Resulta difícil saber en qué género se manejaba mejor un
artesano tan virtuoso como Henry Hathaway, del que he comentado muchas veces
que es uno de los directores más regulares de la historia del cine, ya que
además de prolífico no tiene película mala, una filmografía que baila entre lo
bueno y muy entretenido y lo magistral. Pondría un título como lo peor que
hizo, sin ser exhaustivo, “Comando en el desierto” (1971), pero no es más que
una excepción que confirma la regla.
Quizá fuera en el western y el thriller o cine negro, donde
encuentro al mejor Hathaway, ya que fueron dos de los géneros que más frecuentó,
pero ejecutó auténticas maravillas en casi todos. También el cine de aventuras
fue muy visitado por el director, género al que corresponde la película que
nos ocupa, que sin ser de lo mejor de su filmografía a nivel general ni concretando
en sus incursiones en dicho género, satisface y entretiene sin lugar a dudas.
Una estupenda cinta de aventuras exóticas y romanticismo al más puro estilo
clásico que no puede defraudar.
Particularmente prefiero “Arenas de muerte” (1957), con la pareja John Wayne y Sophia Loren en los papeles protagonistas, pero esta protagonizada por la pareja formada por Robert Mitchum y Susan Hayward no es peor en absoluto.
Un cazador (Robert Mitchum) y su socio se adentrarán en la
selva del Congo Belga en busca de oro con la excusa de guiar a una joven
enfermera que a su vez busca a una reputada doctora. Una vez allí, la enfermera (Susan
Hayward) deberá competir tanto con la doctora como con los hechiceros de las
tribus para ganarse su respeto mientras Lonni, el cazador, se convierte en su protector.
La base de la narración y desarrollo de personajes está en la
relación entre Lonni y la enfermera Ellen Burton, que comenzará con
reticencias, desconfianza, malos modos y discrepancias, los clásicos inicios
difíciles de película de aventuras para la pareja romántica.
La chica deberá demostrar su valía a todos los niveles, no
sólo en el ámbito profesional, sino también en el personal para conquistar al
cazador. No valdrá sólo con su feminidad, sensualidad y belleza, deberá
demostrará valor, heroísmo y valentía, competencia en los momentos más
complicados. Mujer de acción y mujer de ciencia. Una vez demostrado, el cazador
quedará irremediablemente cazado. Lo mismo ocurre con el hombre, que exhibirá
su potencial y protección, para seducción de la dama.
“No me gusta sentirme protegida”.
“Un defecto mío es llegar a conclusiones prematuras”.
Mitchum nos deleitará con un buen número de sus aceradas
réplicas. Se esconde en sus “borderíos” más de una galantería, además de
segundas intenciones, por ejemplo, evitar problemas y dificultades por tener
que ocuparse de esa mujer. Ella, por su parte, irá
descubriendo sus secretos a ese rudo hombre de fondo sensible.
Ella es coqueta, le costará renunciar a sus ropas y se
sentirá halagada por los piropos de los nativos. Ellos resultan tan exóticos a
los nativos como estos a nosotros… Ambos protagonistas se mostrarán ante el otro competentes
en sus especialidades, Lonni con el manejo de los animales y Ellen con el de
los enfermos.
Los manejos y trabajos de los nativos ayudando a los
civilizados occidentales, con los animales cazados, están bien expuestos y
Hathaway, hábilmente, incluirá alguna escena de acción y aventura (algún animal
que se escapa), para aligerar esta fase de exposición. Mitchum, que es una bestia
parda aún más temible que los animales que caza, se las verá con un gorila, por
ejemplo, nada más comenzar.
Los entornos exóticos, los planos generales mostrándolos,
así como el uso de las transparencias en esos parajes, son un deleite visual.
Bailes y danzas rituales, jerarquías de mando y organización de las tribus,
añaden el toque exótico, muy bien mostrado siempre por la cámara de Hathaway.
Rituales étnicos que no buscan adecuarse a una realidad documental o concreta,
más bien crear ese misterio, esa atmósfera, esa sensación de descubrimiento que
nos fascine…
Las escenas de caza en plena selva, con muchos planos
generales, son puro placer, el gran aliciente de la película estéticamente. Un ejemplo, esa escena en la que Mitchum intenta surtir de alimento a
Hayward para su estancia entre los nativos sustituyendo a la doctora Mary, donde acaba disparando a un león que ataca a un joven que busca convertirse en guerrero.
Mitchum retratará las particularidades del entorno, las
enfermedades tropicales, las dificultades para sus diagnósticos, los
comportamientos y costumbres de los lugareños… Contra todo ello, la inexperta Ellen deberá
luchar, logrando la admiración del entorno y del galán, por supuesto.
Y es que hay algo de reto continuo en el comportamiento de
Lonni hacia Ellen, como si la probase para convencerse de que esa mujer es para
él. Un ejemplo lo tendremos cuando antes de separarse le explica que tendrá que
cazar como hacía su predecesora en el cargo…
Lonni es un cazador, pero defensor de los animales, así lo demuestra
en su presentación, dando un puñetazo a un nativo por maltratar a un animal. El
conflicto inicial entre la pareja parece algo forzado e injustificado,
artificioso, más allá del evidente machismo del personaje de Mitchum.
Ellen, por su parte, deberá luchar contra los prejuicios y
la ancestral cultura y ritos de las tribus nativas. Deberá imponerse para
demostrar su valía, contra el recuerdo de la doctora, así como contra los
hechiceros de dichas tribus. Lo cierto es que ella no es doctora, es enfermera
diplomada… Es un descubrimiento mutuo, de hombre y mujer, del mismo modo que
ese mundo se nos descubre ante nuestros ojos, una nueva cultura.
Esa lucha queda expuesta en una de las mejores escenas de la
película, con un magnífico juego de sombras, sensual al principio con la
silueta de Hayward, amenazante al final con la aparición e intento de asesinato
del celoso brujo de la tribu a la enfermera.
La noche deja algunas de las mejores escenas de tensión. Otro ataque a nuestra enfermera para secuestrar a un joven nativo, con un buen
juego con el segundo plano, es otro ejemplo. La cosa es que se lo llevan para
nada, ya que en la escena siguiente le piden a Ellen que vaya a tratarle… Como aspecto
de la trama es algo débil y poco elaborado.
Entre la pareja hay un duelo que debe resolverse: la
experiencia de campo de él con la sabiduría teórica de ella, que se retan
constantemente en el inicio para converger románticamente.
La muerte de la doctora obligará a Ellen a sustituirla de
forma completa, el mayor reto para ella, que debe luchar contra su recuerdo y
replantearse su labor, ya que iba como ayudante. Es ella la que más debe
demostrar.
No todo es muerte. Ellen asistirá también en un parto, dará
vida, pero uno de los gestos que implica el cambio en las costumbres de los nativos
y en su forma de mirarla, la tendremos con ese personaje que se negó a ser atendido por
ella al principio por un accidente en su pie que luego le pide atención por esa
misma lesión que aún le duele.
La sugerente noche, la soledad, el exotismo del entorno,
llevan a nuestra pareja a ceder al impulso amoroso en la orilla de un río.
Miedosa y titubeante por el recuerdo de su marido, trata de resistirse a su
atracción.
La evolución de su relación llega a un punto culminante con
la escena del chico herido en territorio Bakuba, cuando ella muestra sus
debilidades y él la reconforta valorándola, desdiciéndose de sus dudas
iniciales. Momento de confesiones, ya que poco después Lonni reconocerá su
mezquindad, que se sirvió de ella para buscar oro.
No esperéis con la pequeña trama del avaricioso compañero de
Lonni, Huysman (Walter Slezak) algo siquiera cercano a “El tesoro de Sierra Madre”
(John Huston, 1948). Ninguna reflexión profunda sobre la avaricia o la ambición
obsesiva, de hecho es una trama que reaparece en el último tercio para dar
impulso a una historia que parecía estancada, como añadida de repente, aunque da
energía al tramo final. En realidad se podría haber pasado sin toda esta parte,
es como un pegote dentro de la película.
Será el oro el que lleve a la perdición al avaro Huysman,
recibirá un disparo intentando recuperar un collar de oro. El puente que cruzan
Ellen y Lonni nos recuerda a la mítica escena de “Indiana Jones y el templo
maldito” (Steven Spielberg, 1984).
El duelo final, que resulta atractivo y tenso con el montaje
paralelo de Ellen cuidando al herido y Lonni pasando apuros, deja también
torpezas, como esa pistola oportunamente tirada al lado del héroe justo antes
de ser liberado… El nativo que ayuda a Lonni es el verdadero héroe de la
función, lástima su final. Un buen tiroteo.
Un uso perfecto del plano general para que se aprecie la
acción y la planificación clásica. Planos medios para conversaciones
vinculadoras incluyendo a todos los intervinientes en el encuadre o en planos
de situación, así como el plano y contraplano estricto para conversaciones
cotidianas o donde hay confrontación. Puro cine clásico.
La música corresponde al gran Bernard Herrmann.
Una película muy correcta, como todas las de Hathaway, muy
entretenida, que hará pasar un rato agradable.
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