escena lo define todo. Esto es narrar.
Doc y Marty.
Ellos son los dos protagonistas. Su relación es tan
entrañable como encantadora. Han logrado ser una de las parejas indispensables
e inolvidables en la historia del cine, tanto que mencionar a uno te lleva
inmediatamente al otro.
Son dos personajes complementarios además. Llevan mucho más
allá la figura del mentor y el alumno, hay algo paternal en la relación de Doc
con Marty también.
Marty y Doc forman un mismo ser. Doc es la cabeza y Marty el
cuerpo que ejecuta las órdenes. Nunca cuestionará ninguna de las teorías de Doc
más allá de su incredulidad o sorpresa. La maravillosa expresividad y complicidad de Michael J. Fox y
Christopher Lloyd ha pasado, por derecho propio, a los anales de la historia.
Una de las grandes parejas del celuloide. Inseparables.
Ellos son dos seres ajenos al tiempo, por eso es brillante
la idea de que Marty sea siempre un “sustituto”, una especie de avatar.
Sustituye al perro en el Delorean, a su padre y a un guitarrista en el pasado,
a su hijo en el futuro…
El dicharachero Doc es tronchante. Cada gesto, cada
expresión, cada excentricidad, enamoran al espectador. Christopher Lloyd realizó
aquí el papel de su vida y será recordado siempre gracias a él.
Hay cierta dependencia en Marty hacia Doc, quizá por no
encontrar en su propio padre la figura referencial que busca, como explicaré posteriormente
en el tema de la familia. Su reacción cuando Doc anuncia que se va al futuro es
de tristeza, una sutil decepción porque implica que se vuelve a alejar.
Marty nos revelará continuamente la fascinación de la
ingenuidad, la sorpresa, en su mirada. Zemeckis subrayará esos momentos con
travellings de acercamiento. De alguna forma toda la esencia de los 50, esa
inocencia e ingenuidad, esa capacidad para sorprenderse y fascinarse, queda
filtrada a través de los ojos de Marty, un chico de los 80. Uno de los muchos
ejemplos de esto: Cuando Marty descubre a su padre en los 50.
El Doc de 1955 es casi igual al de 1985, no necesita ni
maquillaje apenas. Su carácter excéntrico y peculiar, su obsesión científica,
permanece inalterable. Es un personaje ajeno al tiempo, siempre está igual, en
una genialidad más de guión. En 1955 quizá confía algo menos en sí mismo, pero
su espíritu positivo permanece inalterable. Inicialmente se mostrará descreído
con las revelaciones de Marty, pero pronto cambiará ante las evidencias.
Doc es contradictorio. Extraña, por ejemplo, que acceda a
ver el video con el experimento del viaje en el tiempo y luego se ponga
“tiquismiquis” con la carta que Marty le ha escrito advirtiéndole de su muerte.
Incluso ve la mismísima máquina del tiempo…
También es asexuado. Cuando habla de relaciones y todos sus
temas relacionados lo hace de una forma científica, casi académica. Un baile
será para él “un rito ceremonial rítmico”, una cita será para él “tener fusión
en un contexto…”. Esto cambiará en la tercera parte, cuando descubra el amor en
su época predilecta, el oeste. Hilarantes comentarios.
Marty es ingenioso y decidido, intrépido, mucho más que su
padre, aunque tiene elementos en común con éste. Lo demostrará en muchas
ocasiones, tomando la iniciativa para convencer a su padre de que invite a
Lorraine (Lea Thompson), utilizando sus conocimientos sobre él, por ejemplo su gusto por la
ciencia ficción, inventando una farsa. O cuando escapa de Biff, primero
distrayéndole para propinarle un puñetazo y luego haciendo virguerías con el
monopatín.
Marty tiene rasgos del carácter de sus dos padres, en otro
detalle sublime de guión, que es de una calidad extraordinaria. Sus miedos e
inseguridades los ha adquirido de su padre, así como los gestos y tics; en
cambio su carácter intrépido y atrevido, osado, lo ha sacado de su madre.
El guión define a la perfección los caracteres de los
personajes, todos clichés estereotipados, pero a la vez plenamente
individualizados y humanos. La chica salida y coqueta de instituto, el matón de
instituto también, el chico tímido y pusilánime (George de joven), el
científico loco…
Además de todo lo escrito por ti, yo añadiría el que Zemekis introduce todos esos detalles, tan fundamentales para una historia tan compleja,sin que pierdas el hilo narrativo y puedas disfrutar de todo lo que estás viendo.Deseas que llegue la siguiente escena para saber si tu suposición de lo que va a pasar es coorecta,o si por el contrario andabas despistado.Genial.
ResponderEliminarExactamente, el guión es una obra de orfebrería descomunal. Mañana explico el excelso trabajo que hay detrás con los cebos y los ecos. Es asombroso!
EliminarUn saludo, Juan Carlos.
Una de mis pelis favoritas!!! Lo has descrito todo tan bien q no voy a repetir conceptos!
ResponderEliminarDa gusto verla, una y otra vez, porque te engancha sin remedio!
Y espero con expectación tu análisis donde estoy segura q encontraré mil detalles mirados sin ser vistos, una de tus especialidades.
Gracias por este trabajo, cuajado d imágenes d apoyo, q he empezado a disfrutar, y q seguiré haciendo con ese deleite q dan tus estupendos análisis, q consiguen transmitir el entusiasmo por una cinta redonda!!!
Bss!!
Es verdad, es una película que tiene ese tipo de magia que la hace merecedora de verse infinitas veces! Es increíble.
EliminarMuchas gracias!! A ver cómo sigue.