Las editoriales en los últimos años han apostado por
promocionar trilogías o sagas, booms mediáticos que ponen de moda alternando
géneros para extender ese éxito varios años. Un filón que está bastante
emparentado con el cine. Comenzó con las películas de “El señor de los
anillos”, que llevó a gloriosas reediciones de los libros de Tolkien, que
siempre se han vendido maravillosamente; continuó con “Las crónicas de Narnia”,
otro clásico, y luego se desvirtuó con otras de otro tipo. Franquicias
infantiles como “Harry Potter”, adolescentes como “Crepúsculo” o “Los juegos del hambre”, novelas eróticas con “50 sombras de Grey”… y novela negra, con la
trilogía “Millenium”…
La trilogía escrita por Stieg Larsson puso de moda la novela
negra escandinava, a pesar de no ser precisamente su mejor exponente, lo que
debe reconocérsele y valorarse, ya que permitió al gran público conocer e
interesarse por otros autores y novelas del estilo aún mejores. Algunos ya eran
muy conocidos en todo el mundo, como Henning Mankell (fallecido el 5 de octubre
de 2015), pero tanto él como otros se colocaron entre los más
vendidos habitualmente, ocupando puestos preeminentes en todas las librerías de España.
Asa Larsson, Camila Läckberg, Jo Nesbo,
Liza Marklund, Leif GW Persson, Kjell Ola Dahl, los clásicos Maj Sjöwall y Per
Wahlöö…
A esta tendencia
corresponden las novelas del danés Jussi Adler-Olsen y su “Departamento Q”, que
ya va por la sexta entrega. Un estilo muy en la onda Mankell, con detective muy
nórdico, seco, amargado y con dificultades para compaginar vida personal y vida
laboral. Esta “Misericordia” (Mikkel Norgaard, 2013) adapta “La mujer que
arañaba las paredes”, mientras que “Profanación” (Mikkel Norgaard, 2014), el
siguiente título que llegó a la gran pantalla, hace lo propio con “Los chicos
que cayeron en la trampa”.
La película de Mikkel Norgaard, que ha dirigido episodios de
la prestigiosa serie danesa “Borgen”, tiene una buena atmósfera, captando la
esencia de la novela escandinava. Una película de fotografía blanquecina y grisácea,
clara (es una cinta diurna), gélida, en sus exteriores. Esto contrasta
con los interiores o momentos de más suspense, donde todo se hace más oscuro y
aparece el uso de ocres, como el despacho del detective Carl Morck (Nikolaj Lie
Kaas). Esa fotografía tan clara remite también a muchas series televisivas.
Entornos grises y marrones que retratan a la perfección la
vida de Carl, incluido su atuendo, con esa gabardina marrón.
Un buen manejo del suspense y la atmósfera, que nos remite
al cine de David Fincher, “Seven” (1995) o la serie “True Detective”, lo tenemos con la primera secuencia, la del error policial del protagonista, que
se precipita y provoca que uno de sus compañeros muera, el otro quede postrado
en una cama y a él le dejen herido, lo que le apartará del “Departamento de
homicidios” para ser recluido en el “Departamento Q”, de casos sin resolver. Un
entorno lúgubre, sucio, con la luz del exterior filtrándose y rompiendo la
tenebrosa iluminación del interior de la casa. Diurna con momentos de tenebrismo.
Ya empieza a describirse aquí la personalidad del
protagonista, muy clásica en la novela nórdica. Un hombre de carácter difícil,
poco comunicativo, obcecado, cabezón, taciturno, amargado… de difícil vida
personal. Separado y descastado, poco involucrado en la vida de su hijastro,
que se presentará repentinamente en su casa para estar con él. Nadie quiere
trabajar con él porque nadie le aguanta. Una penosa vida personal y una penosa
vida profesional. Caótica. Un solitario.
Es un hombre muy competente y obsesivo con su trabajo, es lo
más importante que tiene en su vida. Considera, en su fuero interno, que nadie
tiene esa capacidad, que nadie está a esa altura porque él renuncia a todo lo
demás. No acepta la incompetencia. Desde su recuperación, Carl parece tener
ciertos temblores en la mano.
“Si me asesinan, prométeme que no te ocuparás de mi caso”.
-Assad: ¿Y por qué este trabajo?
-Carl: Porque es lo que sé hacer.
Su hijastro abandonará a su madre para irse a vivir con su
padre, por aquello de tener más libertad, ya que Carl se preocupa poco.
Acostumbrado a la soledad, aunque a veces le afecte, se verá algo limitado en
su propia casa, sin ser capaz de comunicarse con su hijastro, aguantando su
música estruendosa a todo trapo e interrumpiendo sus folleteos con la novia sin
querer… Hay en la permisividad de Carl con su hijastro un anhelo de compañía,
quizá.
Resulta muy interesante (aspecto que se pierde
lamentablemente en la siguiente entrega del “Departamento Q”, “Profanación”),
la relación de Carl con su compañero, postrado en cama tras la errada misión de
la primera escena. Un hombre que vive un infierno y que parece el único amigo
con el que es capaz de relacionarse. Como una forma de flagelación o un
mecanismo para digerir su culpa. Además de por un afecto sincero.
“Sin tu cabezonería vales… lo mismo que yo ahora”.
Las conversaciones con su amigo herido dejan los momentos
más emotivos de la cinta. Otro policía que entiende a Carl a la perfección, que
sabe que su renuncia a su vida es para salvar y mejorar la del resto… porque es
lo que le queda. Estás conversaciones son redentoras para Carl.
En el “Departamento Q” conocerá al que se convertirá en su
nuevo amigo, uno de los pocos. Assad (Fares Fares), hombre feliz y alegre,
educado y complaciente, trabajador, contento con su trabajo olvidado de la mano
de Dios, solitario y tranquilo, un trabajo que Carl considera un destierro para
jubilados. Assad, su subordinado, un hombre absolutamente fiel. Assad es la
bondad personificada, sólo un tipo así sería capaz de aguantar a Carl. Musulmán
practicante del islam.
Dos líneas temporales se unirán. Un caso llama la atención
de Carl, uno que intentó que le asignarán, pero que fue para otro detective
finalmente, de hace 5 años. Esa curiosidad y la investigación que nuestro
protagonista emprende se unen a un flashback sobre los hechos ocurridos, los
hechos que constan en la investigación y los informes, pero que posteriormente
se independizará de ellos cuando lleguemos al presente y descubramos la realidad
de lo acontecido.
Es muy interesante cómo se juega con los puntos de vista
durante la investigación, puntos de vista de los testigos que cuentan lo
narrado en su día. Un planteamiento muy apreciable, sobre todo porque vemos
cómo se va llegando a deducciones a través de este recurso, con los testimonios de los testigos que se conservan. Por ejemplo en el ferri al que la víctima,
que es político, fue con su hermano deficiente, Uffe (Mikkel Boe Folsgaard), y
de la que se piensa se suicidó allí. Un hombre con un chubasquero despertará
las sospechas de Carl, que no ve lógico que ella fuera a un ferri con su
hermano deficiente para suicidarse… La escena en el ferri resulta muy
atractiva. Ella es una mujer brillante que ha renunciado a su vida privada casi
por completo para dedicarse a su hermano deficiente. Puntos en común con Carl.
Flashbacks que no quedan claros, porque sólo respetan
escrupulosamente los pasos de la investigación en ocasiones, mostrando otros
aspectos, como esos planos espías en la casa de la víctima, que no pueden estar
en la investigación, generando un suspense, pero resultando ambiguos
narrativamente.
Carl deduce que debió ser secuestrada, es la única
posibilidad lógica revisadas todas las pruebas. Cerca de la media hora
descubriremos la verdad, en un estupendo giro de guión que convierte la
narración en algo mucho más truculento y terrorífico. Mereth (Sonja Richter) sigue viva y,
efectivamente, ha sido secuestrada por un psicópata, del que sólo oiremos la
voz, y encerrada en una cámara hiperbárica. Allí la mantiene desde que la secuestró, cinco años atrás. Torturándola sin piedad.
“Mereth, no saldrás de aquí. Jamás”. “Volveré en un año”.
Hay interesantes rimas visuales que avanzan elementos o dan
pistas, que cobran todo el sentido en la resolución. El mejor ejemplo es el uso
de los focos de los coches. Unos de un camión deslumbrarán a Mereth en un viaje
hacia su casa. Otros focos, en la cámara hiperbárica, la iluminarán
intensamente… Esto tendrá todo el sentido cuando descubramos el accidente que
traumatizó al psicópata.
El polen que vemos en algún sueño de Mereth en su encierro,
también nos remite al día del accidente.
La rememoración del accidente es muy buena. Ahí veremos como
un juego inocente de Mereth impide a su padre ver el camión que se aproxima,
que incluso dará las luces, como el que vimos en la citada escena anterior. El
germen de un trauma y su posterior venganza. Un magnífico flashback que nos
mostrará las razones y motivos de la obsesiva venganza que emprende el
psicópata y cómo la ejecutó. Un relato de abusos, amistad,
determinación, obsesión, odio… Un psicópata que es absolutamente cariñoso con
su madre, en silla de ruedas.
127 días de cautiverio, 2 de febrero de 2009, intentando no
sucumbir a la locura, recitando frases
para ejercitar la memoria, recurriendo a recuerdos maternos. 147 días de cautiverio,
28 de febrero, misma rutina… Un psicópata que aumenta las atmósferas de presión
año a año.
En la cámara hiperbárica tendremos escenas realmente desagradables, e impactantes, como la autoextracción de la muela por parte de Mereth. Ella se mostrará rebelde, pero todo acto de rebeldía caerá en saco roto. Frustrado.
“La próxima vez que me veas, morirás”.
Assad, por su parte, intentará hacer reaccionar a Uffe, el
hermano deficiente de Mereth, para ver si puede sacar algo. Regresará
rutinariamente al hospital psiquiátrico donde está internado para que coja
confianza en él. Además descubrirán que la chica tuvo una relación secreta con alguien
que asistió a un congreso, lo que llevará a investigar las fotos del evento.
Esas fotos son las que usará Assad para intentar hacer reaccionar a Uffe.
Ese momento del reconocimiento fotográfico de Uffe es uno de
los mejores de la película. Gracias a ese reconocimiento buscarán a un tal
Daniel Hale, pero descubrirán que está muerto… Aunque tenía un novio… Esto
llevará la investigación de Dinamarca a Suecia. Y de Suecia a la suspensión.
El orfanato donde creció Daniel Hale dará las claves para la
resolución del caso. Allí descubrirán el nombre de un amigo íntimo de Daniel,
Lars Jensen (Peter Plaugborg), que perdió a su padre y su madre quedó en silla
de ruedas en un accidente de tráfico… el mismo accidente en el que la chica
secuestrada, Mereth, perdió a sus padres. Desde aquí todo se hace bastante
previsible.
Los onirismos agonizantes, especialmente en flashbacks y
recuerdos, volviendo al momento del accidente, tratados casi como momentos
poéticos, restan fuerza y potencia al clímax, resulta excesivamente tópico.
El psicópata Jensen, que culpa de lo ocurrido a Mereth,
resulta algo torpe si lo que pretendía era matarla finalmente una vez aparecen
los policías a husmear. Que intente ahogar a Carl cuando está a su merced en
vez de matarle con lo que sea directamente tampoco funciona del todo bien,
sobre todo cuando llegue Assad, que fue herido por el propio Jensen con un
destornillador, y le muestre la forma de hacerlo, apaleándole con un hierro.
Con todo, es visualmente efectivo y tenso este clímax que
terminará con final feliz. Rescate, complacidas sonrisas y la reunión de Uffe
con su hermana. Este éxito permitirá a Carl recuperar su anterior puesto, pero
preferirá mantenerse en el Departamento Q junto a Assad, que, no nos engañemos,
es un lugar que se amolda como un guante al taciturno carácter de nuestro
protagonista.
Un clásico título noir escandinavo, con algunos momentos
buenos y poderosos y una trama atractiva, aunque convencional en líneas
generales, sin nada especialmente reseñable.
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