martes, 6 de noviembre de 2012

Crítica: ADIÓS, MUÑECA (1975)

DICK RICHARDS










Adiós, muñeca” es considerada por muchos como la mejor obra de Raymond Chandler. Desde luego parece una de sus obras más elaboradas literariamente, la que más giros artísticos contiene, la más rica, aunque su historia no sea la más embaucadora de las creadas por Chandler, ahí pierde por la mano con “El largo adiós”, por poner un ejemplo.

Esa riqueza literaria, esa búsqueda del recurso artístico, poético, es lo que más llama la atención de una obra que en general tiene las grandes virtudes de Chandler en su estilo único como autor de novela negra. El tono, la ironía, la gracia, el cinismo, los entornos recreados, son puro Chandler pero con un poso aún mayor, como más cansado, incluso nostálgico, de lo habitual. Y eso que sólo es su segunda novela. Además presenta algunas peculiaridades que la hacen distinta.

Las novelas de Chandler se plantean con una desviación de trama, con dos casos, uno el que se plantea de inicio y otro que surge poco después sin aparente relación con el primero, que parece sustituirlo incluso, para acabar confluyendo ambos finalmente. Este aspecto en “Adiós, muñeca” está tremendamente marcado. Otro de los aspectos más interesantes de la novela es el inicio con la descripción de la rutina detectivesca, casos de medio pelo y un vagar sin un destino claro hasta que el caso que se tratará cae como por arte de magia en manos de nuestro protagonista.


En “Adiós, muñecaChandler examina todo el espectro de corrupción, desde los bajos fondos, pasando por la policía o los millonarios gangsters. Aunque hay millonarios, el fiscal que aparece en escena no es, precisamente, el peor de los personajes.

Será en “La dama del lago” donde Chandler no recurra a los millonarios y su universo para montar su trama.

La película de Dick Richards carece de genialidad, no tiene ninguna, es académica y artesanal, pero sí posee una seguridad y convicción que la hacen muy notable, aparte de recrear el mundo chandleriano con acierto.


Aunque es a color la fotografía y el tono captan perfectamente la atmósfera negra de Chandler, una película nocturna, oscura, un protagonista cansado, una iluminación muy de cine negro clásico, expresionista, un ambiente muy conseguido.

Adiós, muñeca” tiene todos los elementos característicos del cine negro más clásico, voz over, flashbacks, iluminación muy expresionista con un uso de las sombras notable a pesar de ser una cinta a color (aunque en ocasiones se va la mano con las sombras y cuesta reconocer a nuestro protagonista), mujer fatal, una trama rocambolesca y un detective de los de toda la vida.




La película se inicia con un Marlowe que decide contar los secretos del caso en el que está inmerso a la policía. Nos narrará, y también veremos, la rutina más pesada del detective, los casos de poca monta, asuntos de adulterio o seguimiento a adolescentes, hasta que el azar lo lleva a meterse en un asunto tremendamente enrevesado y oscuro. Un gigante (Jack O’Halloran) anda buscando a su chica, acaba de salir de la cárcel, quiere que Marlowe le ayude.




El retrato de la noche, con las calles tenuemente iluminadas de dorados, los bares, los salones, la gente… una excelente atmósfera sobria y clásica que nos introduce en la zona reservada a los negros en la ciudad, al bar donde trabajaba la enamorada buscada por el grandullón. Velma.

Se plantea de forma sutil el conflicto racial, y también de forma curiosa porque el grandullón ni siquiera se percatará de esta circunstancia cuando se mete en el que fuera lugar de trabajo de su novia, ahora un bar de negros.

En el hotelito donde Marlowe habla con una familia interracial rezuma la miseria. Aquí Richards muestra uno de los problemas de su dirección, cierta torpeza en la puesta en escena que la hace previsible, por ejemplo pasando del plano corto a uno general que nos anticipa que Marlowe se levantará. Es evidente que no vamos a encontrar rasgos de genialidad en el trabajo de este director aunque sí mucha corrección, elegancia y gusto clásico.

La miseria se mantiene en la casa de la señorita Florian, Jessie Florian, una esperpéntica Norma Desmond de tres al cuarto, alcoholizada, que se dedicaba a las variedades y vende lo que sea por una botella de licor. Se incluyen referencias a la invasión de Rusia por parte de los nazis.


El retrato de Marlowe es tremendamente fiel y ajustado y se ve además revalorizado por el excepcional trabajo de Robert Mitchum en el papel. Honesto, viviendo al día, honrado, incapaz de renunciar a sus principios por dinero, este último aspecto lo diferencia del Marlowe que interpretó Dick Powell en “Historia de un detective” (Edward Dmytryk, 1945), donde parecía vivir sólo para el dinero, lo que acababa desnaturalizando al personaje. Hay que tener en cuenta que aquella fue una de las primeras apariciones de Marlowe en pantalla.





La historia de la búsqueda de Velma parece acabar tras la larga entrevista y la pista que le da la señorita Florian a Marlowe pero, como ya he comentado, esto es típico de Chandler, aunque aquí sea aún más radical, pasar de un caso a otro sin aparente relación hasta que todos los hilos de ambos casos acaban confluyendo al final.

Aquí sí apreciamos el aspecto cansado, cínico, irónico, el duro trabajo de investigación con nuestro protagonista mal dormido, sucio, mal planchado o afeitado, que se trasluce de las novelas de Chandler y que brilla por su ausencia en la otra encarnación que hizo de Marlowe el gran Robert Mitchum en “Detective privado” (Michael Winner, 1978). También veremos a nuestro protagonista recurrir a la botella cuando sea menester.

Harry Dean Stanton tiene un pequeño papel como policía cínico y graciosillo.


El otro caso no parece tener que ver con el anterior, un mero encargo, una protección para un pago que el cliente (John O’Leary) tiene que hacer. No parece muy complicado pero todo se torcerá. Marlowe no le ve ventajas al caso pero acepta porque está apurado de dinero.

Richards muestra con precisión la soledad del detective, un héroe solitario, y no le tiembla el pulso para retratarlo con planos largos pensando o descansando ante su mesa en la penumbra, aunque la voz over nos acompañe. Esta voz over y los diálogos son brillantes como no podía ser de otra manera, “Adiós, muñeca”, la obra de Chandler, tiene frases y momentos literarios excelsos. La voz over no siempre está bien usada, en algunos momentos no es necesaria redundando simplemente en lo que ya vemos.



La fotografía es bella y está realmente cuidada, se usan iluminaciones altas o frontales, lo que potencia las sombras, especialmente sobre los rostros en muchas ocasiones. Como ejemplo tenemos el interrogatorio a Marlowe por parte de los policías, donde estos aparecen bañados en sombras sin que se aprecie su rostro, se les elimina así su individualidad convirtiéndolos en un colectivo abstracto. También se usarán iluminaciones desde zonas bajas cuando sea necesario con la misma intención. Una iluminación que nos remite al blanco y negro, sombras, rostros ocultos o iluminados con una simple cerilla, como en la escena donde golpean a Marlowe en su propio despacho… Muy expresionista.

El lujo, el poder y el dinero aparecen por primera vez con la presentación de un juez y su mujer, relacionada con el cliente que contrató a Marlowe y acabó muerto en el intercambio de dinero. El juez no es, precisamente, el más deshonesto de los personajes que pueblan “Adiós, muñeca”. El otro millonario será un gánster, pero eso es una cosa distinta.

En el barrio chino le darán la pista para visitar al mencionado juez.


Dick Richards planifica muchas escenas en un solo plano, aunque inserte algún primer plano o planos medios en ocasiones, un ejemplo de esto lo tenemos en la escena donde se pide a Marlowe que deje el caso. Dicha escena se inicia con un plano cerrado de nuestro protagonista lavándose las manos que se abrirá, sin cortes, a uno general de la sala en la que están hasta tres personajes y en la que se desarrollarán los diálogos. Una planificación muy clásica.

La aparición de la imprescindible mujer fatal, una Charlotte Rampling más Lauren Bacall que nunca, no puede ser más clásica tampoco. Bajando, sensualmente, una escalera. La escena de seducción es brillante.

-“Desde luego estás muy anticuado”.

-“De cintura para arriba”.



Sylvester Stallone tiene un pequeño papel como conductor del coche de los agresores de Marlowe.

La escena con la madame es magnífica. Se rodarán sus planos en contrapicado y los de Marlowe en picado, incluyendo a ambos en los mismos. Lenguaje clásico constante, como en la mencionada escena de seducción. La madame sacudirá de lo lindo a un aparentemente indefenso Marlowe, pero éste no se quedará atrás. Divertida y brillante escena.


Esto nos da paso a la escena onírica cuando nuestro protagonista es drogado, un montaje pesadillesco y curiosos planos para resaltar su intoxicado estado, su desorientación, mareo… también ayuda la música que ambienta la escena.

Otro ejemplo de lenguaje clásico lo tenemos en la conversación entre Marlowe y el mafioso Brunette (Anthony Zerbe), con un gran tempo en la escena. Marlowe aceptará el dinero como protección. Marlowe consumará su relación con Velma, será víctima de un tiroteo y de una traición.

Marlowe no es de muchos amigos, o de ninguno, pero aquí recibirá la ayuda y se llevará bien con un quiosquero que siempre se muestra fiel a él. 

Otra de las escenas destacadas la tenemos con la muerte de Florian, una escena de auténtico sabor a cine negro del mejor, claroscuros, sombras, contrastes lumínicos, suciedad, naturalismo, investigación, pausa, soledad… Una cortinilla acuosa cerrará el flashback que ha ocupado la práctica totalidad de la narración hasta este momento.


En la parte final volvemos al presente, Marlowe debe ir a un casino que se encuentra en alta mar, propiedad de Brunette, para acabar de solucionar y aclarar la investigación una vez tiene todos los datos a su disposición, una decisión arriesgada de la que piensa tiene muchas opciones de no salir con vida. Una sensación de fatalidad donde Marlowe parece buscar un destino desgraciado que es un acierto y perfectamente adecuado a una cinta de cine negro. Alli se desvelará la verdad sobre Velma y su relación con Moose Malloy.



La metáfora del beisbol con el tema de DiMaggio batido por dos cualquiera, algo que no gusta a Marlowe, acaba reivindicando a los mediocres, como muchas de esas vidas que Marlowe contempla, como la de la familia a la que regalará 2000 dólares.

Una magnífica reflexión sobre la corrupción que invade cada rincón de una sociedad podrida, como muestra Chandler con mayor contundencia aún en su novela.


También tendremos un gran momento en ese plano solitario de Harry Dean Stanton en la calle, cuando el resto de policías deciden comportarse honestamente e ir a ayudar a Marlowe. Aquí el director no evita dar su opinión y muestra su desprecio dejando en soledad al policía más cobarde.


La película rezuma romanticismo descorazonado, desazonado, desencantado…

Como curiosidad mencionar que el escritor Jim Thompson aparece en esta cinta, lo que acaba siendo algo magnífico, un recurso metalingüístico que homenajea a la literatura negra con uno de los grandes maestros apareciendo en la adaptación de la obra de otro de los grandes maestros. Interpreta al juez Baxter Wilson Grayle.

Evidentemente, con respecto a su referente literario, se queda corta, muy corta.

En definitiva, un título notable, carente de genio, pero con la corrección de un buen artesano que se disfruta y paladea con ese aliento clásico en todo momento.





2 comentarios:

  1. Mucho mejor que El detective la otra peli setentera que hizo Mitchum de Michal Winner. Esta peli la tengo mucho cariño, ya que la ví en mi adolescencia, época en la que era muy fan de Stallone y me descubrió el cine negro. Me gustó tanto que empecé a fagocitar la filmografía de Robert Mitchum y de ahí, descubrí el gran cine
    clásico en B/N.

    Gran película

    Ruben Redondo

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  2. Me gusta eso que cuentas, parece que es una peli especial para ti. Así empiezan las cosas y tú evolución es ejemplar y envidiable.

    Un abrazo.

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